Surge el diamante desde lo profundo de su brillo, como la ola surge del mar, siendo ella misma el mar, y surge la esmeralda desde las verdes junglas de su dureza y el rubí y el ópalo desde su sangre o sus destellos.
Y me dan en el pecho y me preguntan cuántos miles de siglos necesita un hombre, una conciencia para llegar a contemplarse a sí misma.
Y, como escondido en esta su certeza indiferente, creo ver un asomo que podría acaso ser, a un tiempo, de admiración y de desprecio. |
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