Toqué mi libro: era compacto, firme, arqueado como una nave blanca, entreabierto como una nueva rosa, era para mis ojos un molino, de cada hoja la flor del pan crecía sobre mi libro: me cegué con mis rayos, me sentí demasiado satisfecho, perdí tierra, comencé a caminar envuelto en nubes y entonces, camarada, me bajaste a la vida, una sola palabra me mostró de repente cuanto dejé de hacer y cuanto pude avanzar con mi fuerza y mi ternura, navegar con la nave de mi canto.
Volví más verdadero, enriquecido, tomé cuanto tenía y cuanto tienes, cuanto anduviste tú sobre la tierra, cuanto vieron tus ojos, cuanto luchó tu corazón día tras día se dispuso a mi lado, numeroso, y levanté la harina de mi canto, la flor del pan acrecentó su aroma.
Gracias te digo, crítica, motor claro del mundo, ciencia pura, signo de la velocidad, aceite de la eterna rueda humana, espada de oro, piedra de la estructura. Crítica, tú no traes la espesa gota sucia de la envidia, la personal guadaña o el ambiguo, encrespado gusanillo del café rencoroso: no eres tampoco el juego del viejo tragasables y sus tribu, ni la pérfida cola de la feudal serpiente siempre enroscada en su exquisita rama. Crítica, eres mano constructora, burbuja del nivel, línea de acero, palpitación de clase.
Con una sola vida no aprenderé bastante.
Con la luz de otras vidas vivirán otras vidas en mi canto. |
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