Ciencia y Cultura


UN ANDALUZ DE FUEGO

 

Francisco Giner de los Ríos. Obras escogidas. Pérez-Villanueva, Isabel (ed.).  Comunidad de Madrid-Espasa, 2004. 8l7 páginas.


Se publica una amplia recopilación de escritos de Giner de los Ríos


 
 

La publicación de estas Obras escogidas de don Francisco Giner de los Ríos debería constituir un acontecimiento editorial de primera mano, habida cuenta de lo inencontrables de las míticas obras completas de Giner, muy parciales y fragmentarias. La profesora Isabel Pérez-Villanueva ha desplegado un intenso esfuerzo que la ha llevado a escoger bien, con notable capacidad de síntesis y acreditación de conocimiento, en el inmenso corpus gineriano (veinte tomos de obras completas).

Es esta buena ocasión para que los interesados en la materia puedan leer directamente a Giner en sus propias fuentes, no sobre la base de referencias, que es como ha venido haciéndose hasta ahora por razones de materialidad práctica. Porque Giner es, para muchos que hablan de él, un desconocido, situado en el mar de las admiraciones por su condición de liberal progresista, aunque no siempre entendido, o sumido en el infierno de las devaluaciones condenatorias, como es el caso de un reciente gacetillero español de extrema derecha y frecuentador de Azaña para más INRI, que hacía de don Francisco el paradigma de la izquierda antiespañola: una monstruosidad soltada sin pensarla dos veces, o pensada, que es peor, y que se da de bruces con la lección de patriotismo constructivo, riguroso, razonable, incluso idealista y un sí es no es utópico que estas páginas trasladan.

Casi 90 años después de su muerte Giner, el <<andaluz de fuego>> de que habló Juan Ramón Jiménez, no debería ser fuente de enfrentamiento civil: él creía en la educación como instrumento de dignificación de los hombres y las sociedades, no era roussoniano, suscribía los postulados del pensamiento libre y antidogmático, pero distaba de ser sectario, descreía de la enseñanza troceada en compartimentos estanco, amaba la naturaleza y Castilla, (fue el padre del castellanismo), las tierras del Guadarrama, para gozar de ellas y para que los niños bebieran en sus sabias fuentes: no especulaba sobre el vacío, se preocupaba de las medidas de los patios de recreo y de la instalación de los servicios sanitarios, de las condiciones físicas de las aulas; creía, en fin, en la excelencia de los hombres como meta a conseguir, meta ante todo personal, no social. Y se hubiera llevado las manos a la cabeza si hubiera visto cómo sus presuntos herederos se pasaban con armas y bagajes a los roussonianos territorios del nefasto Iván Illitch, que sigue siendo, hoy por hoy, la referencia canónica de la <<vanguardia>> de nuestros pedagogos actuales: la escuela como juego, la escuela contra el sistema productivo, etcétera.

Miguel García-Posada