Ciencia y Cultura


LA TRÁGICA ACTUALIDAD DEL ISLAM

 

Los musulmanes. Branca, Paolo.  Madrid, Alianza Editorial, 2004. 138 Pág.


Un prontuario sobre la significación del islam


 
 

El islam ha renacido, en los últimos años, como uno de los lugares comunes de los debates intelectuales y políticos de los países occidentales. Es evidente, además, que el contexto de esa presencia es a menudo problemático, si no abiertamente hostil y violento. A las poderosas y terribles imágenes de los atentados de Nueva York y de Madrid, a los vídeos de Osama b. Laden o de rehenes degollados, a las discusiones sobre el uso del pañuelo en la escuela pública o sobre ese famoso choque de civilizaciones, a la ocupación de Iraq por Estados Unidos y algunos de sus aliados, al horrendo conflicto palestino, al visible aumento del número de musulmanes en nuestros países... el mercado editorial ha respondido con cierta profusión, lanzando un conjunto de títulos por fuerza desiguales, elaborados a menudo con inmediatez mercantil y, tal vez, con urgencia ideológica. También los analistas políticos, los contertulios radiofónicos, los periodistas se han lanzado a la arena, y el islam, en general, se ha convertido en una cuestión polémica, expresada a menudo con extrema crudeza: ¿es el islam una religión violenta?, ¿son los musulmanes fanáticos? ¿pueden integrarse en Europa los emigrantes musulmanes?, ¿existe, en realidad, ese conflicto de civilizaciones? ¿es ésta nuestra "guerra mundial"? Los términos de este debate, por lo demás, no son novedosos: hablando de Europa, España y el islam, ¿cómo no evocar al-Andalus, la Reconquista, el Imperio Otomano, el Protectorado español en Marruecos, la guardia mora de Franco o la Marcha Verde? Un cúmulo de episodios cargados de sentido para quienes han realizado la construcción ideológica de una historia nacional española en términos de identidad. No en vano los musulmanes, en su condición de vecinos más cercanos, han alimentado con profusión el imaginario colectivo español, de manera compleja, sí (recuérdese esa minoritaria pero insistente corriente de "maurofilia" en nuestra literatura), pero mayoritariamente negativa, llenándolo de imágenes que caen a menudo en lo caricaturesco y lo cruel, como puede comprobar quien lea el reciente libro de Eloy Martín Corrales al respecto.

Éste de Paolo Branca es uno de esos títulos recientemente traducidos al español. Se trata de explicar quiénes son "los musulmanes" en 130 páginas. Como puede suponerse, el juicio que un tal proyecto merezca depende de la benevolencia o de la curiosidad del lector: ¿cómo explicar 15 siglos de historia, decenas de lenguas, cientos de millones de personas, en tan breve espacio? Quizá el principal valor del libro sea precisamente su afirmación constante de la extremada variedad y complejidad de los mundos islámicos, irreductibles desde luego a la simplicidad de las toscas imágenes difundidas mayoritariamente entre nosotros. Ante esa tosquedad, conviene insistir una y otra vez en las cuestiones más básicas, como que no todos los árabes son musulmanes (hay muchos árabes cristianos, o laicos), que la mayoría de los musulmanes no son árabes (hay iraníes, turcos, sudaneses, indonesios...); que el islam, en fin, es, como todas las religiones, el resultado heterogéneo de procesos históricos, y no una entidad monolítica independiente de sus circunstancias y de sus actores. Los avatares de la historia común de los pueblos europeos, africanos y asiáticos, han sido con frecuencia traumáticos y violentos, sobre todo cuando la religión ha adoptado el papel fundamental en la construcción de las fronteras étnicas. Pero esa historia es también el lugar de acciones mutuas, de influencias, de corrientes de encuentro y comunicación, cada vez más inextricables e ineludibles.

La hora actual es ciertamente crítica. Por ello, la afirmación de la infinita complejidad del islam, y, por ende, la afirmación de la "humanidad" de los musulmanes, no es poca cosa en un momento en el que, a base de bombazos, parece que se quiere reificar, dar existencia real a esas supuestas grandes civilizaciones, "Occidente" y "Oriente", y a su enfrentamiento: nada más fácil, más simple, que levantar barreras identitarias y religiosas a fuerza de emplear las terribles armas de la propaganda y la violencia, y más cuando éstas se ejercitan, por así decirlo, a favor de corriente. ¿Cómo considerar las tesis de algún libro reciente que, en el entorno de una ofensiva ideológica muy neta, pretende interpretar los últimos acontecimientos en la "larga duración", como un episodio más del enfrentamiento secular entre el islam y el cristianismo, en el que España ha actuado como punta de lanza, defensora sempiterna de los valores de la civilización occidental y cristiana? En un cierto sentido, importa poco que tales afirmaciones se hagan con un nulo conocimiento historiográfico, con plena y rotunda ignorancia del objeto histórico en concreto: basta con que el libro se venda suficientemente, y con que muchos de sus lectores encuentren refrendo pseudo-histórico a su propia ideología.

Pero, ¿cuál es esta ideología? Quien conozca la historiografía española del s. XX, sabe del célebre debate entre Sánchez-Albornoz y Américo Castro, debate que trataba sobre la esencia de España, y el papel que en su construcción desempeñaron musulmanes y judíos. No parece casualidad que, años después, haya quien vuelva a enarbolar los ilustres nombres de los dos historiadores, desempolvando una polémica que, si carece ahora de interés historiográfico, lo tiene, y muy fuerte, ideológico. Cifrar, en este momento, una de las esencias de España en su lucha secular contra el islam, y convertir los últimos acontecimientos en un episodio más de esa lucha, significa en realidad arremeter contra los "otros" españoles, contra quienes defienden otra "idea de España", no basada en la lógica de la guerra y la exclusión, ni en el predominio exclusivo del catolicismo en la construcción nacional; de nuevo, como en época de don Américo y don Claudio, el problema de las dos Españas, actualizado por la referencia a temas de importancia inmediata como la gestión de la emigración o el terrorismo. Es su radical carga ideológica lo que hace que los términos del debate sobre el conflicto de civilizaciones sean tan vagos historiográficamente, pero tan virulentos políticamente, sostenidos por una especie de sentimiento apocalíptico que, desde algunos lugares, señala el fin de la civilización occidental, acomodada y cobarde, alejada de su fuerza primigenia, entregada a la blandura desintegradora de lo políticamente correcto, arrodillada delante del furor nihilista de los terroristas suicidas.

¿Habrá que repetir, de nuevo, que no existen las esencias, y sí los procesos históricos? ¿Hay que señalar otra vez que, cuando miramos al islam (igual que a cualquier otra religión o ideología, sea ésta el protestantismo, el hinduismo, el liberalismo, las divinidades egipcias o el panteón griego), estamos acercándonos a una realidad compleja, habitada por seres humanos cuya presencia reclama la humanidad de nuestra mirada? Éste es, creo, el principal valor del conocimiento histórico. Frente a debates más o menos absurdos sobre si el islam es o no una religión esencialmente violenta, o sobre si todos los musulmanes son o no unos fanáticos, el humanismo no puede proporcionar las respuestas inmediatas y consoladoramente vengativas de la ideología identitaria y de guerra; tampoco puede resumir el mundo en la horrenda e impactante frase de un titular de prensa, de consumo rápido y digestión acelerada. Nos invita, al contrario, a un proceso largo de comprensión, que nos exige el esfuerzo de conocer y reconocer que no todos los musulmanes son fanáticos, que no todo el islam es fundamentalista, que no todos los radicales son violentos... El esfuerzo de enfrentarnos, en definitiva, a mundos complejos y heterogéneos, sometidos a menudo a procesos terriblemente traumáticos, pero llenos, al fin, de hombres, y no sólo de bestias sanguinarias.

Es, en este sentido, consolador el magisterio de Peter Brown, uno de los grandes historiadores de nuestro tiempo, a quien debemos algunos de los trabajos más sensibles y profundos sobre el proceso de formación del cristianismo durante sus primeros siglos, en esa época que conocemos como Antigüedad Tardía. La obra de Brown es una invitación constante al esfuerzo enriquecedor de traspasar las barreras que nos separan de los otros seres humanos, de los hombres de otros siglos o de otros mundos: a aprender sus extrañas lenguas y comprender sus textos lejanos. En una de sus obras, apología del papel de la imaginación en la tarea del historiador, Brown asume el "orgulloso propósito" de uno de los fundadores del pensamiento moderno, Baruch Spinoza, que en la introducción de su Tratado Político escribió: "Ante las acciones humanas, he hecho el esfuerzo de no burlarme de ellas, no lamentarlas ni execrarlas, sino comprenderlas (intellegere)".

En la medida en que la "inteligencia" es a la vez un acto de amor y de responsabilidad cívica, este librito de Paolo Branca es una pequeña invitación a la comprensión de la complejidad del islam, y también una mínima pero significativa rebelión contra la lógica tremenda de la violencia y todas las miserables ideologías de la guerra.

Fernando Rodríguez Mediano