La exposición, La Luz de Jovellanos, organizada por Acción Cultural Española (AC/E), el Ayuntamiento de Gijón y Cajastur y comisariada por el Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII de la Universidad de Oviedo busca acercar a los ciudadanos la vida y obra de Jovellanos y dar a conocer sus compromisos vitales y su proyecto ilustrado que supuso la puesta en práctica, a escala, del programa de progreso y felicidad pública de la Ilustración europea.
La exposición, que tiene como sedes el Centro Cultural Cajastur Palacio Revillagigedo y la Casa Natal de Jovellanos, En ella se exhiben 256 piezas procedentes de 80 fondos diferentes de archivos y bibliotecas nacionales, ayuntamientos, bancos, fundaciones, academias, museos y colecciones particulares, entre las que destacan especialmente por su valor e interés histórico los dos retratos de Jovellanos pintados por Francisco de Goya y el que realizó de Juan Meléndez Valdés.
LA LUZ DE UN HOMBRE, LAS LUCES DE UN TIEMPO
El XVIII europeo se vio a sí mismo como el Siglo de las Luces, y así ha pasado a la historia. Esas luces eran las de la razón, y las sombras a las que se oponían, las del dogmatismo y la superstición, la tiranía y el vasallaje, el inmovilismo de la tradición. Pero, sobre todo, eran las luces para iluminar el camino hacia la felicidad pública, consagrada como una legítima aspiración de todos los hombres y mujeres.
Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) vivió y trabajó en ese tiempo de utopías, logros, decepciones y turbulencias. Su legado alumbró algunas de las grandes reformas que configuraron una España que ya no pudo ver. Esa luz llega con claridad hasta nosotros. Es la herencia de todo un tiempo: el tiempo de la Ilustración. Y una referencia para las luces futuras.
Jovellanos era descendiente de un ilustre apellido de la pequeña nobleza local. Tuvo una formación en Leyes e inició su carrera profesional como juez en Sevilla.
El punto más alto de la trayectoria pública lo marcaron, bajo Carlos IV, sus sucesivos nombramientos como embajador en Rusia -cargo que no llegó a ocupar-, y ministro de Gracia y Justicia. En este último puesto, que ejerció durante nueve breves meses, desplegó una importante labor reformadora, conforme a los proyectos del valido Godoy. Y, ya en el último tramo de su vida, en plena guerra de la Independencia, fue reclamado tras su cautiverio en Mallorca para formar parte tanto del Gobierno de José I como de la Junta Central. Esta última fue su opción, y desde ella contribuyó decisivamente a la apertura de una nueva era política en España. Desde que, con 24 años, accediese a su primer puesto como magistrado en Sevilla, Jovellanos destacó por su reformismo ilustrado, en línea con la política de su protector, el conde de Aranda. Pertenecíó a la élite política e intelectual del tiempo de Carlos III. Su intensa actividad oficial se prolongó en la Sociedad Económica Matritense, que presidió, en las academias de la Historia, la Lengua, Bellas Artes y Leyes, y en las principales tertulias y periódicos del Madrid ilustrado.
Libertad, luces y auxilios. Ésos fueron los tres pilares típicamente ilustrados sobre los que Jovellanos quiso sustentar las reformas para salvar España del atraso económico, social y cultural. Ello exigía unas instituciones al servicio de la modernización; una ciencia y una tecnología "útiles", aplicadas a la economía; capitales para financiar todo el programa e iniciativa privada: profundos cambios que socavaban los cimientos del Antiguo Régimen.
Pero, sobre todo, urgía una revolución que constituyó la utopía central de la Ilustración: la educativa. La educación universal, apoyada en las nuevas ciencias y en las viejas humanidades, era el medio para perfeccionar el hombre y la sociedad, para formar ciudadanos libres y útiles y alcanzar así la felicidad universal.