LABoral tiene la satisfacción de inaugurar su segunda exposición
producida por la Oficina de Proyectos. Para un espacio como LABoral,
comprometido de lleno con el desarrollo y la experimentación de las
prácticas artísticas contemporáneas y emergentes, resulta fundamental
poseer la capacidad para actuar con agilidad y contar con la posibilidad de
mostrar proyectos y artistas emergentes, o de introducir nuevas prácticas
y conceptos artísticos. Y la Oficina de Proyectos es la sección expositiva
de LABoral que cumple con todos esos criterios.
Cuando vi por vez primera los objetos de Íñigo Bilbao me impresionó
enormemente su valentía al entregar una parte fundamental de su proceso
artístico -su finalización como objeto- a una máquina: el momento de su
nacimiento, cuando emerge y se solidifica a partir de la resina. Y no por la
participación de la propia máquina en la práctica artística, sino por la
naturaleza misma de esa máquina: una impresora de prototipado rápido en
3D. La ausencia de rasgos específicos y posibilidades de representación,
como el color o la textura, predeterminan considerablemente la estética
del resultado final, con la forma como única variable y el color y las
propiedades de la superficie condicionadas de antemano por la máquina.
Pero en Íñigo Bilbao, no es sólo la materialización de su proceso artístico
lo que está basado en la máquina, también la desmaterialización, la
transformación del modelo físico en virtual, en un conjunto de números,
entregado a la percepción de la máquina, a una tomografía computerizada
capaz de escanear el modelo con una cierta resolución.
Aunque la consideración artística corresponde a la totalidad del proceso,
es precisamente entre esas dos fases donde Íñigo Bilbao interviene y
emerge como artista en el sentido más tradicional de la palabra: como
escultor de la obra virtual a partir del barro digital.
Se trata de un proyecto que opera en los límites mismos entre la
representación tradicional, que extrae imágenes de nuestro entorno
viviente (como la pintura tradicional anterior a la fotografía), y un nuevo
tipo de representación, liberada por las posibilidades de la tecnología y la
computación y que proyecta sus imágenes sobre el mundo. Pero, lejos de
detenerse en la fase de la imagen, Íñigo Bilbao da un último paso al
materializarla, yendo así de la proyección al prototipado.
Bilbao denomina sus objetos finales prototipos y pruebas a su práctica
artística. Es ahí, en la investigación de las nuevas potencialidades de
proceso y forma, donde el arte es más poderoso y al mismo tiempo más
vulnerable.