Estamos obligados a que esta sea la buena. Perdidas dos docenas de oportunidades anteriores, no queda otra salida que liquidar inercias, romper comodidades, denunciar manipulaciones y, sobre todo, desmantelar las hipocresías del pasado. A no descuidar tampoco algunos oportunismos del presente y sobre todo el derecho que tenemos los europeos a liderar seriamente los esfuerzos para enfrentarnos al cambio, a peor, de las condiciones básicas para la vida en este planeta. En el que, por cierto, ostentamos dos estremecedores primeros puestos. Por un lado el de futuros máximos afectados. Recordemos que todo parece indicar que las secuelas del destrozo resultará todavía más graves –casi el doble, tanto en el aumento de lo tórrido, como en la disminución de las precipitaciones –para este país del derroche. Por otro lado seguimos a la cabeza de la dependencia energética basada en los provocadores de la enfermedad, es decir los combustibles fósiles, y con el alejamiento más profundo en cuanto al cumplimiento de los compromisos de Kioto. La situación de partida, por tanto, multiplica las dificultades y convierte en proeza buena parte de las medidas urgentes que se están tomando en estos momentos por parte de la administración ambiental del Estado.
La primera excelente noticia es que existe clara decisión de que seamos los españoles los que llevemos más lejos y con mayor celeridad, nuestra propia estrategia para enfrentarnos a las indeseables secuelas del despilfarro de energía. Muchas de las cuales no son predicciones sino presencias. Lo primero que debe ser valorado como sensato es que para acometer la pelea por la sana transparencia, nadie puede ir solo.
Toda estrategia es vana si no deja de serlo cuanto antes para convertirse en una obligación inexcusable de los poderes y de los ciudadanos. El primer paso está dado. Pero como el repecho no hace más que incrementar la dificultad de la escalada conviene movilizar la totalidad de los estímulos. Quiero decir que el mercado de las materias primas, las grandes empresas energéticas no parecen acusar recibo de que los tiempos del carbono deben ser abolidos con toda celeridad. Por tanto se trata no sólo de estimular el ahorro, la eficiencia y unos mínimos de compromiso con el futuro, sino también de que el negocio deje de serlo en los términos que ahora mismo lo es. Porque ya es hora de que en la cuenta de resultados aparezca con rotundidad la reducción en la factura que se paga por la materia prima de la opacidad, es decir, por el petróleo y sus hermanos energéticos. Sin descuidar que, y en ellos estamos, hay que desviar el máximo de subvenciones hacia las tecnologías relacionadas con las renovables.
Ha comenzado este gobierno por asentar la coherencia más elemental. La de comenzar por uno mismo. La administración del estado puede, como casi todos los otros sectores, ahorrar hasta un 50% del consumo de electricidad, sin mermar ni uno sólo de los resultados finales del rendimiento, la productividad, los servicios, ni siquiera de la comodidad básica en los centros convencionales. Lo mismo se ha planteado con el exceso del alumbrado público, de nuevo considerado por muchos expertos como prácticamente el doble de lo estrictamente necesario.
Dado que el transporte acapara la primera posición en cuanto a la generación de gases de efecto invernadero, no podemos por menos que contemplar con alivio el plan de movilidad que la Estrategia Española de Cambio Climático y Energía Limpia propone. Ya hace unos meses, desde este mismo escenario, abogamos por movilizar realmente a la movilidad convencional.
Con todo, lo que sin duda está llamado a convertirse en la herramienta más eficaz, por mucho que suela ser el aspecto que pasa más inadvertido, es el llamamiento a los otros escalones de la administración pública. Porque lo queramos reconocer o no, todo lo relacionado con el ambiente está mucho más cerca de lo autonómico, local, doméstico, que en las esferas del gobierno de la nación. Que sin duda puede estimular, coordinar, apoyar y recomendar, como ahora se está haciendo.
Todo ello sin descuidar que el ciudadano de a pié lo sea el máximo posible. Es decir, que debemos ir lo más rápidamente posible hacia la lentitud.
