Si cuando corre, salta, vuela, escarba o se zambulle el agua mece todas las cunas de todas las vidas, cuando se acuesta, acaso para descansar de tanta creatividad, todavía se convierte en algo más activo y atractivo. Estas aguas quietas de Castilla-La Mancha, en primer lugar, abren sus ojos para convertirse en el alivio de tierras llanas y casi siempre secas. Su sudor ya es frescor.
Su alianza con lo curvo ya engalana un mundo casi dominado por las obligadas geometrías de la agricultura y la línea recta del horizonte.
Como nada existe más hospitalario que el agua, estas lagunas se casan con el verde y lo demuestran llevando un anillo, reconocible en sus bordes, de espadañas, carrizos, juncos… No ha hecho el aguazal más que iniciar sus infinitos propósitos.
Porque de inmediato quedan abiertas sus puertas a la, acaso mayor capacidad de convocatoria que conocemos. Los enclaves húmedos de Castilla-La Mancha, que cuenta con el mayor número de los que en España pueden verse, son una de las mansiones más concurridas de la fauna ibérica. Sobre todo en invierno, cuando decenas de miles de aves los usan como refugio y sustento.
Valorar el papel ambiental, social, estético y cultural de estos retazos de esplendor es el primer paso para que, desde el convencimiento de su invalorable papel e insustituibles funciones, seamos capaces de asegurar su conservación e incluso mejora en el futuro.