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Fecha
Fuente
SINC
Autor
Analía Iglesias

El declive de los grandes carnívoros se asocia al crecimiento económico

Más que la pérdida de hábitats o el cambio climático, nuestro bienestar podría haber sido determinante en la reducción de poblaciones de linces, leones y lobos, según un nuevo estudio. Sin embargo, cuando aumenta la riqueza de las personas, también lo hace su tolerancia hacia estos animales

Las mejoras que hemos conseguido en nuestra calidad de vida han ido en detrimento de los grandes carnívoros con los que coexistíamos en el planeta.

Esto es lo que se deduce de un estudio que, tras analizar la suerte que han corrido 50 especies durante el último medio siglo, concluye que el rápido desarrollo económico de las sociedades humanas ha empujado a muchos de estos animales al borde de la extinción.

Un equipo de científicos de la Universidad de Reading (Reino Unido), liderado por Thomas Frederick Johnson, descubrió que los factores sociales y económicos, como la calidad de vida, estaban más estrechamente asociados con la disminución de ejemplares de grandes carnívoros (como linces, leones y osos) que con circunstancias meramente ambientales como la pérdida de sus hábitats u otras asociadas a fenómenos derivados del cambio climático.

Esto significa que la acción directa del hombre sobre la fauna ha resultado más perjudicial que las actividades indirectas, que pueden conducir a la erosión de los suelos o la contaminación de las aguas o la atmósfera.

En el artículo publicado en Nature Communications, en asociación con el UK Centre for Ecology & Hydrology y el Instituto de Biología Subtropical de Argentina, los autores sugieren que la manera óptima de salvar a los carnívoros es fomentar un modelo sostenible de desarrollo, en lugar de centrarse únicamente en cuestiones como el calentamiento global.

El ocaso de los grandes felinos

“El declive de los grandes carnívoros es marcado. Los leones y los tigres ya están ausentes de más del 90 % de su área de distribución histórica. En el territorio del Reino Unido, muchos de los carnívoros como el lince, el lobo y el oso, ya han sido cazados hasta la extinción”, indican los autores.

Lo que ha sucedido es que algunas de estas especies pueden suponer una amenaza para el ser humano, sus animales y sus cultivos, por lo que allí se origina un conflicto.

Según explica Johnson a SINC, “las acciones de las personas (como la caza furtiva, la caza deportiva, incluso la persecución por sus ataques) impulsan un mayor declive en las poblaciones de los grandes carnívoros que el deterioro de sus hábitats y el cambio climático”.

Por su parte, la investigadora argentina del equipo, Manuela González Suárez, reconoce a SINC que no existen “datos sobre los efectos de la caza legal o furtiva para todas las especies y regiones”, pero es un hecho que las persecuciones directas de animales pueden llevar a su desaparición.

Un giro cuando se alcanza más riqueza

No obstante, a medida que las sociedades se vuelven más prósperas, y el crecimiento económico se ralentiza, aumenta entre las personas la tolerancia –y el afán de protección– hacia los grandes felinos y otros carnívoros.

“Aunque no pudimos modelizar la caza, sí sabemos que un mayor nivel educativo y mejores recursos socioeconómicos tienden a reducir el riesgo de conflicto y, con ello, las represalias [por sus ataques] o la caza defensiva”, argumenta González Suárez. La científica apunta que el impacto de las disputas se minimiza, por ejemplo, con “planes de compensación por pérdidas”.

Escapar del hambre a toda costa

Para comprender mejor el fenómeno, el investigador británico propone como ejemplo el continente europeo, donde, hace cien años, había “altas tasas de pobreza y hambre”. En ese contexto, “la tolerancia hacia los animales carnívoros era muy baja”, porque nadie podía permitirse que “un lobo se comiera su ganado”.

Durante el último siglo, excluyendo la perturbación de la Segunda Guerra Mundial, “la población de Europa se disparó y la gente luchó por escapar de la pobreza”, lo que generó “un mayor consumo de recursos y una consecuente intolerancia hacia los grandes carnívoros”, que los ha llevado al borde de la extinción.

Sin embargo, con la desaceleración y la estabilización del crecimiento económico de las últimas décadas y con unos ciudadanos menos expuestos a los impactos de la pobreza, “su respeto hacia la vida de los carnívoros parece haber crecido”, sostiene Johnson.

Esta indulgencia, así como una mejor legislación, sumadas a las tareas de conservación de la biodiversidad, “han permitido que los carnívoros europeos se recuperen”, según el científico. Un caso paradigmático es el del lobo gris, cuyas poblaciones se han incrementado un 1.800 % desde la década de los años 60, según consigna la presentación.

Pero esta curva no se da de manera uniforme en el resto del mundo, ya que hay regiones que transitan otros tramos de su camino hacia al desarrollo e, incluso, se hallan en medio de un rápido crecimiento económico, lo cual indica que no alcanzarán al mismo tiempo el punto de inflexión en el que las especies amenazadas tienen la oportunidad de recuperarse. El equipo examinó cómo los cambios en el sistema social y económico podrían promover esa restauración en la naturaleza.

Una relación más armónica

Para llegar al mismo tiempo a una reconciliación entre las personas y los otros grandes carnívoros, en palabras de Johnson, habría que emprender una senda hacia la coexistencia que podría consistir en “dirigir la ayuda financiera a las personas que viven junto a la biodiversidad”.

A su juicio, para frenar el riesgo de perder la mayor parte de la diversidad biológica de las regiones en desarrollo, “los países ricos deben apoyar a las personas más pobres del mundo”. Y, en esta misión, las “herramientas humanitarias” no resultan suficientes, como tampoco lo son los “remedios ecológicos, tales como la creación de áreas protegidas”.

Un modelo más sostenible puede proteger a las poblaciones de carnívoros, algo en lo que incide también González Suárez: “Podemos considerar que el desarrollo económico supone, en principio, una menor precariedad de la economía familiar y una subsistencia menos directamente ligada a los recursos naturales locales; por lo tanto, si una familia con 50 vacas accede a subsidios para la agricultura y a compensación en caso de pérdidas, puede tener una actitud más relajada frente a la presencia de un gran carnívoro, incluso si este ataca a una de sus reses”.

La investigadora argentina contrapone esta situación con la de una familia “con dos vacas, que vive en el día a día y carece de asistencia médica o veterinaria”, para deducir que “no es difícil entender que un carnívoro pueda representar, para ellos, un gran problema”.

Con todo, también en este caso, la educación y los hábitos tradicionales son piezas clave, ya que “hay culturas que han convivido bien con grandes carnívoros, incluso cuando los recursos han sido pocos y precarios”.

De ahí la importancia, según González Suárez, de “cómo percibimos nuestro papel en el planeta”, ya que resulta crucial “entender que somos una parte más” a la hora de valorar al resto de los seres vivos.

También apunta que hay otro ángulo a considerar y es el que tiene que ver con las transformaciones del entorno, por el uso de recursos naturales y la carga de población en el territorio: “En un país escasamente desarrollado, el ser humano suele tener un modo de vida rural, con pocas infraestructuras y bajo consumo de recursos, pero a medida que aumenta el nivel socioeconómico, se incrementan los recursos per cápita, normalmente aumenta la densidad de población y de infraestructura”. Esto supone una mayor utilización del medio natural y un impacto sobre la fauna.

Además, “cuando el nivel de desarrollo de una sociedad es alto, se consume materia prima que se importa y la producción primaria local se reduce, al tiempo que el crecimiento poblacional se ralentiza y se concentra en las ciudades, lo cual abre la puerta a la renaturalización del campo y la recolonización o expansión de grandes carnívoros”, agrega.

Estos factores, unidos a un “cambio de mentalidad y mayor aprecio de la fauna”, pueden hacer posible la coexistencia, concluye la investigadora.

En cualquier caso, los responsables del estudio recomiendan un modelo económico de desarrollo más lento y sostenible que, sin “encerrar a las personas en la pobreza durante más tiempo”, sea capaz de desarrollar “soluciones para apoyar tanto la biodiversidad como a las personas”.


Referencia bibliográfica:

Thomas F. Johnson et al. “Socioeconomic factors predict population changes of large carnivores better than climate change or habitat los”. Nature Communications (2023)

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