España ha recibido por parte de la <a href="http://www.madrimasd.org/globalidi/noticia.asp?id=17226&sec=0&tipo=g" target="_blank">Comisión Europea</a> y del Tribunal de Justicia de Luxemburgo numerosas amonestaciones y sentencias relacionadas con la protección del medio ambiente. El crecimiento económico y la protección medioambiental no son incompatibles. El desarrollo sostenible es un motor de la creación de mercados y la generación de actividades como las referidas a la <a href="http://www.madrimasd.org/globalidi/noticia.asp?id=16253&sec=0&tipo=g" target="_blank">restauración ecológica</a>.
Toda moneda tiene dos caras, y la misma botella puede verse medio llena y medio vacía. Es bien conocido por el público el considerable impacto que los humanos hemos infligido en los ecosistemas a lo largo de toda nuestra historia biológica y cultural. Este impacto
in crescendo está provocando lo que llamamos cambio global, que puede desgranarse en una variedad de componentes tales como el cambio climático, la contaminación del aire, agua y suelo y la pérdida de biodiversidad, entre otros. Esta información puede ampliarse visitando el artículo publicado en
https://www.aeet.org/ecosistemas/012/educativa.htm, el cual a su vez dirigirá al lector interesado a multitud de enlaces en Internet relacionados con el tema. Cuatro botones de muestra de la capacidad actual de los humanos para "dominar" el planeta son los siguientes: utiliza o ha transformado el 40% de la producción primaria terrestre; libera más nitrógeno en la superficie terrestre que los procesos naturales físicos y biológicos; hacia la mitad de este siglo habrá duplicado la concentración de CO
2 en la atmósfera; y de los 41.000 km
3 de agua que el ciclo hidrológico activa anualmente, unos 3.500 km
3 están almacenados por presas y embalses.
Por otro lado, aunque muchas personas postulan razones éticas, espirituales o religiosas, hoy día las razones más poderosas que se esgrimen a favor de la conservación de los ecosistemas son pragmáticas. Estas razones se refieren a los bienes y servicios que los ecosistemas prestan a los humanos, derivados de sus funciones, y que redundan en nuestra calidad de vida y, en cierta medida, son cuantificables en términos económicos. Algunos ejemplos de estos servicios son la producción de agua y alimentos y la depuración. Relacionado con todo ello ha habido recientemente un gran auge de la denominada Economía Ambiental o Economía de la Naturaleza, la cual tuvo un aldabonazo en las publicaciones de Costanza y colaboradores (
Nature 387:253-260, 1997) y Pimentel y colaboradores (
BioScience 47:747-757, 1997). El primero estimó el valor económico anual de los servicios ambientales como 1.8 veces el PIB mundial. Un gran economista de la naturaleza español es José Manuel Naredo, al cual le hice una entrevista que puede consultarse en
https://www.aeet.org/ecosistemas/012/entrevista.htm.
En último término, la degradación de la ecosfera ocurre por motivos económicos. Las transacciones voluntarias ocurren solamente cuando son beneficiosas para las partes que las practican. La suma de cada transacción individual egoísta resulta en una sociedad que, en su conjunto, es más próspera. Adam Smith llamó a esto la "mano invisible" que guía el mercado. Existe una notable excepción de este principio que afecta a los ecosistemas. Generalmente se asume que los costes y beneficios de la transacción son asumidos por los participantes en ella. En algunos casos, sin embargo, ciertos costes y beneficios recaen en individuos que no están directamente implicados en el intercambio y que constituyen las externalidades. Quizás la externalidad más frecuente es el daño ambiental que ocurre como consecuencia de la actividad económica, un coste que habitualmente no es asumido (= pagado) y que permite a los agentes económicos beneficiarse a expensas de la sociedad. Es de actualidad el ejemplo de los vertidos radioactivos de la industria química de
Flix en el río Ebro, cuya limpieza y restauración deberán acometer las administraciones públicas. En consecuencia, la amplia distribución del coste de una actividad económica y la restringida distribución de sus beneficios crea un conflicto ecológico-económico. Afortunadamente, los costes ambientales de proyectos relativamente grandes se calculan cada vez más en las evaluaciones de impacto ambiental.
Muchos recursos naturales tales como el aire limpio, el agua limpia, la calidad del suelo, la biodiversidad y la belleza escénica, entre otros, son considerados recursos de propiedad común de la sociedad en su conjunto. Tradicionalmente estos recursos no han tenido asignado un valor monetario, y su uso y degradación por parte de los individuos, empresas y gobiernos sin apenas pagar nada ha conducido a la denominada tragedia de los (recursos) comunes. La economía moderna debe considerar este uso de los recursos comunes en los balances como parte de los costes de la actividad, en vez de ser una mera externalidad. Esta tarea es difícil porque resulta complejo asignar un valor monetario al valor de muchos recursos naturales.
Los párrafos anteriores habrán impreso en nuestra mente una imagen relativamente pesimista, la de una botella medio vacía y que continúa vaciándose. Pero la degradación ambiental debe ser un estímulo para que los humanos seamos capaces no solo de detenerla, sino también de revertirla. En este contexto nació hace poco un gran campo científico y técnico que está ahora experimentando un enorme - y deseable- auge, el de la restauración de ecosistemas. Así, en 1987 se constituyó la
Society for Ecological Restoration (
http://www.ser.org/) y en 1993 nació la revista científica especializada
Restoration Ecology. En 2002 se publicó el primer libro escrito en castellano sobre la materia (
https://www.aeet.org/publicaciones.htm) y el año que viene se celebrará en Zaragoza la
17th Annual Conference Ecological Rstoration: A Global Challenge (
http://www.ser.org/content/2005Conference.asp). Además, un grupo de profesores pertenecientes a las distintas universidades públicas madrileñas estamos diseñando un
Máster en Restauración de Ecosistemas que, felizmente, verá su luz dentro de 1 o 2 cursos académicos.
Efectivamente, los impactos ambientales en la ecosfera que erosionan nuestro bienestar deben ser considerados como un reto científico, técnico, económico, educativo y jurídico. La botella medio llena es la oportunidad de arreglar lo degradado por la simple razón de que de ello depende nuestro futuro. Profesionales de distintos gremios debemos aunar esfuerzos e imaginación que redunden en una reconstrucción factible de los ecosistemas y de los bienes y servicios ambientales que nos proporcionan. Los responsables políticos deben fomentar estos esfuerzos y facilitar -cuando no obligar- las acciones
ad hoc pertinentes. En estos gremios están representados los biólogos y ecólogos, ambientólogos, ingenieros, economistas, abogados, sociólogos, geólogos y geógrafos, entre otros. Debemos formar ahora los futuros profesionales de la restauración ecológica. No podemos escatimar recursos en investigación científica y técnica en este campo. Hay que incentivar la participación de las administraciones, empresas y ciudadanos en la conservación y restauración de los ecosistemas. Hay que legislar en pro de todas estas iniciativas.
¿Resultará caro esto? En términos absolutos probablemente sí; en términos relativos, con seguridad no. Ilustraré esta idea con los siguientes datos. Los bienes y servicios de los ecosistemas valen $33 trillones anuales, de los cuales un 10% son prestados por la biodiversidad. La conservación de las 25 regiones más relevantes por su biodiversidad del planeta se presupuesta en $500 millones anuales durante 5 años. Por otro lado, la invasión de Irak en 2003 costó $80.000 millones y su mantenimiento en la actualidad $4.300 millones al mes, el presupuesto de defensa de Estados Unidos fue de $380.000 millones y el de la Unión Europea de $150.000 millones en 2002. Una pequeña parte de lo que invertimos en armamento nos proporcionaría, sin lugar a dudas, grandes recursos financieros para la restauración de nuestro capital natural.