Pongo la llave en el contacto…

Proyecto Iberoamericano de Divulgación y Cultura Científica – Opinión

Mariano Martín Gordillo es profesor del IES nº 5 de Avilés (Asturias, España) y miembro de la Comisión de Expertos de la OEI.
(OEI-AECID) Pongo la llave en el contacto. Mi automóvil arranca. Salgo a laautopista. Una señal indica la velocidad máxima a la que puedocircular: 120 km por hora. Miro el panel del salpicadero. Parece que miautomóvil podría alcanzar hasta 240. Vigilo que no supere el límite develocidad. Un anuncio me recuerda que no debo conducir si he bebidoalcohol. No lo he hecho. Cuando voy a conducir controlo lo que bebo.Estoy pensando en estas cosas cuando otro automóvil me adelanta veloz.Debe ir a más de 150. Quizá su conductor sí haya bebido

Pongo la llave en el contacto. Mi automóvil no arranca. Me doycuenta de que no he soplado la llave. Lo hago. El dispositivo nodetecta alcohol en mi aliento y ahora el motor arranca. Salgo a laautopista. Acelero. Al llegar a 120 suena un pitido. Estoy superando ellímite de velocidad. Pruebo a seguir acelerando. El pitido se hace másmolesto. A partir de 130 mi automóvil no aumenta su velocidad aunquepise a fondo el acelerador. El panel indica hasta 140 km por hora peromi automóvil no alcanza esa velocidad. No hay radares en la autopistaporque ningún conductor puede rebasar apenas el límite establecido.Tampoco hay controles de alcoholemia. No hacen falta. Ningún vehículose pone en marcha si su conductor ha bebido.

La primera situación es la actual. Esa en la que el exceso de velocidady el consumo de alcohol causan casi la mitad de los accidentes detráfico. La segunda plantea un escenario en el que la tecnología seajusta a las leyes impidiendo que los automóviles puedan ser utilizadosde forma peligrosa. ¿Por qué no es una demanda generalizada que loscontroles de velocidad con limitadores y las llaves sensibles alalcohol sean, cuanto antes, equipamientos obligatorios en todos losvehículos? Cinco argumentos resumen las razones por las que muchosconsideran utópico el segundo escenario o preferible la situaciónactual.

El primer argumento es el tecnológico:no se puede conseguir que los automóviles respeten automáticamente loslímites de velocidad o no arranquen si detectan alcohol en el alientodel conductor. Sin embargo, esas llaves sensibles al alcohol yaexisten. También hay muchos automóviles que tienen controles ylimitadores de velocidad. Incluso sería factible una limitaciónvariable de las velocidades máximas en cada lugar con ayuda del GPS.

Esossistemas son muy caros. Es el argumento económico. Lo técnicamenteposible no es económicamente viable. Los automóviles serían más carossi todos llevaran de serie esos dispositivos. Es cierto. Quizá unoscientos de euros más caros. Puede ser que no llegue a mil. Pero si laprobabilidad de accidentes en las carreteras se redujera casi a lamitad ¿no debería reducirse significativamente también el precio de laspólizas de seguros? Seguramente el eventual incremento inicial en elprecio del vehículo con esos dispositivos se compensaría con la rebajadel seguro a lo largo de su vida útil. Y también con el alargamiento detantas vidas humanas que, gracias a ellos, dejarían de truncarse en lascarreteras.

Pero a las empresas de seguros y alos fabricantes de automóviles todo esto no les interesa. Ese es eltercer argumento. El de la sospecha empresarial. La velocidad vende y alas empresas no les interesa la limitación de las prestaciones de losvehículos que producen. O sí. También vende el lujo, el confort y laestética. Incluso también venden la sostenibilidad y la seguridad delos vehículos. Esos valores también están en la culturaautomovilística. Las empresas pueden seguir intensificando susesfuerzos para satisfacerlos y, así, aumentar sus beneficios. Aunque esdiscutible qué aportan algunos de ellos a la calidad de vida de laspersonas, resulta indudable que ninguno de esos valores la pone enriesgo. Quien desee ejercer su libertad viviendo las intensas emocionesque depara la velocidad podría hacerlo en circuitos cerrados, no en lascarreteras que todos compartimos.

El cuartoargumento es el político. Los mercados automovilísticos son globales ylos países tienen distintas legislaciones sobre los límites develocidad. Técnicamente no es un problema ya que el GPS permitiríaadaptar la velocidad máxima del automóvil a cada lugar. Pero, al menosen el mercado europeo, debería haber directrices comunes que obliguen ala introducción de esos dispositivos de control. Y no todos los paísesparecen estar dispuestos a llegar a un acuerdo en ese sentido.

Elargumento político lleva al argumento cultural: la libertad individualdel conductor y su responsabilidad no deben ser limitadas nunca por latécnica. ¿No? Cuando el artefacto es un camión, un autobús, unferrocarril o un avión nadie parece confiar del todo en la libertad yresponsabilidad individual del profesional que lo maneja. Tacógrafos,limitadores, dispositivos de control automático y de supervisión de losprocesos reducen las probabilidades de que estos profesionales seequivoquen en su trabajo. ¿Debemos confiar más en los conductores noprofesionales que circulan por las carreteras que en los profesionalesque manejan esos otros vehículos?  El argumento cultural es quizá elmenos explícito. Y también el más tozudo. Hace tiempo formó parte delas reticencias a la implantación generalizada del cinturón deseguridad. Entonces algunos decían que ese dispositivo limitaba lalibertad individual del automovilista. No deja de ser paradójico queahora aceptemos que sea obligatorio el uso de ese dispositivo, que sólosalva la vida a los ocupantes del vehículo, y no demandemos que todoslos vehículos dispongan de dispositivos de control de velocidad y dedetección de alcohol, que harían más seguras las carreteras por las quecirculamos.

Quizá la clave esté en el punto devista del sujeto sobre el que debe plantearse el problema de laseguridad. La tecnología automovilística y los valores de libertad eindependencia con los que se asocia están al servicio de las personas,pero quizá de las personas equivocadas. No son las demandas de libertaddel conductor las que deben ser el centro de interés de esa tecnología,sino la necesidad de seguridad de todos los que circulamos por lascarreteras. Siendo importante, la cuestión no es únicamente conseguircon medidas educativas o sancionadoras que los conductores se comportende manera fiable, responsable y escrupulosa en el cumplimiento de lasnormas de circulación. Eso está bien, pero dado que los humanos tenemosfallos y las tecnologías están hechas por los humanos y para loshumanos es importante que nadie las pueda usar como peligrosas armas.Sobre todo cuando se puede evitar que lo sean.

Proyecto Iberoamericano de Divulgación Científica

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