Rodrigo Arocena: «Se debe agregar la dimensión social a las políticas científicas»

Manuel Crespo (IBERDIVULGA-AECID) Aunque es un defensor a ultranza de los principales ideales de la universidad pública, Rodrigo Arocena no desconoce que el modelo latinoamericano se encuentra en franca regresión. Sin embargo, para él, la crisis no ocurre sólo de los claustros para adentro. La universidad es apenas una parte de un presente problemático en el que la educación, la ciencia y la innovación pugnan para consolidarse como herramientas del crecimiento sostenido.

Doctor en Ciencias y en Estudios del Desarrollo, Arocena se desempeña desde 2006 como rector de la Universidad de la República, la casa de estudios más importante del Uruguay, y apela a una reforma que no ignore las bases que llevaron a la universidad pública a coronarse como uno de los grandes instrumentos de la democratización de una región entera. Pero esta reforma sólo podrá llevarse a cabo si también se modifican otros elementos del contexto general. Para Arocena, la generación del conocimiento no es sólo una responsabilidad del sistema universitario, sino de toda la sociedad en la que ese sistema está inserto.

Pregunta: Siempre se dice en los países latinoamericanos que la educación es la herramienta fundamental para crecer. Sin embargo, todavía la educación es una cuenta pendiente en la región. ¿Por qué cree que se produce esta dicotomía entre el decir y el hacer?

Respuesta: Prefiero reducir la reflexión a los países latinoamericanos de desarrollo intermedio, porque hay diferencias de situación que hacen difícil establecer un análisis global. Me limito entonces a los países del sur de América, particularmente a los del MERCOSUR y sus países asociados. Sin ninguna pretensión de originalidad, puedo señalar que hay un desfasaje muy grande entre la valorización de la educación y el uso real que las dinámicas sociales hacen de la educación avanzada y del conocimiento. Ésa es la cuestión básica. ¿Por qué estamos permanentemente insatisfechos con lo que hacemos en materia de educación? ¿Por qué siempre estamos reclamando más dinero, más presupuesto? Es verdad que hace falta invertir más, es verdad que la década del neoliberalismo produjo los daños que todos sabemos, pero también creo que hay algo que se ha subrayado menos. Si bien todos hablamos de sociedades de conocimiento, nuestros países no son sociedades de conocimiento. El conocimiento científico y tecnológico avanzado no es la palanca de nuestras economías ni el gran dinamizador de las actividades sociales. Por consiguiente, la demanda de personal calificado, ya sea para trabajar en investigación o en asesoramiento, es muy baja. De ahí que haya una insatisfacción. Yo creo que preocuparse por la educación en nuestros países no puede ser preocuparse sólo por la educación. Si no se llevan a cabo esfuerzos en otros ámbitos para ampliar la demanda social de conocimiento, nuestra frustración será permanente.

P: ¿Cuál es la actualidad de la Universidad de la República en materia de investigación?

R: Todo tiene que ver con quién uno se compare, cuál es el patrón de referencia. La Universidad de la República es, sin lugar a dudas, la principal generadora de conocimientos del país. Eso es una consecuencia de la historia del Uruguay. Por trabajos publicados, por cantidad de proyectos y de investigadores, hasta hace un año la Universidad de la República daba cuenta del 60 ó 70 por ciento del esfuerzo en investigación que se llevaba a cabo en el país. Medir la producción de conocimiento es una tarea muy difícil, así que estas cifras son tentativas. Incluso pueden ser superiores. Ahora que se ha constituido el Sistema Nacional de Investigadores, la participación de la Universidad de la República orilla el 80 por ciento. Eso naturalmente incluye situaciones muy diversas. En muchos campos estamos a un nivel internacional muy respetable, pero en otros no. Por ese motivo, a partir de un esfuerzo de autocrítica muy grande que nos ha obligado a declarar el estado de reforma, la Universidad de la República está dedicando gran parte de sus esfuerzos a elaborar un programa de investigación de calidad en todos sus ámbitos. Se trata de estimular la iniciativa de los servicios que se encuentran en una situación de debilidad, y reforzarlos. Se presentaron 19 proyectos a una primera fase de diagnóstico y estamos respaldando programas de desarrollo en lugares con carencias. Nuestra institución cuenta con una tradición muy larga, lo que nos emparenta con muchos otros países de América Latina donde la historia es parecida. Hoy por hoy, sin embargo, nuestra situación muestra muchas insuficiencias que necesitamos resolver de una manera no endogámica. Nuestra preocupación hoy pasa por vincularnos con otros actores del país. Pese a que la Universidad de la República es la principal generadora de conocimiento del Uruguay, todavía nos falta mucho para estar a la altura de esa responsabilidad. En el país hay alrededor de 1016 investigadores, 800 de los cuales pertenecen a la Universidad de la República. El Uruguay debería estar en condiciones de tener 2000 investigadores para dentro de cuatro o cinco años. De esos 2000, la Universidad de la República debería contar con 1200. O sea, queremos avanzar en términos absolutos y disminuir en términos relativos, ya que la expansión de la investigación en el Uruguay necesita que la plantilla de investigadores no esté tan concentrada. Queremos y necesitamos trabajar con socios más fuertes.

P: Cuando habla de otros actores, ¿a qué se refiere?

R: Ahora estamos avanzando en un programa de desarrollo de las ciencias y las tecnologías agrarias y agroindustriales. Se trata de una iniciativa conjunta con otros organismos estatales y nos gustaría que en este caso la participación sea lo más amplia posible. Muy especialmente nos gustaría involucrar a actores de la producción. El Uruguay cuenta con muy bajos índices en términos de generación de conocimientos en el sector privado y con menores índices todavía en el sector productivo privado. El 93 por ciento de los investigadores del país trabaja en el sector público. Dentro del 7 por ciento restante, la actividad en el sector productivo privado es casi inexistente. Estamos hablando de una debilidad que no es sólo nuestra, sino que se extiende a todo el contexto del subdesarrollo. El problema radica en algo que ya mencionamos anteriormente: las políticas en materia de ciencia, tecnología e innovación tienen que ser muy específicas a la situación de cada país. Por algo la generación de conocimiento en el sector productivo es escasa. La rentabilidad empresarial simplemente no está vinculada a la generación de conocimiento.

P: ¿Se podría decir, entonces, que las falencias no se deben sólo a un problema presupuestario?

R: Sin ninguna duda, por más que decir esto no significa para nada minimizar la importancia de lo económico. De hecho, en los últimos años en el Uruguay ha empezado a cristalizarse la necesidad de invertir más en ciencia y tecnología. La cuestión fundamental es la siguiente: en países como los nuestros, que son y quieren seguir siendo democráticos y en los que hay grandes carencias acumuladas, lo primero que hay que construir es la legitimidad de los sistemas de ciencia e innovación. Esto es clave. Si queremos que la ciudadanía esté dispuesta a respaldar políticas de largo plazo en ciencia y tecnología, necesitamos la legitimación democrática de estas políticas. Necesitamos que la población más aquejada vea que estas políticas tienen incidencia directa en sus vidas. De eso nos hemos ocupado poco. Todas las políticas que se llevaron a cabo en el pasado tenían aspectos muy compartibles, pero nunca se ha logrado una vinculación con las condiciones de vida de la mayoría de la gente. Se debe agregar la dimensión social a las políticas científicas.

P: ¿De qué manera trabaja la Universidad de la República para acortar esa brecha?

R: Buscamos generar diálogos entre investigadores y otros actores sociales que nos ayuden a poner de manifiesto una agenda cognitivamente exigente y socialmente relevante. Hemos aprendido que no se le puede pedir a un investigador que haga todo. Necesitamos de un diálogo amplio. Hemos puesto en marcha un programa de innovación e inclusión social que intenta justamente fomentar estos diálogos. No es nada sencillo traducir las necesidades de un sector carenciado en un programa de investigación. Tampoco partimos de una ilusión tecnocrática. Los problemas sociales no se arreglan sólo con investigación científica y tecnológica. La investigación es apenas una parte, imprescindible pero pequeña, en la búsqueda de soluciones a un problema que tiene múltiples aristas. En lo que hace a varias de nuestras iniciativas, recién estamos empezando. Otras ya tienen algunos años de vida, como la colaboración del área social de nuestra institución con el Ministerio de Desarrollo Social. La extensión universitaria es otro ejemplo. Todavía estamos en la etapa de aprender. Sin embargo, hace cuatro años la relación entre innovación e inclusión social era algo que ni se mencionaba. Hace tres años era objeto de risas en ciertos ámbitos. Hoy nadie se ríe de esto. ¿Es un avance suficiente? Claro que no, pero estamos en el camino indicado.

P: Desde su perspectiva, ¿en qué estado se encuentra hoy el ámbito científico uruguayo respecto de la famosa «fuga de cerebros»?

R: No tengo suficientes datos para entregar una respuesta a la altura de la envergadura de la pregunta. Por lo tanto, sólo puedo entregar una respuesta más bien impresionista. La situación ha cambiado notoriamente respecto de los años terribles de la primera mitad de la década. Ha cambiado para el conjunto del país. Dicen los especialistas que éste va a ser el primer año en mucho tiempo con saldo migratorio positivo para el Uruguay. Esto se debe en parte a la mejora de nuestra situación económica, pero en mayor medida al fuerte impacto que produjo la crisis internacional. Yo diría que, en lo que tiene que ver estrictamente con la migración de personal de investigación altamente calificado, se ha llegado a aceptar como un gran problema. Las políticas públicas empiezan a encararlo como tal y las universidades ahora han empezado a recibir estímulos para sus muy modestos programas de apoyo al retorno. También hay una inversión más grande en ciencia y tecnología en el país. Se trata de acciones que han creado, más que una situación nueva, una expectativa. Ya no se descuenta que nuestros jóvenes investigadores deben irse del país para avanzar en sus carreras. Algunos investigadores han vuelto y otros están pensando en volver. La emigración está dejando de ser un destino inexorable. Lo importante es consolidar esta nueva actitud prevaleciente.

P: ¿Qué debe mejorarse en la actualidad de los lazos de cooperación entre las grandes universidades del MERCOSUR?

R: Es una situación que tiene no pocos puntos positivos. La colaboración regional viene creciendo. El próximo paso debería ser una renovación del énfasis en la creación de agendas conjuntas de investigación. Esto puede vincularse con su pregunta anterior. Uno de los motivos de la «fuga de cerebros» tiene que ver con la ausencia de agendas comunes. Si un investigador se va a estudiar un doctorado en un tema sobre el que nadie en su país está trabajando, ¿cuáles son las chances de que vuelva? Prácticamente ninguna. Volver en este caso sería el ostracismo científico. Debemos esforzarnos por crear un panorama atractivo para nuestros investigadores. La elaboración de agendas de investigación que tengan en cuenta las perspectivas, las posibilidades, las cuestiones relevantes, las problemáticas sociales y los esfuerzos incipientes de nuestros países, es una cuestión clave para la cooperación regional.

P: Como rector y defensor de los ideales del modelo latinoamericano de universidad, ¿cuál cree que será su futuro?

R: Depende de la capacidad de la universidad pública, abierta y socialmente comprometida, de reformarse a sí misma. El modelo latinoamericano de universidad está en claro retroceso. Sin embargo, este modelo aún tiene vigencia ética y potencialmente práctica. Ante la necesidad de construir sociedades del conocimiento, el modelo latinoamericano encierra muchas líneas de acción que podrían inspirarnos: el empeño puesto en la generalización de la educación, la democratización del conocimiento, la vinculación entre innovación e inclusión social, el papel de la universidad en el desarrollo integral. Son todas ideas afines a una intención de crecimiento. Sin embargo, tenemos que ser capaces de dotarnos de un sistema de gobierno mucho más ágil, de una estructura académica mucho más diversificada y de una base normativa que nos permita adaptarnos a tiempos cambiantes. Ya no podemos conformarnos sólo con defender el modelo latinoamericano. Todavía nos falta entender que el sentido de la defensa pasa por la reforma, por la transformación. Debemos mostrar que la autonomía y el co-gobierno no son escudos para la inercia y el corporativismo, sino que constituyen las primeras herramientas para motorizar el cambio.


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