Esperando la carroza o ciencia bajo custodia

Por Noemí M. Girbal-Blacha. Investigadora Superior y Viceprtesidente de Asuntos Científicos del CONICET, Profesora titular y Directora del Programa I+D "La Argentina rural del siglo XX" de la Universidad Nacional de Quilmes, Argentina. Todos los campos del conocimiento científico aspiran a llegar con sus resultados a la sociedad, porque el conocimiento se produce para beneficiarla. Pero cuando se habla de Humanidades y Ciencias Sociales no son pocos quienes pretenden que esas áreas donde el conocimiento producido tiene como objeto de estudio al Hombre y su medio, no son ciencias en sentido estricto; prefieren ingresarlas al campo de "la cultura" -como si la ciencia no formara parte de lo cultural- y si es posible, que dependan administrativamente de algún rango institucional apartado de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación. ¿No es paradójico? Algunas áreas de la ciencia -aquellas que se asocian estrechamente a los problemas sociales- parecen poder desarrollarse sólo bajo custodia, casi como en una situación de permanente minoridad; o de lo contrario esperar el reconocimiento de su estatuto científico por parte del resto del sistema científico-tecnológico. Hace casi 4 décadas que soy científica (historiadora) del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de la Argentina. Ahora que los límites interdisciplinares son permeables y la trasgresión de las fronteras entre ciencias exactas y naturales y las llamadas "ciencias blandas" parece tener más ventajas que inconvenientes, me pregunto por qué cuesta tanto cambiar las pautas culturales para con estas áreas del conocimiento. No deposito la culpabilidad en "los otros"; seguramente también "nosotros" debemos difundir más asiduamente el conocimiento que generamos y sus aplicaciones. A esta pregunta podría sumar una reflexión: el fuerte arraigo de las mujeres dedicadas a estos campos de la ciencia y a quienes poco se las asocia con la figura paradigmática de un científico; como si estuvieran genéticamente inhabilitadas por su condición de género y la especialidad que han elegido para llevar a cabo sus investigaciones

Por Noemí M. Girbal-Blacha.
Investigadora Superior y Viceprtesidente de Asuntos Científicos del CONICET, Profesora titular y Directora del Programa I+D «La Argentina rural del siglo XX» de la Universidad Nacional de Quilmes, Argentina.

Todos los campos del conocimiento científico aspiran a llegar con sus resultados a la sociedad, porque el conocimiento se produce para beneficiarla. Pero cuando se habla de Humanidades y Ciencias Sociales no son pocos quienes pretenden que esas áreas donde el conocimiento producido tiene como objeto de estudio al Hombre y su medio, no son ciencias en sentido estricto; prefieren ingresarlas al campo de «la cultura» -como si la ciencia no formara parte de lo cultural- y si es posible, que dependan administrativamente de algún rango institucional apartado de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación. ¿No es paradójico? Algunas áreas de la ciencia -aquellas que se asocian estrechamente a los problemas sociales- parecen poder desarrollarse sólo bajo custodia, casi como en una situación de permanente minoridad; o de lo contrario esperar el reconocimiento de su estatuto científico por parte del resto del sistema científico-tecnológico.

Hace casi 4 décadas que soy científica (historiadora) del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de la Argentina. Ahora que los límites interdisciplinares son permeables y la trasgresión de las fronteras entre ciencias exactas y naturales y las llamadas «ciencias blandas» parece tener más ventajas que inconvenientes, me pregunto por qué cuesta tanto cambiar las pautas culturales para con estas áreas del conocimiento. No deposito la culpabilidad en «los otros»; seguramente también «nosotros» debemos difundir más asiduamente el conocimiento que generamos y sus aplicaciones. A esta pregunta podría sumar una reflexión: el fuerte arraigo de las mujeres dedicadas a estos campos de la ciencia y a quienes poco se las asocia con la figura paradigmática de un científico; como si estuvieran genéticamente inhabilitadas por su condición de género y la especialidad que han elegido para llevar a cabo sus investigaciones.

Desde luego que si se contabilizan en términos globales los investigadores científicos por género, en mi país -por lo menos- la paridad es la resultante. Una equidad que se desvanece cuando el análisis incluye ascensos de rango en la carrera científica, en la dirección de equipos de investigación reconocidos, en la administración de subsidios con montos sustantivos y hasta en los premios que se otorgan a la trayectoria. Un reconocimiento al que tienen derecho, pero no por ser mujeres, sino por ser científicas tan laboriosas e inteligentes como sus pares varones. Tampoco me resulta comprensible por qué existe un Premio exclusivo para la Mujer en la Ciencia y mucho menos cuando al concepto de ciencia sólo se lo hace corresponder con las llamadas «ciencias duras». En definitiva, creo que hay buena o mala ciencia, independientemente del género y las disciplinas. ¿Me equivoco?

¿Hacia dónde se dirige la reflexión de quien -como es mi caso- hace muchos años que se dedica a la producción de conocimiento desde el sistema científico tecnológico y la universidad pública, que siempre es financiado por la sociedad argentina en su conjunto, y que es quien tiene derecho a saber para qué y a quien financia?

Pretendo decir, esencialmente, que en un mundo con altos márgenes de pobreza, analfabetismo, desnutrición, indigencia, concentración del ingreso, cuestionamiento institucional, crisis financiera, dislocamiento de las identidades nacionales, violencia, desempleo creciente, desinterés por la preservación del medio ambiente, individualismo, ¿cómo no pensar que la sociología, la geografía, la antropología, la economía, la historia, la arqueología, las letras, la educación, la psicología, la filosofía, el derecho, la ciencia política, las relaciones internacionales, en suma, las Ciencias Sociales y las Humanidades, tienen mucho que aportar a la comprensión y solución de los problemas sociales? ¿ Es posible dudar de su carácter prioritario como insumos para las políticas públicas?

No tengo dudas que desde esta gran área de la ciencia se producen conocimientos capaces de nutrir a la gestión pública y a la acción privada genuina, tanto como lo hacen las Ciencias Exactas y Naturales, de la Salud y la Tecnología. ¿En qué consiste y para quién es la innovación productiva si no llega a la sociedad toda? La sociedad merece acceder al producto de quienes silenciosa pero tesoneramente buscamos -a través del conocimiento generado- revalorizar una auténtica «sociedad de la información», hacer un diagnóstico de situación para posibilitar la inclusión y la equidad social, para lograr una mejor calidad de vida que alcance a TODOS; más allá de los campos disciplinares y de las cuestiones de género, que parecen asociarse e imbricarse, a la hora de inducir a las Ciencias Sociales a ocupar la trastienda científica.

Finalmente, me gusta recordar que Albert Einstein sostenía que la Ciencia «es una creación del espíritu humano con sus ideas y conceptos libremente inventados.» Con una única justificación «la de nuestras estructuras mentales«. Entonces pregunto ¿el área del conocimiento como el género del actor -los dos asuntos a los que alude este escrito- importan a la hora de establecer prioridades y asignar recursos? o una vez más, pondremos el esfuerzo fuera de los problemas reales de la sociedad de la cual formamos parte y que espera respuestas plurales, para un mundo complejo y desigual, más allá de los avances tecnológicos, que también pueden convertirse en fronteras rígidas de exclusión para quienes no pueden recibir sus benéficos efectos.

Opinión de Divulgación y cultura científica de la OEI

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