Energía y crisis socioambiental (I). Las centrales nucleares no son una alternativa energética contra el cambio climático

El pasado 11 de marzo tuvo lugar en Japón un terremoto de magnitud 9 en la escala Richter, seguido de un tsunami y numerosas replicas que en conjunto han provocado decenas de miles de muertos y desaparecidos. A esta grave crisis humanitaria ha contribuido especialmente la catástrofe que ha tenido lugar en la central nuclear de Fukushima (construida supuestamente a prueba de terremotos y tsunamis), que ha despertado una gran preocupación por el peligro de emisiones radiactivas, obligando a desplazar a centenares de miles de personas.

Todo ello ha generado un gran debate sobre la utilización de la energía nuclear en el mundo. Un debate que está centrándose en general en el problema de la seguridad de estas centrales, insistiéndose en la posibilidad de mejorarla con el fin de poder seguir utilizándola como alternativa a los combustibles fósiles, es decir, como una tecnología útil en la lucha contra el cambio climático. Pero ¿es lícito pensar que la energía nuclear de fisión puede contribuir a resolver el problema del calentamiento global? ¿Se puede afirmar, como se está haciendo, que la energía nuclear es una energía limpia, barata, que utiliza un mineral abundante, y que de lo que se trata es de mejorar su seguridad? Debemos y queremos dejar bien claro que no, sin que en ello influya el impacto emocional de la catástrofe nuclear en Japón: el rechazo a la energía nuclear de fisión se fundamenta en argumentos y estudios muy diversos, realizados durante décadas, y que no se limitan al problema de los posibles accidentes.

Aunque no se produjeran accidentes (que, lamentablemente, sí se producen, incluso en un país como Japón tan preparado, por la alta actividad sísmica que padece), las centrales de fisión nuclear constituyen un peligro permanente debido a la posible proliferación de armas nucleares y, sobre todo, a los residuos que generan: toneladas de residuos radiactivos de media y alta actividad, con vidas medias de centenares de años y, en algunos casos, milenios. Se está creando así un grave problema para el que no se ha encontrado solución en más de cinco décadas de uso de la energía nuclear, dejando una herencia envenenada a las futuras generaciones en nombre del interés a corto plazo. Pero es que, además, las centrales nucleares ni siquiera son una solución a corto plazo. Veamos esto con algún detenimiento.

El principal argumento a su favor es que durante su funcionamiento no se emite CO2 y no se contribuye, pues, al incremento del efecto invernadero. Pero ni siquiera eso es totalmente cierto, porque si se toma en consideración todo el proceso, “de la cuna a la tumba”, es decir, desde la construcción de la central hasta su obligado y costoso desmantelamiento, así como el laborioso proceso de extracción del mineral de uranio, las toneladas de CO2 emitidas no son muy inferiores a las liberadas por una central térmica.

Por otra parte, la contribución actual de la energía nuclear en el ámbito mundial es muy escasa, apenas llega a un 6%. Incluso en los países más nuclearizados como Francia o Japón, el porcentaje de energía de origen nuclear no llega al 20% y el consumo per cápita de petróleo en ambos países es similar al del resto de países desarrollados. Apostar por una contribución nuclear realmente significativa exigiría crear en todo el mundo miles de centrales, de un coste desorbitado (en el que hay que incluir las medidas de seguridad contra accidentes y atentados), que obliga a astronómicas subvenciones públicas a fondo perdido (a cargo, pues, de los contribuyentes). De hecho no hay ninguna empresa privada que se decida a su construcción sin contar con esas ayudas públicas. De ahí los esfuerzos desarrollados por los lobbies nucleares para convencer a la opinión pública de las ventajas de la energía nuclear y promover así el auténtico negocio que supone la construcción de las centrales… pagadas, en buena parte, por la ciudadanía.

Y no podemos olvidar que el mineral de uranio es un recurso no renovable y más escaso que el propio petróleo. Jeremy Rifkin, Presidente de The Foundation on Economic Trends, nos recuerda a este respecto que solo con las menos de 500 centrales existentes ya se prevé déficit de uranio para antes de dos décadas. ¿Qué sentido tendría, pues, embarcarse en la construcción de nuevas centrales, si no es la búsqueda de beneficios particulares a muy corto plazo?

Las centrales nucleares no son, pues, la alternativa energética contra el cambio climático y no pueden contemplarse como parte del “mix” energético a medio plazo: resultan demasiado caras, demasiado peligrosas y los recursos de mineral son demasiado escasos.

Ello no significa, sin embargo, que la alternativa sea seguir quemando combustibles fósiles hasta su agotamiento o hasta que el cambio climático alcance una dimensión incontrolable e irreversible que conduzca a un colapso civilizatorio. Las energías renovables hace tiempo que están dejando de ser simples promesas de futuro: los parques eólicos y los paneles fotovoltaicos, por ejemplo, constituyen ya una realidad en fuerte expansión en algunos países, a pesar del escaso impulso que se ha dado hasta aquí a su desarrollo, debido, entre otros, a los intereses de muchas compañías de electricidad y de los grupos de presión petrolíferos y nucleares.

Estamos a tiempo de cambiar nuestro modelo energético por uno más sostenible basado en el ahorro, la eficiencia y la utilización de energías limpias; estamos a tiempo de poner en marcha una [r]evolución “verde” que siente las bases de un futuro sostenible para el conjunto de la humanidad y de la biodiversidad de la que formamos parte y de la que dependemos. Estamos a tiempo (aunque no sobra demasiado) y sabemos cómo hacerlo. Ya nos hemos referido a ello en el Boletín 32 “¿Crisis financiera o crisis global? La economía verde como necesidad y oportunidad” y volveremos a hacerlo, más detalladamente, en un próximo boletín (“Energía y crisis socioambiental II”). Aquí terminaremos enfatizando que “Nucleares, no, gracias” no es un eslogan voluntarista e ingenuo: es una conclusión racional, basada en un análisis socio-científico global.

Educadores por la sostenibilidad
Boletín Nº 63, 21 de marzo de 2011
http://www.oei.es/decada/boletin063.php

NOTA IMPORTANTE: No olvidemos el próximo sábado 26 de marzo sumarnos a la “Hora del Planeta” para exigir a los líderes políticos acciones decididas contra el cambio climático y una nueva cultura energética. Se trata de una iniciativa mundial que el WWF (World Wide Found) organiza anualmente, con impacto creciente, el último sábado de marzo, consistente en un apagón simbólico de las 20:30 a las 21:30h locales (ver http://www.horadelplaneta.es/)

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