Los nativos digitales: un mito que arranca de hacer de las tecnologías un buen apaganiños

Una de las líneas de trabajo que la nueva Cátedra CTS+I “Ingeniería y Sociedad Digital” es la de realizar acciones que conduzcan a una ciudadanía digital de los más jóvenes. El tercer entorno, el entorno digital, que anunciaba Javier Echeverría hace casi 20 años ya lo podemos considerar totalmente vigente y cada vez nuestras vidas se desenvuelven más ahí.

Aunque las otras líneas son de sumo interés es en ésta en la que la Cátedra debe tomar sus aspectos educativos más globales. Nos enfrentamos a un cambio radical en las forma de relacionarnos, de comprar, de aprender, de conocer y, en resumen, de vivir.

Hace ya un año Susana Llano y Javier Pedreira “Wicho” publicaban un libro titulado “Los Nativos Digitales no existen. Como educar a tus hijos para un mundo digital” con el prólogo de Enrique Dans en el que se dice:

«Si hay una cosa segura que todos aquellos que han sido padres saben perfectamente, es que los niños vienen sin manual de instrucciones. Una de las funciones más importantes de toda sociedad humana o incluso muchas animales, el preparar a la progenie para la supervivencia en el entorno, es confiada, en el caso de nuestra especie, a individuos que, en la mayor parte de los casos, tienen un nivel de experiencia bastante escaso, y que se apoyan únicamente en su intuición y en algunas claves transmitidas socialmente. De ahí que el consenso social nos lleve a delegar una parte de la educación en profesionales, en entornos que aseguren la transmisión de unos conocimientos que proporcionen una serie de bases culturales y sociales comunes que faciliten la convivencia y el funcionamiento de la sociedad como tal.
El problema, claro está, surge cuando el entorno se complica. En las sociedades humanas contemporáneas, muchas personas viven en entornos que no tienen demasiado que ver, en numerosos aspectos, con los que predominaban cuando recibieron su educación. La desactualización de muchos adultos con respecto a determinados elementos de la sociedad resulta patente, y da origen a tópicos como el de la lucha generacional. Decididamente, pocos adultos son especialmente competentes a la hora de mantenerse actualizados en el desarrollo de los elementos que definen la sociedad: la mayoría suelen, más bien, responder a la tercera ley del escritor británico de ciencia-ficción Arthur C. Clarke, “toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”, o a aquella frase del programador norteamericano Alan Kay que afirma que “tecnología es todo aquello que no existía cuando tú naciste”.
Indudablemente, crecer en presencia de una tecnología hace que la consideremos como una parte integrante de nuestro entorno, como algo dado. Aunque no existan registros escritos de ello, cabe imaginarse que las primeras sociedades humanas que dispusieron del fuego verían un salto generacional entre aquellas personas acostumbradas a ingerir alimentos crudos o a no disponer de calor ni iluminación, y aquellas que lo conocieron como algo habitual en su vida desde la infancia. Sin duda, ingerir alimentos cocinados se convertiría en una costumbre habitual para los más jóvenes mientras era todavía algo nuevo y relativamente sorprendente para aquellos de sus mayores que no conocieron el fuego en su infancia. Sin embargo, la custodia y el manejo del fuego, según afirman los estudiosos de las culturas prehistóricas, no se entregaba a los más jóvenes, sino a miembros de la comunidad con suficiente experiencia y sentido común como para generarlo, preservarlo y hacer un buen uso de él.»

Hace unos días comentábamos en este mismo espacio la exclusión social que para muchos de nuestros mayores significa el avance demoledor de los servicios que empiezan a ser dados solo a través de entornos digitales. Con nuestros jóvenes no podemos decir lo mismo. No son excluidos, quizás el adjetivo más atinado sea “desbordados”.

La tecnología con la que vienen conviviendo desde que son pequeños y en la que los mayores les dejan usar muy por encima de lo debido les resulta extremadamente familiar para su manejo aunque haya sido a través de un proceso de aprendizaje basado en el ensayo y error.

Ese aprendizaje se centra, según las edades, en un lugar de juego en el que la inmovilidad para pasar en un medio de comunicación, sobre todo con sus pares.

Ya son varios los profesores con los que he hablado sobre el tema de la implicación de las familias en la educación y que en algún momento me han comentado: “Cuando no dejan de venir es cuando desde el centro se toma la decisión de quitarle el móvil [celular] al estudiante”. Eso desencadena que en pocas horas padre, madre, o los dos se presenten en el centro para solicitar que se le devuelva lo antes posible. Seguramente ante llamadas para temas educativos no acuden, pero ante la crisis del móvil la presencia de la familia es inmediata.

Nosotros hace años que convivimos con los automóviles y en todas las legislaciones hay una edad mínima para conducir. Pero no basta con la edad, también es necesario pasar unas pruebas para obtener la licencia. El potencial daño material que la inmadurez o la falta de destreza hace que nadie considere que este tema está sobre regulado. Al revés, en España, un cambio legislativo, el carnet por puntos, hizo que descendiera de los 5.000 a menos de 2.000 nuestros. En este caso estamos hablando de un tema tangible.

Pero uno de los cambios de paradigma de estos nuevos tiempos es la toma de valor (o de antivalor) de lo intangible. Cuando un niño de ocho años dedica un tercio de su vida diaria a estar ante pantallas le estamos privando de elementos necesarios para su desarrollo. Volviendo al ejemplo de conducir: los profesionales tienen marcado el tiempo máximo de conducción sin pausas y los conductores ocasionales planifican sus viajes con descansos.

Estamos, por tanto, a una sobreexposición a las tecnologías que puede terminar en una auténtica adicción. Pero ese uso intensivo no significa que sean capaces de conocer las potenciales de uso diferente al juego, la diversión o la comunicación. Muchos profesores de estudiantes ya mayores (de 18 años o más) descubren lo poco que sabe de lo que el mundo digital ofrece para el aprendizaje o el avance del conocimiento.

Hay por tanto una doble tarea que realizar con los jóvenes: lograr un uso equilibrado de las tecnologías y darles a conocer las posibilidades que el entorno digital permite.

Conclusiones preliminares

Es necesaria una actuación entre familias y escuela para educar a nuestros jóvenes a desenvolverse en este nuevo entorno. No se trata de incorporar una nueva asignatura sino de que en todas ellas se coordine una actuación transversal para que sean capaces de conocer el nuevo entorno, de manejar con precaución las tecnología, de valorar lo que las mismas nos ofrecen y, finalmente, de participar de forma activa para que la nueva sociedad digital sea más inclusiva y cohesionante que el mundo urbanita en el que también vivimos.

Volviendo a Enrique Dans “Resulta relativamente habitual observar el uso de la tecnología como “apaganiños”: padres que cuando sus hijos les resultan molestos en alguna situación, se limitan a poner en sus manos una consola, un smartphone o una tableta con un juego, un vídeo o algún otro tipo de entretenimiento. Y que, curiosamente, se extrañan algunos años después cuando esos niños se niegan a soltar su smartphone durante la comida o la cena, o cuando van a casa de sus abuelos, mostrando una más que preocupante e imperdonable falta de educación – habitualmente, además, ante la clara permisividad de sus obviamente irresponsables progenitores.”

Nota: Para poner el tema en discusión y buscar propuestas desde la universidad, la educación y la sociedad en pleno estamos convocando el I Foro Iberoamericano de Ingeniería y Sociedad Digital.

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