Ciencia de la Sostenibilidad

La estrecha vinculación de los problemas socioambientales que caracterizan la grave situación de emergencia planetaria reduce la efectividad de su tratamiento por separado realizado por distintas disciplinas, por lo que se precisa una nueva área de conocimientos, una Ciencia de la Sostenibilidad, que integre campos aparentemente tan alejados como, por ejemplo, el de la economía, el del estudio de la biodiversidad y el de la eficiencia energética, pero que tienen en común el referirse a acciones humanas que afectan a la naturaleza. Se hace evidente, pues, la necesidad de abordar globalmente, sin reduccionismos, el sistema cada vez más complejo constituido por las sociedades humanas y los sistemas naturales con los que interaccionan y de los que, en definitiva, forman parte. Esa es la razón de ser del nuevo paradigma de la Ciencia de la Sostenibilidad, cuyo objetivo explícito es contribuir a la Transición a la Sostenibilidad -es decir, señalar el camino hacia sociedades sostenibles- y cuyas características han de impregnar tanto las distintas disciplinas científicas como el conjunto de la actividad social.

Una insostenible situación de emergencia planetaria

Análisis científicos concordantes vienen caracterizando la situación actual del mundo por su insostenibilidad (ver Transición a la Sostenibilidad), es decir, por acercarse peligrosamente e incluso superar los límites del planeta (Worldwatch Institute, 1982-2014; Bybee, 1991; Vilches y Gil, 2003; Diamond, 2006; Duarte, 2006; Folke, 2013 ):

Es insostenible el actual ritmo de utilización de todo tipo de recursos esenciales, desde los energéticos a los bancos de pesca, los bosques, las reservas de agua dulce y el mismo suelo cultivable. Un ritmo muy superior al de su regeneración, cuando son renovables, o al de su sustitución por otros que sí lo sean (ver Consumo responsable, Nueva cultura del agua, Desarrollo Rural y Sostenibilidady Poner fin al agotamiento y destrucción de los recursos naturales).

Es insostenible el ritmo de producción de residuos contaminantes, muy superior al de la capacidad del planeta para digerirlos: una contaminación pluriforme y sin fronteras que envenena suelos, ríos, mares y aire y afecta ya a todos los ecosistemas, contribuyendo a la destrucción de los recursos (ver Lucha contra la contaminación).

Es insostenible, en particular, el acelerado incremento de gases de efecto invernadero, que está provocando un desarreglo climático, visible ya, entre otras muchas consecuencias, en la rápida disminución de las llamadas nieves perpetuas (la más importante reserva de agua dulce con la que cuentan miles de millones de seres humanos) y en el aumento de la frecuencia e intensidad de fenómenos atmosféricos extremos (huracanes, inundaciones, sequías e incendios…); el cambio climático contribuye así a un proceso de degradación generalizada que corre el riesgo de llegar a ser irreversible, haciendo inhabitable la Tierra para la especie humana (ver Frenar el cambio climático).

Es insostenible el proceso de urbanización acelerada y desordenada que potencia los efectos de la contaminación (a causa del transporte, calefacción, acumulación de residuos, etc.) y el agotamiento de recursos con la destrucción de terrenos agrícolas, el aumento de los tiempos de desplazamiento y consiguiente mayor consumo de recursos energéticos (ver Urbanización y Sostenibilidad).

Es insostenible el crecimiento explosivo de la población mundial, que puede estar ya cerca de sobrepasar la capacidad de carga del planeta: la especie humana acapara ya casi tanta producción fotosintética como la totalidad de las restantes especies, y su huella ecológica (es decir, el área de territorio ecológicamente productivo necesaria para producir los recursos utilizados y para asimilar los residuos producidos por una población dada) ha superado ampliamente la biocapacidad del planeta (ver Crecimiento demográfico y Sostenibilidad).

Es insostenible la acelerada pérdida de biodiversidad, que obliga a hablar de una sexta gran extinción ya en marcha, que amenaza con romper los equilibrios de la biosfera y arrastrar a la propia especie humana, causante de esta extinción (ver Biodiversidad).

Es insostenible e inaceptable el desequilibrio entre una quinta parte de la humanidad impulsada al hiperconsumo y miles de millones de personas que sufren hambre y condiciones de vida insoportables (ver Consumo responsable). Baste señalar que los 20 países más ricos del mundo han consumido en el último siglo más naturaleza, es decir, más materia prima y más recursos energéticos no renovables, que toda la humanidad a lo largo de su historia y prehistoria, mientras que para 1500 millones de seres humanos, que viven con menos de un dólar al día, aumentar su consumo es cuestión de vida o muerte y un derecho básico (ver Reducción de la pobreza e Igualdad de género).

Es insostenible, en definitiva, un sistema socioeconómico que apuesta por el crecimiento económico indefinido en un planeta finito (ver Economía y Sostenibilidad) y que es responsable de estos y otros problemas igualmente graves, como la pérdida de diversidad cultural, garantía de la pluralidad de respuestas a los retos a que se enfrenta la humanidad (ver Diversidad cultural) o los conflictos y violencias causados por la competitividad, por el afán de controlar los recursos energéticos (ver La transición energética) y otras materias primas y, en definitiva, por la destructiva anteposición de intereses particulares a la cooperación en beneficio de todos (ver Evitar conflictos y violencias).

Se suele replicar a estos análisis recordando que el extraordinario crecimiento económico que tuvo lugar en buena parte del planeta desde la segunda mitad del siglo XX produjo importantes avances sociales. Se señala, por ejemplo, que la esperanza de vida en el mundo pasó de 47 años en 1950 a 64 años a finales del siglo XX. Una mejor dieta alimenticia, por ejemplo, se logró aumentando la producción agrícola y ganadera, las capturas pesqueras, etc. Esta y otras mejoras han exigido maquinaria de labranza, plaguicidas, barcos frigoríficos… y abundantes recursos energéticos: han exigido, en definitiva, un enorme crecimiento económico, pese a estar lejos de haber alcanzado a la mayoría de la población. Esa es una de las razones, sin duda, por la que muchos responsables políticos, movimientos sindicales, etc., apuestan por la continuación del crecimiento.

Sin embargo, estudios como los de Meadows sobre “Los límites del crecimiento”, realizados en los años sesenta del siglo XX, comenzaron ya a mostrar la estrecha vinculación entre los indicadores de crecimiento económico y los de degradación ambiental, viniendo a cuestionar la posibilidad de un crecimiento continuado (Meadows et al., 1972). El concepto de huella ecológica ha permitido cuantificar aproximadamente estos límites: se estima que en la actualidad la huella ecológica media por habitante es de 2,8 hectáreas, lo que multiplicado por los más de 7000 millones de habitantes supera con mucho la superficie ecológicamente productiva (incluyendo los ecosistemas marinos) o biocapacidad de la Tierra, que se ve reducida a 1.7 hectáreas por habitante (ver Economía y Sostenibilidad). Puede afirmarse, pues, que la especie humana está consumiendo más recursos que los que el planeta puede regenerar y produciendo más residuos que los que se pueden digerir. Todo ello justifica que hoy hablemos de un crecimiento insostenible. Como afirma Brown (1998) “Del mismo modo que un cáncer que crece sin cesar destruye finalmente los sistemas que sustentan su vida al destruir a su huésped, una economía global en continua expansión destruye lentamente a su huésped: el ecosistema Tierra”. No es posible, pues, seguir “externalizando” los costes ambientales (ni tampoco los sociales, con ataques a los derechos laborales y sociales, destrucción de servicios públicos, etc.) para reducir costes y ganar competitividad; eso puede favorece el beneficio económico a muy corto plazo, pero supone un grave e insostenible atentado al bien común que es urgente interrumpir (ver Derechos Humanos y Sostenibilidad).

No puede extrañarnos, pues, que desde finales del siglo XX se hayan venido prodigando justificados llamamientos y tomas de posición de los movimientos sociales y de la comunidad científica acerca de la necesidad y urgencia de abordar los problemas socioambientales que caracterizan la insostenible situación actual.

La necesaria implicación de la comunidad científica en la construcción de un futuro sostenible

Podemos comenzar recordando el llamamiento realizado en 1998 por Jane Lubchenco, presidenta a la sazón de la AAAS (American Association for the Advancement of Science) -la más importante asociación científica a nivel mundial, tanto por el número de miembros como por la cantidad de premios Nobel y científicos de alto nivel que forman parte de la mismareclamando que el siglo XXI sea, para la ciencia, el siglo del medio ambiente y que la comunidad científica “reoriente su maquinaria” hacia la resolución de los problemas que amenazan el futuro de la humanidad (Lubchenco, 1998).

Estos llamamientos no han dejado de multiplicarse: podemos destacar como ejemplo reciente el denominado “Memorando de Estocolmo: Inclinando la balanza hacia la Sostenibilidad”, documento firmado en mayo de 2011 por los participantes en el Tercer Simposio sobre la Sustentabilidad Ambiental (http://globalsymposium2011.org/es), promovido por Naciones Unidas, entre los que figuran premios Nobel de Física, Química, Economía, Medicina y Literatura. El memorando publicado reclama una urgente transición a la Sostenibilidad que implica, entre otros, una transformación radical en la forma de usar la energía y las materias primas mediante mecanismos que desacoplen el desarrollo económico de la utilización de recursos energéticos contaminantes y no renovables. El documento termina con estas palabras: “Somos la primera generación consciente del nuevo riesgo global que enfrenta la humanidad, por lo que recae sobre nosotros cambiar nuestra relación con el planeta para asegurar que dejaremos un mundo sostenible a las futuras generaciones”.

Mención especial merece el programa de investigación de 10 años “Future Earth – Research for Global Sustainability” (http://www.icsu.org/future-earth) lanzado en 2012 tras la Cumbre de la Tierra Rio+20 por el International Council for Science (ICSU), que pretende movilizar a millares de científicos y reforzar los vínculos con los responsables en la toma de decisiones, para fundamentar el profundo cambio global que supone la transición hacia la Sostenibilidad (ver Ciencia y Tecnología para la Sostenibilidad).

De forma convergente, el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, ha lanzado en agosto de 2012 la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible (http://unsdsn.org/), una nueva red mundial, de carácter independiente, destinada a movilizar tanto a la comunidad científica como a la sociedad civil en la búsqueda de soluciones a los problemas de Sostenibilidad y dirigida por el profesor Jeffrey Sachs, Asesor Especial del Secretario General de la ONU para los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que culminan en 2015. La iniciativa es, precisamente, parte del mandato de la ONU para Beyond 2015 (http://www.beyond2015.org/), es decir, para el establecimiento de unos nuevos y ambiciosos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ver Objetivos de Desarrollo Sostenible).
Estos y otros llamamientos han dado ya lugar a desarrollos científicos y tecnológicos importantes en campos como la puesta a punto de recursos energéticos limpios y sostenibles, el aumento de la eficiencia de aparatos y procesos (con el consiguiente ahorro energético), la producción ecológica de alimentos, la reducción y reciclado de los desechos, la prevención de catástrofes, la recuperación de ecosistemas dañados, etc. De hecho en publicaciones científicas e incluso en Internet pueden encontrarse una multitud de contribuciones orientadas al logro de la Sostenibilidad, relacionadas con distintas disciplinas científicas: Química Verde, Ecología Industrial, Física e Ingeniería para el Medio Ambiente, Economía baja en carbono, etc. (ver Ciencia y Tecnología para la Sostenibilidady La transición energética).

Y del mismo modo, una amplia literatura muestra innumerables contribuciones de la Educación ambiental, con tratamientos que contemplan el Ambiente en su sentido más amplio, es decir, que incluyen a la especie humana como parte del mismo, tal como se propuso ya en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente Humano, celebrada en Estocolmo en 1972. Como parte de este proceso surgieron, entre otras cosas, las propuestas de Educación para el Desarrollo Sostenible (EDS) y se aprobó por la Asamblea General de Naciones Unidas el lanzamiento de la Década de la Educación para el Desarrollo Sostenible 2005-2014 (http://www.oei.es/decada), también denominada en su origen Educación por un futuro sostenible, con el propósito de implicar al conjunto de la población en la necesaria y cada vez más urgente transición a la Sostenibilidad, solicitando para ello el apoyo de todas las áreas y todos los niveles educativos, tanto de la educación formal como de la no reglada (ver Educación para la Sostenibilidad).

Nos encontramos así, por una parte, con una creciente gravedad de problemas que amenazan con una degradación irreversible de las condiciones de vida en el planeta y, por otra, con un número también creciente de estudios y propuestas para hacer frente a dichos problemas que han dado lugar, como ya hemos señalado, a notables realizaciones a favor de la Sostenibilidad. Pero, pese a la importancia de estas contribuciones de distintas áreas de conocimiento, se ha empezado a comprender sus serias limitaciones, debido a que los problemas que se pretende resolver están estrechamente vinculados y se potencian mutuamente, por lo que no pueden abordarse separadamente. Esa es la conclusión de Jared Diamond, en su libro Colapso, tras analizar 12 grupos de problemas a los que se enfrentan nuestras sociedades y que van desde la destrucción acelerada de hábitats naturales a la explosión demográfica, pasando por la incorrecta gestión de recursos como el agua, o la contaminación provocada por las industrias y el transporte: “Si no resolvemos cualquiera de la docena de problemas sufriremos graves perjuicios (…) porque todos ellos se influyen mutuamente. Si resolvemos once de los doce problemas, pero no ese decimosegundo problema, todavía nos veríamos en apuros, con independencia de cuál fuera el problema” (Diamond, 2006, página 645).

En ello ha insistido recientemente el Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, haciéndose eco de los estudios científicos: “Los problemas más acuciantes están vinculados”. No es posible resolver un único problema –ya sea el agotamiento de recursos, el cambio climático, la pobreza extrema o la crisis económica- sin tener en cuenta su vinculación con los restantes. Ese es precisamente uno de los argumentos esgrimidos para justificar la creación en 2006 de una revista, Sustainability Science, específicamente dedicada a una nueva y pujante área de conocimiento: “Los problemas a los que la Ciencia de la Sostenibilidad ha de hacer frente no solo son complejos sino que están interconectados. Para encontrar soluciones a los mismos, debemos clarificar primeramente sus relaciones” (Komiyama & Takeuchi, 2006).

Presentaremos ahora esta nueva Ciencia de la Sostenibilidad, cuyo surgimiento constituye una profunda revolución científica, necesaria para hacer frente a la problemática sistémica y compleja que caracteriza la insostenible situación de emergencia planetaria en la que nos encontramos (Vilches y Gil Pérez, 2013).

La Ciencia de la Sostenibilidad: una revolución científica para la construcción de un futuro sostenible

Como acabamos de señalar, la estrecha vinculación de los problemas socioambientales que caracterizan la grave situación de emergencia planetaria reduce la efectividad de su tratamiento por separado realizado por distintas disciplinas, por lo que se precisa una nueva área de conocimientos, una Ciencia de la Sostenibilidad, que integre campos aparentemente tan alejados como, por ejemplo, el de la economía, el del estudio de la biodiversidad y el de la eficiencia energética, pero que tienen en común el referirse a acciones humanas que afectan a la naturaleza. Así lo destacan 23 investigadores procedentes de distintas áreas en un artículo conjunto publicado en la revista Science en 2001: “Está emergiendo un nuevo campo de ciencia para la Sostenibilidad que busca comprender el carácter fundamental de las interacciones entre la naturaleza y la sociedad” (Kates et al., 2001). Komiyama & Takeuchi (2006) se refieren, en particular, al necesario reconocimiento de la existencia de un “vínculo fundamental entre ciencia y economía”, algo que, debemos insistir, no tiene nada que ver con poner a la tecnociencia al servicio de la economía; muy al contrario, supone el reconocimiento de que la economía no puede desarrollarse autónomamente, ignorando los problemas socioambientales estudiados por otras ciencias; y que, paralelamente, dichos problemas no pueden ser resueltos y ni siquiera comprendidos si no se analiza su vinculación con el crecimiento económico (Vilches y Gil Pérez, 2013).

Se hace evidente, pues, la necesidad de abordar globalmente, sin reduccionismos, el sistema cada vez más complejo constituido por las sociedades humanas y los sistemas naturales con los que interaccionan y de los que, en definitiva, forma parte. Esa es la razón de ser de la naciente Ciencia de la Sostenibilidad, cuyo objetivo explícito es contribuir a la transición a la Sostenibilidad, es decir, señalar el camino hacia una sociedad sostenible (Komiyama & Takeuchi, 2006).

Se trata de una ciencia nueva para un nuevo período de la historia de la humanidad, el Antropoceno, en el que el planeta está experimentando grandes cambios, debidos principalmente a la acción de los seres humanos y que afectan desde la biodiversidad hasta a la composición de la atmósfera, amenazando la supervivencia de la propia especie humana: “La Revolución Industrial y los cambios económicos, demográficos, tecnológicos y culturales asociados a la misma han conducido a lo que muchos científicos han comenzado a denominar ‘el Antropoceno’, que podemos básicamente traducir como la Edad de los seres humanos. Una respuesta a este desarrollo es el campo emergente de la ‘Ciencia de la Sostenibilidad’, un intento multidisciplinar y sistémico de percibir y comprender esta nueva etapa. Para lograrlo, sin embargo, es necesario desarrollar metodologías y marcos conceptuales que vayan más allá de las orientaciones existentes, predominantemente reduccionistas, que puedan abordar las características emergentes de sistemas complejos en los que se integran sistemas culturales y sociales, construcciones tecnocientíficas y sistemas naturales” (Allenby, 2006).

Puede afirmarse por ello que nos encontramos ante una profunda revolución científica (Vilches y Gil, 2003): después de la revolución copernicana que vino a unificar Cielo y Tierra, después de la Teoría de la Evolución, que estableció el puente entre la especie humana y el resto de los seres vivos… ahora estaríamos asistiendo a la integración del desarrollo social (económico, industrial, cultural…) con los procesos del llamado mundo natural. Se derriban así barreras como la que separaba las ciencias sociales de las naturales, haciendo posible la comprensión de las interacciones humanidad/medio físico al abordar conjuntamente una problemática que es sistémica y compleja.

Para mejor comprender el alcance de esta revolución científica –que algunos asocian a la idea de Consiliencia con la que el biólogo Edward O. Wilson (1998) sugirió la unificación de ciencias y humanidades- conviene detenerse en las características de la nueva Ciencia de la Sostenibilidad. Por lo que llevamos señalado hasta aquí, es obvio que ha de ser profundamente interdisciplinaria, para evitar el olvido de factores esenciales, que deben ser contemplados conjuntamente, puesto que se abordan retos complejos en los que intervienen problemas muy diversos pero estrechamente vinculados. Eso obliga a integrar una pluralidad de conocimientos utilizando estrategias de investigación sistémicas, para no caer en simplificaciones inadecuadas que bloquean la comprensión y conducen a supuestas “soluciones” que generan problemas aún más graves que los que se pretendían resolver. Es lo que ocurrió, por citar un ejemplo paradigmático, con el uso del DDT, plaguicida sintetizado tras la segunda guerra mundial para lograr mejores cosechas y dar a comer a una población en rápido crecimiento: hubo que acabar prohibiéndolo por sus graves efectos permanentes sobre el medio ambiente, incluida la propia especie humana.

Pero la revolución científica que supone la Ciencia de la Sostenibilidad va más allá de la unificación de campos y resulta aún más profunda: se ha comprendido que, para hacer posible la transición a la Sostenibilidad, es necesario incorporar en la investigación y toma de decisiones a personas cuyo trabajo habitual se desarrolla fuera del ámbito académico, porque los objetivos, conocimientos y posibilidad de intervención de la ciudadanía resultan imprescindibles para definir y poner en práctica estrategias viables. Se trata, pues, de una ciencia transdisciplinar que potencia la participación ciudadana desde el origen mismo de los estudios realizados, es decir, que apuesta por una plena integración ciencia/sociedad que rompa el aislamiento del mundo académico y multiplique la efectividad del trabajo conjunto.

Debemos recordar a este respecto el papel esencial jugado por la ciudadanía en la resolución de problemas tan graves como el ya mencionado del DDT y otros contaminantes orgánicos persistentes. La denuncia realizada por Rachel Carson (1962) en su libro “Primavera silenciosa” provocó críticas violentas y un acoso muy duro por parte de la industria química, políticos, e incluso numerosos científicos, que negaron inicialmente valor a sus pruebas. Sin embargo, apenas 10 años más tarde se reconoció que el DDT era realmente un peligroso veneno y se prohibió su utilización en el mundo rico, aunque, desgraciadamente, se siguió utilizando en los países en desarrollo. Lo que interesa destacar aquí es que la batalla contra el DDT fue dada por científicos como Rachel Carson en confluencia con grupos ciudadanos que fueron sensibles a sus llamadas de atención y argumentos. De hecho Rachel Carson es hoy recordada como “madre del movimiento ecologista”, por la enorme influencia que tuvo su libro en el surgimiento de grupos activistas que reivindicaban la necesidad de la protección del medio ambiente, así como en los orígenes del movimiento denominado CTS (Ciencia- Tecnología-Sociedad) y más recientemente CTSA (agregando la A de Ambiente para llamar la atención sobre los graves problemas de degradación del medio que afectan cada vez más a la totalidad del planeta). Sin la acción de estos grupos de ciudadanos y ciudadanas alfabetizados científicamente, es decir, con capacidad para comprender los argumentos de Carson, la prohibición se hubiera producido mucho más tarde, con efectos aún más devastadores. Una situación similar se vivió en los años 70 con el uso de los compuestos clorofluorocarbonados (CFC), utilizados en sistemas de refrigeración, pulverizadores, etc., y el hallazgo de que provocaban un peligroso adelgazamiento de la capa de ozono que nos protege de las radiaciones ultravioleta: gracias a los trabajos de científicos como Crutzen, Rowland y Molina y al apoyo del movimiento ecologista, que contribuyó a dar realce social a sus investigaciones, se logró en 1987 prohibir su uso en el Protocolo de Montreal, a tiempo de evitar una catástrofe mayor. Y si bien los tres investigadores acabaron obteniendo el Premio Nobel en 1995, no debemos olvidar que la primera reacción, sobre todo del mundo empresarial, fue poner en duda estos resultados acusando a los científicos de catastrofistas. Por ejemplo, el presidente de “Dupont”, líder mundial en producción de CFC, calificó los estudios de “relatos de ciencia ficción” y “montón de basura”. La acción ciudadana fue determinante para el logro del Protocolo de Montreal, como lo fue en la prohibición del DDT (ver Lucha contra la contaminación).

Ejemplos como estos han contribuido a hacer ver la importancia de la transdisciplinariedad para la Ciencia de la Sostenibilidad, cuya problemática afecta muy directamente a la ciudadanía. Ya no se trata de esperar a que los movimientos ciudadanos reaccionen a posteriori ante los efectos negativos de un determinado desarrollo tecnocientífico, sino de implicarles desde el primer momento en los análisis y toma de decisiones. No tiene sentido hoy, por ejemplo, que se apruebe la extracción de hidrocarburos mediante la tecnología del “fracking” o fractura hidráulica sin un análisis completo de sus consecuencias socioambientales a corto, medio y largo plazo, algo a lo que han de contribuir distintos sectores de la comunidad científica –no solo el que se plantea la viabilidad técnica del proceso- y, por supuesto, los sectores ciudadanos directa e indirectamente implicados (ver Ciencia y Tecnología para la Sostenibilidad).

Hablar, como acabamos de hacer, de consecuencias socioambientales a corto, medio y largo plazo conduce a referirnos a una tercera característica fundamental de esta nueva ciencia transformadora: sus estrategias deben responder a una visión amplia, holística, tanto espacial como temporalmente: han de estar concebidas en una perspectiva “glocal” (a la vez global y local) y a largo plazo, esforzándose en anticipar riesgos y obstáculos y en aprovechar tendencias positivas. Dicho de otro modo, todos los objetivos a corto o medio plazo, en el problema de la energía o en cualquier otro, han de tener presente esta visión amplia, sólidamente fundamentada, para no entrar en contradicción entre sí. Y esta visión amplia, esta cosmovisión que fundamenta la Ciencia de la Sostenibilidad apunta a la construcción de una sociedad sostenible, en la que el crecimiento depredador e insolidario es sustituido por un Desarrollo Sostenible, susceptible de “satisfacer las necesidades de la generación presentesin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades» (Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, 1988) (ver Sostenibilidad). La Ciencia de la Sostenibilidad se concibe así como un instrumento para el gran cambio de paradigma en nuestra cosmovisión –el “Gran Giro”, en palabras de Moore y Nelson (2013)- que supone la transición a la Sostenibilidad.

La Ciencia de la Sostenibilidad como pujante nueva área de conocimiento

La Ciencia de la Sostenibilidad está experimentando un impresionante desarrollo en torno a un conjunto de preguntas clave, muchas de las cuales aparecen explícitamente formuladas en diversos documentos “fundacionales” de la nueva área (Kates et al., 2001; Turner et al., 2003; Komiyama y Takeuchi, 2006). Las sintetizamos a continuación en un orden que, por supuesto, no responde a ninguna jerarquización:

  • ¿Cuáles son los problemas a los que se enfrenta hoy la humanidad y cuáles son sus vinculaciones?
  • ¿Por qué una Ciencia de la Sostenibilidad si de esta problemática ya se vienen ocupando distintas ciencias? ¿Qué se gana con ello?
  • ¿En qué consiste la Ciencia de la Sostenibilidad? y ¿Cuáles son las interacciones naturaleza-sociedad que intentan clarificar la especificidad de la nueva ciencia?

Buen número de las preguntas abordan cuestiones acerca del propósito fundamental de la Ciencia de la Sostenibilidad, que es contribuir a hacer posible una transición a la Sostenibilidad:

  • ¿Por qué es necesaria una transición a la Sostenibilidad? ¿Cuáles son sus objetivos? ¿Qué medidas se precisan para lograr la Sostenibilidad y cómo llevarlas adelante?
  • ¿Cuál es el papel de la educación en este proceso?
  • ¿Cuáles son los obstáculos? ¿Y las tendencias positivas?
  • ¿Cómo evaluar los avances hacia la Sostenibilidad? ¿Cuáles pueden ser los indicadores?

Respondiendo a este tipo de preguntas, la nueva Ciencia de la Sostenibilidad ha avanzado en los tratamientos cuantitativos (Orecchini, 2007) y realizado ya numerosas aportaciones: “Hoy el nuevo campo ha desarrollado ya una agenda básica de investigación, está produciendo un creciente flujo de resultados, y sus métodos y contribuciones se enseñan en un número cada vez mayor de universidades. Como las ciencias agrícolas y de la salud, la Ciencia de la Sostenibilidad es un campo definido por los problemas que aborda más que por las disciplinas que emplea. En particular, este campo pretende facilitar lo que el National Research Council [USA] ha denominado una ‘Transición hacia la Sostenibilidad’, mejorando la capacidad de la sociedad para utilizar la Tierra de forma que simultáneamente satisfaga las necesidades de una población que sigue creciendo aunque tiende a estabilizarse, proteja los ecosistemas del planeta que dan soporte a la vida, y reduzca drásticamente el hambre y la pobreza” (Clark, 2007). Más concretamente, los trabajos de Transición a la Sostenibilidad abordan cuestiones como las siguientes:

  • Necesidad y posibilidad de la Transición a la Sostenibilidad
  • Necesidad de una visión global de objetivos básicos para el Desarrollo Sostenible (ODS)
  • Combatir los desequilibrios y discriminaciones
  • Regeneración ambiental
  • Transición a una economía sostenible
  • Transición energética
  • Consumo responsable
  • Transición demográfica
  • Transición educativa y cultural
  • Transición de la forma de investigación para incorporar la inter y transdisciplinariedad
  • Transición de la gobernanza y toma de decisiones
  • Evaluación de la transición a la Sostenibilidad

Kajikawa y otros (2007) realizaron un cuidadoso análisis bibliográfico concluyendo que se estaban publicando anualmente más de 3000 artículos en un número creciente de revistas específicas, de las que dan una amplia enumeración y de las que podemos destacar tres, todas ellas publicadas digitalmente: Sustainability Science (http://link.springer.com/journal/11625, desde 2006), Sustainability: Science, Practice, & Policy (http://sspp.proquest.com/, desde 2005) y los Proc. Natl. Acad. Sci. USA (http://www.pnas.org/). Más recientemente, Bettencourt y Kaur (2011) concluyen que “el campo está actualmente creciendo de forma exponencial, con un periodo de duplicación de 8.3”.

Es preciso insistir, por otra parte, en que el desarrollo de la Ciencia de la Sostenibilidad favorece a las propias ciencias de las que se nutre. A título de ejemplo podemos referirnos a cómo la industria química se está beneficiando de los avances en energías renovables y muy en particular en las de aprovechamiento de la biomasa. En efecto, muchos procesos químicos industriales son altamente dependientes del petróleo como materia prima, compitiendo con su uso como combustible. Los progresos logrados en el uso de biomasa (no destinada a alimentación) para la obtención de biocombustibles ofrecen alternativas para la obtención de productos esenciales (desde plásticos y tejidos sintéticos a medicamentos) sin tener que recurrir al petróleo como materia prima. Los avances en este campo están siendo tan rápidos que la formación de la próxima generación de químicos e ingenieros químicos deberá cambiar desde el énfasis actual en las manufacturas de base petroquímica a un énfasis mucho mayor en los procesos que utilicen productos biológicos como materias primas.

Y en este desarrollo, la educación está jugando y ha de seguir jugando un papel esencial, como demanda el carácter transdisciplinar de la Ciencia de la Sostenibilidad (ver Educación para la Sostenibilidad). Así lo destacan Komiyama y Takeuchi (2006) en el Editorial del primer número de la revista Sustainability Science: “quisiéramos enfatizar el papel clave de la educación en este proceso (…) Es particularmente esencial que se logre interesar a la generación que será adulta a mediados del siglo XXI -cuando se espera que se alcancen valores críticos en la disponibilidad de fuentes de energía y de otros recursos- en los problemas de Sostenibilidad y en cómo resolverlos”.

Ahora bien, ¿en qué medida esta revolución científica está contribuyendo realmente a la cada vez más necesaria y urgente transición a la Sostenibilidad? Abordaremos, para terminar, esta cuestión esencial y extraeremos las implicaciones correspondientes para el desarrollo más eficiente del nuevo enfoque.

La Ciencia de la Sostenibilidad: más allá de una nueva disciplina

Han pasado ya tres lustros desde el surgimiento de la Ciencia de la Sostenibilidad y su rápida constitución como nueva disciplina. Y pese a su pujante desarrollo, los miles de artículos publicados anualmente, los numerosos congresos internacionales realizados, etc., no parece haber contribuido a acelerar significativamente la necesaria y cada vez más urgente transición a la Sostenibilidad (Kauffman & Arico, 2014). Ello ha dirigido la atención hacia su constitución como área específica de conocimientos. En efecto, cabe sospechar que el hecho mismo de que se conciba como una nueva disciplina académica con sus órganos propios de expresión, pueda traducirse en un desarrollo autónomo, relativamente estanco, con escasa influencia sobre el resto de la comunidad científica y movimientos sociales (contradiciendo así los principios de inter y transdisciplinariedad que están en su origen).

De hecho, entrevistas realizadas a profesores e investigadores universitarios de distintas áreas científicas muestran un desconocimiento general de la nueva disciplina, incluso entre el profesorado vinculados a la educación ambiental. Y el análisis de los artículos publicados en diferentes revistas de, por ejemplo, enseñanza de las ciencias (Science Education) confirma, lamentablemente, la escasa influencia de la nueva área de conocimientos fuera de sus órganos de expresión propios. En efecto, entre los varios miles de artículos publicados en cerca de tres lustros por 26 revistas seleccionadas entre las más conocidas y utilizadas, solo hemos encontrado uno (al margen de nuestras propias contribuciones) que haga referencia a la Ciencia de la Sostenibilidad. Se trata de un artículo publicado en Science Education (Carter, 2008) que señala la novedad y potencial importancia de la nueva ciencia para el desarrollo de la educación científica durante el siglo XXI y reconoce las limitaciones de las disciplinas tradicionales para investigar situaciones complejas. Pero, según los resultados que acabamos de comentar, es preciso reconocer que esta potencialidad no ha dado lugar hasta el momento a un número significativo de contribuciones. Todo parece indicar que la Ciencia de la Sostenibilidad, pese a sus planteamientos epistemológicos interdisciplinarios, está ejerciendo escasa influencia sobre la educación científica; y cabe temer que lo mismo sucede con otras áreas.

Resultados como estos nos hacen pensar que la auténtica revolución científica capaz de integrar el desarrollo social (económico, industrial, cultural…) con los procesos del llamado mundo natural -para mejor comprender las interacciones entre la naturaleza y la sociedad y favorecer a ambas- no puede darse solo con la creación de una nueva área de conocimiento, sino que ha de constituir un nuevo paradigma, una nueva orientación que ha de impregnar a todas las disciplinas: el trabajo de los biólogos, economistas, físicos, ingenieros, químicos, educadores, etc., sea cual sea su campo de actividad, ha de tener presente el conjunto de las repercusiones socioambientales –tanto a corto como a medio y largo plazo- de dicha actividad; y eso obliga a estudiar las aportaciones de otras disciplinas, así como el punto de vista de los movimientos ciudadanos. Y esta orientación ha de impregnar igualmente toda la actividad social: la de las corporaciones, sindicatos, medios de difusión y, muy particularmente, la actividad política.

En esto ha de residir la esencia de la Ciencia de la Sostenibilidad: en la exigencia de interdisciplinariedad, transdisciplinariedad y planteamientos glocales en una perspectiva amplia, que impregne el trabajo de los profesionales de cualquier área, la enseñanza de las diferentes disciplinas, la educación ciudadana e, insistimos, la acción política que ha de orientar el desarrollo social. No basta con una nueva disciplina, necesitamos un auténtico cambio de paradigma que afecte al conjunto de las actividades sociales. Solo así será posible avanzar en la transición a la Sostenibilidad al ritmo que la gravedad de la situación lo requiere.

Referencias en este tema “Ciencia de la Sostenibilidad”

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Cita recomendada
VILCHES, A., GIL PÉREZ, D., TOSCANO, J.C. y MACÍAS, O. (2014). «Ciencia de la Sostenibilidad» [artículo en línea]. OEI. ISBN 978-84-7666-213-7. [Fecha de consulta: dd/mm/aa]. <http://www.oei.es/decada/accion.php?accion=24>VILCHES, A., GIL PÉREZ, D., TOSCANO, J.C. y MACÍAS, O. (2016). «Ciencia de la Sostenibilidad» [artículo en línea]. OEI. ISBN 978-84-7666-213-7. [Fecha de consulta: dd/mm/aa].
<http://www.oei.es/decada/accion.php?accion=24>
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