Librerías

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Con ocasión del X Encuentro Nacional de las Librerías celebrado en Burdeos el 3 de junio de 2013, la Ministra de Cultura Francesa, Aurélie Filippetti, declaraba: “hoy en día todo el mundo está cansado de Amazon, de sus prácticas de dumping, de su política de recorte de precios para penetrar mejor en los mercados y, después, hacerlos remontar una vez que están en situación de cuasi-monopolio”. “El sector del libro y de la lectura”, continuaba con absoluta convicción e investida de buenas razones, “está en competencia con ciertos sitios que utilizan todos las posibilidades para introducirse en el mercado del libro francés y europeo […] Eso resulta destructor para las librerías”. El Presidente del Sindicato Nacional de la Edición (SNE), Vincent Montagne, presidente de Média-Participations y del Syndicat National de l'Edition (SNE), decía en la conferencia de clausura del Encuentro Nacional de la Librerías:

Esa es la razón por la cual hoy, nosotros, editores, reafirmamos nuestra voluntad de ayudar a las librerías, prioritariamente a aquellas librerías que redoblan su creatividad para desarrollar su actividad. Me complace anunciar, en nombre del SNE, un esfuerzo sin precedentes, un esfuerzo excepcional de los editores, que se han fijado el objetivo voluntario de financiar por una cantidad de 7 millones de euros un fondo complementario de ayuda a la librería.
El total de las ayudas concedidas, sin entrar ahora en pormenores, asciende a 18 millones de euros, cantidad que llevó al Presidente de los libreros franceses, Matthieu de Montchalin, a declarar: “Nunca habíamos conocido un plan en favor de la librería de tal cuantía”. En septiembre de 2013, tres meses después, en la cumbre bilateral germano-francesa celebrada en Berlín bajo el título El futuro de los libros, el futuro de Europa, sus dos ministros de cultura (de nuevo Filippetti junto a Bernd Neumann), asumían que "el mayor desafío para los participantes del mercado europeo en la actualidad es hacer frente a las compañías globales de Internet como Amazon y Google, garantizando así la calidad y la diversidad en el mercado europeo de libros digitales". Y reconocían a continuación, expresamente, el compromiso específico de las empresas editoriales: "las pequeñas y medianas empresas europeas invierten constantemente en calidad y bibliodiversidad. Generan unos 40 mil millones de euros al año y emplean alrededor de 200.000 personas en puestos de trabajo cualificados". Por primera vez en la historia reciente los alemanes -reacios a adoptar medidas estatales para la protección de sus librerías-, firmaron un pacto o un acuerdo para su salvaguarda, un documento que recoge cuatro asuntos tan polémicos como pertinentes: el precio fijo de los libros; la armonización tributaria de las sociedades en el seno de la Unión Europea; la igualación del IVA para los libros electrónicos y la protección de los derechos de autor. Para llegar hasta este punto subyacía un acuerdo esencial: resulta pertinente y necesario que los gobiernos nacionales y la misma Unión Europea intervengan en la protección de su industria cultural -en este caso las librerías y la edición independiente- porque su patrimonio, su herencia, su legado y su acceso están amenazados por la pujanza y poder igualador (devaluador) de las operadoras multinacionales. Soy de la opinión de que estas empresas multinacionales operan de manera lícita utilizando para ello los mecanismos y los espacios que la propia Unión les proporciona: el hecho de que tributen en países distintos a los que comercializan o que utilicen mano de obra en condiciones de explotación laboral (como denuncia el libro de En los dominios de Amazon, de Jean-Baptiste Malet, recientemente publicado por Trama o los reportajes que a finales del año pasado emitió la TV nacional alemana), no es tanto una falta achacable a la empresa como una expresión de la incapacidad jurídica y política de la Unión. Sea como fuere, se ha buscado un chivo expiatorio (varios chivos expiatorios) fácilmente reconocibles que, al menos, sirven para concitar las fuerzas de los afectados. Al menos en algunos sitios... Entre nosotros, que casi siempre somos la excepción, las cosas no se ven de esta manera (al menos por ahora). En el Plan Estratégico General de la Secretaría de Estado de Cultura 2012-2015 publicado en septiembre de 2012, no se encuentra la palabra “librería” en ninguna de sus 124 páginas. “Libro” solamente se encontrará asociado a una cuestión meramente instrumental: la adecuación de las subvenciones concedidas a libros y revistas. Las librerías no forman parte en nuestro país, obviamente, de una política de Estado que las comprenda como puntos de acceso insustituibles a la cultura, como salvaguarda de la diversidad de la oferta cultural y como sostén de la convivencia ciudadana. Claro que esto resulta comprensible si estamos de acuerdo con lo que nuestro Secretario de Estado de Cultura opina respecto a las medidas destinadas a la protección de la "excepción cultural":
Es el instrumento que países como Francia han tenido que utilizar para no ser diluidos por la potencia económica y cultural de Estados Unidos. España no necesita esa protección porque tiene detrás una cultura compartida por 500 millones de hispanohablantes en el mundo. Somos una gran potencia y tenemos que ser capaces de proyectarla
No conforta mucho saberse un gran potencia cuando nuestras librerías están seriamente amenazadas de quiebra y consunción. Jorge Carrión, en el estupendo y reciente Librerías, nos recuerda el trance funesto en el que muchas de ellas están: "en todos los países del mundo las librerías como el Pensativo [en Guatemala] han desaparecido o están desapareciendo o se han convertido en una atracción turística y han abierto su página web o en parte de una cadena de librerías que comparten el nombre y se transforman inevitablemente, adaptándose al volátil [...] signo de los tiempos". Esa misma sensación de urgencia es la que seguramente haya llevado a la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, a requerimiento de la Junta de Castilla y León, a invitarnos a unas cuantas personas -Manuel Gil, José Manuel Anta, Enrique Pascual, Javier Celaya y yo mismo), a reflexionar sobre las estrategias que cabría poner en marcha para potenciar y salvaguardar nuestras librerías, ese bien insustituible, foco de tolerancia y cultura. En mi caso, como he dejado entrever, hablaré de las librerías en el mundo, sobre los sistemas de distinción, respaldo y promoción de la librería en el ámbito internacional. Porque ser una potencia mundial quizás no sea suficiente y convenga mirar y entender las razones de los demás.


Ciberfetichismo y utopía digital

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En el famoso Networked. The new social operating system, Lee Rainie y Barry Wellman aducían que las redes sociales han venido a sustituir las añejas y a menudo molestas y viscosas relaciones familiares, comunitarias y laborales tradicionales. La posibilidad de implicarse, voluntaria, esporádica y epidérmicamente a través de las redes con otras personas o colectivos, sería el nuevo cemento social, una suerte de adhesivo reversible que podría utilizarse en función de los deseos, intereses y necesidades de los usuarios. Los ejemplos que utilizan suelen apuntar a casos puntuales, no estadísticamente representativos, en los que algunas personas deciden colaborar ocasionalmente con otras personas que demandan de alguna manera su ayuda. Ya no serían las familias, nucleares o extenas, las que pudieran procurar el socorro o la ayuda; esa red protectora hace mucho tiempo que desapareció. En su lugar, sin embargo, parecería haber surgido una tela zurcida con los nodos de una red que se teje y desteje a voluntad, en función de las aficiones, propensiones o urgencias de los usuarios. Tampoco la comunidad como tal existe ni puede procurar socorro de ninguna clase. Eso parece residir en un pasado antropológico remoto en que los seres humanos estaban dominados por los principios y mitologías dominantes de culturas excesivamente densas. Hoy solamente existen individuos de voluntad intransitiva que eligen cómo y de qué manera se ponen o no en contacto con otros individuos de las mismas características, generando redes no mediadas o intermediadas por institución vertical o jerárquica alguna, mediante el uso de una ortopedia tecnológica que les permite, si lo desean, permanecer permanentemente en contacto. Ese sería el nuevo sistema operativo de nuestra sociedad contemporánea, o al menos eso defienden sus autores. Felipe Ortega y yo mismo intentamos demostrar en El Potlatch digital. Wikipedia y el triunfo del saber compartido, que en la red se pueden dar efectivamente sistemas de cooperación complejos que pueden llegar a generar constructos de conocimiento tan complejos como la enciclopedia más grande hasta ahora conocida. Pero advertíamos, con datos en la mano (con una enorme cantidad de datos), que eso no sucedía mediante la mera agregación molecular de las voluntades de los participantes, sino que requiería normas de organización muy estrictas que contemplaban, en el fondo, las tres normas que Elinor Ostrom contempló para cualquier tipo de organización comunitarista que quisiera gestionar un bien común. Nada hay en Wikipedia casual, nada hay de mero e iluso altruismo; hay normas y políticas compartidas que observan y comparten el puñado de personas que han asumido la responsabilidad de crearla, limpiarla y darle esplendor (con la ayuda atómica de otros cientos de miles de personas). La red, Internet, favorece esas modalidades contemporáneas de acción colectiva, pero aunque resulte un medio necesario, no es un medio suficiente. Es el contexto institucional y las normas compartidas las que nos alejan de una visión complaciente e ingenua del funcionamiento de la red. Antonio Lafuente, Andoni Alonso y yo mismo quisimos, más adelante, explorar la manera en que Internet podía empoderar a la ciudadanía en la cogestión de procesos complejos como los que la ciencia implica. Así, en ¡Todos sabios! Ciencia ciudadana y conocimiento expandido, pretendimos mostrar la manera en que la tecnología podía contribuir a que cualquier ciudadano que se sintiera aludido o implicado pudiera instruirse sobre los temas que le intereseran, compartir la información con otras personas, crear comunidades epistémicas (capaces de indagar por sí mismos asuntos velados u ocultados por la ciencia tradicional), discutir con los expertos, negociar el significado y la trascendencia de los descubrimientos científicos y sus implicaciones, aceptarlos o rechazarlos. En fin, empoderarse mediante el uso que las herramientas digitales ponen a nuestra disposición. Pero, una vez más, no creímos en ningún momento que la tecnología pudiera por sí misma hacer todo esto, que tuviera vida autónoma o que propulsara mágicamente la emancipación de la sociedad en su conjunto. Las tecnologías nunca son neutrales; están cargadas de política: las inventamos y, en su uso, nos transforman, modifican la manera en que nos comunicamos y nos relacionamos, en que generamos contenidos e inventamos. Pero siendo un elemento necesario, nunca es suficiente: siempre dependen del contexto institucional en el que se utilizan. El reciente y extraordinario libro de César Rendueles, Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital, nos recuerda que el ciberfetichismo, que la analogía de la red como el nuevo sistema operativo de nuestra sociedad, es una ideología sospechosamente parecida a la del ultraliberalismo californiano: seres humanos aislados, fragmentados en personalidades y ocupaciones inconexas, que obedecen solamente a su propia volición, que se conectan esporádicamente para satisfacerla, que practican un simulacro de sociabilidad mediante adhesiones banales (me gusta, no me gusta) o mediante encuentros lúdicos y circunstanciales, que son políticamente inocuos cuando no meramente reaccionarios. "Nos pensamos", dice Rendueles, "como racimos de preferencias, ocasionales pero intensas, a la deriva por los circuitos reticulares de la globalización postmoderna. Somos fragmentos de identidad personal que colisionan con otros en las redes sociales digitales y analógicas. El precio a pagar es la destrucción de cualquier proyecto que requiera una noción fuerte de compromiso [...] Internet genera una ilusión de intersubjetividad que, sin embargo, no llega a comprometernos con normas, personas y valores". Habrá quien se eche las manos a la cabeza por profanar los mantras de la postmodernidad digital, pero quienes llevamos tiempo buscando datos que avalen nuestras opiniones, sabemos que tiene gran parte de razón, que la red no favorece de manera automática una cooperación sostenida, ni un sentido de comunidad profundo, ni un proyecto compartido. Deben concurrir otros elementos para que eso sea posible. "Los ciberfetichistas", escribe Rendueles, en una prosa tan rica como su manera de enunciar los problemas, "no necesitan libertad conjunta -es decir, en común-, sólo simultánea -es decir, a la vez-. Internet suministra un sustituto epidérmico de la emancipación mediatne dosis sucesivas de independencia y conectividad. Las metáforas sociales de las redes digitales distribuidas hacen que las intervenciones políticas consensuadas parezcan toscas, lentas y aburridas frente al dinamismo espontáneo y orgánico de la red". Leo el magnífico libro de César Rendueles, al mismo tiempo, como una advertencia y una exigencia, también como una exhortación: no es tanto que las redes no puedan ayudarnos en ese proyecto de emancipación colectiva como que la manera acrítica en que la usamos nos conduce a su extremo opuesto, a la desintegracion y el fraccionamiento, a la celebración individual de una sociedad centrada en el consumo y en la satisfacción de deseos más o menos fútiles, donde los lazos comunitarios se han desintegrado. Si ese es el cemento de la sociedad contemporánea, deberemos inventar un nuevo adherente, porque la metáfora de la red es una coartada muchas veces para no indagar con la suficiente seriedad en los mecanismos de la acción colectiva, para practicar una suerte de fetichismo onanista. Hay todavía demasiados pocos trabajos que contrasten los lugares comunes de la utopía digital -comunidad, cooperación, acción colectiva, inteligencia cooperativa- con datos reales sobre el uso de las redes (e incluyo en esto el último trabajo de Manuel Castells, Redes de indignación y esperanza, más una proyección de la voluntad que un ejercicio científico). Leer a Rendueles me sirve para sospechar de las adhesiones fáciles a los mantras digitales y para practicar una sociología más atenta y vigilante.


#alfabetizacionesmultiples Un balance

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Lo primero que sería necesario hacer es erradicar del vocabulario escolar dos cosas: que las herramientas informáticas son meros recursos, que se utilizan de manera optativa, y que la clase de informática es un aula separada del resto a la que se suele acceder sin control alguno para, en todo caso, adquirir determinadas destrezas funcionales. Esa percepción de los medios de comunicación digitales como una ortopedia a menudo molesta, casi siempre incomprensible y en todo caso facultativa, solamente puede provenir de aquellos que no se sienten cómodos en el nuevo ecosistema digital de la información, de aquellos que nacieron y crecieron en el sistema analógico precedente y que estiman que el uso de la tecnología es, como mucho, un apósito que debe utiilzarse de manera discrecional. Así nos encontramos con que los grandes planes nacionales de Escuela 2.0. emprendidos por las administraciones públicas, dotados de millones de euros y decenas de miles de máquinas distribuidas entre miles de colegios, no han servido para generar un nuevo entorno de aprendizaje, para integrar las tecnologías como un nuevo código y un nuevo lenguaje al mismo nivel que la lectura y la escritura tradicionales. A lo sumo, en la mayoría de los casos, ha servido para reproducir en una pantalla las dinámicas pedagógicas precedentes, convirtiéndolos, ahora sí, en emplastos inservibles. En otros muchos casos, las máquinas siguen envaladas en las cajas en las que se enviaron, a la espera de que algún aguerrido docente se atreva a abrir la caja de Pandora. Para nuestros hijos, para nuestros alumnos, aquello a que nosotros nos empeñamos en llamar tecnologías no son tales, de la misma manera que difícilmente reconoceríamos un libro como tecnología, como artefacto. Ellos utilizan esos medios de naturaleza digital como mecanismos de comunicación, de intercambio, de creación, de la misma forma que un texto escrito o una conversación cumplían con esas funciones, en exclusividad, hace unos cuantos siglos. No son meros artefactos, muletas sobre los que apoyarse, sino mediaciones absolutamente naturales hacia la información, el conocimiento, la creación y el intercambio de saberes, bien con fines educativos, profesionales o de puro recreo. De ahí que, como demasiadas veces suele suceder, prescindir de esos medios naturales en el trabajo en el aula, prohibiendo expresamente su uso, no puede sino significar, para nuestros alumnos, para nuestros hijos, una suerte de afrenta, de pérdida o de agravio incomprensible, de mutilación arbitraria (tan arbitraria, al menos, como la que Sócrates intentó practicar con Fedro). ¿Cómo podrían sentirlo de otra manera cuando, en su quehacer habitual, cuando quieren aprender algo que les interesa, establecen sus propios objetivos de aprendizaje, buscan la información pertinente, configuran comunidades de aprendizjae 1:1 o con varios integrantes haciendo uso de las diversas aplicaciones de comunicación, ponen en común sus dudas y vacilaciones, sus certezas y sus conocimientos, generan un espacio abierto de intercambio de conocimiento sin ambiciones comerciales, construyen nuevos objetos a partir de lo aprendido, los ponen a disposición de quien los necesite, y lo hacen de manera lúdica y amena valiéndose siempre de lo que los adultos llaman tecnologías? Esas son, dicho sea de paso, las diez competencias principales de lo que Henry Jenkins llama el desafío de la cultura participativa (Confronting the Challenges of Participatory Culture). La tentación logocéntrica de los profesores es inevitable, natural, derivada de un trato prolongado con los libros y con la lógica discursiva que imponen (textual, sucesiva, silenciosa). De ahí que documentos como el de Alfabetización mediática e informacional. Currículum para profesores, promovido por la UNESCO (y generado en buena parte con la colaboración de José Manuel Pérez Tornero), sean importantes para superar la convicción parcial de que la alfabetización solamente consiste en leer, sumar y escribir. Desde esa convicción partió el día 2 de septiembre el curso Alfabetizaciones múltiples: una nueva ecología del aprendizaje, celebrado dentro del ámbito de los cursos de verano de la Universidad Menéndez Pelayo. El objetivo esencial, asumido lo anterior, era el de considerar los medios digitales como un lenguaje con un código propio que debía integrarse, plenamente, en el diseño de las secuencias pedagógicas en el aula, sin demérito alguno, obviamente, de la lectura y la escritura, de los libros y de cualquier otra forma escrita de expresión tradicional. Existen ya multitud de precedentes y marcos de referencia o normativos que permiten secuenciar con cierta facilidad la integración de las competencias digitales en el aula, de sus respectivos "saberes haceres", tantos que uno de los últimos documentos visados por el Comité de expertos de la Comisión Europea pretende sintetizarlos y poner orden entre todos ellos: Digital Competence in Practice_An Analysis of Frameworks, es, quizás, el documento más relevante a ese respecto. Su autora, Anusca Ferrari, define las alfabetizaciones múltiples como:

el conjunto de conocimientos, destrezas, actitudes, habilidades, estrategias y experiencias que son requeridos para el uso de las tecnologías de la información y los medios digitales con el fin de realizar una tarea; resolver un problema; comunicarse; gestionar información; colaborar; crear y compartir contenidos; construir conocimiento de manera efectiva, eficiente, apropiada, crítica, creativa, autónoma, flexible, ética, reflexiva bien sea para el trabajo, el ocio, la participación, el aprendizaje, la socialización, el consumo o el empoderamiento ciudadano.
Una definición prolija a fuer de intentar ser sintética. Sea como fuere, se encuentran en esa definición todos los elementos propios de lo que el Consejo Europeo denominó en noviembre de 2012 recogió en el documento Conclusiones del Consejo, de 26 de noviembre de 2012, sobre alfabetizaciones múltiples, un marco normativo en el que, por resumir, se recogían las siguientes competencias esenciales:
  1. aprender a manejar y leer contenidos en muy diversos formatos;
  2. reconstruir mensajes o significados necesariamente fragmentarios, a partir de las múltiples muestras que encontramos en la red;
  3. manipularlos, adaptarlos, remezclarlos y utilizarlos para los propósitos y objetivos que nos hayamos fijado;
  4. evaluarlos y juzgarlos con la altura de miras que cada caso requiera;
  5. negociar su utilidad y su significado con la comunidad con la que trabajemos y a la que pertenezcamos;
  6. poner en común lo que sabemos y lo que no sabemos, nuestro conocimiento y nuestra ignorancia, sin temor y sin apocamiento;
  7. realizar todo esto de manera coordinada e integrada, en un proceso iterativo a lo largo del cual se vaya perfeccionando la idea inicial hasta llegar a una conclusión colectivamente satisfactoria;
  8. empoderar a la ciudadanía en el uso de los medios digitales para participar plenamente en la vida política, como comentaristas críticos e instruidos, partícipes de pleno derecho en la vida pública.
La cuestión, por tanto, era: ¿cómo integrar de manera plena esas competencias en secuencias pedagógicas coherentes y transversales? Resulta absolutamente ilusorio pensar que las competencias digitales pueden entenderse desvinculadas de sus contextos reales de uso y aplicación, de los problemas y asuntos a los que deben dar respuesta, de manera que para nosotros resultaba imperativo transferir esa lógica práctica al mismo proceso de aprendizaje. Si pretendemos que nuestros alumnos aprendan haciendo, los profesores responsables de generar esa dinámica de aprendizaje en el aula deberían aprender del mismo modo: prácticamente. Para nosotros -y uso el plural para referirme al excepcional equipo que ha hecho posible este curso, excediendo en implicación y competencia todo lo previsible, Carmen Campos, Felix Lozano y Fernando Trujillo- resultaba indisociable el proceso de aprendizaje de los objetivos finales, el aprendizaje práctico de la integración curricular de las competencias digitales o las alfabetizaciones múltiples. Y así procedimos, desde el primer día, generando, como suele ser corriente en el arranque de todos esos procesos, no poco desconcierto y desubicación, pero era parte predecible del juego, y parte esencial del proceso de divergencia inicial. Durante cinco días, por tanto, los grupos de trabajo definieron sus propios objetivos, identificaron a sus usuarios, identificaron las características de sus arquetipos, diseñaron diversos prototipos, los sometieron al juicio y criterio de sus pares y de sus potenciales usuarios, reinterpretaron su trabajo a la luz de esas aportaciones en un proceso iterativo continuo, aprendieron de las faltas o desaciertos en un proceso de mejora continua, comprendieron que es posible (forzoso) integrar transversalmente las diversas áreas y materias del currículum en un ejericio de coordinación factible, y entendieron, en definitiva, que el nuevo ecosistema de aprendizaje que debemos diseñar está basado en tres principios fundamentales (simplificando): en la integración de los medios digitales como un lenguaje con un código y naturaleza propia; en el análisis de las motivaciones de sus usuarios y en su integración en la gestión del aula y del propio centro; en la coordinación entre todas las áreas y departamentos, empeñados en diseñar secuencias curriculares integradas, tareas bien coordinadas que abarquen diversas competencias. Suena complejo y difícil, pero resultó asequible y extraordinariamente enriquecedor. Gracias, eso sí, a cincuenta profesionales entregados y previamente motivados; gracias a la labor de seguimiento e iluminación incansable de Felix Lozano y Fernando Trujillo; gracias al complejo y extenuante trabajo de coordinación asumido por Carmen Campos; y gracias, como no, a nuestros brillantes y entrañables invitados a quienes hoy profeso, aún más, rendida admiración intelectual: Ferran Ruiz; José Manuel Pérez Tornero; Ramón Flecha; Laura Borras y Tíscar Lara. Síguenos en #alfabetizacionesmultiples y en http://alfabetizacionesmultiples.wordpress.com/


Los desafíos de la cultura participativa

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La ponencia de clausura de los dos cursos que se han celebrado esta semana en A Coruña da la palabra a Tíscar Lara. Escuchar a Tíscar es siempre un absoluto privilegio, por contenido y por capacidad de oratoria: nunca defrauda. He coincidido con ellas en muchos y diferentes eventos (ejemplo 1, ejemplo 2 y ejemplo 3). Paso a modo Twitter para narraros su ponencia:

Educative Innoveision Y con esto sí que acaban los cursos “Alfabetizaciones Múltiples: una nueva ecología del aprendizaje” y “Educación conectada: la escuela en tiempos de redes“. Ha sido un placer compartir estas entradas con vosotras y vosotros. ¡Un fuerte abrazo! pd. Esta entrada fue publicada originalmente por Fernando Trujillo en http://blog.fernandotrujillo.es/. Reproducida con el permiso del autor.


Narrativa transmedia y alfabetizaciones múltiples

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laura borras El cuarto día del curso de Alfabetizaciones Múltiples recibe a Laura Borràs. Conocí a Laura en mayo de 2012 cuando impartimos juntos sendas ponencias en Santiago de Compostela y allí tuve la oportunidad de escuchar una magnífica ponencia sobre Literatura Digital que me iluminó acerca de las posibilidades (y realidades) de la creación literaria en los entornos digitales. Desde entonces sigo con atención a Laura a través de Twitter y disfruto de su conocimiento y su saber hacer. Laura es docente e investigadora en la Universidad de Barcelona y desde el pasado mes de enero es la directora de la Institució de les Lletres Catalanes. Paso a modo Twitter para narrar su ponencia, que debemos completar con el Symbaloo que Laura nos ha preparado:

[youtube=http://www.youtube.com/watch?v=fOf7T7GYnNY&w=560&h=315] Projection mapping live performance art – The Alchemy of Light by a dandypunk from a dandypunk on Vimeo. [youtube=http://www.youtube.com/watch?v=93SgXeu-SeY&w=420&h=315] [youtube=http://www.youtube.com/watch?v=aXV-yaFmQNk&w=560&h=315] Birds on the Wires from Jarbas Agnelli on Vimeo. [youtube=http://www.youtube.com/watch?v=a3e-7cVKNJI&w=420&h=315] Jed’s Other Poem (Beautiful Ground) from Stewdio on Vimeo. Television is a drug. from Beth Fulton on Vimeo. The Digital Story Of Nativity (Christmas 2.0) from Manuel Schwingel on Vimeo. [youtube=http://www.youtube.com/watch?v=WW_dBQPAeDY&w=560&h=315] [youtube=http://www.youtube.com/watch?v=CP-zOCl5md0&w=560&h=315] [youtube=http://www.youtube.com/watch?v=vrzP5IzwvNk&w=560&h=315] [youtube=http://www.youtube.com/watch?v=xUHQ2ybTejU&w=420&h=315] Laura nunca defrauda. Habría necesitado varias horas para desplegar no sólo todas las diapositivas que ha preparado sino todo su discurso y la enorme variedad de ejemplos que nos ha traído. Gracias por tu generosidad, Laura, y ahora nos toca a nosotros profundizar en todos los territorios que nos has mostrado. Seguimos.


Aprendizaje dialógico en la sociedad de la información

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Flecha  

La tercera jornada del curso sobre alfabetizaciones múltiples del que estamos disfrutando en A Coruña corre a cargo de Ramón Flecha. Ramón es catedrático de sociología en la Universidad de Barcelona y es uno de los pensadores más relevantes y revolucionarios en el ámbito de la sociología y la educación en nuestro país y la Unión Europea. Además de su actividad investigadora y de innovación educativa (como por ejemplo en relación con las comunidades de aprendizaje, entre otras actuaciones), Ramón está presente y disponible enTwitter bajo el nick @R_Flecha. Paso directamente a modo Twitter para narraros su ponencia: Finaliza así una ponencia potente, estimulante y comprometida, con una llamada constante a la investigación y al diálogo y una visión sistémica muy necesaria en educación.   Entrada originalmente publicada en http://blog.fernandotrujillo.es/aprendizaje-dialogico-en-la-sociedad-de-la-informacion-por-ramon-flecha/


El nuevo mapa de las competencias digitales

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José Manuel Pérez Tornero es nuestro ponente hoy en el curso de “Alfabetizaciones Múltiples”. José Manuel es catedrático en la Universidad Autónoma de Barcelona y uno de los expertos más importantes en nuestro país sobre alfabetización mediática y digital; además, buena parte de su producción está disponible en la red a través de publicaciones de la UNESCO o la OCDE, como puedes ver en su propia web. Paso ahora a modo Twitter para narrar su ponencia:

  1. Las competencias informacionales incluyen el pensamiento crítico y la lógica, la interpretación y la construcción.
  2. Las competencias comunicativas incluyen las competencias semióticas, interlocutivas e imaginativas.
  3. Las competencias pragmáticas incluyen las estrategias y el sentido de iniciativa y autonomía para la acción.
En resumen, una ponencia positiva, cargada de información y mirando hacia el futuro que aprovecharemos para seguir diseñando nuestros proyectos y prototipos. Post originalmente publicado en http://blog.fernandotrujillo.es/ y http://alfabetizacionesmultiples.wordpress.com/


Los 10 principios de la nueva educación

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La primera ponencia del curso “Alfabetizaciones múltiples: una nueva ecología del aprendizaje” corre a cargo de Ferran Ruiz Tarragó. Ferran es docente y un reconocido especialista en el uso educativo de las TIC, además de ser actualmente el Presidente del Consejo Escolar de Cataluña y un bloguero activo en castellano y catalán. Personalmente recomendaría leer, entre muchos otros textos, la entrada “Mundo digital y escenarios de futuro de la educación“. Paso ahora a modo Twitter para narrar su ponencia:

  1. Ejercer en un contexto de crisis continuada
  2. Dar sentido a “mejorar la educación”
  3. Poner al día el concepto de conocimiento
  4. Conectar a fondo con la generación digital (y superar la brecha entre los estilos de aprendizaje preferidos por estudiantes y docentes)
  5. Hacer del trabajo en equipo el eje de la profesión
  1. Estructura la enseñanza de manera personalizada siguiendo el principio de que cada persona aprender a partir de lo que sabe;
  2. integra a fondo las tecnologías características del mundo de hoy con un papel fundamental de los aprendizajes basados en proyectos e investigaciones;
  3. prioriza el alumno frente a las convenciones institucionales;
  4. valora, estimula y exige la voz, implicación y contribución del alumno;
  5. actualiza asuntos clave como los objetivos educativos, el conocimiento, la evaluación o los espacios y tiempos;
  6. vela para que todos los alumnos estén siempre en condiciones de poder desempeñar un papel positivo;
  7. desarrolla capacidades, valores, personalidades y debilidades de los jóvenes;
  8. entiende que tiene una responsabilidad sistémica en relación con el aprendizaje del alumnado;
  9. cada profesor ejerce formando parte de un equipo coordinado de profesionales;
  10. el ethos de los centros educativos es el aprecio por la cultura, el conocimiento, la orientación hacia el futuro y el bien común.
  Realmente la ponencia de Ferran Ruiz Tarragó ha sido inspiradora, abre vías de trabajo y nos sitúa ante escenarios de futuro que establecen una clara disyuntiva. Ha sido todo un honor y un placer escuchar a Ferran, todo un maestro y una gran referencia a tener en cuenta. Entrada publicada originalmente en De estranjis por Fernando Trujillo. Reproducido, también, en alfabetizacionesmultiples.wordpress.com


Not open today becos it is closed

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En las próximas semanas Futurosdellibro se tomará un descanso a medias. Por una parte se traslada a http://alfabetizacionesmultiples.wordpress.com/, el blog a través del cual relatará la experiencia del curso de Alfabetizaciones múltiples que tendrá lugar en la UIMP de La Coruña entre los días 2 al 6 de septiembre. En ese curso, concebido como taller, intentaremos idear, desarrollar, pergeñar y prototipar soluciones para incorporar las competencias digitales al aula, a la biblioteca escolar, a todos aquellos ámbitos donde resulten necesarias. Por otra parte no estaré abierto porque estaré cerrado... Buen verano.


Asociacionismo y edición independiente

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En el año 1999, hace ya catorce años, Pierre Bourdieu escribía en un número monográfico de las Actes de la Recherche en Sciences Sociales dedicado a la edición:

El proceso de concentración que afecta al mundo de la edición y que transforma profundamente las prácticas, subordinándolas cada vez más estrechamente a las normas comerciales, ¿es irreversible e irresistible? ¿La resistencia al dominio del comercio sobre el arte no es sino el combate desesperado de una forma de arcaismo nacionalista? -refiriéndose, con ello, a la conocida fórmula de la excepción cultural francesa- De hecho, mientras haya representantes para sostener a los pequeños editores, pequeños editores para publicar a jóvenes autores desconocidos, libreros para proponer y promover los libros de jóvenes escritores publicados por las pequeñas editoriales, críticos para descubrir y defender a unos y otros, todas o casi todas mujeres, el trabajo sin contrapartida económica, realizado por "amor al arte" y "para el amor del arte", quedará una inversión realista, segura de recibir un mínimo de reconocimiento material y simbólico.
Bourdieu, creador y desarrollador de la teoría del campo artístico (de la teoría de los campos en general), creía que existía una homología estructural, una afinidad de intereses, entre todos aquellos que compatían una determinada posición en el campo, entre todos aquellos que habían aceptado voluntariamente la ascesis que se deriva de la aceptación de la lógica de las inversiones culturales, que comporta siempre un retorno incierto y escaso a largo plazo. Todas las innovaciones y novedades suelen provenir, en consecuencia, de aquellos que más abocados están a hacer del descubrimiento y el riesgo su proceder fundamental. Nadie en su sano juicio puede pensar que grupos editoriales grandes hipotecados por sus gastos corrientes estén más predispuestos a asumir los riesgos que comporta la inversión cultural. Intentarán, al contrario, hacer pasar por literario o artístico aquello que tenga escaso valor e intentarán revestirlo con los oropeles de la crítica especializada.
Es claro -continuaba Bourdieu- que el bastión central de la resistencia a las fuerzas del mercado está constituido, hoy, por esos pequeños editores que, enraizados en una tradición nacional de vanguardismo inseparablemente literario y político [...],se constituyen en los defensores de los autores y de las literaturas de investigación de todos los países política y/o literariamente dominados -ello, paradójicamente, sin poder prácticamente contar con la ayuda del Estado, que va a las empresas editoriales más antiguas y más dotadas de capital económico y simbólico.
Beatriz de Moura añoraba hace poco aquellos tiempos en que su catálogo no sobrepasaba las cincuenta novedades anuales y eso le permitía maniobrar con criterio independiente, sin las supeditaciones de los grandes grupos editoriales. Con las cortapisas, también, de la escasez económica. Pero esa es, quizás, la paradoja principal de la edición independiente (de cualquier ejercicio de independencia artística, en suma): que es necesario hacer de necesidad virtud y asumir voluntariamente las renuncias y los privilegios que comporta. La semana pasada se celebró en Santander la segunda Feria del Libro Independiente de Cantabria (FLIC), y entre sus mesas y convocatorias estaba, cómo no, el debate sobre las nuevas formas de asociacionismo. Es obvio para muchos de los profesionales de la edición que los mecanismos tradicionales de representación han agotado su papel: bien porque sigan siendo deudores en sus planteamientos de la compartimentación medieval, de la pura incomunicación y enfrentamiento gremial; bien porque hayan acabado represenando los intereses de aquellos que más intereses tienen en esa forma de asociación. No repasaré en detalle las razones por las que muchos aceptarían la consigna del "no nos representan", pero entre ellas se encuentran una clara tendencia a comparecer allí donde los más grandes tienen más intereses comerciales, no allí donde el resto pudiera fortalecer su mercado; a no proporcionar formación relevante alguna que ayude a pensar y realizar el gigantesco cambio digital; a realizar inversiones injustificadas. No resulta un arcaismo pensar, ayudándonos de Bourdieu, que ese paralelismo, semejanza u homología entre editores, libreros, distribuidores y críticos pudiera ser conscientemente explotado, que se levantara acta pública de esa solidaridad estructural afirmándola consciente y públicamente para organizar y planificar mejor la resistencia. Sé que no es fácil, que requiere desprendimiento, renuncia y trabajo, pero no existen muchas otras alternativas. O buscamos formas de asociacionismo transversal basadas en afinidades estructurales en las que todos aporten valor, en las que todos se comporten como nodos de una red cuya fortaleza radica en la multiplicación de sus puntos, o todo será -como dice uno de los pocos sabios que van quedando- una mera franquicia de los grandes sellos editoriales.   Pd. existe una (mala) traducción (con ausencia de los gráficos originales) de los dos números dedicados a la edición en Intelectuales, política y poder, publicado por la editorial Eudeba.


La evolución digital del libro de texto

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Leo en el extraordinario texto de Fernando Trujillo, Propuestas para una escuela en el siglo XXI, mientras preparo el curso de Alfabetizaciones múltiples: una nueva ecología del aprendizaje para la UIMP, lo siguiente:

En la escuela uno de los marcos más eficaces para el desarrollo de las competencias básicas es [...] la enseñanza basada en tareas y proyectos. Las tareas crean un contexto en el cual los estudiantes deben obtener un producto final, negociar para alcanzar tal realización, tomar las decisiones pertinentes, asumir riesgos y reflexionar sobre el proceso de trabajo y su evaluación. Además, el currículo de Educación Primaria y Secundaria está diseñado [...] para trabajar mediante tareas si tomamos los criterios de evaluación como las unidades fundamentales para el diseño de estas tareas integradas
Los libros de texto tradicionales no contemplaban apenas la posibilidad de que un profesor se planteara el desarrollo de proyectos o tareas integradas, conectadas con el entorno escolar y su realidad social circundante, que fomentaran la necesaria colaboración entre distintas materias y asignaturas, profesores, personas o no afines a la comunidad educativa capaces de aportar una visión u opinión sobre el tema abordado. No estaban diseñados, en fin, para otra cosa que no fuera soportar la transmisión unidireccional del conocimiento basada en la memorización, la repetición y la calificación. Cuando la pedagogía cae en la cuenta, hace ya tiempo, de que difícilmente pueden adquirirse competencias básicas de ningún tipo si no se basan en el saber hacer antes que en el mero saber, comienza a concebirse la posibilidad de que sea el propio docente, en colaboración con su claustro y con sus alumnos, quienes valoren la calidad y pertinencia de las fuentes que hayan de consultar, quienes realicen las búsquedas de información necesarias, quienes construyan, en definitiva, sus propios contenidos. Soy de los que piensan que los libros de texto podrían y deberían seguir ejerciendo una función de guía de mínimos, de plantilla sobre la que construir esos proyectos o tareas integradas que cada centro debería desarrollar, pero a condición, eso sí, de que no se presentara ya como el texto monolítico y compacto que una vez fue. Su arquitectura -tal como yo la entiendo- estaba estrechamente vinculada a un diseño del entorno de aprendizaje donde primaba un currículum cerrado, una situación de comunicación unidireccional, un espacio clausurado y cerrado a toda experiencia externa. Hoy las cosas ya no son así y no parece que los libros de texto, en consecuencia, puedan seguir siendo lo mismo. La tecnología digital, de nuevo, más que una amenaza resulta ser una oportunidad: gracias a la posibilidad de establecer niveles de etiquetado y marcado semántico tan pormenorizados o granulares como se desee (basta echar un ojo a la propuesta de LOMes), un libro de texto compacto podría llegar a ser un agregado o un conjunto de objetos educativos digitales con sentido unitario que, eventualmente, pudieran conformar una unidad para un nivel y una materia determinadas. Sería necesario, a mi juicio, plantearse esa evolución hacia que vayan más alla de los meros y eufemísticos "textos enriquecidos" para llegar a verdaderas unidades de contenidos detentadoras de sentido propio, interactivas y agregables a contenidos provinientes de múltiples fuentes.
Sólo una enseñanza -dice Fernando Trujillo- que se plantee ir más allá del saber para incorporar el saber hacer, el saber ser y el saber aprender, nos permitirá una contribución eficaz al desarrollo de las competencias básicas de nuestros estudiantes: un enfoque de la enseñanza basado en tareas, que integre el currículo vinculándolo con cuestiones de interés ocial y personal de los estudiantes, en un contexto de trabajo cooperativo, presencial o virtual, y que aspire a una socialización rica de los estudiantes puede suponer una apuesta de calidad para la escuela del siglo XXI
"Las competencias básicas son", añade a renglón seguido (y sabe bien de lo que habla después de haber liderado durante años el proyecto iCOBAE), el reto y el compromiso que nos impone la sociedad y al cual tenemos que responder con profesionalidad: nos va el futuro en ello". En el Consejo de Educación, Juventud, Cultura y Deportes de la Unión Europea celebrado en Bruselas en noviembre de 2012 junto al grupo de expertos en media literacy, se exhortaba, precisamente, a eso mismo:
Keep learning materials and methods under review in the light of increasing digitisation, in order to support learner motivation, and make greater use of non-formal learning resources. Promote the development of software for schools, in order to help teachers devise new approaches to improving literacy.
Si eso es así, y a mi me parece incontrovertible, los materiales educativos con los que antes trabajábamos parece que deberán satisfacer esa nueva demanda formativa, y aquellos que así no lo entiendan, por mucho que intenten acotar o sellar el acceso y la circulación de los contenidos que publican, se autoexcluirán de ese nuevo terreno -amplio, ilimitado, holgado, repleto de nuevos participantes- de juego.


Etnografía digital

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Cuando se habla de nativos digitales no se hace, solamente, de manera metafórica; en realidad se alude a una comunidad con sus hábitos, usos y costumbres, con sus mecanismos y medios de comunicación, con sus lazos de amistad y colaboración, con sus reglas no escritas de comportamiento. Por eso resulta indispensable, cuando se discute sobre la manera de crear, discutir, comunicar o aprender que tienen los nativos digitales practicar una verdadera etnografía que nos permita vislumbrar, al menos, cuáles son esos principios por los que se rigen. Quienes hacen esa etnografía  no son, claro, nativos, aborígenes; son, en todo caso, usuarios sobrevenidos que comprenden y comparten hasta cierto punto esas conductas. La línea de demarcación o de pertenencia es más o menos clara: aquellos para quienes las tecnologías digitales son eso, tecnologías o herramientas, porque nacieron antes de que se inventaran y desarrollaran y las adoptaron, en consecuencia, como apósitos o muletas de aquellos otros que, nacidos después de su invención, las asumen como medios naturales de intermediación hacia el conocimiento. La barrera es sutil, pero a menudo infranqueable. El hecho de que se desarrolle una etnografía digital que trate de comprender las prácticas de los nativos no entraña que los etnógrafos, que los antropólogos, se dejen absorber por los objetos que estudian. Esto se entenderá mejor con un ejemplo: cuando Loïc Wacquant, un antropólogo norteamericano de origen francés estudio a las comunidades de púgiles del sur de Chicago y estuvo a punto de asumir por completo su condición, Pierre Bourdieu, su mentor, le advirtió que el deber principal de un antropólogo era no dejarse absorber por su objeto de estudio, porque eso era tanto como anular toda distancia y toda probabilidad de neutralidad y objetividad científica. El caso prototípico nombrado siempre en la antropología era el de Castaneda, sobrevenido consumidor de peyote y defensor del mundo onírico y mitológico de los Yaquis de los Estados de Sonora y Oaxaca. Si abundo en este asunto es porque practicar una etnografía de los nativos digitales no implica solamente comprender sus hábitos de uso sino, también, mantener la necesaria equidistancia para llegar a comprender que sus prácticas no son siempre virtuosas y necesitan, en ocasiones, de la guía y el consejo de expertos. Eso es, quizás, tal como yo lo interpreto, lo que hizo en alguna medida David Nicholas cuando le encargaron investigar los hábitos de consumo y consulta de información de los jóvenes investigadores en aquel trabajo que finalmente acabó titulándose The Google generation: the information behaviour of the researcher of the future. Es necesario caer en la cuenta que los nativos digitales aprenden sobre todo jugando, simulando la realidad, adoptando personalidades alternativas a veces de forma simultánea, navegando a través de los diversos medios y reconstruyendo su sentido a posteriori, buscnado, sintetizando y diseminando la información que encuentran a través de su red de relaciones sociales. Todo eso debe conducirnos, por una parte, a adaptar nuestra manera de diseñar los entornos y experiencias de aprendizaje, tan ajenos a su realidad; todo eso debe ayudarnos, también, a ayudarles, a obtener lo mejor de su nuevo ecosistema sin perder las capacidades que se desarrollan mediante el manejo de las competencias precedentes (lectura, escritura, aritmética). Una etnografía digital, en cualquier caso, no es solamente una estrategia de acercamiento a los aborígenes del ecosistema digital; es, también, un procedimiento heurístico para entrever de qué forma incorporan a sus hábitos lectores los soportes de lectura digital aquellas generaciones que nacieron antes de que fuera un objeto de uso corriente. Las tecnologías, en contra de lo que la mayoría de la gente piensa, no se adoptan de manera acrítica o irreflexiva. Toda adopción entraña elecciones más o menos conscientes y deliberadas y renuncias más o menos intencionales y voluntarias. Por eso resulta de todo punto necesario conocer cómo utilizan los dispositivos de lectura digital no solamente los jóvenes nativos sino, también, los jóvenes adolescentes y los adultos divididos por grupos de edad: 19-39, 40-54 y + 55. Solamente de esa manera sustituiremos la habitual e irreflexiva visión generalista que supone que todos adoptamos por igual y en la misma medida las tecnologías y herramientas que ponen a nuestra alcance y solamente así nos daremos la oportunidad de comprender cómo y para qué pretenden utilizarlas. El proyecto Territorio Ebook, que se desarrolló inicialmente entre los años 2009-2011, culmina otros de sus proyectos anejos -Nube de lágrimas- mañana 25 de junio en una presentación pública en la Casa del Lector de la FGSR. Los clubes de lectura en la nube son una modalidad virtual de los tradicionales club de lectura presenciales, con resultados todavía necesaria y parcialmente inciertos, pero en todo caso prometedores. Todo dependerá, en buena medida, de los hábitos de uso de los dispositivos y de las prácticas lectoras de aquellos que han sido invitados a participar. Algo a lo que solamente puede contribuir, de manera científica y cabal, una buena y extensa etnografía digital. [ESTE TEXTO ES PARTE DE MI INTERVENCIÓN MAÑANA 25 DE JUNIO EN EL ENCUENTRO DE LA CASA DEL LECTOR].


La esperanza de las redes

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No es más que una esperanza, un conato de organización política ciudadana al margen de los modos jerarquizados y partitocráticos de organización tradicional, pero se trata de una esperanza fundamentada en la fortaleza de los lazos que pueden llegar a tejerse mediante el uso de las redes sociales. Tras el desalojo violento de la plaza de Taksim en Estambul, el lunes se reanudó la protesta de los ciudadanos que demandan nuevas formas de participación, una protesta, eso sí, silenciosa, como una reprobación colectiva cuya fuerza no radicara tanto en la algarabía como en la poderosa fuerza inquisitiva e interrogadora del silencio. De pie, frente a la imagen de Mustafa Kemal Atatürk, como si demandaran su presencia liberadora y laica, cientos de ciudadanos se oponen silenciosamente a la represión. Otros tantos lo hacen en las calles, de pie, leyendo reposadamente, demostrando su tozuda y silenciosa oposición. Y todo eso se organiza mediante el uso de tres hashtags movilizadores: #OccupyGezi #Duranadam (el artista que concibió a comienzos de esta semana esa forma de protesta y se plantó en la plaza de Gezzi) y #standingman Las autoridades turcas han calificado a Twitter como herramienta de destrucción masiva, aunque quizás habría que denominarla, más bien, como de movlización masiva. "Tras el bloqueo informativo de los medios tradicionales", puede leerse en declaraciones recogidas por el diario El País, "los jóvenes de Estambul y otras ciudades turcas recurrieron a fuentes como 140journos para recibir información creíble sobre las protestas. "Veo este parque como la encarnación de Twitter", dice Onder señalando a su alrededor. "La gente retuitea la información que les llega, responde a ella, se guarda lo que le gusta en favoritos…" Tal como escribía hace unos días Manuel Castells, "la imagen deformada de internet proviene del tremendismo de los medios de comunicación, aterrados por su supervivencia como medios unidireccionales controlados por el dinero y el poder, a pesar del periodismo profesional. De la fobia de intelectuales que perdieron el monopolio de la palabra. Del miedo de los gobiernos a una ciudadanía informada, capaz de autocomunicarse y autoorganizarse. Del temor de burocracias que basan su autoridad en el control de la información. Y de nuestro espanto a saber quiénes somos tras las celosías de la hipocresía social. Temer a internet es temer la libertad". Pocos días antes el primer ministro turco había dicho respecto al uso movilizador de Twitter: ""Esa cosa que llaman redes sociales no es más que una fuente de problemas para la sociedad actual", afirmó el domingo en un discurso televisado. "Hay un problema que se llama Twitter", añadió. "Allí se difunden mentiras absolutas". Esa es, sin duda, la esperanza de las redes, la revolución de los medios de comunicación digitales en manos de los ciudadanos, la posibilidad de nuevas formas organización y movilización inéditas hasta ahora, el nuevo sistema social operativo.


Alfabetizaciones múltiples: un nueva ecología del aprendizaje

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Quien lea con honestidad intelectual e interés pedagógico a Ferrán Ruiz Tarragó, entenderá que el entorno escolar, que el aula, que la dinámica de comunicación que se establece entre el profesor y el alumno, que los itinerarios a través de los que se ensaya y aprende,  nunca serán los mismos. La irrupción de la red, de los repositorios digitales de conocimiento compartido, de las herramientas de comunicación al alcance de la mano que permiten indagar, explorar y aprender en cualquier tiempo y lugar, rompen con los parámetros tradicionales. En "Educar, entre la evasión y la utopía", dice Ruiz Tarrago: "si bien la problemática de la "sociedad del conocimiento/de la ignorancia" por su naturaleza parece trascender el ámbito del sistema educativo, no se puede obviar el hecho que los conceptos y los mecanismos de la educación formal están en el epicentro de muchos desfases sociales. La incertidumbre de los tiempos actuales afecta de lleno a la función y al porvenir de unos sistemas educativos que fueron estructurados y universalizados en base a unos principios simples que los nuevos tiempos están erosionando profundamente: el control del espacio y de los flujos de información, la concepción gestionaria de la pedagogía (institucionalmente reducida a poco más que la gestión de la matriz profesor-materia-grupo-horario-aula) y la aplicación de mecanismos de acreditación del rendimiento académico que ritualizan y justifican todo el proceso, al tiempo que lo momifican". La revolución de las tecnologías de la información ha cambiado por completo ese panorama de espacios cerrados, compartimentados y momificados, esos tres órdenes -organizativo, físico e infocomunicativo- clausurados. Las nuevas competencias digitales, las nuevas capacidades y aptitudes derivadas del uso de las tecnologías de la creación y la comunicación,  pugnan por abrirse paso en un nuevo currículum basado en el aprendizaje por proyectos, por competencias, donde la investigación, la búsqueda, la indagación, el aprendizaje a partir del error, el juego compartido  la emulación, el afinamiento del juicio, la capacidad de análisis y la solvencia en la exposición de los resultados son piezas fundamentales del nuevo ecosistema de aprendizaje. Quien conozca el trabajo de José Manuel Pérez Tornero -uno de nuestros más destacados especialistas internacionales en las nuevas alfabetizaciones-, sabrá de lo irreversible y necesario de multiplicar las alfabetizaciones. En Empowerment through Media Education: An Intercultural Dialogue, puede leerse: de acuerdo con el European Charter for Media Literacy podríamos distinguir siete áreas de competencias que, de una u otra forma, deberían pasar a formar parte de todo currículum orientado a su adquisición:

El entorno de aprendizaje tradicional favorecía la memorización y la reproducción individualizada de los contenidos en una carrera meritocrática que dejaba atrás a quienes no poseían, de partida, las competencias supuestamente necesarias. Hace tiempo que la sociología de la educación sabe que un buen remedio para esa aparente deficiencia es la promoción del trabajo colaborativo, del trabajo en grupo, de la mezcla de alumnos con competencias dispares, que se enseñan unos a otros, que intercambian sus experiencias y puntos de vista, que al dialogar construyen un espacio de conocimiento compartido. Esta competencia se potencia y eleva a un nuevo nivel en el ámbito digital mediante el uso de las tecnologías de la comunicación. Si alguien sabe algo de esto en España y ha trabajado sobre ello, empíricamente y sobre el terreno, es Ramón Flecha. En "Aprendizaje dialógico en la sociedad de la información"  dice: "La transformación de centros educativos en comunidades de aprendizaje supone una respuesta educativa igualitaria a la sociedad de la información. Con el presente sistema educativo, los centros de familias prácticas (cuyas personas adultas no tienen título universitario) tienen tendencia al aumento de la proporción de alumnado que no obtiene el nivel académico que la nueva sociedad requiere". Y el reto sociológico se enuncia de la siguiente manera: "Las comunidades de aprendizaje parten de que todas las niñas y niños tienen derecho a una educación que no les condene desde su infancia a no completar el bachillerato y no acceder a un puesto de trabajo. Para lograrlo hay que transformar los centros educativos heredados de la sociedad industrial en comunidades de aprendizaje". Las tecnologías de creación digitales nos permiten narrar, comunicar y compartir las cosas de una manera enteramente distinta a la tradicional, basada en la cultura del libro y en la enunciación sucesiva de argumentos más o menos complejos. El uso y aprendizaje de esas nuevas herramientas y de esa nueva estructura narrativa, compuesta de sonidos, imágenes (en movimiento o no, sincrónicas o no) y texto, es parte del trabajo que hace años viene desarrollando en su pionero grupo de Hermeneia Laura Borrás, una de nuestras mayores especialistas en narrativas multimedias y transmedia. En "Las humanidades serán digitales o no serán", asegura Borrás: "La operación de leer siempre implica una comprensión del texto, sea como sea este texto, digital o analógico. Sin embargo, en la lectura de literatura digital el papel del lector cambia substancialmente en la medida que es un tipo de literatura que requiere de al interacción física y mental del lector, algo que va mucho más allá de la simple operación de pasar paginas con el dedo. Aquí el lector interviene en el proceso de creación de un itinerario de lectura, que aparece como fruto de su destreza, de su nivel de alfabetización digital, de las decisiones que toma en el texto y que le permiten avanzar y hacer emerger el texto que necesita para seguir leyendo. La lógica de lectura se ve profundamente transformada y aunque estamos investigando en esta dirección para saber exactamente cómo leemos literatura digital en pantalla, lo cierto es que el cambio es radical". Tíscar Lara, una de las personas que con más dedicación y aliento se han dedicado en los últimos años a reflexionar sobre los cambios que entraña la introducción de las tecnologías digitales en el aula, escribió en Alfabetizar en la cultura digital, corroborando todo lo que sus antecesores (en este post) habían argumentado: "se lee y se escribe más que nunca, pero en distintos soportes, en distintos contextos y en distintos lenguajes puesto que la lecto-escritura es cada vez más multimedia. Las competencias comunicativas que requieren estos nuevos entornos requieren de la adaptación de competencias tradicionales como es el análisis crítico de la información, pero también su combinación con el ejercicio de nuevas destrezas que se están desarrollando en el uso de las TIC en red, entre ellas por ejemplo el trabajo en equipo y  las destrezas de multitarea. Nuestros jóvenes están experimentando de forma natural lo que supone relacionarse en Red a través del uso intensivo de dispositivos digitales y de las aplicaciones web: telefonía móvil, redes sociales, mensajería instantánea, fotologs, vídeos online, etc. Sin embargo, ese aprendizaje informal no es garantía de una alfabetización suficiente para desenvolverse como ciudadanos, consumidores y productores de conocimiento en la Sociedad de la Información". En la primera semana del mes de septiembre tendré la suerte de dirigir en la UIMP de La Coruña, junto a Carmen Campos -experta acreditada en alfabetizaciones y dinamización de la lectura, responsable del programa Leer.es-, con la participación como dinamizador y coordinador de grupos de trabajo de Fernando Trujillo -especialista en aprendizaje por proyectos y competencias y con una larga trayectoria vinculada a la formacíon del profesorado- y el resto de los profesionales anteriormente mencionados el curso Alfabetizaciones múltiples: una nueva ecología del aprendizaje. Nuestra modesta aportación a la era de la cultura de la participación y al desarrollo de un nuevo entorno de aprendizaje.


Crear, aprender, descubrir y compartir

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Que las bibliotecas han ocupado siempre un espacio principal en el seno de sus comunidades es casi una obviedad, única veta de acceso público e indiferenciado al conocimiento allí donde las dotaciones o la voluntad faltaban. Que en los últimos años han comenzado a desplegar nuevos servicios y atenciones a sus usuarios vinculados con el uso de los dispositivos digitales o con la animación a la lectura, es una realidad contrastada. Que muchas de ellas han entrado de lleno en el uso de las redes sociales para propiciar un contacto y generar una relación más estrecha con sus lectores y beneficiarios, pone en evidencia el compromiso y el dinamismo de sus profesionales. Es, sin duda, uno de los gremios que más y mejor ha comprendido que su función principal es la de proporcionar más y mejores servicios a la comunidad que justifica y financia su existencia. La mayoría de ellos vencieron hace tiempo la tentación de acurrucarse dentro de la burbuja de silencio y seguridad que las paredes de las bibliotecas proporcionan, dedicados a ordenar y a clasificar el mundo, a prestar una pequeña proporción de lectura y conocimiento a sus usuarios. Mañana miércoles y hasta el próximo viernes, en el marco de la Feria del Libro de Madrid, se inician las jornadas sobre "Nuevas lecturas, nuevas bibliotecas", en las que intervendrán, entre otros, José Antonio Marina, Antonio Basanta, Manuel Gil, José Antonio Millán, José Manuel Lucía, Javier de la Cueva, Antonio Mª Avila, Mónica Ferández, Bernat Ruíz y yo mismo. Aun cuando todo lo anterior sea cierto y el afán de mejora de las bibliotecas parezca, en general, incuestionable, su recorrido futuro debería tener en cuenta cuatro vectores fundamentales de desarrollo que convertiré en diez puntos por el prestigio y contundencia que los decálogos tienen:

  1. Las bibliotecas deben convertirse en el centro neurálgico de las comunidades de las que forma parte, esa debe ser, al menos, su aspiración y su vocación;
  2. Las bibliotecas deberían adoptar, tanto en la concepción de sus actividades y servicios como en el diseño de sus espacios y herramientas, el formato de los Hubs contemporáneos, de esos lugares que son, a la vez, espacios de creación y aprendizaje, de discusión y descubrimiento, de participación y colaboración. No se trata de que abandonen sus prácticas tradicionales, sino de que incorporen todas aquellas que la comunidad demanda y encuentra, ahora mismo, en otros espacios;
  3. Las bibliotecas deberán integrar a sus usuarios en el diseño, desarrollo y gestión de los nuevos servicios y actividades, poniendo en sus manos los espacios y los recursos necesarios para que puedan conducirlas con éxito;
  4. El uso de las redes sociales y de los espacios virtuales de conexión deberá servir para fortalecer el sentido de comunidad y de intereses compartidos;
  5. Lo físico y lo virtual son las dos caras de una misma moneda y no cabe desmembrarlos ni tratarlos como ámbitos distintos o disparejos, antes al contrario: el contenido y el conocimiento al que los usuarios deben tener acceso se desperdiga hoy en distintos soportes y formatos y el discurso que los bibliotecarios deben ayudar a reconstruir, el sentido que deben contribuir a restablecer, se encuentra por igual en el anverso y el reverso de la realidad;
  6. En la afirmación previa está contenida una obviedad: el préstamos de contenidos, herramientas y materiales será, indistintamente, físico y virtual, presencial o remoto;
  7. Es cierto que la sostenibilidad, la continuidad de la red de bibliotecas públicas está en entredicho, que sus infraestructuras y dotaciones son costosas, pero su importe estará justificado mientras sea capaz de convertirse en el núcleo de referencia de su comunidad y mientras incorpore mejoras en sus métodos de gestión interna;
  8. En esto, deberá abrirse a la posibilidad, por ejemplo, de incorporar, dar cabida y respaldo, a otras actividades y otros servicios públicos que quieran utilizar sus espacios, mucho más flexibles y adaptativos que antaño;
  9. Los bibliotecarios deberán asumir la formación continua como una divisa irrenunciable: usuarios avanzados de tecnologías y servicios digitales; dinamizadores de los espacios de creación, aprendizaje y colaboración; cartógrafos del nuevo mapa de la información;
  10. Los usuarios deberán recibir, también, formación específica adaptada a las necesidades de los tiempos: uso y manejo de las tecnologías digitales, de los nuevos soportes de lectura y consulta; dinamización lectora tanto para los soportes tradicionales como para los soportes digitales mediante el diseño de las actividades pertinentes y la convocatoria de clubs de lectura presenciales o virtuales; manejo y reconstrucción de las distintas fuentes de contenido e información que la biblioteca proporciona, etc.
Crear, aprender, descubrir y compartir: de esto y de algunas otras cosas relacionadas con el ocaso del ecosistema editorial tradicional hablaré el próximo viernes a las 10,45 Am.


La edición atómica

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La edición macroscópica


Imaginemos una editorial de libros de cocina, de libros de recetarios tradicionales; una editorial que, andando el tiempo y atenta al espíritu de los tiempos, hubiera incorporado a su catálogo habitual consejos y reglas para la planificación de una vida sana, para la programación pormenorizada del buen vivir, para el cuidado del cuerpo y del alma, tan necesitados. Abundan hoy en día en las mesas de novedades esa clase de libros, incluso puede hablarse de un cierto auge y proliferación. Al acercarse un potencial cliente a una librería o a cualquier otro punto de venta que comercializara esa clase de títulos, la elección debería ceñirse, en la gran mayoría de los casos, a un libro de temática más o menos homogénea, a una obra escrita y encuadernada de mayores o menores dimensiones, de mayor o menor extensión. Los editores (tradicionales) habrían concebido una obra que, valiéndose o no de técnicas de estudio de mercado, pudiera satisfacer, eventualmente, esa demanda presentida. Habrían contratado a un autor al que se la habría realizado el encargo de componer esa obra, de buscar el material adecuado y ensamblarlo. Imaginemos, también, una editorial de libros de viaje, una editorial dedicada a la publicación de guías por países, luego por capitales, luego, siguiendo también el espíritu de los tiempos y la modificación de los hábitos y los gustos, de hoteles con encanto, de rutas en Mountabike, de lugares y experiencias que uno no debería perderse nunca. Una editorial, por tanto, que, siguiendo los procedimientos de trabajo editoriales tradicionales, hubiera generado contenidos especializados para cada una de esas series, por encargo o valiéndose de editores propios más o menos conocedores del asunto. Una editorial que, con buen olfato mercantil, hubiera detectado huecos y necesidades en el mercado a los que dar satisfacción mediante la edición de textos, largos y complejos, difícilmente actualizables, casi nunca reaprovechables. Imaginemos, asimismo, una editorial de contenidos educativos, de libros de texto, embarcada en la edición de contenidos adecuados a las especificaciones curriculares establecidas por ley. Libros, por tanto, por etapas y asignaturas, concebidos como bloques temáticos y cronológicos, por temas que son inseparables mientras su soporte siga siendo un libro cosido o pegado entre dos tapas. Pensemos, además, en la proliferación de toda clase de materiales complementarios adosados, teóricamente suplementarios pero diligentemente recomendados para que los padres los adquieran en aras de la mejora de la nota y el rendimiento de sus hijos. Materiales, en todo caso, compuestos por problemas, pruebas y ejercicios inseparables mientras su soporte sea el de pliegos de papel cosidos, grapados o pegados. Imaginemos, por último —no porque no existan más ejemplos posibles sino, simplemente, para abreviar la introducción― una editorial de contenidos profesionales, médicos, jurídicos, vinculados a la arquitectura, a la ingeniería, a cualquier otro asunto que podamos imaginar. Las unidades de contenido habituales con las que estos sellos han trabajado han solido ser manuales, normalmente extensos, caros de desarrollar, difíciles de maquetar y componer, imposibles de actualizar; libros normalmente tan ambiciosos en la cobertura de los temas abordados que sus índices son una recapitulación de todo el conocimiento humano acumulado en torno a ese tema. Libros caros, inevitablemente, en su precio de venta al público. Libros cada vez, aún con todo, menos vendidos, porque la proliferación de información libre y de calidad —no la piratería necesariamente, ni la fotocopia ilegal, que sería el primer reflejo al que recurriría cualquier editor― compite con la ofrecida por unos sellos editoriales que, durante mucho tiempo, pudieron monopolizar su creación, distribución y comercialización, sin apenas alternativas. En mercados de contenidos escasos, todo iba sobre ruedas. En mercados de contenidos sobreabundantes con calidades equiparables, de repente la creación de obras monográficas y voluminosas, a precios prohibitivos, apenas tiene sentido. Podría argumentarse, con razón, que existen tipologías intermedias, otros tipos de productos editoriales más livianos, menos costosos, mejor adaptados a necesidades concretas ―cocina al instante para invitados por sorpresa; guías de fines de semana con rutas pautadas para viajeros con poco tiempo; carpetas infantiles o juveniles por cursos y por trimestres; nuevas especificaciones del hormigón y su resistencia ―. Y sería verdad. Pero todas esas editoriales, todas esas tipologías textuales, tienen en común una visión macroscópica de la edición, una visión digamos mecánica, predigital. Un producto editorial, concebido por un director responsable con o sin el apoyo de sus editores y su equipo comercial, con mayor o menor sensibilidad por las necesidades sospechadas del entorno, encargado a un autor o desarrollado internamente, siempre de una sola pieza, compacto, indisociable, monopropósito, vendido como obra singular con ISBN único, a precio fijo. Para muchos de estos editores, impelidos por la marea de los tiempos, editar digitalmente significaría acabar una obra con los mimbres analógicos tradicionales para, después, a partir de una obra concebida monolíticamente, generar en el mejor de los casos formatos más o menos legibles en diferentes soportes. Pero esa cualidad de obra maciza, sólidamente trabada, sin intersticios, es fruto de la visión macroscópica obtenida por los editores a través del uso de las herramientas editoriales tradicionales... [ESTE TEXTO CORRESPONDE AL FRAGMENTO INICIAL DEL ARTÍCULO "LA EDICIÓN ATÓMICA" PUBLICADO EN EL ÚLTIMO NÚMERO DE LA REVISTA TEXTURAS, Nº 20 DE MAYO DE 2013, PP. 35-50).


Los libros y la libertad

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Fue hace unos cuantos años cuando leí un párrafo de un libro de Emilio Lledó cuyo título no recuerdo en el que decía, parafraseando: "los seres humanos no estamos a la altura de las tecnologías que inventamos", y puede que eso sea así y que estuviera en lo cierto, que la acelerada sucesión de las tecnologías enmascare una profunda menesterosidad del ser humano, pero también es verdad -y esto ya lo leí o lo descubrí en otra parte-, que las tecnologías que inventamos y desarrollamos nos cambian mediante su uso, que las tecnología nunca son ni política ni epistemológicamente neutrales, como alteran el entorno social en el que vivimos y modifican la manera en cómo vemos y hacemos las cosas. No creo que D. Emilio Lledó difiriera mucho de este criterio, porque la escritura y los libros no dejan de ser tecnologías que han alterado profundamente el orden del mundo y de nuestro propio ser. En esta breve obra, Los libros y la libertad, que es una recopilación de artículos pasados con una introducción que los actualiza y contextualiza, Lledó nos recuerda que somos, sobre todo, lenguaje y memoria, pulsión de comunicación y administración del recuerdo. El lenguaje, en todo caso, no es meramente un instrumento que facilite el intercambio hablado de mensajes más o menos estructurados sino, sobre todo, capacidad de simbolización y representación y la memoria, más que un mero baúl de recuerdos, el sedimento sobre el que va construyéndose nuestra identidad. Lledó repasa ese momento de la historia -uno de sus lugares más queridos- en que el conocimiento se construía dialógicamente en el ágora, sin que quedara rastro de él una vez que el encuentro cara a cara finalizara, y destaca ese instante singular en el que la escritura viene para fijar nuestra memoria sobre un soporte distinto a nuestro cerebro, en el que la escritura es como un surco de la memoria que se va abriendo en cada página. Le interesa a Lledó, sobre todo, esta metáfora agrícola (cultus, culto, cultivo, cultivar), porque escribir es como arar duraderamente sobre un soporte en el que quedarán inscritos nuestros recuerdos y los libros serán esos testigos tangibles de nuestro devenir temporal. Los libros, por tanto, como surcos y cauces de esa memoria sucesiva, como encarnación del logos, de la memoria del lenguaje; los libros, por tanto, como posibilidad de encontrar el principio racional del universo; los libros, en consecuencia, como espacio inabarcable de nuestro ser y nuestra razón, de nuestra identidad, de nuestra posibilidad de libertad. No rehúye Lledó, al menos en la introducción, el combate con las tecnologías digitales. No las anatematiza ni las devalúa, pero encuentra una distancia insalvable -a su juicio-, entre la tecnología tangible del libro que encarna físicamente la memoria y la tecnología de la red que esconde en sus innumerables pliegues virtuales un rastro evanescente. "En los instrumentos digitales, capaces de guardar, en un mínimo espacio, miles de páginas donde, recuadro a recuadro, contemplamos esa forma sorprendente de alumbramiento, solo vemos un presente irreal, una especie de oralidad luminosa que desaparecerá...", escribe Lledó. Para él, según deja dicho, el conocimiento que puede adquirirse a través de la red y de los medios adquiere el mismo carácter quimérico y artificial que Sócrates achacaba a la escritura y que reprochaba a Fedro en su práctica lectora: "un conocimiento que podría ser una apariencia, un fenómeno sin sustancia que lo sostenga, pero no lo real mismo, la vida misma, y su verdadero rostro". Puede que ni siquiera los grandes filósofos -Sócrates lo era, Lledó lo es-, puedan escapar a ciertas determinaciones: el primero renegaba de la escritura y de la lectura porque sustituía al conocimiento verdadero que no era otro que el transmitido oralmente; el segundo reivindica el logos mítico como el depósito de la memoria y la sabiduría, y aprecia que los libros son su mejor amparo y resguardo, olvidando que en el ámbito de lo digital conviven, por primera vez, lo oral, lo gráfico y lo escrito, abriendo múltiples posibilidades de expresión y creación de conocimiento inexploradas, nuevos ámbitos de la libertad que tendremos que recorrer. Los libros son un ámbito privilegiado de la libertad, depositarios de conocimiento y de memoria, compañeros tangibles y obedientes. Quienes los tenemos y nos rodeamos de ellos lo sabemos. Pero si algo nos enseña la historia y algo nos muestra la historia de Sócrates y los griegos, es que los grandes filósofos, a veces, se equivocan.


La traición de los editores

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Hay libros que se leen como un espejo de otros que les antecedieron. Al menos a mi me ha sucedido eso con el libro de Thierry Discepolo, La traición de los editores, una obra que se alza sobre la estela de dos trabajos precedentes de Pierre Bourdieu: Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario y los dos números que el mismo Bourdieu dedicó en la revista Actes de la Recherche en Sciences Sociales (Edition, Editeurs I y Édition, Éditeurs II) al asunto de la deriva conservadora en la edición, ya anticipada en el año 1999. No creo que a Discepolo le disguste esta filiación ni este parentesco intelectual porque, como director de Ediciones Agone, ha seguido su misma línea de combate político e implicación cívica y ha publicado libros escritos por él y sobre él.   Pierre Bourdieu investigó lo que él llamaría la génesis y fundamentos del campo literario, ese momento histórico -circunscrito al siglo XIX- en el que ciertos autores están en condiciones de reclamar independencia creativa y autonomía intelectual respecto a las formas de mecenazgo o patrocinio tradicionales. Esos grandes autores del XIX -Flaubert, Balzac, Baudelaire- que se concentran en el desarrollo libre y autónomo de su obra lo hacen porque surge una nueva cadena de valor en la que la que editores y libreros asumen la responsabilidad de financiar, distribuir y vender el producto de la autonomía creativa de esos autores. También los críticos literarios y los responsables de los medios especializados que asumen el análisis y la recensión de las obras publicadas como parte fundamental de su trabajo. Bourdieu retrata una época histórica en la que se tejieron complicidades estructurales fundamentales entre autores que querían ser soberanos de su proceso creativo; editores que arriesgaban su capital para publicar la obra de esos nuevos creadores; libreros que la ponían a disposición de sus potenciales lectores. Es posible que tenga algo de mitológica o de legendaria esa época histórica en que la edición, como actividad profesional incipiente, se entendiera como una aventura intelectualmente comprometida que exigía asumir riesgos económicos importantes y una demora prolongada de las posibles compensaciones financieras. Los editores parecían, al menos en ese momento, más dedicados a cultivar y acumular el prestigio y el capital simbólico que esa actividad intelectual y artística comprometida podía depararles que a la mera y descarnada acumulación de activos financieros. Cuando esa imagen histórica se compara con la deriva de los sellos editoriales a finales del siglo XX, como hizo en Éditions, Éditeurs, lo que se distingue es un campo editorial mucho más complejo en el que conviven editores independientes centrados en el valor de la obra que editan; editores consagrados concentrados en la contratación y difusión de valores sancionados por la crítica y el público (también por los premios y reconocimentos literarios); editores puramente comerciales interesados, únicamente, en el retorno acelerado de la inversión y en el incremento de los márgenes de contribución que esas mercancías puedan darles. Lo que Bourdieu vislumbraba era un marcado escoramiento de la edición más independiente e intelectualmente comprometida hacia el polo más marcadamente comercial, una desvirtuación y devaluación de los valores más propiamente editoriales hacia los más mercantiles. Discepolo sigue concienzudamente el camino trazado por el maestro y analiza la realidad editorial francesa, los efectos de la concentración editorial producidos por las adquisiciones y fusiones (Lagardère-Hachette, Gallimard, Editis-Planeta), inexorablemente: la devaluación intelectual de los sellos y sus líneas de pensamiento; el intercambio circular e inocuo de sus editores; la sobreproducción y la intolerable ocupación del espacio de las librerías; la conversión de los libros en puras mercancías intercambiables, alejados completamente de su función política y cultural; la imposición de descuentos comerciales inasumibles; la captación de autores que, teóricamente, deberían haber sido fieles a otros sellos (como en el famoso caso de Michel Houellebecq); las connivencias político-empresariales que favorecen la concentración, los procesos de fusión y la posterior venta de los conglomerados editoriales; la supeditación de los editores y los sellos comprados a la lógica de los grandes grupos y la denuncia de su falta de creatividad e independiencia (aunque sus protagonistas pretendan demostrar lo contrario); la suplantación de los valores editoriales tradicionales usurpados por agentes comerciales que se hacen pasar por editores; el arrumbamiento de la independiencia y el compromiso a la periferia del sistema. Ni siquiera confía Discepolo en sellos -ya grupos- como Actes Sud, más empeñados -según él- en adquirir nuevos sellos y construir su propia fábula que en mantener los valores sobre los que se edificó. La traición de los editores sería esa forma de felonía que uno comete depreciando y contraviniendo los principios que, supuestamente, están en el fundamento del oficio, del compromiso de ser editor. Es, también, una forma de llamamiento a la resistencia de los pocos que, todavía, practican el oficio creyendo en esa forma de responsabilidad (José Corti, Payot, Belles Letres, Joseph Vrin, Les Éditions de l'Atélier, Minuit, Editorial L'Arche, Christian Bourgois... o la propia Agone). En febrero de 2007, como cuenta Discepolo, el que fuera entonces Presidente del Centro Nacional del Libro, Benoît Yvert, a la pregunta sobre la posibilidad o no de mantener una línea editorial riguosa e independiente en el sello de un grupo editorial, declaraba: "no lo confundamos todos [...] Lo que cuenta es la independencia intelectual. El discurso alarmista sobre la concentración editorial no se ha traducido, a mi entender, por ningún atentado a la independencia de los editores [...] La lógica de grupo no es antinómia de la calidad editorial. Las advertencias sobre la independencia son pura fantasía", y es posible que tuviera parte de razón y que la única manera de no ser un maniqueista fantasioso sea caer en la cuenta de que no todos los sellos asociados a grupos editoriales son completamente dependientes ni arteros ni todos los sellos independientes arriesgados y comprometidos adalidades intelectuales. ¿Cabría reconstruir esas complicidades estructurales de editores virtuosos, libreros comprometidos y autores conscientes de su responsabilidad? ¿Existió alguna vez algo similar? ¿Cómo podría ayudarnos Internet a conseguirlo? Trazar la génesis, historia y evolución de nuestro propia campo editorial está por hacer. Quien quiera conocer la del campo editorial francés en el siglo XXI deberá recurrir, polémicamente, sin duda, al libro de Thierry Discepolo.


Los amantes del papel

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Creo que fue Damià Gallardo, el librero de la Laie del CCCB, quien me regaló hace ya bastante tiempo dos libros que tengo entre mis pequeñas joyas bibliográficas: How to make books y 500 Handmade books, dos libros sobre libros, sobre la fabricación manual de libros, sobre la recreación estética en los libros considerados como valiosos e insustituibles objetos. De más está decir que se trata de libros en papel. Si me acuerdo estos días de aquellas alhajas bibliográficas es porque hoy comienza en La Central de Callao un ciclo muy apropiadamente titulado Paper Lovers, los amantes del papel, los irreductibles y embelesados amantes de esos objetos imperecederos. Claro que dedicarle un homenaje al papel es una forma de despedirse de él, de reconocer implícitamente que su hora ha llegado, que la historia es en eso ineludible y que la sustitución de los soportes ha ocurrido aún a pesar de la voluntad de gente mucho más poderosa y sabia que quienes estamos dispuestos a rendirle esta penúltima muestra de amor y respeto. No cabe duda, tampoco, de que Internet puede propiciar formas de reactivación del uso y el comercio de los libros en papel, como demuestran las cadenas de librerías de viejo y segunda mano o los ejemplos bien conocidos de web to print, en los que los usuarios pueden decidir en cualquier momento que un contenido en formato nativamente digital se encarne, para su placer y uso, en papel. Tampoco será una anomalía completa que sobrevivan las librerías que ofrecen a esta congregación de los amantes de los libros en papel el soporte que -en el fondo y a veces de manera vergonzante- siguen prefiriendo, y podremos incluso destacar y hacer sobresalir las cualidades que el papel tiene sobre otras formas de publicación y difusión (entre ellas, la de permitirnos leer sosegadamente sin necesidad de compartir nada con nadie ). Y por eso está bien que nos reunamos y lo proclamemos, que ironicemos y perdonemos la vida a Internet y a lo digital, porque cuando se barrunta la pérdida es cuando más se valora lo que estamos en trance de perder, pero todo tendrá, inevitablemente, ese aliento de despedida y adios que la historia de las formas escritas de comunicación nos demuestra, tozudamente, que sucede. Cuatro sesiones (9, 16, 23 y 29 de mayo) en las que habrá amantes del papel tan eruditos y letrados como Lola Larumbe, Alberto Olmos, Julián Rodríguez, Jesús Marchamalo, Luis Magrinya, Dani Moreno, Constantino Bértolo y -como polizón- yo mismo. Amantes del papel, no os lo perdáis.


El futuro híbrido de la librería

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Empecemos por lo obvio: aunque Argentina, junto a México, Colombia y Brasil sea uno de los países iberoamericanos con índices de producción editorial y acceso al libro más prominentes, lo cierto es que su red de librerías, el número de puntos de venta, sigue siendo proporcionalmente bajo con respecto al número de habitantes, y su concentración en los polos urbanos deja al resto del territorio en condiciones muy precarias de acceso a ese bien cultural. Si alguna vez hubiera existido el proyecto de crecer y expandirse, no parece que ahora sea el mejor momento, no al menos de la manera tradicional: la revolución digital en el acceso a los contenidos a través de la web —tal como se demuestra en los países anglosajones y de Europa occidental, además de Corea del Sur y Japón— convertirá en superfluos o redundantes muchos de los canales de distribución y comercialización tradicionales, porque los libros son un tipo de bien, de mercancía, fácilmente virtualizable, y la experiencia de la búsqueda, la consulta y la compra no sufren menoscabo ninguno en la red, antes al contrario. Ocurre, por tanto, que a una red de librerías débil y concentrada se superpone una revolución de desintermediación digital que amenaza con hacer superflua su papel y su presencia. Es cierto que, al menos todavía, la media de la penetración de la conectividad en América Latina de las redes de banda ancha se sitúa en el 32.3% y que la transición de lo analógico a lo digital puede percibirse como una conversión progresiva y ordenada, pero la ausencia temporal de infraestructuras adecuadas no debe ocultar el irreversible cambio en el modo de producción de lo analógico a lo digital, en la conformación de una cadena de valor tradicional a otra muy distinta en la que los libreros tradicionales podrían ser un lastre prescindible o un vestigio arqueológico. ¿Qué cabe hacer, entonces, ante la magnitud de un cambio en los modos de producción, de creación, circulación, distribución, uso y venta de los contenidos editoriales? Se me ocurren solamente dos cosas, lo suficientemente grandes como para mantenernos ocupados: a) es necesario reconocer que las grandes librerías virtuales proporcionan una experiencia de búsqueda, encuentro y compra cómoda y ventajosa, más todavía cuando alguna de ellas —en un exquisito ejercicio de integración vertical— proporcionan dispositivos de lectura a precios asequibles a través de los que consumir los contenidos adquiridos en esas mismas plataformas. El contenido escrito es, además, sencillamente digitalizable y muchos lectores perciben sustanciosas ventajas —precio, almacenamiento, accesibilidad, oferta— en disfrutarlos de esa manera. ¿Qué pueden o qué deben hacer los libreros ante la penetración creciente de grandes plataformas multinacionales con una masa crítica de contenidos incomparable? ¿Cruzarse de brazos? ¿Confiar en que su pudiente y envejecido público lector siga profesando fidelidad al tradicional punto de venta? ¿Verlas venir hasta que el vendaval digital los arrase? O, quizás, ¿no sería plausible pensar en una alianza global de los libreros y los editores para construir una plataforma única y global, iberoamericana, fundamentada sobre la existencia previa de sus respectivos catálogos nacionales y la estandarización de los registros de la producción editorial ISBN (por ahora en construcción) conectada con el catálogo español? La magnitud de la tarea es, claro, equiparable al tamaño de la amenaza. De existir algo así, de llegar a existir una plataforma digital compartida de contenidos digitales, cabría pensar en un mapa de acceso y distribución a la oferta editorial sustancialmente distinto: sobre una red creciente que conectara progresivamente todo el territorio, podría accederse a todos los contenidos ofertados en la plataforma; en los puntos de venta tradicionales sobrevivientes, cabría acceder a toda la oferta viva de los catálogos nacionales y servirlos título a título mediante una red bien dimensionada de impresión bajo demanda. Hablo de una transformación copernicana, lo sé, pero ¿cabría seguir pensando en escribir y copiar libros a mano distribuyéndolos en circuitos cerrados a clientes selectos cuando un señor ha inventando la imprenta? Quizás el CERLALC tenga algo que decir en todo esto y quizás su ayuda resulte inestimable en el impulso de un proyecto global y compartido, estratégico: crear una plataforma iberoamericana única que beba de los catálogos nacionales, repositorios estandarizados y bien etiquetados, dotados de los metadatos y el fundamento semántico necesario para que sus contenidos sean sencillamente localizables, para que sus ofertas sean visibles y accesibles, para que su impacto en la red pueda llegar a equipararse al de los grandes actores internacionales. Quizás cada gobierno deba, adicionalmente, profundizar en el impulso de la conectividad, en la disminución de la brecha digital, en el acompañamiento a una industria que necesita tutela y atención en esta transición. Lo dicho: la dimensión y el calibre del esfuerzo es solamente comparable a la proporción y envergadura de la amenaza que se cierne sobre la estructura editorial. b) Qué tiene de insustituible la experiencia presencial, física, analógica, respecto a la digital? ¿Qué clase de valor añadido puede ofrecer un punto de venta tradicional respecto a uno virtual? ¿No deberían buscarse esas señas distintivas e inimitables de las experiencias tangibles para competir contra la virtualización de nuestras prácticas? Es necesario dar en las librerías aquello que las plataformas digitales no pueden dar, o al menos no pueden reproducir de manera cumplida o consumada: el trato personal; el consejo; la cercanía; la creación de un espacio estéticamente diferenciado; la suma de otros servicios que hagan placentero el encuentro con los libros, que permitan que el usuario se demore en su consulta (vinos, cafés, cualquier otra añagaza comestible, merchandising o esa clase de objetos fetiches complementarios que tanto nos gustan a los biblioadictos, etc.); el encuentro con personas de interés afines, con escritores, autores o especialistas en las materias que se comercialicen… y también, como lo intangible no siempre es suficientemente valorado, añadir contenidos exclusivos, adicionales, no disponibles a través de los canales digitales, fruto de la complicidad entre los autores, los editores y los libreros que buscan preservar los canales tradicionales de aquellos que siguen encontrando gusto en el tacto y el contacto, tal como están haciendo los libreros ingleses. El futuro de las librerías es obligatoriamente híbrido, mixto, fruto de la suma de lo más propio y exclusivo de lo analógico y de lo más pujante y abarcador de lo digital. ESTE TEXTO APARECIÓ AYER DOMINGO 28 DE ABRIL EN LA VERSIÓN IMPRESA DEL DIARIO ARGENTINO PERFIL


Diderot, el conocimiento y la propiedad intelectual

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"Entre las diferentes causas que han concurrido a librarnos de la barbarie, no se puede obviar la invención de la imprenta", escribía Denis Diderot en el siglo XVIII. "Desanimar, abatir, envilecer este arte es actuar a favor del retraso, es aliarse con la multitud de enemigos del conocimento humano...". Probemos a cambiar una sola palabra: imprenta, para actualizar el discurso del renovado Diderot. "Entre las diferentes causas que han concurrido a librarnos de la barbarie, no se puede obviar la invención de Internet", escribiría Denis Diderot en el siglo XXI. "Desanimar, abatir, envilecer este arte es actuar a favor del retraso, es aliarse con la multitud de enemigos del conocimento humano...". No soy partidario de las descargas sin control en contra de la voluntad de sus autores que, de manera legítima, pueden desear una compensación económica justa por el fruto de su trabajo. No soy partidario de que algunas páginas web se lucren indirectamente mediante el tráfico que generan y redirigen hacia contenidos ilegalmente incorporados a la web. No soy partidario, tampoco y correlativamente, de la prolongación innecesaria del derecho a la propiedad instigada por Lobbys interesados; de las prácticas abusivas de algunas sociedades de gestión de derechos y de la manipulación risible de las cifras que aluden a la proporción de la piratería. Soy partidario, en contra de los enemigos del conocimiento humano, de propiciar una pedagogía integral de la propiedad intelectual que permita comprender a los autores que la liberación de los contenidos que producen -sobre todo en determinados ámbitos, como el científico-, puede producir beneficios colectivos incalculables. Y soy partidario de usar internet con ese propósito, para librarnos de la barbarie. Hoy, Día Mundial de la Propiedad Intelectual, Diderot nos asiste.


¡Todos sabios!

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Hoy, Día Internacional del Libro, fiesta para aquellos que no imaginamos una vida sin ellos, a no ser que sea una vida más pobre e insustancial, sale a la calle ¡Todos sabios! Ciencia ciudadana y conocimiento expandido, el último  libro, cocinado durante los últimos meses y escrito junto a Antonio Lafuente y Andoni Alonso, dos de los mayores expertos en cibercultura y antropología del procomún en España. ¡Todos sabios! es, en realidad, una exortación, una invitación, una incitación a valerse del conocimiento y de la colaboración con los otros para intervenir de manera cualificada en los debates científicos que a todos nos conciernen. Y al decir científico me refiero, en realidad, a cualquier asunto de nuestra realidad más cotidiana y cercana, porque nada hay -desde el consumo de energía hasta la gestión de la salud y la enfermedad, desde las finanzas y las cuentas públicas hasta el cambio climático global, desde la educación de nuestros hijos hasta la intervención ciudadana en los asuntos públicos- que escape al dominio de la ciencia. Hasta no hace demasiado tiempo, sin embargo, hablar de ciencia parecía entrañar que ese conocimiento especializado y algo arcano era de exclusiva competencia de aquellos que conocían y manejaban su lenguaje especializado, pero desde el momento en que nos dimos cuenta -alertados por Ulrich Beck, el gran sociólogo alemán- de que todas las decisiones de la ciencia nos afectaban de lleno, plenamente, sin contar con nuestra participación, nuestra aquiescencia o nuestra disconformidad, no quedaba ya otra solución más que la de reclamar como ciudadanos la cogestión del conocimiento científico. Ulrich Beck afirmó en La sociedad del riesgo que había llegado la hora de que la ciencia se reconociera intrínsecamente falible, incapaz de prever o controlar las consecuencias de sus acciones -la amenaza nuclear, la mayor de ellas- y, por tanto, de que convirtiera esa incertidumbre estructural en apertura al diálogo con los ciudadanos, que eran, al fin y a la postre, los global y plenamente afectados por esa imprecisión irreparable. No podemos hablar propiamente de sociedad de la información, de sociedad del conocimiento, si no es proporcionando a todos los ciudadanos las competencias necesarias para valerese de esos instrumentos, conocimientos y redes de cooperación ampliadas que, en gran medida, les devuelven la posibilidad de intervenir informadamente en aquellos asuntos que conciernen y afectan a sus vidas. Debatir, por tanto, fundamentadamente, convertidos cada uno de nosotros en comentaristas responsables, porque nada debe escapar al control, vigilancia y beneplácito de los ciudadanos, al menos en lo que entendemos como democracias occidentales del siglo XXI. La propia ciencia ya ha asumido que el cambio epistemológico es irreversible (necesario y deseable, también) y por eso hablamos de Ciencia 2.0., Modo 2 de la ciencia, Ciencia expandida o Ciencia ciudadana, modos más inclusivos y comprensivos del conocimiento. Y la red nos ofrece, como nunca antes, la posibilidad de hacer efectiva una nueva modalidad de cogestión y participación. Hoy, día del Libro, lo preceptivo es abordar las librerías y comprar cientos de ejemplares de ¡Todos sabios!


Oficios de la edición

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Es obvio que cuando nos embarcamos en una revolución que compromete a la forma y manera en que producimos, distribuímos y usamos los contenidos se produzcan cambios radicales en los oficios y las competencias que deban gestionar y adminstrar esa nueva cadena de valor. Por eso son tan estériles, al menos a mi juicio, los debates sobre la ontología del editor vinculando su capacidad de discernir y entrever al orden del campo editorial del siglo XIX y, sobre todo, a un modo de producción bien pautado en el que cada uno sabía exactamente qué sitio ocupaba y qué funciones desempeñaba. Si hoy, sin embargo, los contenidos se crean, distribuyen y utilizan de maneras hasta ahora inusitadas, surgirán necesariamente nuevas necesidades que se traducirán, progresivamente, en un conjunto de nuevas competencias y, a la postre, de nuevos oficios editoriales. Así lo entienden muchos y así lo publicó hace un par de meses The Media Briefing, describiendo nueve oficios editoriales diferentes para este ecosistema digital:

  1.  Head of data o jefe de datos: en la red todos nuestros comportamientos como creadores o usuarios dejan alguna traza en forma de dato, lo queramos o no. La agregación de los datos del comportamiento de los usuarios respecto a un sitio, un producto, una tendencia pueden ser, por eso, esenciales para la economía editorial digital (para toda la economía digital, en realidad). Si los editores, antes, en buena medida, barruntaban con cierto conocimiento cuál podía ser el comportamiento de sus lectores, hoy en día cabe realizar un seguimiento mucho más exhaustivo que redunde en la generación de contenidos mejor orientados, en ofertas mejor dirigidas, en campañas de promoción especializadas, etc. No enteraré a considerar, aquí, las múltiples implicaciones que sobre el derecho a la privacidad tiene esta nueva dimensión profesional;
  2. Head of analytics o jefe de análisis: un puesto estrechamente relacionado con el anterior que coadyuva a la disección y mejor comprensión de los datos para, como queda dicho, desarrollar productos que tengan más y mejor en cuenta la voluntad y los intereses de los usuarios; para generar paquetes de ofertas relacionados con las afinidades electivas de los clientes; para lanzar campañas de promoción y comunicación que lleguen con certeza al público interesado.
  3. Head of user experience o jefe de experiencia de usuarios (usabilidad): estábamos acostumbrados, muchos de nosotros, a tomar el libro por una suerte de efecto eterno e imperecedero que nada tenía que ver con la tecnología, pero nada más alejado de la realidad. De la misma manera que pasaron siglos hasta que la arquitectura de los códices y sus elementos constituyentes acabaron convirtiéndose en el libro que conocemos, hoy necesitamos construir un nuevo entorno en el que la experiencia del lector sea satisfactoria (lo que comprende el diseño y el conocimiento profundo de los lenguajes de programación que permiten separar forma y contenido para transformarlos y adecuarlos a los soportes que sean necesarios XML, XSLT, CSS, HTML, XHTML, etc.);
  4. Chief content officer o jefe de contenidos : para explicar este punto remito a mi legión de lectores al próximo número de TEXTURAS y a un artículo titulado "El editor atómico".
  5. Chief revenue officer o jefe de modelos de negocio: una de las incognitas que pocos han despejado, al menos todavía, es la de cómo rentabilizar en internet las inversiones que requiere y, mejor aún, de qué manera pueden obtenerse márgenes de contribución suficientes para sostener a las empresas editoriales digitales. No es tarea fácil porque requiere del equilibrio entre la covertura de las necesidades inmediatas y apremiantes y la necesidad de plantear un fundamento de los negocios a largo plazo.
  6. Head of premium information o jefe de información premium: ¿habrá, en una economía sobreabundante en información gratuita, quien quiera pagar por servicios de valor añadido basadas en información enriquecida o clasificada? Seguramente sí, y este es el oficio que debería descubrir cuál es esa información y quiénes son los que estarían dispuestos a pagar por ella.

7. Head of social media o jefe de redes sociales: si creemos que los mercados son conversaciones y que todos tenemos algo que decir en ese incesante intercambio de unos con otros, cualquiera, dentro de una editorial, deberá convertirse, potencialmente, en portavoz, en transmisor de los valores del sello para el que trabaja. Siempre deberá haber alguien, claro, que supervise y recomiende estrategias de posicionamiento global en la red, que se asegure de que las conversaciones transciendan y puedan convertirse en productos tangibles.

8. Head of subscriptions o jefe de suscripciones: muchos de los modelos de negocio de la red pasan por revisitar un viejo oficio: el del jefe de suscripciones. Bien sea porque la editorial oferta paquetes anuales con acceso a determinados tipos de contenidos a un precio determinado; bien porque, invocando el apoyo a un proyecto, soliciten la participación de la comunidad afin de lectores; bien porque, como fruto de las conversaciones mantenidas con los usuarios, entienda qué clase de productos son más adecuados para determinados grupos de usuarios, el jefe de suscripciones -en compenetración con el de análisis de datos y de información premium, al menos- debe redefinir su identidad en este nuevo ecosistema;

9. Chief marketing officer o jefe de márketing y comunicación: los jef@s de márketing y comunicación que yo he conocido en el sector editorial padecían todos de un intenso síndrome de desatención y aceleración, y eso que apenas teníamos, entonces, tres o cuatro canales a través de los que comunicar y promocionar nuestros productos. ¿Qué decir ahora de un entorno en el que se multiplican las posibilidades y los canales de comunicación añadiendo mayor complejidad y disparidad al oficio tradicional? Oficio necesario y cambiante, sin duda.

Quizás no perduren los nombres ni las denominaciones, pero eso apenas tiene importancia. Lo que resulta urgente y necesario es reflexionar, en todos los ámbitos de la edición, por las fuciones, competencias, necesidades y cometidos de esos nuevos oficios.


Encuentro europeo de editores vs. Libre Graphics Future Tools

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Que la Casa del Lector de Madrid haya organizado un Encuentro de Editores europeos, donde se puedan compartir zozobras, reflexionar sobre la identidad perdida e indagar sobre la incierta senda del futuro digital, es una extraordinaria noticia, una magnífica iniciativa. De hecho, el panel de participantes, la selección de personalidades y expertos de algunos de los sellos más importantes del siglo XX editorial europeo, exceden con creces en interés a los cada vez más caducos Encuentros de Editores de la Magdalena. Son estrictamente necesarios foros de reflexión transnacionales donde se aborden las incertidumbres comunes, y este es un buen ejemplo. La cuestión es, sin embargo, que cuando un encuentro de esta ambición se conforma, de nuevo, con iniciarse mediante una reivindicación de las certezas más conocidas y confortantes, mediante una invocación al carácter insustituible de la profesión, mediante lo que Pierre Bourdieu denominaba una "teodicea de la propia condición" -como si los editores y su papel de intermediarios culturales fuera intemporal y perpetuo-, entonces estamos sustituyendo la verdadera reflexión crítica por una simple letanía que pretende sobresaltarnos con el conocido "o nosotros o el caos". Y es que, efectivamente, muchos de los editores presentes sienten y perciben el entorno contemporáneo en el que viven como una amenaza caótica, incomprensible y  desdeñable, caricaturizándo el espacio de la web y de las personas que en él colaboran y participan como una forma de anarquía y confusión ingobernable y de todo punto insignificante. Es posible que, hasta cierto punto, muchos editores hayan comenzado a entender que en el orden de la producción editorial, ya no existe otra cosa que los flujos de trabajo digitales,  y que deberán sustituir todas sus herramientas y competencias tradicionales por las que se derivan de su uso y aplicación. Pero cuando se adentran en las profundidades inasequibles de la web, trastabillan y se aferran a las certezas de la intermediación tradicional. Claro que es cierto, como reivindicaban mis admirados Jaume Vallcorba y Henriyk Wozniakowski, que el editor fue el intermediario por antonomasia entre la gran cultura y el público a lo largo de 150 años, que su influencia durante los siglos XIX y XX en el desarrollo de la cultura y la política europeas fue sencillamente esencial, pero es posible que las reglas del juego hayan cambiado y que esa función intermediadora ejercida casi por completo de manera exclusiva, nunca más sea así. Entenderlo, aceptarlo y hacerse las preguntas pertinentes -como ha intentado Wozniakowski en su intervención-, es parte del camino incierto que los editores, los libreros y los autores (todos aquellos que conformaban el campo editorial tradicional), deberían recorrer. Conformarse con el confortante ronroneo de los compañeros, sin embargo, no lleva a otro sitio que al mismo punto de partida. A una distancia relativamente pequeña del primer enclave, se encuentra el lugar donde se está celebrando, simultáneamente, el Libre Graphics Meeting 2013, Future Tools, un encuentro internacional, promovido por la Unión Europea, donde una comunidad verdaderamente universal de jóvenes desarrolladores están planteándose, también, cómo será el futuro de la edición, pero de una manera mucho más atrevida, creativa, retadora, compartida, con el desparpajo propio de quien no siente el peso de la tradición como un lastre o una reliquia, sino como un promontorio sobre el que alzarse. Una mera lectura a los temas e intervenciones del evento convencerán a cualquiera que ame y entienda esta profesión y su devenir. Y el problema es que esos dos eventos, simultáneos en el tiempo, se ignoran mutuamente, desaprovechan las extraordinarias sinergías que podrían generarse en su encuento. Y yo espero que dos espacios tan singulares y necesarios como la Casa del Lector y el Medialab Prado de Madrid, acaben encontrándose y entendiéndose. Por el bien de todos. Pd. Nota de hoy, 12 de abril: Manuel Gil publica en su Facebook: "Ayer estuve en la primera jornada del Encuentro Europeo de Editores que organiza LA CASA DEL LECTOR. El módulo de ponencias sobre "Transición digital" me parecio espectacular. Importantes editoriales europeas mostraron sus esfuerzos en la transición de lo "analógico" a lo "digital". Brillantes ponencias que me imagino colgarán en la web. Y una organización impecable". Conviene contrastar mi visión, parcial y quizás apresurada, con la que ofrece Manuel.


Libre Graphics and the digital Potlatch

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The Libre Graphics Research Unit is a traveling lab where new ideas for creative tools are developed. The Research Unit is an initiative of four European media-labs actively engaged in Free/Libre and Open Source Software and Free Culture. This cross-disciplinary project involves artists, designers and programmers and is developed in dialogue with the Libre Graphics community. The Libre Graphics Research Unit works around four interconnected threads:

Around each thread we organise Research meetings and commissions. Next week, in Medialab Prado Madrid, it will take place the next international meeting. Medialab-Prado will hosts the international Libre Graphics Meeting in Madrid (April 10-13, 2013). The event will bring together developers and designers from all over the world to work on the many different tools in the Free, Libre and Open Source toolbox. This 8th edition focuses on (re)inventing a libre graphics workflow that supports collaboration and exchange. On Wednesday, April 10, I will have the pleasure to give a lecture about The digital Potlatch and the collective forms of governance in the digital realm. The organisation ask me to reflect about what Karl Fogel alredy wrote in his book Producing open source software:
Why do volunteers work on free software projects? When asked, many claim they do it because they want to produce good software, or want to be personally involved in fixing the bugs that matter to them. But these reasons are usually not the whole story. After all, could you imagine a volunteer staying with a project even if no one ever said a word in appreciation of his work, or listened to him in discussions? Of course not. Clearly, people spend time on free software for reasons beyond just an abstract desire to produce good code. Understanding volunteers' true motivations will help you arrange things so as to attract and keep them. The desire to produce good software may be among those motivations, along with the challenge and educational value of working on hard problems. But humans also have a built-in desire to work with other humans, and to give and earn respect through cooperative activities. Groups engaged in cooperative activities must evolve norms of behavior such that status is acquired and kept through actions that help the group's goals.
As Felipe Ortega wrote in his own blog after publishing our common book, The digital Potlatch. The triumph of the commons and shared knowledge, we are persuaded we found a kind of solution to this enigma. I use the text written by Felipe: The Wikipedia Editor Survey 2011, published last April, emphasized the importance of explicit acknowledgement and recognition of effort among Wikipedia editors as an instrumental factor to sustaing and grow its community over the next years (page 4):
Positive Reinforcement: Acknowledging the effort of editors is important to reverse the editor decline. It is a commonly held view that editors just want to see their articles improve and read by lots of people and they don’t care about the opinion of their peers. This is false. The survey finds that acknowledgement of peers via a nice note or a barnstar (or kitten) is valued even more highly than achieving featured article status. To sustain and grow our community, we need to provide each other with positive feedback, and we should create tools to make it easy to do so.
In fact, this is the central argument of “El Potlatch Digital: Wikipedia y el Triunfo del Procomún y el Conocimiento Compartido” ["The Digital Potlatch: Wikipedia and the Triumph of Commons and Shared Knowledge"], a new book that I have written along with Joaquín Rodríguez, vice-dean of EOI. The book has been published in Spanish by Ediciones Cátedra, and now it should be available in your favourite book shop. Participation in Internet communities has been a fascinating topic for researchers, practitioners and members of these communities. A previous study by Michlmayr, Robles and González-Barahona showed evidence of lasting volunteer participation in Debian. In this work, they defined the half-life of contributors as the “the time required for a certain population of maintainers to fall to half of its initial size”. Their estimation for the half-life in Debian was 7.5 years. In other words, after 7.5 years of project evolution we can still find 50% of the initial Debian maintainers participating in the project. Enough said about commitment of Debian developers. In the case of larger online communities like Wikipedia we need to account for the effects of casual contributors versus more active and experienced editors. In any case, our study on the inequality of contributions to Wikipedia, published in 2008, shows that the balance between casual and very active contributors has remained stable since many years ago (2004). Even more interesting is the fact that this balance did not experimented any variation from 2007 onwards, despite the well-known “plateau effect” in the monthly number of edits to the largest Wikipedias starting that year. Unfortunately, it is not possible to infer possible causes behind this behavioral patterns from observational studies like these ones. What does it make participants to stay in online communities? What factors motivate them to contribute? Why do they stop participating? This book is an attempt to shed some light on this, mixing empirical results with qualitative investigation (interviews to editors in the Spanish Wikipedia). Our conclusion is clear: meritocracy and effort recognition has a central role in the motivation of contributors in collaborative habitats like Wikipedia. This resembles the Potlatch, an example that let us understand how in certain contexts we need to give away our capital (material or intangible) so that the community can give it back to us as acknowledgment, recognition and renown. As a result, in these collaborative habitats the working capital does not have a monteray but a symbolic nature, under the form of reputation and popularity, and the logic of its accumulation demands unselfishness to create antoher form of social value. We don’t claim that this example is valid for all kind of Internet communities, but some of the best-known cases (such as Wikipedia) exemplify the triumph of shared knowledge and Commons over other individualistic strategies. Wellcome and I hope you enjoy the lecture.


Máquinas que nos leen

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Se acerca la temporada de las Ferias del Libro y ha sido la de Córdoba la que, bajo el lema de "Leer en el siglo XXI",  nos ha planteado a algunas pesonas la pregunta esencial: ¿cómo leeremos en el siglo XXI, a qué nuevas modalidades de lectura nos enfrentaremos, qué nueva clase de competencias deberemos desarrollar? No voy a referirme ahora -porque lo he hecho ya profusamente en entradas anteriores-, a la vigencia de las competencias de lecto-escritura tradicionales sumadas a las nuevas competencias vinculadas al espacio y los dispositivos digitales, a las narrativas transmedia e hipertextuales propias del entorno digital. A estas dos dimensiones de la lectura, no obstante, cabría añadir una más: la lectura que practicamos por medio de las máquinas, del software que nos asiste en la organización, análisis y representación de grandes cantidades de datos aparentemente amorfos, de las aplicaciones y programas que nos permite reconocer patrones significativos, quizás inusitados, en conglomerados de datos cuya organización no es autoevidente. Sin la ayuda y el soporte heurístico que las máquinas nos proporcionan, resultaría dificil enfrentarse a un ecosistema informativo apabullante en datos, abrumador y opaco, esa nueva forma de opulencia comunicacional, como diría Román Gubern, que puede cegarnos y ofuscarnos más que despejarnos o explicarnos los enigmas a los que pretendemos dar respuesta. Es esa misma paradoja -la de que las mismas máquinas que nos ayudan a producir información profusamente son las que nos ayudan a descifrarla- la que podemos encontrar en How we think: digital media and contemporary technogenesis, el último libro de Katherine Hayles,estudiosa norteamericana de la literatura que, gracias a esa concepción transversal de la ciencia tan improbable entre  nosotros, procuró hace ya tiempo mantenerse al corriente de lo que las transformaciones digitales entrañaban. La lectura asistida por máquinas, la estructura de las bases de datos relacionales no jerárquicas que somos capaces de construir, los análisis que somos capaces de realizar a partir de esa información estructurada, genera representaciones de nuestra realidad, de nosotros mismos, que tenemos que aprender a leer. Las máquinas nos leen, nos procuran representaciones e imágenes inusitadas, nos interpretan a la luz de los datos, al tiempo que nosotros aprendemos una nueva forma o modalidad de lectura, tan necesaria en el ecosistema digital en el que nos movemos. Los ejemplos son ya innumerables y aquí solamente traeré tres: la Universidad de Standford comenzó a desarrollar hace años un proyecto titulado Spatial History, valiéndose de cartografías digitales y datos superpuestos en capas que dibujan la evolución temporal, dinámica, de un espacio construido cultural y socialmente; Death in the 20th Century , o cómo morimos en el siglo XX, una representación visual de las causas de la mortalidad de los seres humanos a lo largo del siglo pasado dibujada por Information is Beautiful para el Wellcome Trust del Reino Unido; todos y cada uno de los proyectos de Visualizar desarrollados y presentados en Medialab Prado Madrid, un ejercicio anticipatorio que nos habla de cómo "la visualización de datos es una disciplina transversal que utiliza el inmenso poder de comunicación de las imágenes para explicar de manera comprensible las relaciones de significado, causa y dependencia que se pueden encontrar entre las grandes masas abstractas de información que generan los procesos científicos y sociales". Máquinas que nos leen, multiplicidades de la lectura. De eso y otras cosas hablaremos el viernes 26, en Córdoba, José Antonio Millán y servidor.


La propiedad intelectual y las manos en la cartera

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Cuando oigo hablar de propiedad intelectual, me echo las manos a la cartera.   Eso es lo que parece derivarse de la lectura del último número de la revista Claves, dedicada, en esta ocasión, a "Los enredos de la red" y a lo que su subtítulo enuncia inequívocamente: "¿Cómo defender la propiedad intelectual y la libertad en internet?". Cuando el director de una revista encarga a los directores y responsables del Instituto Ibercrea un monográfico sobre el asunto de la propiedad intelectual, bien es verdad que uno no puede esperar otra cosa que una reflexion partidiaria e incompleta, lo mismo que se derivaría de encargar a la abuelita que redactara un reportaje sobre el lobo feroz, para entendernos. La cuestión, a estas alturas, no es saber de quién es la propiedad de un bien o una obra cultural o de si sus creadores tienen o no el derecho legítimo a obtener una justa compensación por su trabajo. No seré yo quien ponga en duda esa posibilidad, tan remota en todo caso. Ni soy partidario de enajenar impunemente lo que no es mío ni comparto la idea de que toda obra del intelecto deba circular sin restricciones ni cortapisas.Tampoco lo soy, claro está, de agitar el espantapájaros artero de la piratería y las relaciones parasitarias. La ley, en todo caso, lo deja claramente establecido: "La propiedad intelectual está integrada por derechos de carácter personal y patrimonial, que atribuyen al autor la plena disposición y el derecho exclusivo a la explotación de la obra, sin más limitaciones que las establecidas en la Ley". Osease: que la propiedad intelectual, que la supuesta preocupación que Arcadi Espada profesa por el futuro de los creadores  y la creación, no se limita desde el punto de vista legal a la protección de la obra creada, sino al estímulo y promoción de su libre, consciente y voluntaria diposición. Cuando toda la artillería intelectual de una revista como Claves se dirige a resaltar el aspecto monetario de la creación, hace un flaco favor a los creadores: a penas el 3% de los asociados a CEDRO viven de los derechos que sus obras generan (dato público proporcionado por la propia Magdalena Vinent en un encuentro organizado por ARCE en torno a la propiedad intelectual),  lo que quiere decir que el 97% restante haría bien en comprender que quizás debería utilizar otros canales de difusión y otras modalidades de rentabilización que no fueran las tradicionales amparadas por la misma Ley de Propiedad Intelectual que suele agitarse para que nos echemos la mano a la cartera. Si, como dice el propio Espada, director de Ibercrea, "la cuestión es que la sociedad debe decidir si vale la pena preservar la creación. Y en qué medida", quizás debería preocuparse de tres cosas alejadas de su discurso tradicional: de proporcionar una pedagogía integral de la propiedad intelectual que promoviera entre los aspirantes a creadores la conciencia de su plena autonomía en la disposición de sus contenidos; de explicarles que su defensa se refiere a un escaso 3% -siendo absolutamente legítima, en todo caso-, pero que no tiene nada que ver con ellos, con los muchos y buenos creadores que el uso de la web promueve; que Internet es una máquina de democratización creativa, y que tenemos que aprender a usarla, aunque muchos de nosotros nunca lleguemos a escribir como Stefan Zweig, componer como Stravinsky ni rodar como Truffaut. Claro que como Fernando Savater escribe en el prólogo, tomando la cita de Walter Benjamin, "en cada logro civilizatorio está latente la barbarie", pero resulta harto sospechoso que siempre que hablemos o leamos sobre propiedad intectual, tengamos el reflejo de echarnos la mano a la cartera y no reflexionemos, en cambio, sobre la riqueza creativa que podría promovese mediante su uso y conocimiento razonado. ¿Para cuándo un número sobre eso?


Deseo de ser finlandés

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Hoy, en el mismo periódico, encuentro el anverso y el reverso de la misma moneda, versiones antagónicas de lo que la pedagogía debe significar, antítesis irreconciliables de lo que la enseñanza comporta. Reijo Laukkanen, Profesor Universitario de Política Educativa Internacional, ante la pregunta del periodista, ¿Cómo seleccionan ustedes al profesorado de los centros públicos?, contesta: "en Finlandia se tiene en gran consideración al hecho de tener titulaciones universitarias y másteres. Por eso, no consideramos que haga falta hacer exámenes a los candidatos a una plaza de profesor. Cuando una escuela de un municipio necesita profesores se pone un anuncio en el periódico, se presentan candidatos de todo el país a los que se selecciona a través de entrevistas". Y, ante la reiterada pregunta del entrevistador, ¿qué pasaría si hicieran pruebas como las que se hacen en España para medir la capacidad de los candidatos?, contesta, irreprochable: "Sería impensable. Se confía ya en su capacidad. Lo que pasaría es que los profesores perderían la confianza de el Gobierno y la sociedad en los profesores. Eso sería nefasto para el país, pero es impensable". Entre nosotros, aquí cerca, ocurre todo lo contrario. La Consejería de Educación y Empleo de Madrid, según el mismo diario (el artículo aparecido hoy "El gobierno cambia los baremos para acceder a una plaza docente" solamente rubrica lo adelantado en el anterior), ha anunciado el cambio inminente en "el proceso de selección de profesores para que la nota tenga más peso que la experiencia docente a la hora de acceder a una plaza y en las listas de espera de los interinos. Es una vieja aspiración que dejó sin cubrir la expresidenta Esperanza Aguirre y que ya había intentado impulsar la consejera de Educación, Lucía Figar". Según la Consejera de Educación de la Comunidad, “no queremos que un aspirante que haya suspendido un examen y tenga antigüedad pase por delante de otro con un sobresaliente. Se trata de que la experiencia cuente solo para el que haya aprobado”. Tras lo que podrían parecer diferencias debidas al prurito profesional de los españoles, se esconden diferencias pedagógicas abismales: en un lado se prima la experiencia, la vocación, la empatía y la capacidad de que el conocimiento sea una herramienta para transformar la realidad; en el otro se prioriza la memorización, la deglución, la repetición y una forma supuestamente nuetral de meritocracia cuantitativa. Lo explica Laukkanen: "lo que mide Pisa es si los alumnos saben, pero, sobre todo, si saben trasladar sus conocimientos a la realidad. Nuestra educación está enfocada en se sentido, como la de muchos países avanzados. La educación que, por un lado, enseña conocimientos y, por otro, no los relaciona con la realidad, es obsoleta. Es, además, un aspecto clave en la civilización del conocimiento en la que vivimos". Por aquí, de momento, con profesores a los que se les exige la memorización borrega sin traslación pragmática, no sabemos nada de eso. Menos todavía de su vinculación con la sociedad del conocimiento, con la necesidad de formar ciudadanos capacitados para dirimir los asuntos que les competen, analizar la información que se les ofrece, e intervenir en la realidad que les preocupa. Esa forma de cultura participativa, que se promueve en la escuela mediante una alfabetización global, mediante las alfabetizaciones múltiples, mediante el uso adecuado y consecuente de las tecnologías digitales, aquí ni la olemos. Yo me atrevería a sugerir que cualquiera que optara a una plaza de profesor en la enseñanza pública tuviera que mantener una conversación sobre el extraordinario y esclarecedor libro de Will Richardson (lo mejor que he leído sobre educación y la transformación de la escuela en los últimos años) Why School?: How Education Must Change When Learning and Information Are Everywhere, y comenzaría obligando al candidato a profesor a comentar la siguiente frase:

Lo que ya no funciona es la obstinada insistencia de nuestro sistema educativo en la imposición de un currículum cada vez más irrelevante para nuestros hijos; los métodos de evaluación trasnochados y estadarizados que seguimos utilizando para intentar medir nuestro éxito; y el modo de pensar basado en órdenes, control y repetición que se extiende sobre todo el proceso.
Quien supiera darme alguna alternativa coherente a alguna de estas tres demandas, sería, para mi, un candidato ideal. Hay días en que me crece el deseo de ser finlandés.


Alfabetizaciones digitales y competencias fundamentales

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El pasado 5 de marzo los expertos de UNESCO dedicados a la alfabetización mediática y digital, en reunión preparatoria de la siguiente World Summit of Information Societies, rubricaron lo que es una evidencia ya incontrovertible: que la alfabetización mediática e informacional (MIL. Media and information literacy) ocupa un lugar central en el mapa escolar de competencias del siglo XXI. Esto no es nada esencialmente nuevo: Viviane Reding, la hoy Vicepresidenta de la Comisión Europea y ex-comisaria de Información entre los años 2004-2009, declaraba en el año 2006: "Hoy, la alfabetización mediática es tan central para el desarrollo de una ciudadanía plena y activa como la alfabetización tradicional lo fue al inicio del siglo XIX". Y añadía: "también es fundamental para entrar en el nuevo mundo de la banda ancha de contenidos, disponibles en todas partes y en cualquier momento". De acuerdo con el European Charter for Media Literacy podríamos distinguir siete áreas de competencias que, de una u otra forma, deberían pasar a formar parte de todo currículum orientado a su adquisición:

En definitiva, el reto estriba en construir un nuevo entorno educativo basado en la consecución de competencias, en la resolución de problemas que requieran, por una parte, la cooperación transversal de todo el claustro de profesores (como algunas experiencias escolares ya han demostrado, entre nosotros, que es posible hacer) y, por otra,  el uso de herramientas y tecnologías digitales (desde la navegación crítica  y consecuente hasta la narrativa transmedia, la robótica o la programación) que contribuyan a la indagación, la investigación, la cooperación y la resolución de los problemas planteados. La alfabetización extendida, mediática, es, sin lugar a dudas, uno de los retos fundamentales de la educación del siglo XXI.


La revolución de la ciencia ciudadana

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El domingo pasado Tomás Delclós -defensor del lector en el diario El País y antiguo director del suplemento Ciberpaís- publicó una columna titulada "Revistas científicas y fiabilidad" en las que defendía -ante las críticas y reprobaciones de determinados lectores- el buen hacer de los periodistas que  habían publicado determinadas noticias con suficiente fundamentación científica. Una de las impugnaciones de los lectores  se refería a un trabajo publicado por un grupo de investigación de la Universidad de Navarra en el que se establecía un algoritmo para medir la grasa corporal y determinar, en consecuencia, si pudiera o no existir sobrepreso. Las conclusiones a las que se llega mediante la aplicación de esa fórmula, publicadas en el International Journal of Obesity, puede que sean científicamente objetivas, pero son, con seguridad, socialmente alarmantes (el índice de un hombre de 85 años, 1,65 cm de altura y 47 kilos tendría, supuestamente, un sobrpeso de 20,7 kilos, lo que podría dar pie a interpretaciones tergiversadas por parte de los adolescentes, expuestos a la presión de modelar su figura a imagen y semejanza del canónico modelo de belleza famélico de la actualidad). "Sin pretender evaluar algunos aspectos metodológicos especializados", dice Delclós, "las explicaciones dadas y el prestigio de la institución y personas que han realizado el estudio hace lógico que el diario confíe en sus datos y los publique". En este argumento Delclós muestra la credulidad necesaria en la objetividad de la ciencia y en la ecuanimidad del juicio de los sabios. No entraré ahora a recordar, una vez más, que el modelo tradicional de revisión por pares (peer review) que, supuestamente, aseguraba la calidad de las publicaciones científicas, ya no se sostiene; tampoco regresaré al asunto de la alocada carrera de los científicos por publicar, al coste que sea, aunque sea el de la copia y la falsificación sistemática (47 de cada 53 estudios publicados, según un reciente análisis publicado por The New Yorker). Lo más importante, quizás, es el poder que Internet pone en mano de los ciudadanos corrientes para retar las supuestas certezas de la ciencia, tal como demuestra y desarrolla el último número de la revista The Scientist, dedicado al Do-it Yourself Medicine, a las comunidades de afectados que se reúnen en la web e investigan, indagan, experimentan y desafían las supuestas seguridades de  la medicina tradicional. Los ejemplos de  espacios dedicados a la salud y su gestión pública y colaborativa son innumerables: Patients like me o Health Tracking Network, por ejemplo, persiguen agrupar a comunidades de afectados, que se convierten,  automáticamente, en comunidades epistémicas, en colectividades que inquieren, examinan y analizan y ponen al descubierto problemas velados o enmascarados o que procuran documentar el avance de la gripe A y sus posibles rebrotes en cualquier rincón del mundo. Todas ellas hacen visible y viable lo que antes era invisible e inasequible por cuanto requería un poder computacional o una red de investigadores especializados imposible de reunir. Y todas cumplen, sin duda, con una exigencia superior: la de generar espacios de relación estables entre la ciencia y la sociedad —como reza en el  lema de entor nos web como el de Scitizen, you bring science closer to society—, la de incorporar al proceso de creación, producción y difusión del conocimiento a los que antes no eran sino espectadores desentendidos, la de modificar las modalidades mismas de circulación del conocimiento mediante su exposición y diseminación pública. Las redes de ciencia ciudadana cobran, así, carta de naturaleza y revistas de alta divulgación como Scientific American dedican un espacio a registrar las iniciativas más relevantes. La revolución de Internet es, en realidad, básicamente, una revolución de la edición, de los modos, modalidades y maneras de crear y hacer llegar, a quien pueda estar interesado, los frutos de las deliberaciones y reflexiones de cualquiera de nosotros, y también de la posibilidad de compartir y colaborar. Y eso tiene especial relevancia porque el saber es cosa de todos, la savia mediante la que se lubrica nuestra convivencia, y el objetivo del siglo xxi no puede ser otro que el de construir una sociedad verdaderamente inteligente, que haga realidad el eslogan de que se trata de una sociedad del conocimiento. Internet y sus posibilidades nos vienen como anillo al dedo, porque amplifican y facilitan nuestra posibilidad de dialogar, de discutir, de indagar e investigar, de tomar decisiones colegiadas, de negociar y llegar a acuerdos necesariamente contingentes. Internet es, como dice Helga Novotny, una tecnología de la humildad, sobre todo para los científicos, que deben reconocer su falibilidad, su contingencia y, también, su responsabilidad social.


La cuenta atrás de la librería

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Podríamos enunciar el siguiente axioma: cuanto más quepa virtualizar una actividad sin detrimento de la experiencia vinculada a ella, más susceptible será de trasladarse completamente o en parte a la web; o dicho al revés: cuanto más determinante e insustituible resulte la experiencia física y personal vinculada al consumo o uso de un determinado contenido o mercancía, menos idónea resultará su potencial virtualización. No es que el principio sea muy original o muy complejo, pero resulta lo suficientemente  esclarecedor para comprender la tendencia progresiva (¿quizás irreversible?) a la desaparición de las librerías tradicionales. Algo así es lo que ha intentado demostrar, dotándolo de un fundamento empírico (aunque parcialmente subjetivo), Mike Ghaffary, vicepresidente de desarrollo de negocio en Yelp. En un artículo publicado el pasado 24 de febrero en TechCrunch, titulado "Why Local Commerce Will Be Larger Than E-Commerce For The Next Decade, An Analysis", Ghaffary desarrolla tres tipos de coeficientes vinculados a la experiencia de la compra o el consumo, y saca ciertas conclusiones como para echarse a) a temblar b) a regocijarse (a elegir de acuerdo con el desempeño profesional y/o las afinidades electivas). La ecuación propone la siguiente fórmula para comprender el progresivo abandono de la librería tradicional: L = (e + t - s + 5) / 15, teniendo en cuenta que cada una de las variables puede ocupar un rango entre el  y el 5:

Tabla 1 – Coeficiente local por industria
Categoría

e

t

s

L

Sustituto online más grande Sitio más grandes para encontrar
este tipo de negocio local
Restaurantes

5

3

0

0.87

Yelp
Apartamentos

5

2

2

0.67

Craigslist
Libros

2

2

5

0.27

Amazon Yelp
Coches

2

4

2

0.60

eBay Cars Edmunds.com
Comestibles

3

3

2

0.60

Safeway.com Yelp
Ropa

2

5

2

0.67

No hay un líder claro Yelp
Zapatos

1

5

3

0.53

Zappos Yelp
Hotel

5

3

0

0.87

Priceline, Expedia TripAdvisor
Spa

5

3

0

0.87

Yelp
Fitness/gym

5

4

0

0.93

Yelp
Fontanería

5

3

0

0.87

Yelp
Música

2

2

5

0.27

iTunes
Médico

5

3

2

0.73

WebMD Yelp
Dentista

5

3

0

0.87

Yelp
Legal

2

4

2

0.60

LegalZoom Yelp
No parece muy probable que podamos sustituir digitalmente la experiencia de sentarnos en un restaurante y compartir un plato con unos amigos (de ahí el índice 0.87), pero sí cabe pensar que muchos lectores y usuarios de contenidos escritos prefieran la inmediatez, disponibilidad y acceisibilidad de una gran plataforma de contenidos digitales para adquirir lo que antes compraban en una librería (de ahí el índice, ay, de 0.27 y la existencia de alternativas convenientes como Amazon). Cabe, como el propio autor indica, pensar que algunas de estas apreciaciones poseen un gran componente subjetivo, y así es: no encuentro, en mi caso, sustituto posible a la experiencia tangible de encontrarme con los libros, si bien soy un comprador cuasi compulsivo de libros en la red, de manera que parte de mi experiencia de búsqueda, encuentro y compra se ha trasladado al entorno digital. De aquí cabe extraer, al menos, tres conclusiones (quien quiera más, que se vaya dónde saben): En una viñeta de junio del 2008, portada de The New Yorker, un atónito librero de barrio ve como su vecino (puede que antiguo cliente, antiguo comprador), recibe de manos de un mensajero un paquete de un librero virtual. Lo que era un pronóstico, un augurio dibujado, es hoy una realidad tan indiscutible y pujante que, de no plantear medidas y soluciones vinculadas a los puntos anteriores, se convertirá en triste e irreversible cuenta atrás de la librería.


El sueño de las bibliotecas digitales

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En su alocución a la Grafstein Lecture del 15 de marzo del 2012, titulada “Books, libraries & the digital future“, Robert Darnton habló de la construcción de una biblioteca digital pública norteamericana, global y genérica, amparada bajo el sueño, ni más ni menos, de  Thomas Jefferson, que pretendía que el acceso al conocimiento y a las ideas se diseminara sin límites ni restricciones, como una vela que puede prender la mecha de otra sin perder por ello su propia luz. Un proyecto de esta envergadura, decía, que tiene como propósito poner a disposición de todos los norteamericanos (y de todos aquellos que posean, obviamente, una conexión a la red) el patrimonio escrito digitalizado de su país, más allá de las propuestas  y acciones de Google o de cualesquiera otro agente que pretenda intervenir en esa carrera, se construye sobre los siguientes cimientos: sobre la idea fundamental de que existe un patrimonio cultural compartido del que nadie puede ni debe apropiarse, un digital commons que debe promoverse mediante la creación de una biblioteca pública; que no puede dejarse en manos de los editores, de los editores científicos en particular, la gestión del conocimiento, porque ese es un patrimonio colectivo del que no puede privarse a nadie. Los editores no solamente no añaden ningún valor a lo que los científicos han escrito, sino que lo gravan, además, con suscripciones prohibitivas y limitaciones de acceso  y circulación, algo que carece por completo de sentido cuando los creadores poseen los medios, además, de distribuir el fruto de su trabajo. “Google book search”, dice Darnton, literalmente, “is dead”. La Grastein Lecture del año 2013 será impartida el próximo 5 de marzo por Joshua Gans, bajo el título "Information wants to be shared", o la información desea y quiere ser compartida, fórmula en la que se resume el espíritu y el sueño de cualquier biblioteca digital. Para alcanzarlo, sin embargo, tal como argumentaba Darnton en el 2012, esta clase de iniciativas deben ser fruto de la colaboración público-privada, de un sistema distribuido de suma de colecciones,  y su financiación es posible si las partes planifican, presupuestan y trabajan en pos de la construcción de un repositorio público y colectivo que asegure el acceso igualitario, algo particularmente interesante y reseñable en nuestra situación actual, donde los grandes proyectos de digitalización del patrimonio escrito corren a cargo de instituciones privadas sin ánimo de lucro. Ayer supimos que el Standford Prize for Innovation in Research Libraries, concedido anualmente por la Universidad de Standford, fue a parar a dos instituciones europeas: la Biblioteca Nacional de Francia, por la puesta en marcha y gestión de su proyecto Gallica Library , y la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, la biblioteda digital hispánica más grande y ambiciosa de entre las que  podamos contar. "El premio al que optaron 24 propuestas", dice la nota de prensa publicada en el blog de la Biblioteca, "distingue programas, proyectos y servicios pioneros desarrollados por las bibliotecas de investigación de cualquier lugar del mundo. Según el jurado, la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes ha merecido el reconocimiento por sus contenidos de primera calidad, entre los que destacan sus ediciones críticas integrales, utilizadas por la comunidad investigadora mundial. La organización ha subrayado que la Cervantes aborda los retos de las bibliotecas digitales mediante un diseño abierto y enfocado a los usuarios, con una arquitectura orientada a ofrecer servicios y un soporte de desarrollo en código abierto (open-source)". A veces los sueños, con cierto tesón y no sin dificultades, se alcanzan.


Tecnología, poder y democracia

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Como en tantas otras ocasiones fue el incómodo Zizek el que llamó la atención, en Corporate rules of cyberspace (la naturaleza corporativa del Ciberespacio) sobre la naturaleza alienada de nuestra relación con los proveedores de servicios en la red, sobre la esencia primordialmente privada de los servicios de los que somos meros usufructuarios en Internet. Tal como dejó dicho Slavoj Zizek, “la formación de “nubes” viene acompañada por un proceso de integración vertical: una sola empresa o corporación tendrá una participación cada vez mayor en todo los niveles del ciberespacio, desde las máquinas individuales (Pcs, IPhones, etc.) y el hardware necesario para albergar la “nube” de datos y programas, hasta el software en todas sus formas (audio, video, etc.). El “acceso”, que es la palabra mágica que abre las compuertas de la nube intangible, promete servicios de toda índole, disposición ubicua de cualquier clase de contenido, colaboración masiva inusitada entre personas de cualquier rincón del orbe… aunque todo ello “basado en la privatización virtualmente monopolizada de la nube que proporciona ese acceso”. A propósito: nada hay de natural en la evolución de las tecnologías y la computación  hacia este extremo paradójico. Tal como puede leerse en un blog de Microsoft, que a su vez toma el contenido de una entrada de la Wikipedia: “los detalles son abstraídos de los consumidores que ya no tendrán la necesidad de poseer conocimiento alguno o tener control sobre la infraestructura tecnológica de la nube que los soporta”. Traducido: a más servicios y mejor acceso, más alienación y falta de control. Ignacio Echevarría se plantea, precisamente, esa pregunta en "¿Democracia en Internet?", dentro del libro Internet y el futuro de la democracia: "el pretendido espacio público tiene como soporte las infraestructuras de telecomunicaciones, la mayor parte de las cuales son de propiedad y gestión privada", escribe Echevarría. "En realidad", continúa, "la mayor parte de las redes que confluyen en Internet son de propiedad y gestión privada, incluidas las actuales redes sociales (Facebook, Twitter, Tuenti, etc.)". La conclusión no se hace esperar: "La inexistencia de un poder público y democrático en Internet es uno de los argumentos para poner en cuestión que la red sea un espacio democrático". No es que, potencialmente, no pudiera llegar a serlo; más bien que, bajo las actuales circunstancias de concentración corporativa, ausencia de control judicial y ciberguerra extendida, a penas podemos hablar de proyecto democrático en la red. A eso se refiere en buena medida Javier de la Cueva (@jdelacueva, hay que seguirle) cuando en "Tecnología y democracia" habla de cómo nuestro Poder Judicial, nuestra Policía Nacional y nuestra portavocía de La Moncloa, juegan con cuentas en Twitter sometiéndose voluntariamente a jurisdicciones que escapan a su control: "No se trata, por tanto, de saber cómo utilizar unos gadgets o de asistir joviales al regalo de iPads a nuestros parlamentarios, sino de analizar cómo la tecnología está afectando a nuestros derechos fundamentales y al ejercicio de competencias soberanas. Y este análisis no se puede hacer sólo desde la tecnología, sino que ha de hacerse necesariamente también desde otras ramas del conocimiento que se integran en las Humanidades". Ser un tecnoactivista convencido, abogado de los derechos del procomún digital, no está reñido, en ningún caso, con el interés por desenmascarar el ferreo control que se esconde tras el uso de los servicios digitales. Antes al contrario. Las preguntas siguen prevaleciendo: "cuáles son los valores que como sociedad hemos de considerar sagrados y cómo nos organizamos para convivir en el espacio marcado por esos valores". Lejos de toda ingenuidad, de toda apelación a la lógica colaborativa masiva como remedio de nuestras tribulaciones políticas, es necesario leer la más radical de todas las críticas: En el acuario de Facebook. El resistible ascenso del Anarco-capitalismo, del colectivo Ippolita. "Facebook",, escriben, "se aproxima a los 1000 millones de usuarios. Es un extraordinario dispositivo capaz de aprovechar cada movimiento que acontezca en su plataforma. Mientras nos entretenemos, o promocionamos nuestros proyectos, en realidad estamos trabajando para la expansión de un nuevo tipo de mercado: el «comercio relacional». En el acuario de Facebook somos todos seguidores de la «Transparencia Radical»: un conjunto de prácticas narcisistas y de «pornografía emocional». Nos hemos sometido voluntariamente a un inmenso experimento social, económico, cultural y técnico. El anarco-capitalismo de los right libertarians californianos es el hilo conductor que nos permite trazar una conexión entre Facebook, los Partidos Pirata europeos y Wikileaks. Los algoritmos de los gigantes de la «perfilación» online (Facebook, Apple, Google, Amazon) para la publicidad personalizada, son los mismos que utilizan los gobiernos despóticos para la represión personalizada. Nos hallamos delante de una distopía tecnológica que conjuga la lobotomía emocional del consumismo sin frenos de Huxley con la paranoia represiva del control orwelliano. En nombre de la libertad del capital". Claro que muchos de nosotros queremos ver en la web la posibilidad de una red horizontal de organización desjararquizada capaz de dar pie a nuevas formas de articulación política. Leer Redes de indignación y esperanza, de Manuel Castells, o Ciberactivismo.Las nuevas revoluciones de las multitudes conectadas, de Mario Tascón y Yolanda Quintana, nos llevan a abrigar esa esperanza. Pero aún estamos lejos de poder asegurar que servirán a ese propósito. Precisamente porque, como dijo Manuel Castells, "defender la libertad en Internet es la base para defender la Libertad", en mayúsculas, debemos ocuparnos de reflexionar críticamente sobre las relaciones entre tecnología, poder y democracia.


Necesitamos nuevas preguntas (o el Principio de Shirky)

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"Las instituciones", dice el famoso principio de Shirky (de Clay Shirky), "tratarán de preservar el problema para el que ellas son las solución". O dicho de otra manera: las instituciones tratarán de perseverar en el problema que conocen y entienden porque es el único para el que imaginan soluciones. De ese principio -tal como se observaba en el Publishers Weekly de hace un par de años-, se derivan colorarios interesantes:

En agosto de 2012 la agencia Reuters informaba del enorme negocio en torno a la educación que avistaban los sellos educativos norteamericanos, siempre y cuando, claro, se preservara el problema, es decir, siempre y cuando la cuestión siguiera girando en torno a los libros de texto y a las pruebas estandarizadas: "Big publishers such as Pearson, McGraw-Hill and Houghton Mifflin Harcourt have made hundreds of millions of dollars selling public school districts textbooks and standardized tests", decía la noticia. Se atribuye a Mario Benedetti la formulación de una máxima que es, al menos, tan lúcida como la de Shirky: "Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas". Y es que el único camino para encontrar respuestas verosímiles es plantear nuevas preguntas sin guarecerse en los viejos y queridos problemas.


Aprender a preguntar y a decir no

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En un vibrante artículo escrito por Ignacio Sotelo, "Aprender a decir no", publicado ayer en la prensa española, podemos leer:

Así como se enseña a obedecer, también hay que hacerlo a llevar la contraria. Decir no por propio convencimiento no es una virtud con la que nacemos, sino, después de millones de años en que no se diferenciaba la opinión del individuo de la del grupo, un logro tardío de nuestra cultura. Inculcar en los niños que no se replica a los padres, a los maestros, a las personas mayores, es lo propio de la sociedad estamental premoderna; en nuestra cultura moderna europea, al contrario, no solo hay que responder a todas las preguntas sin frenar la curiosidad infantil, sino formarlos de tal forma que la capacidad de disentir crezca con los años. Educar consiste en formar personas preguntonas y respondonas, libres del temor autoritario de que para no tener líos, más vale callar.
El problema, claro, es que nuestro vetusto sistema educativo está basado en la evidencia contraria: en callar y no rechistar en aras del supuesto respeto a la incuestionable autoridad (del sabio, del profesor); en repetir y memorizar sin apenas cuestionar, siempre individualmente, descartando cualquier clase de colaboración o asistencia, en la presuposición de que el genio siempre es individual; en conformarse con las evidencias que proponrcionan, ordenada y linealmente, las fuentes sobre las que la autoridad se soporta (el currículum, los manuales); en someterse al orden establecido de las cosas (físico, ideológico). "Nos decimos europeos", continúa Sotelo,
pero en educación, en otros campos sí, todavía no nos hemos instalado en la modernidad. Nuestro sistema educativo sigue basado en que los educandos acepten todo lo que diga el maestro, sin derecho a replicar, y por lo tanto, sin el menor interés en preguntar. Siempre me ha admirado la paciencia con que en la escuela, los institutos y las universidades los alumnos aguantan el monólogo del profesor, insulso o brillante, qué más da. Aprender a obedecer sin preguntar configura el meollo de una sociedad estamental en la que domina la nobleza latifundista, al amparo ideológico de una Iglesia también latifundista.
En un extraordinario experimento iniciado en la India y extendido a todos los puntos del globo después (desde Suráfrica hasta Argentina pasando por Australia y Camboya), el profesor Sugata Mitra pudo confirmar, en gran medida, la vieja certeza sostenida por Jacques Ranciere en el Maestro ignorante: durante periodos de tiempo variables entre tres y seis meses, se ponía a disposición de los niños de algunas aldeas indias apartadas y extremadamente desfavorecidas, la posibilidad de interactuar con ordenadores que se instalaban encastrados en un muro. Sin intervención adulta de ningún tipo, los niños eran capaces de aprender solos a utilizar sus principales funcionalidades, compartiendo su conocimiento, autoorganizándose. Sus puntuaciones en los test desarrollados al efecto mostraron un extraordinario grado de comprensión que se veía incrementado y reforzado mediante el concurso de un mediador (no necesariamente formado en la materia). Esos mismos resultados trascendieron el mero conocimiento funcional de la herramienta cuando se plantearon problemas de otra índole: ¿serían capaces niños sin conocimiento ni formación previa de responder a preguntas complejas sobre biología molecular con la sola ayuda de los ordenadores, una conexión a Internet y el tipo de autoorganización que surge de la colaboración? Los resultados fueron apabullantes: los niños de los colegios más elitistas de Nueva Delhi socorridos por profesores cualificados obtuvieron las mismas puntuaciones que los desvalidos chiquillos de las aldeas indias asistidos por un ordenador. El proyecto se denominó, apelando a su trascendencia educativa, más allá del orificio en el muro, más allá del mero hecho de contar con un ordenador inmovilizado en una pared. De lo que se trata, señala Mitra, es de comprender cómo crear las condiciones, en un nuevo tipo de entorno educativo, para que la autoorganización prospere, para que el aprendizaje colaborativo sea una rutina admitida, para que el conocimiento surja de la labor de indagación, la discusión y el cuestionamiento que los alumnos, junto a sus profesores, deben poner en práctica, para que la red y los soportes que utilizamos para acceder a ella nos ayuden a diseñar ese nuevo entorno de aprendizaje. Hacen falta, sobre todo, tres cosas para que fructifique esa capacidad innata de aprendizaje:
  1. Desarrollar la comprensión lectora;
  2. Desarrollar competencias para la búsqueda y análisis de la información;
  3. Desarrollar un sistema de creencias racionales para proteger a nuestros hijos contra cualquier clase de doctrina. O, como aseguraba Ignacio Sotelo: "Pensar y actuar por uno mismo constituyen el núcleo central de la cultura europea, que en un largo proceso de secularización nos ha librado de obedecer de manera acrítica a cualquier autoridad por el simple hecho de serlo".
"Los niños que disponen de estas competencias", asegura Mitra, "a penas necesitan las escuelas tal como hoy en día las  definimos. Necesitan un entorno de aprendizaje y una fuente de preguntas grandes y ricas. Los ordenadores pueden darnos las respuestas, pero no pueden hacernos las preguntas". Aprender a preguntar y a decir no.


Lectores trimestrales, lectores apasionados

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Decir que uno lee algo una vez al trimestre, en el tiempo libre, no parece demasiado. Al menos no demasiado para aquellos que, como Salvador Clotas, en "La responsabilidad del lector", nos reconocemos lectores "apasionados y exagerados". De ser esa la frecuencia con que leyéramos Guerra y Paz, conseguiríamos que una sola obra nos durara una vida. Cuando leo las estadísticas -recién publicadas- de los Hábitos de lectura y compra de Libros en España (2012), me suenan como si alguien se conformara con beber una vez al trimestre, quizás porque para algunos la lectura sea un bien de primera necesidad como el agua o el oxígeno. En todo caso, leer no sería importante si no existiera una correlación tan estrecha entre su práctica, la frecuentación de otros usos culturales y la evolución y proyección profesionales. También, como nos demostraba PISA, la concomitancia con el desarrollo de las competencias digitales. El misterio radica en este cuadro (incluído en la página 37 del mencionado estudio): ¿cuál es la razón por la que personas con estudios superiores, con un capital cultural superior, conciben la lectura como una forma (eminente) de ocio y, también, como la mejor de las fuentes de desarrollo e instrucción profesional? Y al contrario: ¿qué lleva a las personas que no quisieron o no pudieron o no tuvieron la oportunidad de adqurir ese capital educativo a rechazar la lectura como algo digno de atención, como una práctica al mismo tiempo de (refinado) recreo y de (provechoso) adiestramiento profesional? Conviene desagregar con cierta atención las cifras que la prensa lanza sin demasiada escrupulosidad: resulta una extravangancia afirmar que el 63% de la población es lectora, sin puntualizar otra cosa dejándose llevar por una forma de optimismo cultural baldío. En realidad -y restringiéndome solamente a la lectura de libros-, podemos hablar de un 47%2 de lectores frecuentes -lo que da para estar "muy moderadamente satisfechos"-, un 11.9% de lectores ocasionales -muchos de ellos reos de lo que se denomina buena voluntad cultural, incapaces de expresar su desinterés abiertamente en una situación de encuesta-, y un 40.9% de no lectores sin complejos. "El nivel de estudios que tiene la población", reconocen los autores del estudio, "es determinante en el porcentaje de la lectura". Volviéndolo del revés: el bajo nivel de estudios, el bajo nivel cultural, la falta de familiaridad con ciertas prácticas culturales que no se inculcaron en el seno de la familia y, seguramente, tampoco, durante la educación infantil y primaria, es determinante en la conformación de no lectores, de personas que no sentirán nunca (porque no pueden sentirlo) apego alguno a esta clase de experiencia que tienen por inservible, cuando no por excesivamente exquisita o erudita. Es mucho más fácil agitar el fantoche de la pirateriapara explicar el desapego de las personas que ni compran ni leen que preocuparse por elevar progresiva y fundamentadamente el nivel cultural de un país. Es mucho más sencillo fantasear con centenares de millones de euros inexistentemente perdidos por la piratería, que ahondar en las razones por las que la mitad de la población nunca se acercará a una librería ni a un libro. "No cabe culpar orteguianamente a “las masas" o a “La gente” (que son siempre resultados)", -dice hoy José Luis Pardo en Un asunto poco importante-; "la razón fundamental", prosigue,  "por la que la lectura va tan mal es que a nadie —sobre todo a nadie de los que mandan— le ha importado nunca demasiado. Hoy son los profetas de los negocios quienes nos aseguran que “el libro” (una expresión cuyo significado desconocen) tiene los días contados, y el Ministerio de Educación pone su granito de arena dejando a la filosofía en las alcantarillas de los planes de estudios. Acabáramos". Convertir lectores trimestrales en lectores apasionados, si es que tiene algún sentido, es una tarea a largo plazo que requiere del apoyo a las familias, de un sistema educativo preocupado por la elevación del nivel cultural de los alumnos, de un claustro de profesores capaz de entender la lectura como una competencia transversal a lo largo de todas las etapas escolares y de una sociedad capaz de cobrar conciencia del embotamiento que sufre por medio de la miriada de espectáculos estúpidos y vulgares que la desactiva y desinforma.


De cómo no hacer libros y de cómo hacer lectores

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En el último Anuario de Estadísticas Culturales 2012 editado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, podemos darnos cuenta de la desmesura de nuestra producción editorial en relación al nivel de compra y lectura de los ciudadanos españoles. En el año 2011 se produjeron 97504 nuevas ediciones, un 83% del volumen total de la producción, que alcanzó los 116581 ISBNS. El resto se repartió entre reeimpresiones y reediciones. En formatos electrónicos el 98.2% de los títulos publicados fueron estrictas novedades frente al 79.5% de las correspondientes al papel. Que esa cifra resulte desmedida, desproporcionada, obedece a que no existe el hábito de compra y de lectura correspondiente, a que no existe correlación alguna entre oferta editorial y demanda cultural. Eso queda a todas luces demostrado si uno tiene la paciencia de bucear en las cifras que ofrece el cuadernillo de Gastos de consumo cultural de los hogares contenido en el mismo estudio: quienes más libros leen y compran no son, necesariamente, quienes más ingresos tienen, sino quienes más títulos académicos poseen, quienes más capital cultural detentan: el gasto medio en la compra de libros entre una persona con estudios universitarios de segundo y tercer ciclo y otra persona con estudios de primer grado o inferiores, es de 402 € de media anuales. A menudo las diferencias salariales entre un profesor universitario y un camarero no son, ni mucho menos, tan distantes como lo que la gente pudiera imaginar (que me lo digan a mi y a mi cuenta bancaria). El abismo entre uno y otro es, más bien, la predisposición a invertir en bienes culturales o no, algo que no nace de un impulso natural, ingénito, sino de un largo proceso de habituación y formación. La media del precio de los libros es, en comparación con otros servicios y productos generales, y otros servicios y productos culturales, barata: el 21% de los libros editados costaron entre 7.51 y 10 €; el 14.9% entre 5.01 y 7.50 €; el 14.5% entre 2.51 y 5.00 €. Así las cosas, ¿quién podría decir que no puede permitirse, materialmente, adquirir un libro? Sin embargo, la media del Gasto en bienes y servicios culturales por tipo de bienes y servicios delata que el gasto medio en libros no de texto fue de unos exiguos y raquíticos 22.2 €. Así, obviamente, no hay industria que se sostenga, menos todavía cuando la desmesura productiva de esa industria no obedece a una demanda real, sino a los perversos mecanismos de su propio proceso y ciclo de producción, difusión y comercialización. Antes -vale la pena quizás recordarlo-, un editor intentaba realizar colocaciones masivas en el punto de venta con la esperanza de que los pagos condicionados del librero le sirvieran para hornear la siguiente tanda de novedades, aquella que debería sustituir a la devuelta; hoy, sin embargo, la consigna ha sustituido al abono, y la fuente de financiación de los editores se ha esfumado, de manera que la sobreproducción ya no tiene asiento ni justificación de ninguna clase. Y si los editores deberían reflexionar, a la luz de estas cifras, sobre los excesos industriales cometidos, propios de una industria predigital, también es el momento de que las autoridades educativas y culturales, aquellas que tengan alguna responsabilidad sobre la formación de los lectores, se detengan a pensar sobre los desencadenantes del aprecio por el libro y la lectura: si uno se detiene en el capítulo sobre Hábitos y prácticas culturales, podrá comprobar que existe una estrechísima correlación entre un hábito de lectura regular y la práctica recurrente de otras actividades culturales: quienes más leen más van al cine, más conciertos escuchan, más museos visitan y más espectáculos de artes escénicas frecuentan. De lo que se trata es -como cualquier sociólogo de la educación y la cultura con dos dedos de frente sabe-, es de generar ese hábito, ese correlación indeleble que se convierte en costumbre, esa afinidad que acaba convirtiéndose, casi, en un instinto natural. No hay industria de contenidos culturales -no hay industria del libro o de lo que tenga que venir- sin quienes los demanden, los usen, los reelaboren y los consuman; no hay industria cultural alguna sin el decidido fomento de los hábitos culturales, de su frecuentación.


Hacia dónde va la educación

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Coinciden en el calendario tres importantes encuentros internacionales dedicados a la educación: el Educational World Forum, de carácter más político e institucional; el Bett británico, quizás el encuentro internacional de tecnología y educación más importante; y el Learntec alemán, un lugar donde puede vislumbrarse cuál será el futuro de la educación. Hay algunos elementos o asuntos recurrentes que nos permiten entrever que el aprendizaje mediante la resolución de problemas basados en juegos virtuales, digitales, cobrará, cada vez, un papel más relevante, alejado de la quietud y cerrazón de los currícula tradicionales; que el diseño y prototipado de soluciones, mediante el uso de tecnologías analógicas y/o digitales, será el complemento perfecto a la pedagogía del aprendizaje basado en la práctica; que todo ese aprendizaje discurrirá, en buena medida, en plataformas digitales, móviles, en las que se favorecerá el trabajo colaborativo, el ensayo y el error, la experimentación y la simulación. En el apartado dedicado a los centenares de expositores que participan en BETT, se barrunta una reclamación ya inaplazable: que el aprendizaje en el siglo XXI se realiza en todo tiempo y lugar, más allá de los libros (aunque sin prescindir de ellos), en colaboración con otros, en contextos prácticos y reales, mediante el acceso a toda clase de recursos y contenidos, la mayor parte de ellos disponibles en la web. Coincide que, mientras se celebran esos foros, las Escuelas Públicas del Estado de Nueva York meditan sobre la conveniencia de sustituir los libros de texto tradicionales por tabletas digitales que soporten el tipo de contenidos, interactividad y lógica colaborativa que el nuevo entorno de aprendizaje exige. En algunos casos, adicionalmente, eso ha suscitado que colectivos de profesores trabajen en la confección de materiales digitales adecuados al diseño de ese nuevo entorno educativo. Claro que, en el Estado de Nueva York, es donde se encuentra uno de los lugares a la vanguardia mundial de los nuevos espacios de aprendizaje, Quest to Learn, de manera que no resulta sorprendente que se planteen la ampliación de algo que vienen ensayando desde años en ese lugar. Nos encontramos, qué duda cabe, en una nueva encrucijada: sabemos que la comunicación entre profesores y alumnos ya no podrá basarse nunca más en un acto de comunicación unilateral; sabemos que el aula no podrá ser ya, nunca más, ese espacio cerrado entre cuyas cuatro paredes sucede ese ritual de la repetición y la memorización tradicional; sabemos que el currículum, con su estructura rígida y clausurada, no podrá dar respuesta a las necesidades que el mundo del siglo XXI plantea; y sabemos que la fuerza disruptiva de la tecnología digital ha puesto en evidencia algo que ya denunciaba Stefan Zweig, a principios del siglo XX, en sus memorias. En lo que atañe a la industria editorial las dudas no son menores: presa de un modelo de éxito que funcionó durante los últimos cincuenta años -una pieza analógica esmeradamente estructurada que encajaba perfectamente en la lógica del sistema educativo tradicional-, se ve impelida a abandonar lo que justifica su existencia para aventurarse en modelos de generación de nuevas herramientas, contenidos y servicios cuyas claves no entienden o dominan por completo. Una crísis, como todas, donde se esconden grandes desafíos y oportunidades. Un paso por Bett y/o por Learntec, podría darnos, a muchos, las claves de hacia dónde va la educación.


El llamamiento de los

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Hubo un tiempo -quizás tras la Guerra Mundial, en los años 50 del siglo XX, cuando fue necesario reconstruir moral, intelectual y éticamente la sociedad- en que los editores jugaron un papel fundamental. La lectura de las conversaciones de Giulio Einaudi con Severino Cesari son por eso, siempre, un reencuentro con la lucidez de un intelectual que creía en la labor pedagógica y formativa de los textos que editaba, en su función propiamente cívica y política. Einaudi podía permitirse una definición de la edición ajustada a sus tiempos, donde la "Edición sí" era la edición propositiva, intelectualmente arriesgada y políticamente comprometida, y la "Edición no" aquella otra cuyos únicos visos eran comerciales. Eran los tiempos en los que la prensa, la televisión y, en menor medida, la edición, asumieron la condición de formadores del espíritu de una época. Intermediarios cualificados, mediadores competentes, gozaban del crédito que la sociedad de la comunicación de masas les proporcionaba. No hace falta saber mucho de la red para darse cuenta de que ese lugar central que los editores y el resto de los agentes de la comunicación de masas ocuparon, no es ya el mismo. La proliferación de herramientas de creación, producción, comunicación, distribución, venta, comercialización y compartición que encontramos en la red han provocado su desplazamiento hacia la periferia del ecosistema de la comunicación. Y esa conciencia, más o menos implícita, más o menos explícita, es lo que ha provocado ese sentimiento de crísis -justificada y generalizada- del sector. Es en este contexto en el que yo entiendo "El llamamiento de los 451", ese llamamiento que evoca a Bradbury, recogido tanto en el periódico Diagonal como en la irremplazable revista Texturas, en el que se aboga "Por la constitución de un grupo de acción y de reflexión en torno a los oficios del libro".

Nos hemos empezado a reunir desde hace un tiempo para debatir colectivamente sobre la situación actual y futura del libro y de sus oficios. Atrapados como estamos en una organización social que separa las actividades, partiendo de una sensación común –basada en diversas experiencias– de que se está produciendo una degradación acelerada de las formas de leer, producir, compartir y vender libros, consideramos que, a día de hoy, la cuestión no se limita exclusivamente al sector, por lo que buscamos soluciones colectivas a una situación social que nos negamos a aceptar.
La principal virtud de ese texto de partida y del que le sigue, "Querella de los modernos... Respuesta a las críticas y desarollo del argumentario del Llamamiento a los 451" (traducido, también, por Gabriela Torregosa para el último número de Texturas), es la conciencia de la necesidad de una acción colectiva, de la gestión colectiva de un espacio de reflexión compartido. Salir de esta crisis, si es que existe alguna salida o si es que se trata siquiera de salir, no vendrá de la mano de esfuerzos individuales, sino de empeños colaborativos. En el texto que podemos leer en ese alegato se arremete contra el orbe total: contra la proliferación de los títulos deleznables que invaden las mesas de novedades; contra el imperio de los grandes grupos editoriales que desestabilizan el ecosistema editorial; contra la desaparición de los oficios del libro; contra la degradación de las profesiones asociadas tradicionalmente a la producción editorial; contra Internet y el mito de la liberación digital; contra -sobre todo, y aquí radica uno de sus puntos principales- la pérdida de la representatividad política y social de los agentes vinculados a los oficios del libro:
Si consideramos que trabajar con libros tiene una dimensión política, entonces tenemos que poder hacernos preguntas como: ¿qué papel social juega el libro?
Discutimos sobre la irrelevancia de nuestras ventas; sobre la desaparición de las librerías y otros puntos de venta; sobre la insignificancia de los oficios asociados al libro y el éxodo de los lectores, pero, ¿no será todo ello consecuencia de su instrascendencia política, de su trivialidad social, de su arrumbamiento a los márgenes del universo de la comunicación? No tengo respuestas. Sólo sugerencias bibliográficas, cartográficas: Einuadi, como queda dicho; Pierre Bourdieu, que discutió durante mucho tiempo sobre la progresiva banalización y conservadurismo de la edición francesa (I) y de la edición en general (II); Thierry Discepolo y su "Traición de los editores", que llegará dentro de poco, afortunadamente, a nuestras (despobladas) librerías. ¿Seremos capaces de hacer nuestro propio llamamiento, de reclamar un lugar bajo el fulgurante sol digital?


La reinvención de la librería

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Hoy hemos sabido que la librería Proa Espai de Barcelona ha cerrado. No es, desafortunadamente, ni la última ni la primera (antes cayeron Ona, Áncora y Delfín, Librería General de Arte Martínez Pérez...) Tal como señalaba hace pocos días Manuel Gil, podemos conformarnos con los datos brutos e inexactos que los gremios proporcionan, creyendo que el cierre de las librerías de fondo es compensado por la apertura de librerías generalistas. Pero no es así. El cierre sistemático de las librerías responde, en gran medida, a la finalización y conclusión de un modelo de producción ligado al libro analógico (lo mismo que le sucede, en gran medida, a las bibliotecas tradicionales, grandiosas infraestructuras construídas en torno a objetos). E imaginar un nuevo modelo, reinventarse, no resulta sencillo. El descenso progresivo e imparable de las ventas, motivado en gran medida por la migración de los usuarios a entornos de compra y descarga digitales, se siente hasta en las librerías especializadas, como en el caso también reciente de Díaz de Santos. Algunas bibliotecas públicas y universitarias, en Estados Unidos, están ensayando su desmaterialización: las bibliotecas del condado de Bexar, en Texas, y la biblioteca de la Universidad de Standford, buscan reinventarse mediante su conversión en espacios desprovistos de libros físicos, de mercancias analógicas. En el fondo, de lo que se trata -así lo piensan- es de ahondar en la misión de cualquier biblioteca, que no es otra que la de propiciar el acceso a los contenidos que gestionan, algo que puede favorecerse perfectamente a distancia. En Cataluña los bibliotecarios, sin embargo, han optado por un modelo inverso: el de convertirse en resguardo y amparo de las librerías, reservando espacios en su red municipal para su acomodo, para instigar la concupiscente relación entre los lectores y los libros físicos. Los libreros franceses saben que las cosas nunca serán ya como han sido. En "Librarie. La physique du numérique", un artículo (de pago, en Livres Hebdo) sobre el que me llamó la atención José Manuel Anta, los libreros pretenden evitar la desbandada de los compradores a las plataformas digitales, para lo que imagina formas y maneras de "materializar lo digital" dentro de la librería: escaparates virtuales para acceder al fondo vivo de las editoriales; lectores o tablets disponibles en la propia librería para hojear con placidez digital las novedades; la disposición de códigos QR para facilitar la compra, etc.). Toda una batería de medidas encaminadas a integrar la oferta electrónica en la librería tradicional. No hay, desafortunadamente, demasiadas recetas mágias para reinventar el sector, pero algunas de ellas pueden encontrarse en "Novel ideas for indie bookstores", algo que me recueda, lejanamente, a otro artículo que pretendía desbrozar esa misma veta, The Book+ Bussiness Plan. En todo caso, las ideas novedosas para librerías independientes dicen así:

Ninguna de estas soluciones garantiza la continuidad ni protege de la ruina. Pero prueben a no adoptar ninguna de ellas, a no reinventar la librería.


Shakespeare y el calamar

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Hace ahora cuatro años que se publicó en inglés un libro esencial: Proust and the squid. The Story and Science of the Reading Brain, que fue traducido al castellano, enigmáticamente, por  Cómo aprendemos a leer : historia y ciencia del cerebro y la lectura. El libro pasó entre nosotros complemente desapercibido, hasta el punto de que hoy resulta inencontrable. En todo caso, me viene a la memoria el trabajo de Maryanne Wolf porque su título evocaba el efecto que la lectura profunda de un texto de Proust podía causar sobre el cerebro. Neurolingüista, demostraba por medio de las resonancias magnéticas, de qué manera se estimulaba el cerebro en el ejercicio de la lectura silenciosa, concentrada, atenta y sucesiva que exigía un texto tan exuberante y exigente como el de Proust. Wolf llamaba la atención sobre el milagro que se producía en un niño cada vez que aprendía a leer, porque se embarcaba en un proceso genéticamente indeterminado por medio del que acababa desarrollando algunas de las capacidades intelectuales de alto nivel más esenciales del ser humano. No es que negara, en ningún caso, la suma importancia del desarrollo de nuevas competencias digitales en un ecosistemas informativo que las exige, sino que nos recordaba que no convenía olvidar que buena parte de nuestras competencias y capacidades provienen del ejercicio sostenido de ese tipo de práctica lectora. Ella lo denominaba cerebros bitextuales, cerebros capaces de leer en profundidad un texto largo y complejo, siguiendo y comprendiendo su argumentación lógica, y cerebros capaces de construir el sentido de un mensaje por medio de la consulta y la adición de múltiples fuentes dispersas en la web.   De hecho, no hay nadie que reflexione seriamente sobre el futuro de la educación que no comprenda que la lectura tiene que seguir ocupando un lugar central (Core subjects) en el diseño curricular junto a un nuevo conjunto de competencias que tienen que ver con la comunicación, la colaboración, el uso de los dispositivos digitales y la capacidad de valorar la pertinencia y calidad de las fuentes que se utilizan. Hace unos pocos días se hizo público el resultado de un estudio llevado a cabo por la Escuela de Inglés de la Universidad de Liverpool en el que se ponía de manifiesto el grado de activiación superlativo que sufre el cerebro cuando lee a Shakespeare, cuando se enfrenta a los retos de una gramática compleja. La nota de prensa dice, literalmente:

Shakespeare usa una técnica lingüística conocida como cambio funcional, por ejemplo, el uso de un nombre que hace las funciones de un verbo. Los investigadores han encontrado que esta técnica permite al cerebro entender lo que significa una palabra antes de que se comprenda la función de una palabra en una frase. Este proceso origina una pico repentino en la actividad cerebral y fuerza al cerebro a trabajar retrospectivamente para intentar comprender completamente lo que Shakespeare está tratando de decir.
Y, de acuerdo con la entrevista que The Telegraph realiza a uno de los miembros del equipo de investigación, Philip Davis, experto en resonancias magnéticas y poco versado en quincalla metafísica :
La literatura seria actua como un amplificador del cerebro. Las investigaciones muestran el poder de la literatura para alterar los procesos mentales, para crear nuevas ideas, formas y conexiones tanto en los jóvenes como en los mayores.
Shakespeare y el calamar, la potencia amplificadora de la lectura recogida y serena sobre el cerebro humano.


Dar la vida por lo abierto

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Hace pocos días Aaron Swartz, un joven de 26 años, activista de la red, coinventor del RSS e impulsor del open access, se suicidó. Ese estremecedor suceso parece que vino propiciado por la desmesura de la amenaza judicial que se le venía encima: 35 años de prisión y una multa de 1 millón de dólares por haber puesto en circulación 4,8 millones de documentos provenientes de la base de datos de JSTOR. En el fondo de su actuación, de su decisión de liberar esos documentos digitalizados, procedentes en su mayor parte de revistas científicas, estaba el  deseo de promover el acceso libre e igualitario al conocimient0, algo que puede sonar a ingenuidad y candidez extremas, sobre todo en los ávidos y desiguales tiempos que corren. No soy partidario, personalmente, de violar las leyes del copyright cuando existen propietarios que, justificadamente, quieren hacer uso de su legítimo derecho; soy, sin embargo, un incondicional defensor del libre acceso a los contenidos científicos generados por una comunidad que, en su gran mayoría, está compuesta por funcionarios pagados con fondos públicos al servicio de la comunidad. Y, para mi, ese es el debate fundamental que este turbador hecho pone despiadadamente de relieve: el proceso y flujo de edición tradicional dictaminaba que los científicos dispuestos a hacer carrera debían publicar, preferentemente, en cabeceras con índices de impacto elevado, controladas por una camarilla de profesores bien situados, al servicio de un sello editorial privado que revendía ese mismo contenidos generado por los científicos a las bibliotecas universitarias donde trabajaban por precios, a menudo, abusivos. Ese estado de cosas, sin embargo, cambió desde el mismo momento en que surgiera Internet: la posibilidad de controlar y gestionar el proceso completo, desde la creación a su distribución y posterior uso, dio a los científicos la posibilidad de emanciparse de un yugo incoherente, que no aportaba valor alguno, antes al contrario, que mermaba su circulación, su impacto y sus posibilidades de acceso al conocimiento. La primavera académica, sin embargo, estalló ya en el 2012. Internet da a los científicos la posibilidad de controlar toda su cadena o red de valor, y eso hace que todos aquellos que se beneficiaban del modelo anterior -los grandes grupos editoriales Reed Elsevier, Springer, Ebsco, etc., que sin añadir prácticamente valor alguno obtenían crasos beneficios; los científicos miembros de los comités de peer review, anónimos y oscuros, cancerberos de las promociones científicas; la propia comunidad científica, finalmente, paralizada en esa carrera a menudo incoherente del pública o muere-, se sientan molestos y blandan con descomedimiento las amenazas jurídicas y penales que seguramente pesaron sobre la decisión de Swartz. Ese sacrificio innecesario de Aaron Swartz no debería caer, sin embargo, en saco roto. No es suficiente con apenarse y sentirlo (como la propia página de JSTOR ha hecho), o con procurar seguir las condolencias en el hashtag que se ha creado al efecto #PDFTribute http://pdftribute.net. Es necesario repensar en profundidad el sistema de creación, circulación, uso y reutilización de los ensayos, experimentos, contenidos y resultados generados por la comunidad científica: es necesario hablar de open data, de open access y open edition, como elementos íntimamente correlacionados en un nuevo proceso de descubrimiento, ensayo, error, comentario y publicación dependiente, de manera soberana, de los propios científicos. Es necesario darse nuevos instrumentos de impacto y medición que valoren la circulación, uso, apertura y comentarios de los contenidos expuestos a la vigilancia de la comunidad. Es necesario, como se proponía hace poco en Six ways to clean up science, reestructurar profundamente los incentivos que llevan a los científicos a publicar los contenidos de la manera en que lo han hecho, falsificando a menudo las evidencias, forzados al fin por publicar con la apariencia impoluta del descubrimiento perfecto. Entregar, en suma, parte de nuestra vida profesional por lo abierto.


La teoría de la conspiración

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No concibo un mundo sin libros. Para mi sería mucho más pobre y se me haría en buena medida inhabitable. Me acompañan, me instruyen, me entretienen, me invitan, me estremecen... Entiendo, aún así, que quizás su papel preponderante en el ecosistema de la cultura y la información a lo largo del siglo XIX y XX esté en trance de desaparición. No tanto porque se haya urdido una conspiración internacional fundamentada sobre el desprestigio de la lectura y la apelación a sus (supuestamente) precios desmedidos, sino, más bien, porque la era digital desplaza su posición del lugar central que ocupaban a uno más lateral o complementario, forzados a convivir con otras muchas manifestaciones de naturaleza digital que construyen un nuevo ecosistema, un nuevo campo, en el que las certezas que nos sustentaban se han volatilizado.   Ni los libros ocuparán ya un lugar central;  ni los editores serán los únicos agentes legimitadores (tampoco los críticos tradicionales ni los medios a los que servían); ni los autores, tales como los entendíamos, poseerán el monopolio de la creación, ahora tan democratizada; ni las librerías serán los únicos canales a través de los cuales se distribuyan y/o comercialicen los libros. Invocar una conspiración como causa del cambio inminente e inevitable, tal como hizo ayer Juan Cruz en un artículo publicado por el diario El País, es algo reconfortante, porque nos permite enfrentarnos a un supuesto enemigo, invisible, pero enemigo al fin y al cabo, al que podría combatirse con algunas dosis de promoción de la lectura y de recorte de márgenes de contribución. El problema es que en nuestro país poseemos un déficit estructural de lectura que parece insoluble y que no es de ahora; el problema es que nunca, en nuestra historia reciente, la población lectora regular ha sobrepasado el 20% de la población; el problema, como decía Roger Chartier hace poco, es que "históricamente, no ha habido una revolución en la lectura semejante a la digital", y conviene que nos enteremos qué entraña este cambio; el problema es que la industria, atada a un modo de producción predigital, ha seguido una senda de sobreproducción que hoy ha hecho aguas; el problema es que los precios han seguido incrementándose debido a la asunción del euro y a una estructura de costes (irrefrenable e inasumible) vinculada a un modo de producción predigital; el problema es que nuestras estructuras gremiales siguen siendo medievales en su concepción de los oficios separados cuando necesitamos transparencia, apertura y coordinación en un contexto digital. . El problema, en el fondo, es que no existe conspiración alguna y que, el único culpable, si es que lo hay, somos nosotros mismos, que ni supimos ver lo que se nos venía encima, ni queremos entender ahora lo que está ocurriendo (menos aún, claro, emplear las herramientas digitales para aprovechar las oportunidades que se presentan en toda crisis). Constantino Bértolo decía ayer en su Twitter: "J C escribe un artículo - cursi- sobre una conspiración contra el libro. Debe ser uno de los juramentados, porque hay defensas que matan". No existe conspiración alguna; más bien una (confortante y ofuscada) teoría sobre la existencia de una conspiración.


La mano de una mujer y la historia de la comunicación

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Hay pocas cosas que me produzcan un escalofrío semejante al de contemplar las representaciones del arte paleolítico. Son, claro, las formas iniciales de la comunicación humana, o al menos de sus precedentes. De hecho, según las últimas noticias aparecidas en los últimos meses, la datación de las primeras evidencias encontradas se retrotrae a los Neandertales. Puede que eso cause sorpresa general porque no se tratara, propiamente hablando, de homínidos, pero, ¿cómo podría asombrarnos cuando sus enterramientos estaban llenos de flores y detalles ornamentales, cuando se evidencia que practicaban inhumaciones rituales y se adornaban para el tránsito a la vida en que creyeran? Mejor todavía: ¿cómo puede chocarnos que la fecha de inicio de esas primeras manifestaciones de comunicación se retrotraiga al medio millón de años? Ignacio Martínez Mendizábal, profesor de la Universidad de Alcalá, basándose en las evidencias de Atapuerca, demostró hace unos pocos años, que nuestros ancestros eran capaces de hablar hace 500.000 años, y si el lenguaje existía, debía existir, de manera concomitante, la expresión simbólica de las creencias. Es cierto que no hemos encontrado esos testimonios y que se sigue sosteniendo, en general, que es en la cueva de Chauvet donde pueden encontrarse los testimonios más antiguos de arte parietal, pero me atrevo a apostar que eso es más bien debido a nuestra incapacidad de encontrar esos antecedentes -por su deterioro o desaparición, por su inaccesibilidad-. Entre las últimas sorpresas que nos depara la prehistoria, está la del género de sus artistas, de los primeros comunicadores; comunicadoras, debería decir: los trazos de dedos encontrados en la cueva de Rouffignac, en la Dordogne, parece que atestiguan que los ensayos fueron practicados por niñas, por adolescentes, por mujeres. Su talla y su morfología así lo parecen delatar. Rafael Reig glosa ese mismo hoy en un artículo emocionante en el Diario Kafka bajo el título (que le he robado parcialmente) "La mano de una mujer". Quizás nunca sepamos qué significaron aquellos primeros trazos, aunque los estudios sobre totemismo nos hayan dado hace ya mucho tiempo las pistas para interpretarlo: el primer impulso de todas las sociedades humanas, incluso las primitivas, fue el de darse una forma de organización. La totémica suponía que los seres humanos se organizaban identificándose con animales o plantas de manera que consegúian hacer pasar las diferencias de origen social por diferencias de origen natural, hacer pasar la pura contingencia social por determinismo natural, convertir la arbitrariedad cultural en esencia de las cosas. . Así las cosas, quizás buena parte de las representaciones puedan ser proyecciones de esas creencias totémicas asociadas, filiación e identificación con sus trasuntos animales. O quizás no, quién sabe. Quizás ese finger fluting del que hablan los especialistas, ese trazo digital dejado sobre la arcilla de las paredes de las cuevas francesas sea el antecedente más antiguo que hasta ahora conozcamos de los primeros balbuceos de la historia de la comunicación. En este blog, después de seis años y el inicio de una nueva temporada, seguiré intentando trazar la apasionante y dilatada historia del último medio millón de años (que es mi verdadero y más profundo interés), la que va de los trazos digitales como expresión humana incipiente, a los medios y redes digitales que nos abren una nueva dimensión de la comunicación. La historia, transformación y mutación, en definitiva, de las formas de comunicación. Bienvenidos al 2013.


Manifiesto para el fin de un mundo

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Parece evidente que el fin del mundo no ha llegado hoy. De hecho, yo he estado esta misma mañana en Hacienda, y todo seguía igual. Lo cierto, sin embargo, es que aprovechando el esoterismo pueril de los que pretendían extraerle jugo al calendario maya, sí que es verdad que se vislumbran en el horizonte transformaciones, cambios y mutaciones en el mundo del libro irreversibles, equiparables al fin de una era, al fin de un mundo. Habiendo consultado multitud de fuentes, habiendo conversado y departido con casi todos los sabios, habiendo auscultado la salud del sector y sus diferentes miembros, y hechas las preceptivas consultas a los hados del destino editorial, me permito enumerar los diez puntos del tránsito hacia un nuevo mundo, el manifiesto del fin de un mundo (que sí llegará, antes o después):

  1. la cadena de valor tradicional, nacida en el medievo y consolidada en el XVIII, desaparecerá: ninguno de los agentes que definieron su identidad por la posición que ocupaban (autores, editores, productores, distribuidores, críticos y libreros) permanecerán en la misma posición; de hecho, alguno de ellos perderá tanto sentido y relevancia, que desaparecerá u ocupará un lugar marginal. Solamente aquel que reflexione sobre la naturaleza del valor que pudiera aportar a la nueva cadena de valor, tendrá alguna oportunidad de pervivir;
  2. los editores serán desplazados, progresivamente, por la posibilidades que la autoedición y la microedición ofrecen y por actores que provienen de ámbitos profesionales aparentemente ajenos, relacionados con la tecnología: nuevas herramientas y aplicaciones surgirán para fomentar el contacto directo entre los autores y los lectores. De hecho, es posible que surjan nuevos negocios que tengan que ver con la explotación de esta relación;
  3. los libreros generalistas a penas encontrarán un lugar que ocupar; solamente aquellos que se especialicen y reinventen, que sepan ofrecer una experiencia que rode a la adquisición de ese objeto solemne que es el libro, pervivirán;
  4. los distribuidores, desagrupados y divididos, extraordinariamente fragmentados, a penas tendrán nada que decir en el nuevo ecosistema digital;
  5. solamente la suma de todas esas fuerzas disgregadas en proyectos de naturaleza común, con ambición global, podrán hacer frente a las inciativas heterónomas promovidas por los grandes buscadores, los grandes fabricantes de hardware o los grandes bazares multiproducto; en Internet la colaboración, la agregación y la transparencia son de suma importancia;
  6. si bien la posibilidad de que los pequeños sellos editoriales encuentren acomodo en la larga cola pueda ser una realidad, lo cierto es que, cada vez más, se demuestra que es necesario poseer una masa crítica suficiente de contenidos para que los usuarios reparen en la relevancia de lo que se ofrece;
  7. produciremos solamente contenidos inmateriales, digitales, que se encarnarán a voluntad del usuario en diferentes soportes y formatos; los editores deberán aprender a desmaterializar su proceso de producción, su flujo de trabajo, incorporando herramientas de gestión digital de contenidos que produzcan XML.  Será sumamente importante que los editores se preocupen por generar, administrar, gestionar y distribuir metadatos sólidos y relevantes de sus propios libros. En la red no existen libros físicos: existen representaciones o instancias digitales de nuestros productos generadas a partir de los metadatos aportados;
  8. los libros en papel, claro, seguirán existiendo, pero serán un soporte entre otros, y su relevancia para las generaciones sucesivas perderá progresivamente interés y valor. En el nuevo ecosistema de la información ocuparán un lugar, aunque no necesariamente sea el más vistoso ni relevante;
  9. la promoción, comunicación y eventual venta de nuestros libros dependerá del proceso de descubrimiento, recomendación, comparación y decisión de los usuarios, fundamentado todo en el uso de las redes sociales y/o de las herramientas que facilitan la conversación y el intercambio de opiniones. Ya lo dijo antes alguien más listo que yo: los mercados son conversaciones. El precio de las cosas, a todo esto, no podrá ser el mismo.
  10. a medida que los autores cobren conciencia de los derechos que la ley de propiedad intelectual les otorga, utilizarán con más conocimiento y munificencia licencias abiertas que les aseguren mayor circulación, impacto y visibilidad, sin renunciar por eso a inventar modelos que les permitan ganarse la vida con su actividad.
Más que de una cadena de valor quizás quepa hablar de una red de valor, en la que cada punto, cada nodo, aporte un valor específico al nuevo tipo de relaciones que se urden. Y si me equivoco, podré siempre achacarlo a los Mayas. Feliz 2013, próspero y fructífero para todos.  


Calidad educativa y educación digital

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Los aspectos más polémicos y discutibles del anteproyecto de la Ley orgánica para la mejora de la calidad educativa (LOMCE) han oscurecido el debate en torno al necesario rediseño de los entornos de aprendizaje y el uso de las tecnologías digitales, a la necesaria atención a la diversidad y las inteligencias múltiples y al papel que las tecnologías digitales pueden y deben jugar en el seguimiento individualizado del proceso de maduración de cada alumno, a la incuestionable realidad de que el aprendizaje no concluye en el aula ni coincide con edad alguna, sino que puede producirse en cualquier momento y lugar a lo largo de toda la vida. Y la digitalización de la enseñanza tiene mucho que ver con todo eso. Son pocos o ninguno los comentarios y observaciones que se realizaron en el curso de la redacción del anteproyecto referentes a la transición del modelo educativo tradicional o un modelo que, inevitablemente, estará fundamentado en lo digital. Y eso es así, se quiera o no, porque el aula ya no volverá a ser nunca un espacio cerrado sobre sí mismo, sino móvil y presente en cualquier lugar; porque el currículum no podrá ser tampoco una estructura clausurada, sino que tendrá que abrirse a los estímulos, recorridos y recursos externos; y el profesor no será tampoco más aquel emisor unilateral revestido de una autoridad incuestionable, sino, más bien, un cualificado integrador y conductor. El punto undécimo del anteproyecto lo menciona con claridad:

La tecnología ha conformado históricamente y conforma en la actualidad la educación. El aprendizaje personalizado y su universalización como grandes retos de la transformación educativa, así como la satisfacción de los aprendizajes en competencias no cognitivas, la adquisición de actitudes y el aprender haciendo, demandan el uso intensivo de las tecnologías. Conectar con los hábitos y experiencias de las nuevas generaciones exige una revisión en profundidad de la noción de aula y del espacio educativo, solo posible desde una lectura amplia de la función educativa de las nuevas tecnologías. La incorporación generalizada de las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC) al sistema educativo permitirá personalizar la educación y adaptarla a las necesidades y al ritmo de cada alumno.
Las TIC, por tanto, pueden jugar un papel decisivo en la mejora de la calidad educativa siempre y cuando se integren en una nueva pedagogía que abogue por una forma de aprendizaje activo, basado en la indagación y la investigación, en la localización y evaluación de los recursos informativos disponibles, en la cooperación y el trabajo en equipo, en la comunicación multimedial de los resultados. La mera agregación o instalación del hardware (algo que en épocas anteriores se realizó con profusión y poco tino), de nada sirvió, porque el fundamento pedagógico seguía estando basado en las evidencias tradicionales (el aprendizaje memorístico y repetitivo, la clase magistral, el control mediante pruebas supuestamente objetivas). Ahora es el momento de cambiarlo:
La incorporación generalizada de las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC) al sistema educativo permitirá personalizar la educación y adaptarla a las necesidades y al ritmo de cada alumno. Por una parte, servirá de refuerzo y apoyo en los casos de bajo rendimiento y, por otra, permitirá expandir los conocimientos transmitidos en el aula sin limitaciones. Los alumnos con motivación podrán así acceder de acuerdo con su capacidad a los recursos educativos que ofrecen ya muchas instituciones a nivel tanto nacional como internacional. Las TIC serán una pieza fundamental para producir el cambio metodológico que lleve a conseguir el objetivo de mejora de la calidad educativa. Asimismo, el uso responsable y ordenado de estas nuevas tecnologías por parte de los alumnos debe estar presente en todo el sistema educativo. Las TIC serán también una herramienta clave en la formación del profesorado y en el aprendizaje a lo largo de la vida, al permitir a los ciudadanos compatibilizar la formación con las obligaciones personales o laborales, así como para la gestión de los procesos.
Y en esta transición obligatoria de modelos educativos no deberíamos olvidar que Internet ofrece a todos los agentes implicados (editoriales, pero también profesores y alumnos, sobre todo), la posibilidad de crear, agregar, mejorar y compartir el conocimiento generado en las aulas. La promoción, por tanto, de plataformas capaces de integrar, por una parte, contenidos más formalizados, atentos a las pautas curriculares, en forma libros de texto digitales y/o servicios educativos multimediales y, por otra parte, contenidos libres generados por los usuarios, puede dar lugar a un nuevo entorno de aprendizaje sumamente rico. El juego no puede ser de suma cero. No se trata de saber quién gana o pierde más o menos, sino de generar un entorno educativo digital rico en el que todos los agentes ganen por igual. El texto dice, a este respecto:
El Ministerio de Educación, Cultura y Deporte ofrecerá plataformas digitales y tecnológicas de acceso a toda la comunidad educativa, que podrán incorporar recursos didácticos aportados por las Administraciones educativas y otros agentes para su uso compartido. Los recursos deberán ser seleccionados de acuerdo con parámetros de calidad metodológica, adopción de estándares abiertos y disponibilidad de fuentes que faciliten su difusión, adaptación, reutilización y redistribución y serán reconocidos como tales.
Considero el texto como un punto de partida al que deberían agregársele, al menos, tres cuestiones fundamentales, indisociables:
  1. una reflexión global sobre la estructura del currículum en el siglo XXI, porque no cabe separar las apelaciones a un diseño del entorno educativo diferente fundamentado sobre la tecnología sin una meditación bien cimentada sobre el tipo de competencias que deben adquirirse en el siglo XXI, tal como apunta el trabajo del Framework for 21st Century Learning o tal como propone Henry Jenkins en el documento Confronting the Challenges of Participatory Culture: Media Education for the 21st Century;
  2. una propuesta razonada y bien escalonada, por cada uno de los cursos académicos, desde la educación infantil al bachillerato, del tipo de competencias digitales que un alumno debe adquirir, tal como propone el ISTE (International Society for Technology Education) a través de sus NETS (National Educational Technology Standards);
  3. una apuesta clara por el diseño de entornos educativos innovadores apoyados desde la administración pública, tal como ocurre con la escuela norteamericana Quest to learn fomentada desde el New York City Department of Education.
Queda más de un año por delante para complementar, afinar y mejorar el texto del anteproyecto. No dejemos pasar esta oportunidad.


¿Es libre Internet?

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En el último libro coordinado por Daniel Innerarity, Internet y el futuro de la democracia, un texto de Javier Echeverría pone las cosas en sus sitio: "La democratización de las redes telemáticas es una de las grandes tareas políticas a emprender en el siglo XXI. Para ello hay que pensar en términos de Telépolis, la ciudad global, reclamando una Carta Magna para el nuevo espacio informacional" porque, a día de hoy, más allá de utopismos digitales hueros, "en tanto red global, Internet no es un espacio democrático, sino que la estructura de distribución de poder en el conjunto de las redes telemáticas es comparable a la de un régimen feudal, con múltiples señoríos y dominios con sus propios regímenes autocráticos de gobierno". Durante estos días, precisamente, se está celebrando la Conferencia Mundial sobre Telecomunicaciones Internacionales (CMTI), un acontecimiento de extraordinaria trascendencia para el futuro de nuestras democracias que, sin embargo, a penas está siendo cubierto. Hoy hemos sabido, por ejemplo, que Rusia intentó ayer que se aprobara el control a discreción de la red de redes, propuesta que "se alinea con países con regímenes autoritarios, en el sentido de que los Gobiernos tengan poderes en Internet para, por ejemplo, asignar direcciones, además de censurar, con el argumento de reforzar la seguridad de la Red". Hace pocos días, en un encuentro sobre CiberrealismoEvgeny Morozov nos recordaba que Internet sirve a dos amos antagónicos: a los regímenes totalitarios, que pueden dotarse de medios para establecer una vigilancia exhaustiva de sus ciudadanos, preveyendo incluso el adevenimiento de moviientos de contestación cuando determinados picos de actividad se alcanzan en las redes sociales; y a los movimientos subversivos, que se dotan de redes horizontales y desjararquizadas de comunicación que, pretendidamente, pueden franquear esa pretensión de control totalitario. Lo cierto es que, tal como viene sucediendo en China hace mucho tiempo, o como sucedió hace poco con el corte provocado por el régimen Sirio, el control sobre la arquitectura de la web es más inclemente de lo que pudiéramos pensar. El reto y la apuesta por perserverar en una red neutral y democrática, dotada de una Carta Magna propia, es, tal como reconocía Ban Ki-Moon en su discurso de apertura, trascendente para nuestro futuro: "La Primavera Árabe", dijo, "mostró el poder de las TIC para ayudar a la gente a expresar sus legítimas reivindicaciones en materia de derechos humanos y a favor de un mayor grado de rendición de cuentas ... La gestión de la tecnología de la información y la comunicación debe ser transparente, democrática e incluir a todas las partes interesadas ... El sistema de las Naciones Unidas apoya un Internet abierto. El derecho a la comunicación es una pieza fundamental de la misión de la UIT. La Declaración Universal de Derechos Humanos garantiza la libertad de expresión con independencia de los medios y las fronteras ... Estas libertades no están sobre la mesa de negociación", afirmó. Twitter Will Undermine Dictators. #Wrong, respondía Morozov en provocador artículo a la suposición de que a través de Twitter sí se retransmitirá la revolución, porque si es cierto que puede documentarse cuantitativamente el uso de la red (The Arab Spring| The Revolutions Were Tweeted) en los momentos más álgidos de los levantamientos ciudadanos, también es cierto que la red posee una arquitectura física controlable, una infraestructura tangible, fiscalizable. Quizás Manuel Castells no estuviera de acuerdo con esto, y prefiriera destacar el carácter eminentemente emancipador de la red, las posibilidades desintermediadoras y organizativas que posee, pero todo podría quedar en nada si, tal como la prensa avisa, a última hora se presentaran de nuevo propuestas de control e incautación de la red que no pudieran ser soslayadas. Sea como fuere, y como el mismo Castells dijo hace poco en una entrevista televisada: "Defender la libertad en Internet es la base para defender la Libertad". Internet será un procomún, o no será.


Cómo editar una constitución

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Parte de los hechos son bien conocidos: los que fueran hace pocos años los tres grandes bancos islandeses, el Glitnir, el Kaupthing y el Landsbanski, se convirtieron de la noche a la mañana en entidades dedicadas a la especulación financiera abandonando su antigua labor comercial de donación de créditos a las empresas y negocios locales. En apenas siete años, los que van del 2000 al 2007, incrementaron el valor de sus activos en un 600%, un logro que solamente está al alcance de quienes tramaban planes fraudulentos a través de empresas radicadas en paraisos fiscales, al alcance de quienes se prestaban dinero mutuamente utilizando sus acciones como supuesta garantía, al alcance de quienes permutaban títulos de deuda entre sí blandiéndolos como supuesta garantía ante terceros. La conclusión de este pillaje es bien conocida: en septiembre del 2008 los tres bancos se hundieron arrastrando a toda la economía del país, dejando una deuda que se calcula en unso 25.000 millones de dólares. Los expertos calculan que el quebranto financiero equivalía a siete veces el PIB islandés. El pueblo islandés -esto es menos conocido y aún menos publicitado, quizás ocultado- cogió entonces la sartén por el mango (nunca mejor dicho, porque su revolución se suele llamar de las cacerolas, por el ruido metálico de la protesta en la plaza del Parlamento). En noviembre de 2010 el gobierno islandés electo, designó a un comité constitutivo (The constitutional council) de 25 personas para que encabecera y gestionara un proyecto de creación y edición de una nueva constitución mediante el uso de las redes sociales, una constitución cogenerada por el pueblo inslandés al completo valiéndose de los mecanismos de la participación desintermediada y directa. Así lo proclamaba la página web donde se describían las normas del procedimiento que debía regir el trabajo colectivo, un documento digno de ser leído por cualquiera que desee saber de qué manera puede gobernarse la acción colectiva en la web. Después de conformarse grupos temáticos de trabajo, de retransmitir en directo las sesiones del consejo, de proclamar a través de una cuenta específica de Twitter las conclusiones parciales de los distintos grupos y del comité, el pueblo islandés dio a la luz la primera constitución contemporánea fruto de la inteligencia colectiva, de la cooperación y la participación de un pueblo casi al completo: 235000 personas paraticiparon como autores, como editores, en el ejemplo de open government contemporáneo más exitoso. El 94% de la población participó en las discusiones que se mantuvieron en Facebook durante el periodo de consultas. La tercera semana de octubre, apenas hace unos días, la constitución fue aprobada masivamente en referendum. 79 artículos, apenas 15 páginas, suficientes para darse un nuevo marco de convivencia, la posibilidad de comenzar una nueva vida en común, más allá de la avaricia y la rapacidad de los precedentes que estuvieron a punto de acabar con el país. Entre las joyas que seguramente sólo pueda deparar una constitución construída cooperativamente, está la de declarar los recursos naturales del país inalienables, commons, patrimonio común no susceptible de ser privatizado. En su último y recentísimo libro, Redes de indignación y esperanza, Manuel Castells dice: "desde el abismo de la desesperación han surgido, en todas partes, un sueño y un proyecto: reinvertar la democracia, encontrar formas de que la gente gestione colectivamente su vida de acuerdo con los principios democráticos compartidos y que a menudo se olvidan en la experiencia cotidiana. Estos movimientos sociales en red son nuevas formas de movimientos democráticos, movimientos que están reconstruyendo la esfera pública en el espacio de autonomía creado en torno a la interacción entre sitios locales y redes de Internet, movimientos que están experimentando con la toma de decisiones asamblearia y reconstruyendo la confianza como base de la interacción humana". Reeditar para reiniciar. Nuevas herramientas para pensar en una edición extendida y colaborativa de nuestras vidas en común.


6 años

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Hoy hace seis años que empecé a escribir en este blog, y desde entonces he aprendido mucho más de lo que sabía al principio, aunque las lagunas de mi desconocimiento sigan siendo aún inabarcables; he conocido a muchas personas de las que he aprendido, también, mucho más de lo que sabía, aunque la profundidad de mi ignorancia supere a la de cualquier sima conocida; he tenido la suerte de colaborar o dirigir proyectos relacionados con las múltiples dimensiones del libro y sus transformaciones, y no he dejado ni un solo momento de sorprenderme ante la evolución de los soportes, ante las formas en que creamos, distribuimos y compartimos el conocimiento; y me he encontrado con gente que ha querido emplear su tiempo en leer estas entradas, en enriquecerlas con sus comentarios y observaciones. Karl Kraus, uno de mis ídolos intelecutales declarados, editó durante 37 años La antorcha, aquella revista que iluminaba la oscuridad de una centroeuropa hundida en los estragos de la Primera Guerra Mundial. Solamente me quedan 31 más para llegarle a la suela de los zapatos. Se aceptan felicitaciones, visa y mastercard, como siempre; y se recomienda celebrarlo siguiendo la recomendación:


Hacia un manifiesto sobre el libro electrónico

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Ahora que la FIL (Feria del Libro de Guadalajara) ha abierto sus puertas y que el eje de la edición iberoamericana pasa por México, resulta más que interesante echar un vistazo al documento recientemente publicado por la CERLALC, Hacia un manifiesto sobre el libro electrónico, título algo engañoso porque no restringe sus implicaciones a la adopción de unos u otros soportes de lectura, sino al cambio fundamental que representa para la creación, difusión y uso de los contenidos antaño analógicos los nuevos medios digitales. "En el corto y medio plazo", dice su puntno sexto, "las formas tradicionales de producción y circulacón de libros, seguirán predominando en la región", certeza geopolítica, atenta a la realidad social de los países iberoamericanos que, sin embargo, no obvia lo fundamental, no lo disimula ni lo esconde: "Los cambios en curso, que han generado una tendencia creciente hacia la desintermediación en el sector, representan sustanciales mutaciones en los roles de algunos de los actores tradicionales", se dice clara e inapelablemente en su punto undécimo. "Tienen que diseñarse, en consecuencia, acciones dirigidas a apoyar la reconversión gradual de las actividades económicas relacionadas con la producción y circulación de contenidos editoriales –editores, agentes literarios, distribuidoras y librerías–, así como la promoción del emprendimiento empresarial en la producción, distribución y circulación de contenidos culturales". Nada evitará, tal como observa la CERLALC, que la desintermediación suceda, porque Internet no sabe de antiguas cadenas de valor. Quedarán en pie, en todo caso, aquellos agentes que sepan encontrar el valor que pueden añadir a la nueva cadena de valor digital. No en vano, mientras desentraño el texto promovido por el Centro regional para el fomento del libro en América Latina y el Caribe, se discuten en el Foro Internacional de Editores y Encuentro de Librerías y Editoriales Independientes Iberoamericanas Otra Mirada que se celebra en Guadalajara, muchos de los asuntos que este texto analiza: el tipo de recursos digitales con que contamos para la comunicación y distribución de los contenidos; las inevitables mejoras en la coordinación y formación de los agentes de la cadena del libro; la construcción y creación de plataformas propias, para la difusión y promoción de los valores educativos y culturales de cada país; la necesaria habilitación de infraestructuras (redes, conectividad, tarifas, equipos) para que todo eso pueda llegar a ser una realidad, etc. Quizás sea este programa, en comparación con los últimos años, el más acorde con las preocupaciones y necesidades del sector. El texto de CERLALC dice a este respecto, expresamente: "El mayor reto ante la intensidad de la globalización, en el ámbito de la producción y circulación de contenidos, es crear plataformas a través de las cuales se haga realidad la presencia y circulación de los contenidos culturales y científicos producidos en la región". Sin una masa crítica suficiente y compartida de contenidos propios, gestionada de manera colegiada e independiente, será difícil plantarle cara a otros agentes digitalmente poderosos. Todo ello, dice el texto, desatará un cambio sin precedentes que afectará a la manera en que nos informamos, a la forma en que leemos y escribimos, a los modelos pedagógicos que imperan en las escuelas, a las competencias de alumnos y profesores, y deberán ser tanto las autoridades públicas como los agentes privados quienes promuevan este cambio, con planes de cambio e implantación progresivos. En sus propios términos: "Las nuevas formas de leer y escribir plantean la necesidad de cambios sustanciales en los modelos pedagógicos. Esto implica acciones en el sector educativo frente a las necesidades de infraestructura física, recursos financieros, diseños curriculares y formación de agentes". No son pocos, por tanto, los retos que la CERLALC plantea en su Manifiesto sobre el libro electrónico y que se están dirimiendo estos días en la FIL de Guadalajara. Deberíamos sentarnos a la misma mesa de un espacio de edición iberoamericano.


Los retos de la edición universitaria

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Hoy viernes 23 estará acabando, en Salamanca, el encuentro anual de los editores universitarios. Muchas cosas han cambiado en los últimos años: se ha construído una web propia que transmite noticias puntuales sobre la actividad de un colectivo muchas veces relegado, cuando no, simplemente, ignorado, compuesto, sin embargo, por 64 universidades y centros de investigación; se ha relizado (se realiza semanalmente), un esfuerzo de comunicación a través de la prensa escrita y los suplementos culturales, mediante la promoción de títulos publicados por sus agremiados; se han firmado acuerdos con gigantes tecnológicos (Google Books, hoy Play) para incrementar la visibilidad y el impacto de los títulos publicados; se ha creado una tienda propia, UneBook, con el concurso de Publidisa, para facilitar la venta de libros electrónicos y bajo demanda y se ha comenzado, en consecuencia, a modernizar estructuras organizativas ancladas en prácticas editoriales excesivamente conservadoras y convencionales. Siendo eso cierto, siguien siendo muchos los interrogantes y los retos que, a mi juicio, la nueva junta directiva, recientemente elegida, tendrá que abordar:

Y el reto final es, cómo no, llegar no solamente a los especialistas, académicos y profesionales sino, en la medida de lo posible, alcanzar a la sociedad en su conjunto, para la que en el fondo trabajan y de la que provienen los fondos que las financian.


¿Está muerta la industria editorial?

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En un reciente artículo publicado en The New York Times, How dead is the book business?, Adam Davidson (conductor del programa Planet Money en la cadena de radio estatal norteamericana dedicado a explicar los enrevesados asuntos de la economía), nos proponía resolver esa espinosa pregunta: ¿está muerto el negocio de los libros? o, quizás mejor, ¿hasta qué punto está muerto el negocio de los libros? La pregunta cobra relevancia y resulta pertinente planteársela tras el anuncio de la adquisición por parte de Random House (no olvidemos que es, a su vez, propiedad de Bertelsmann) del grupo Penguin (que aglutina, a su vez, a sellos como Dutton, Viking y otros más y que, hasta hace poco, era propiedad de Pearson, el gigante educativo). Y la pregunta nos atañe cuando los rumores sobre la compra de Alfaguara por parte de Random son, cada vez, más insistentes ¿Acabaremos viviendo una especie de oligopolio de los media en manos de dos o tres grandes agentes globales? ¿Aniquilará eso la bibliodiversidad, la posibilidad misma de encontrar sellos independientes que representen a las voces divergentes, tal como nos recordaba siempre Pierre Bourdieu? ¿No era internet ese sitio en que la desintermediación permitía, por el contrario, pensar en largas colas en la que pudieran acurrurcarse los pequeños sellos editoriales junto a sus fieles comunidades lectoras? ¿Pero alguien puede pensar todavía, en este espacio digital intermediado, que puede monopolizar la generación de contenidos cuando cualqueira, potencialmente, puede convertirse en autor y editor, en prosumidor? Bien, demasiadas preguntas para tan pocas respuestas. Davidson, sin embargo, utiliza un ejemplo trasladable al ámbito de la edición para alumbrar lo que nos sucede: al inicio del siglo XX Estados Unidos vivió un proceso de fusión de empresas que manufacturaban sus productos con el acero que adquirían a las empresas extractoras. Mediante su unión, lo primero que consiguieron fue imponer condiciones de compra a los proveedores de materias primas para, poco después, elevar sin demora los precios de su productos. Acabando con la competencia fueron capaces de despreocuparse de la competencia mientras descuidaban los procesos de creación e innovación. A la vuelta de la esquina, algunas décadas después, les esperaban las compañías asiáticas que acabaron con ellas. ¿Cómo asegurarnos, por tanto, de que el ecosistema del libro sigue siendo lo suficientemente rico para que en su cadena trófica grandes y pequeños convivan y cumplan sus funciones, para que unos se preocupen de los mercados más masivos y los otros arriesgen su vida y su capital en el empeño de buscar nuevos temas y nuevos autores? Sin ánimo de agotar las posibilidades, se me ocurren algunas medidas:

No es probable que pueda levantarse el acta de defunción de la industria editorial, y es más que posible que convivan ambos modelos -grandes y pequeños- junto a la miriada de manifestaciones del contenido generado por usuarios. Sea como fuere, será necesario trabajar por asegurar la diversidad.


Observaciones históricas (para alumbrar el futuro)

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Parace que fue el Cardenal  Juan de Torquemada, quien propulsó con más decisión y ahinco el uso y difusión de la imprenta. En el periodo de los incunables, en la segunda mitad del siglo XV, aquella tecnología híbrida, cruce del trabajo de los orfebres y de los prensadores de uva, podía tomarse como una amenaza al orden establecido -porque, entre otras cosas, daba acceso a las escrituras, en su  propia lengua, al vulgo- o como una herramienta al servicio de la propagación del mensaje revelado. Parece que Torquemada era de esta segunda opinión: de hecho parece que fue en Subiaco, ciudad de la provincia de Roma, donde se instaló la primera de las imprentas fuera de Alemania, a instancias del abad del monasterio allí asentado, que no era otro que Torquemada. Los maestros impresores Sweynheym y Pannartz, dieron al papel De oratione (de Cicerón), datado en 1465; De divinis institutionibus, de Lactancio, y De civitate Dei, de San Agustín, ambas fechadas dos años después. Cuando Konrad Swynheym y Arnold Pannartz abandonaron el monasterio y pretendieron instalarse en Roma, encontraron la animadversión y el rechazo del bien asentado gremio de copistas. En Italia, como en España (baste recordar al gremio de los copistas asentados alrededor de la Universidad de Salamanca), los talleres de copistas profesionales abastecían de réplicas a las bibliotecas eclesiásticas, a la de universidades y colegios mayores y, en menor medida, a la de nobles particulares. Los libreros que decidieron, en aquella pugna de gremios y soportes, perserverar en la venta de manuscritos, comprobaron cómo las ventas decrecían a lo largo de los años y cómo -tal como le sucediera a Vespasiano da Bisticci en el año 1478, el librero por entonces más prestigioso de Florencia- el negocio tradicional resultaba, simplemente, insostenible. En España el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Salamanca pasa por ser la primera editorial profesionalizada. No en vano, las imprentas salmantinas del momento fueron muy activas en la promoción y difusión del libro impreso. Quizás me lo imagine yo solo y no se haya corroborado empíricamente, pero los impresos de la época tardomedieval  omiten siempre el nombre de sus impresores, quizás porque la hostilidad y oposición de los copistas y sus gremios no compensaba el reconocimiento nominal. Dos fueron, sobre todo, las imprentas salmantinas responsables de una difusión inusitada de conocimiento y contenidos: aquellas en las que se imprimieron las Introductiones Latinae (en 1481), y la Gramática castellana (1492). Bajo el título de "Jornadas del libro", el pasado 13 y 14 de noviembre se celebró en Madrid el (casi) primer encuentro oficial intersectorial, dos días dedicados al análisis del sector editorial, de la profunda crisis que atraviesa, y de las posibles medidas y soluciones que sería necesario arbitrar. Gran parte del debate -lo digo desde el más profundo respeto y comprensión-, se centró en los métodos y procedimientos de lucha y oposición que sería necesario adoptar de cara a la desintermediación que las redes digitales propician. Si, como en el caso obvio de los libros de texto, internet favorece nuevas modalidades de creación, difusión y uso (y de reuso y reventa), la discusión no encaró esa transformación insoslayable, sino que prefirió refugiarse en evidencias y argumentos medievales (dicho, de nuevo, desde la más profunda afinidad y simpatía). Podremos exigir que los mercados de segunda mano inducidos por Internet abonen los mismos impuestos que los libreros tradicionales; podremos arañar márgenes a los distribuidores; podremos pensar que las transformaciones digitales son episódicas y no alteran en profundidad los métodos de enseñanza y aprendizaje (por seguir con el ejemplo mencionado); podremos, en fin, intentar aferrarnos a las evidencias del milenio pasado, pero Juan de Torquemada lo vio bien claro: cuando se transforman los medios y los modos de producción, más vale cabalgar la nueva ola valiéndose de ella que intentar resistirse. Para quienes no podemos imaginar la vida sin librerías, es urgente pensar el cambio fundamentadamente, sin resistencias medievales, buscando el lugar que les corresponde en una nueva e  inevitable cadena de valor. Observaciones históricas, en fin, para intentar alumbrar y vislumbrar el futuro.


Una cultura de la información para el universo digital

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Pocas personas de las que conozco son tan entusiastas de los medios digitales como lo es José Afonso Furtado. Hasta tal punto es así que el año pasado la revista Time, al mencionar a los 140 twitteros más influyentes del ecosistema digital,  lo calificaba como "el Borges de Twitter", como "un bibliotecario portugúes que traslada su inadulterado amor por todo lo que concierne a los libros y a la edición a la twitteresfera". Con esa tarjeta de visita y esos antecedentes -fue, entre otras cosas, Director General del Libro y bibliotecario de la Fundación Gulbenkian-, es difícil negarle su entusiasmo y apasionamiento por lo que las tecnologías digitales pueden ofrecernos. "Para enfrentarse a las complejidades del actual ambiente información", dice Furtado en su último libro, Una cultura de la información para el universo digital (no traducido al castellano todavía), "y en particular a las nuevasformas de productos generados en el movimiento en dirección a un espacio de la información en gran parte digital, es necesaria una alfabetización (literacia) más abierta  y compleja, que debe integrar las alfabetizaciones de base técnica, pero que no puede limitarse a ellas". Gran parte de la última obra de Furtado, erudita en su fundamentación, trata, precisamente, de discurrir y reflexionar sobre la etimología y diversas acepciones del significado de alfabetización para entender cuáles son sus limitaciones semánticas y para compender, en consecuencia, la necesidad de ampliar su campo de significado, integrando todo aquello que provenga del uso, comprensión y manejo de las nuevas tecnologías. La polisemia del término inglés literacy es apenas traducible a nuestra lengua: puede entenderse como alfabetización o alfabetizado; puede entenderse como literate, como aquel o aquella que usa la lengua de un mode correcto (letrado, quizás, en nuestro idioma); puede incluso entenderse como culto, como aquel o aquella que está familiarizado con las obras literarias y artísticas que pertenecen al acervo cultural de una tradición; puede entenderse, incluso, por transferencia a otros ámbitos significativos, como competencia o dominio profesional. Pero, sea como fuere, Furtado centra su indagación en esa "alfabetización en las nuevas tecnologías y en los nuevos media", porque se trata, a su juicio, de un "fenómeno altamente complejo, que no pasa ya por descifrar los textos, sino también por ser capaz de comprenderlos como información relevante y codificada. Encontrar un lenguaje para hablar de estas nuevas prácticas, entender lo smodos de producción de los sentidos y encontrar su cuadro teórico, son algunos de los desafíos presentado por la alfabetización en el siglo XXI". No es Furtado, sin embargo, un embaucador tecnoutópico, un tecnooptimista irreflexivo, un tecnoactivista inconsciente. Todo lo contrario. Y ahí radica, quizás, el contrapunto o contrapeso más interesante del libro: "la formación para la atención", escribe Furtado, más adelante, "puede constituir una respuesta a las neglicencias" (el neg-legere latino, el no leer, la no lectura o el rechazo a la lectura, la mala lectura), "si concedemos primacia al concepto de skholé (noción que tiene origen griego, sobre todo en Sócrates, Platón y Aristóteles, que viene a dar origen a la palabra "escuela", que designa, en el sentido más noble, pararse o detenerse, disponer de tiempo para si mismo, no para no hacer nada sino para tener la posibilidad de disfrutar de un estado de paz y de contemplación creativa, dedicada a la theoria, al saber máximo...). Significa ese tiempo de pausa necesario para consagrarse al estudi, a la skholé, que presupone el dominio de las técnicas, a saber, las técnicas de lectura y de escritura, a fin de poder acceder al máximo entendimiento". Furtado es lúcidamente consciente del conflicto latente entre la deep attention (la atención profunda) y la hyper attention (hipertación), entre el sosiego reflexivo y ascético de la skholé y la disgreagación superficial de la ambient interruption, la interrupción ambiental responsable de la hipoatención. Y ahí radica su singularidad, en encontrar ese peliagudo y comprometido punto medio entre dos alfabetizaciones que a menudo se presentan como concurrentes pero que son ineludiblemente complementarias. Sigan y lean a Furtado @jafurtado, me lo agradecerán.


Bibliotecas y colaboración ciudadana

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Llevamos ya tiempo discutiendo sobre la conveniencia de acabar con un modelo de gestión institucional que no tenía en cuenta a los usuarios más que para llamarles la atención cuando hablaban demasiado alto. Si las bibliotecas tienen algún sentido, como prescribía el texto de la American Library Association de 1989, Presidential Committee on Information Literacy: la necesidad de que asuman un papel modernizador en la educación, en la integración de los ciudadanos, en la mejora de sus competencias informacionales. Pero, ¿cómo promover esa forma de colaboración cuando debe enfrentarse a modos y modelos organizativos sin espacio para la cooperación? Jordi Serrano, en las páginas de BID, titula con rotundidad: "Ya es la hora que los usuarios nos echen una ayuda. Se aceptan metadatos “sociales” ". Efectivamente: si la clasificación y la ordenación semántica del universo eran, antes, la prerrogativa impar de los bibliotecarios, hoy no queda otra vía que la de incorporar a los lectores y a los usuarios en un ejercicio de clasificación dinámica, en la elaboración de folksonomías que atribuyan relevancia y significación a los recursos encontrados y compartidos. No es tarea sencilla, claro, no solamente porque haya que abandonar las antiguas certezas profesionales. También porque, como relata Javier Leiva en "Bibliotecas norteamericanas ante la web social", hay que: ● Reclutar voluntarios y gestionar la relación con ellos ● Resolver  consultas de referencia ● Recibir y resolver las posibles incidencias derivadas de esa forma de colaboración ● Proporcionar información técnica sobre el uso de recursos de la biblioteca. The British Library: Georeferencer Pilot from Klokan Technologies on Vimeo. Ha sido la Biblioteca Británica, como en tantas otras ocasiones, la que ha puesto en marcha un proyecto de clasificación y ordenación cooperativa que resulta esclarecedor: Georeferencing consiste, fundamentalmente, en cotejar y comparar cartografías antiguas y modernas buscando posibles puntos en común, lugares y sitios que puedan ser identificados en ambas. El proyecto, todo debe contarse, no es estrictamente original: el primero o que el pasa por ser el primer esfuerzo por gestionar la inteligencia colectiva de una ingente cantidad de colaboradores no necesariamente especializados, fue el proyecto GalaxyZoo, donde cientos de miles de personas trabajan en la clasificación de las formas de las galaxias, excediendo en acierto y capacidad a cualquier equipo profesional o software especializado. Hasta tal punto este ejercicio de ciencia ciudadana tuvo éxito (sigue teniéndolo), que se creó un sitio con una ambición científica más global: Zooniverse, una derivación o extensión del anterior con la aspiración de abarcar proyectos colaborativos en los ámbitos de la historia, la geografía, la astronomía, la salud o el clima. El futuro de las bibliotecas no podrá ser en eso distinto al de la lógica colaborativa de  los descubrimientos científicos. Ahora sólo falta quien se atreva a  integrar la colaboración ciudadana en su modelo de gestión.


Musas. De la felicidad de no hacer nada

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A menudo este tipo de libros pasa desapercibido pero no creo que este, en concreto, merezca ese destino de olvido lector, indiferencia crítica y omisión comercial. En el año 2010 la portada del semanario Die Zeit, en Alemania (el semanario sin duda más importante en el ámbito germanoparlante), le dedicaba la portada y buena parte de uno de sus cuadernillos temáticos. Lo titularon "De la ociosidad ingeniosa" y se referían al libro de Ulrich Schnabel, aparecido en ese momento, Musse. Vom glück des nichtstuns, traducido al castellano como Ocio. De la felicidad de no hacer nada. Ocio en lugar de musas supone una variación deliberada de un título que se refería en el original a la riqueza creativa derivada de la abstracción, el ensimismamiento y la introversión, de la capacidad de dejar vagar nuestro espíritu a sus anchas, embelesado en la contemplación o enfrascado en la meditación. Todo lo contrario a las invitaciones y estímulos constantes que nuestra sociedad nos ofrece. La investigación neurológica es tozuda en este sentido: en contra de las creencias populares e incluso pseudoilustadas, nuestro cerebro es más creativo en el relativo reposo del descanso y el ocio que en la agitación y la intranquilidad de la realidad cotidiana, rodeada de múltiples señuelos que fragmentan la atención, multiplican aparentemente nuestra dedicación a tareas heterogéneas y concurrentes y disgregan nuestro esfuerzo y dedicación. La mitología de la multitarea campa a sus anchas en las sociedades occidentales, pero no parece que nuestro fundamento orgánico se preste a tal juego de buena gana. Al contrario: en lugar de estar presentes de manera plena e integral en el acontecimiento que nos ocupa -aquello que nos enseñan las técnicas de meditación tradicionales enumeradas en el libro-, pretendemos estar simultáneamente dedicados a tareas diversas y apenas relacionadas, proyectándonos siempre más allá de nosotros mismos. Y en esto, claro, las tecnologías digitales tienen mucho que ver porque, lo queramos o no, más allá de discusiones y polémicas espurias que a nada abocan, dejamos que la tecnología usurpe nuestra voluntad obligándonos a estar presentes de manera simultánea en más lugares de lo que podemos estar. "En la era de Internet, tenemos que aprender a permanecer mentalmente desconectados" o bien, que también podría traducirse así, "en la era online, tenemos que aprender a permanecer mentalmente offline", decía el extenso artículo que el semanario Die Zeit dedicó al libro en su momento. Lo curioso, o no tanto, es que la lectura profunda, la lectura recogida y reflexiva, la lectura silenciosa y concentrada, procura un estado de abstracción y comprensión en buena medida comparable al que se obtiene con otras técnicas de meditación, tal como demuestran los estudios  neurolingüísticos que se detallan en el trabajo. La polémica o aparente disyuntiva, por tanto, entre medios digitales y soportes tradicionales, entre lectura poliforme y lectura sucesiva, entre lectura digital y fragmentada y lectura lineal y analógica, carecen por completo de sentido y fundamento. Solamente cabe, si aspiramos a seguir siendo medianamente inteligentes, creativos e ingenisos, a compaginar ambos medios, sin perder de vista nunca el poder que las musas y la lectura ejercen sobre nosotros.


En el futuro el contenido educativo será gratuito y ampliamente virtual

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Hace a penas unos meses las Universidades de Berkeley, Harvard, Texas y el MIT, lanzaron un sitio web educativo colegiado, EdX, cuyos contenidos son de acceso libre y gratuito (todavía oigo resonar en mis oídos los argumentos de algunos sagaces portavoces gremiales argumentando que nada de lo gratuito puede ser bueno). Su propósito, como antes lo fuera el del MIT Open Course Ware, era el de poner a disposición de cualquier interesado la posibilidad de cursar grauitamente parte de los cursos ofertados, con la opción subsiguiente de optar a ciertas formas de certificación sancionadas por esas mismas institucinoes previo abono de los derechos preceptivos. El acento, por tanto, deja de radicar en la presencialidad de los alumnos, porque todo se resuelven virtualmente, online; los contenidos se liberan y se distribuyen gratuitamente, porque se generaliza y allana la posibilidad de aprender, si bien el crédito se obtiene mediante una nueva forma de certificación pagada y diferida; la responsabilidad del proceso de aprendizaje recae, en gran medida, en los propios alumnos, que deben asumir un compromiso indeleble con su propio proceso de instrucción. Hoy hemos sabido que la UNED, emulando la iniciativa mencionada y apadrinada por el MIT, ha puesto en marcha UnX, porque, en sus propios términos, "la acción educativa es compleja, colaborativa y experiencial. El comportamiento del docente ha variado. Lo exige así la realidad cultural y la interconexión. El nuevo paradigma educativo requiere que el protagonismo esté en las personas participantes". El vuelco del paradigma educativo ha terminado, casi, de producirse. Lo decía hace poco Alexander Baumgardt desde la Feria de Frankfurt: “In the future educational content will be free and widely virtual”. Aunque ese futuro esté ahora, seguramente, mucho más cerca de lo previsto. Los contenidos educativos, tal como puede en los sitios mencionados y en otros muchos que abundan en la web (desde el fantástico Flexbook hasta la ITunes University), se han liberado ya, y su condición es estrictamente virutal. Más que un vaticinio parace una constatación. El sistema educativo fundamentaba su compacidad en tres cierres simultáneos: el del currículum; el de las aulas; el del proceso de comunicación unidireccinoal y masivo. Hoy no queda prácticamente nada de eso, solamente inercia y residuos. Las editoriales de texto tradicionales generaban contenidos propietarios que cimentaban esa triple certeza: la de los objetivos curriculares clausurados; la del proceso de aprendizaje como repetición; la de la comunicación indiferenciada. ¿Qué quedará de eso en el futuro? Juan Freire, en la última entrada de su blog, retomando textos de su participación en el Congreso de "Educación expandida y nuevas instituciones ¿Es posible la transformación?", dice: "existe un amplio consenso sobre la necesidad de adaptar los modelos educativos a las transformaciones que está experimentando nuestra sociedad: la importancia de la innovación, la transición desde un aprendizaje centrado en contenidos a otro basado en procesos y competencias, el impacto de la digitalización del conocimiento y las relaciones sociales ... Entre los factores responsables", continúa Freire, "podríamos singularizar el hecho de que el acceso a la información y el conocimiento han dejado ya de ser patrimonio de las instituciones que lo controlaban tradicionalmente, una de ellas la universidad. Por tanto, tal como señala Tapscott (2009), el modelo educativo centrado en el profesor como transmisor de conocimientos estandarizados a una “masa” de estudiantes (un modelo análogo al de los medios de comunicación de masas”) deja de tener sentido. Los nuevos objetivos de las instituciones de educación superior deberían ser “aprender a aprender”, y desarrollar pensamiento crítico y capacidades de colaboración. En estos tres nuevos ejes Internet aparece como un elemento transformador al facilitar las herramientas y contextos donde desarrollar esas nuevas prácticas educativas". Repensar la educación requiere repensar los medios e instrumentos de los que se valía, de las herramientas, contenidos y prácticas que la soportaban. En el futuro, si es cierto lo que Baumgardt pronostica, el contenido educativo será gratuito y ampliamente virtual.


Bibliotecas: esas redes que la razón ignora

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Hoy, si no estoy equivocado y el santoral no me falla, se celebra el Día internacional de las Bibliotecas. Tal como escribía Bruno Latour hace más o menos un año, en un elocuente artículo titulado Esas redes que la razón ignora: laboratorios, bibliotecas, colecciones, "quienes se interesan por las bibliotecas suelen hablar de textos, de libros, de escritos, y también de su acumulación, su conservación, su lectura o  su exégesis. Seguramente tienen razón, pero supone un cierto riesgo limitar la ecología de los lugares de saber a los signos o exclusivamente a la materia de lo escrito, un riesgo que Borges ha ilustrado bien con su fábula de una biblioteca total que sólo se refiere así misma". Efectivamente, hoy la biblioteca es un ente forzosamente ubicuo, porque la biblioteca está hoy donde nosotros estemos (tal como nos demuestran virtuosos ejemplos como el de la Nubeteca, que se inaugurará mañana día 25), y flaco favor le haríamos si intentáramos restringir su misión a la de la custodía y clasificación del patrimonio bibliográfico.       De hecho, la división de Bibliotecas de la UNESCO está encuadrada en el Sector de la Comunicación y la Información (CI), y los objetivos que se da esa división exceden, con mucho, a los que una biblioteca tradicional, ensimismada en la solidez de sus colecciones librescas, se daría así misma. Dos son los principales ámbitos de actuación: Freedom of Expression and Media Development y Knowledge Society y tres sus líneas estratégicas:

No veo mejor ni más sencilla manera de definir alguno de los principales objetivos de las bibliotecas del siglo XXI." Una biblioteca", dice Latour, "considerada como un laboratorio, no puede permanecer, como veremos, aislada, como si acumulase, de forma maniática, erudita y cultivada, signos a millones". "Esos lugares silenciosos, guarecidos, confortables, dispendiosos, donde los lectores escriben y piensan, se relacionan por mil hilos con el vasto mundo", agrega Latour, "del cual transforman tanto las dimensiones como las propiedades". Si eso es así, y parece induscutible en nuestro siglo digital, resultan bienvenidas iniciativas como las del último Plan de lectura del País Vasco, dado a conocer hace unos pocos meses, donde se insiste con especial atención en "Integrar en los diseños curriculares de primaria, secundaria y educación superior la alfabetización informacional", desarrollando y fortaleciendo, en paralelo "el papel de la biblioteca escolar como soporte del fomento lector en la escuela y de la integración de las TIC en la práctica educativa". No veo que haya otro camino para celebrar adecuadamente el día internacional de las bibliotecas que reconociendo su naturaleza ubicua y en red y potenciando su papel como doble alfabetizadora en un mundo simultánea e irrenunciablemente textual y digital.


Finlandés para principiantes

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Me lo imagino. Hay quien dirá que los modelos no son trasladables, que no son equiparables, que un pequeño país de 5,5 millones de habitantes apenas puede compararse con una realidad plurinacional y plurilingüística con competencias educativas traspasadas; hay quién sostendrá, utiilzando manoseados y arcaicos argumentos del determinismo geográfico decimonónico, que en España hace tanto calor que nos sudan mucho las manos y el papel se deteriora, razón por la cual leemos menos (o a la inversa, que el frío invita, por alguna razón desconocida, a la lectura, y no a otras cosas igualmente plancenteras); hay quien defenderá que cada uno debe descubrir su propio camino respetando sus tradiciones históricas y culturales (no dicen, claro, que cada tres o cuatro años desandamos el camino y emprendemos uno nuevo con una reforma que nos deja más desconcertados y errantes que anteriormente). Mientras tanto, la industria editorial Finlandesa no hace sino crecer (lo mismo que su sistema educativo), mientras que nosotros no hacemos otra cosa que decrecer y menguar (en edición y, claro, en educación). No me parece que la relación sea forzada y encuentro, al contrario, un mutuo apoyo: según Publishing Perspectives, en "Finlandia, la lectura constituye un superpoder", la lectura, junto a la escritura, sigue siendo considera socialmente como un valor fundamental, y al menos el 75% de la población adquiere libros con regularidad, algo que ha propiciado un incremento sostenido de su industria a lo largo de los años hasta llegar al lugar donde se encuentran (con una industria que, adicionalmente, exporta cada vez más derechos). Según las estadísticas que proporciona la Finish Publisher's Association, los incrementos en los dos últimos años no han sido espectaculares (+2.4, +0.4), pero no han drececido e, incluso, han superado el bache que sufrieron en el año 2009. La consideración de la lectura como un bien especialmente valioso, el aprecio de los finlandeses por su tradición escrita y la insistencia de su extraordinario sistema educativo en la formación de inteligencias críticas autónomas (mediante hábitos de indagación, investigación y reflexión que requieren de la consulta de múltiples fuentes de información, entre ellas el libro), favorecen el sostenimiento de su industria editorial. A propósito: ¿nadie ha sacado por aquí la conclusión de que parte de la extrema debilidad estructural de la industria editorial depende del desapego de una población que nunca ha sido (mayoritariamente) lectora ni compradora? ¿No tendrá que ver eso con sistemas educativos sucesivos que apenas prestan atención a formas de alfabetización consistentes, transversales y duraderas que favorezcan el trato con el libro y con las diversas dimensiones digitales de los contenidos multimedia? En el año 2010 la consulta McKensey publicó un influyente estudio internacional titulado How the Worlds Best Performing School Systems Come Out on Top. Una de sus conclusiones más sorprendentes fue que un sistema escolar puede alcanzar muchos mejores resultados, alcanzado niveles de excelencia en lectura y escritura (como en el gráfico de Minas Gerais, en Brasil), en seis años. ¿No cabría ser un poco finlandés y planificar un verdadero y decidido Plan nacional de fomento de la lectura, a seis años, promovido desde Educación y desde las Federación Gremios de editores y libreros siguiendo las recomendaciones que han funcionado en varios países del mundo? Finlandés para principiantes...


Igualdad y bibliotecas

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Debería ser obligatorio leer, en estos tiempos de disparidades sociales crecientes, Desigualdad. Un análisis de la (in) felicidad colectiva (extraña traducción de un subtítulo original mucho más elocuente: "why equality is better for everyone"). Richard Wilkinson y Kate Pickett lo demuestran empíricamente de manera incontestable: las sociedades más justas y equilibradas, las más avanzadas  yprósperas, son aquellas donde la se fomenta la verdadera iguladad de oportunidades y donde la renta se redistribuye proporcionalmente. En cuanto al acceso a la educación, la conclusión es bien sencilla (algo, por otra parte, rubricado regularmente por los informes de la OCDE y PISA): "los jóvenes rinden más y mejor si sus  padres disponen de ingresos altos y de una educación superior, y obtienen mejores resultados si provienen de hogares donde dispone de un lugar para estudiar, donde existen libros de referencia y periódicos, donde la educación es valorada". La lógica de la reproducción social funciona de esa manera -tal como lo denunciara y lo desvelara en su momento Pierre Bourdieu-, haciendo pasar por capacitación o dotación natural lo que solamente es algo socialmente adquirido. "Cuanto más abandona la Escuela", escribía Bourdieu en un libro originalmente escrito en el año 1969, "la tarea de transmisión cultural en manos de la familia, más tiende la acción escolar a consagrar y legitimar las desigualdades previas, porque su rendimiento está en función de la competencia precedente, repartida de un modo desigual". Por lo que atañe a la lectura, la correlación sigue siendo implacable: "Epidemiólogas como Arjumand Siddiqi y su equipo han investigado también los gradiantes sociales en relación con la competencia lectora en chic@s de 15 años, usando datos del estudio PISA 2000. Encontraron que los países con una larga historia de Estado del bienestar, alcanzaban mejores resultados que el resto". Al contrario, continúan Wilkinson y Pickett, "los países con las más altas calificaciones muestran menores diferencias sociales en su relación con la competencia lectora". No es de extrañar, por eso, que la posesión de una biblioteca familiar -como escribí ya hace algún tiempo-, " determina de manera firme e invariable,  independiente del ámbito geográfico, el futuro de los jóvenes. En Family scholarly culture and educational success: books and schooling in 27 countries, un equipo de sociólogosde varios países determinó, en el año 2010, que poseer una biblioteca familiar era tan determinante y predictor en la China Rural como en los Estados Unidos. Después de estudiar 70000 casos en 27 países diferentes, concluyeron que, al menos, la posesión de una biblioteca familiar garantizaba un periodo de escolarización tres años más extenso que en los casos en los que no se poseía. Ver Recortes en servicios bibliotecarios en un mapa más grande Si sabemos todo esto, si está empírica y científicamente corroborado, se colegirá sencillamente que las bibliotecas públicas, las bibliotecas escolares, son garantes de la igualdad de acceso a la información y al conocimiento, balanzas que pretenden equilibrar a una sociedad estructuralmente desigual, compensadoras de las desventajas iniciales a las que toda sociedad vocacionalmente justa y moderna debería aspirar. Por eso, se comprende mal que en los presupuestos generales del Estado para 2013 no haya ni un solo euro para la dotación bibliotecaria o que deban ser las propias bibliotecas públicas -como la de Guadalajara- las que, ante esta desprotección, deban procurarse el sustento fomentado el voluntariado. El Estado, los Estados que se pretendan modernos, deberían, como dijo Bourdieu, "emplear todos los medios disponibles para quebrar el encadenamiento circular de procesos acumulativos al que se ve condenada toda acción de educación cultural", y las bibliotecas son, sin duda, uno de sus instrumentos fundamentales.  


Leer_en_línea

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La lectura es el punto en cuya encrucijada se entrecruzan la educación y la edición. Se me ha ocurrido a mi solo. O a lo mejor no. También se la ha ocurrido a Daniel Cassany, que lleva unos cuantos años reflexionando sobre eso mismo. En_línea. Leer y escribir en la red, es un libro (sí, un libro tradicional, con un texto líneal, cuajado de referencias y, también, de encuadres que amplían la información esencial) que deberían leer tanto los educadores como los editores, porque los primeros descubrirían o reconocerían, definitivamente, que aunque la lectura tradicional seguirá conservando gran parte de su importancia, como fundamento del desarrollo cognitivo, será necesario incorporar al diseño de la experiencia educativa todas aquellas prácticas lectoras vernáculas que los jóvenes ya practican, competencias a menudo denostadas que, sin embargo, bien gestionadas e integradas en la dinámica del aula, pueden contribuir de manera notable, acaso definitiva, a su futuro como lectores. "Leer y escribir se convierte en una práctica más compleja que en la época en papel", dice Cassany, precisamente porque se multiplican los soportes y los formatos, los itinerarios de lectura posibles, las maneras de leer y comprender, y es por eso más esencial si cabe que los profesores lo entiendan, lo asuman y lo integren en el diseño de la experiencia de aprendizaje. Ocurre a menudo, sin embargo, que "la introducción de la tecnología en el aula ofrece datos poco halagüeños: que los ordenadores se usan poco en clase pese a que hayan costado mucho dinero, que se detecten pocos cambios metodológicos o que los recursos que hayan tenido más éxito sean la pizarra digital y el power point porque mejoran las exposiciones magistrales del docente". La educación no se modifica entonces un ápice para seguir siendo reproductiva, transmisiva y memorística. Y no sólo eso: se esgrimen argumentos neoluditas o tecnofóbicos para rechazar lo que es irrefutable. Y lo mismo cabría decir a quienes conciben y editan productos editoriales: las maneras y modalidades de la lectura que los soportes digitales abren, invitan a repensar no sólo las maneras de  hacer sino, sobre todo, los productos que puedan derivarse de esas nuevas experiencias. Seguirán existiendo los libros tal como los conocemos dentro de un ecosistema de posibilidades más extenso. Cada uno ocupará su lugar y está por determinar qué entidad e importancia asume cada cual, si alguno de ellos se arroga de cierta preponderancia sobre los otros. Sea como fuere, conviene entender qué le está ocurriendo a la lectura para pensar de qué forma alterará nuestro oficio de editores. De todo eso y de muchas más cosas habla con mesura, acierto y rigor Daniel Cassany, ponderando sus opiniones, mostrando el anverso y el reverso de prácticas digitales a menudo jaleadas o denostadas sin otra prueba que la mera adhesión personal. Como científico que es, Cassany se da la distancia suficiente para pensar sobre la_lectura_en_línea, ofreciendo opiniones contrastadas y recursos específicos. No dejen de leerlo todos aquellos que caminen en la encrucijada...


El principio de Arquímedes del sector editorial

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Dicen Manuel Gil y Jorge Portland en "Antinomias y disquisiciones sobre el mercado digital", un artículo publicado en el último número de Texturas que debería ser de obligada lectura para cualquiera que quisiera comprender lo que está sucediendo en el sector editorial y para cualquiera que quisiera plantear una estrategia de supervivencia coherente:

El mercado parece avanzar hacia un estrechamiento descomunal: en la medida en que se cumpla lo que denominamos "principio de Arquímides del sector editorial", es decir, en la medida en que el conteido digital sustituya al papel, el etrechamiento del volumen del mercado será un hecho que cuestinoará la viabilidad del conjunto de la edición. En 20 años la sustitución del soporte será casi completa. Esta decisión la tomarán los lectores, no la industria: el libro en papel será un artículo de lujo, y las tres cuartas partes de las editoriales que hoy conocemos desaparecerán, probablemente sustituidas por nanoindustrias culturales de tipo low cost. El libro", continuan, "avanzará hacia una sustitución paulatina en sus formatos, y esto parece hoy inevitable. Se vislumbra ya un mercado oligopólico muy peligroso; la lucha por la cuota de mercado es feroz y la tendencia que se vislumbra es la de una brutal concentración, peligrosa se mire como se mire
No desvelaré toda la trama del argumento ni quién o quiénes son los asesinos, pero dejénme darles algunas pistas: una tendencia cada vez más acusada a la concentración de la venta en unas pocas plataformas digitales, grandes operadores multinacionales que acabarán potencialmente con otros canales alternativos de ventas; editores que prefieren utilizar esos canales ofreciendo descuentos ventajosos antes que plantear alianzas intersectoriales; plataformas de distribución digital, formadas inicialmente por grandes grupos editoriales nacionales, cuya gestión parece ahuyentar más que atraer a los pequeños y medianos editores, a aquellos que deberían aportar suficiente masa crítica a una plataforma única, capaz de convertirse en alternativa real; desunión de los gremios, desafección de las profesiones que antes conformaban una cadena de valor integrada, desbandada generalizada para recluirse en las pocas certezas que van quedando; falta y falseamiento de datos esenciales, que solamente se proporcionan a posteriori, cuando el análisis ya no tiene casi valor, o que se proporcionan en tiempo, pero sin desagregación alguna, sin análisis ni matizaciones; ocultamiento de la información más esencial para los editores en la era digital por parte de las plataformas en las que comercializan sus contenidos (datos del tráfico, de las compras y los perfiles, de las preferencias y los gustos, de las afinidades y las correspondencias); ausencia completa, en fin, de una cultura colaborativa y abierta capaz de comprender que este cambio no se vive ni se resuelve a solas. Hoy que ha terminado el Liber, nuestra Feria profesional, no imagino mejor ejercicio para la vuelta que leer este texto, discutirlo, para intentar asumir y desarrollar alguna de las soluciones que apunta. De otra forma, el principio de Arquímides funcionará, como en la física, inexorablemente.


Contrabandos o la larga cola

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En estos tiempos de confusión social general y de desconcierto editorial en particular, que un grupo de editores se haya puesto de acuerdo para construir una plataforma conjunta donde se muestren sus propuestas y se transmitan sus mensajes, con la esperanza puesta en que esa tarea cooperativa amplifique sus voces y amplíe sus públicos, es una noticia insólita y esperanzadora. La red ha hecho bueno en este caso uno de esos preceptos que tanto se maneja y tan poco se aplica o se verifica: el de la larga cola: ¿puede un conjunto de pequeños y minoritarios agentes editoriales afines en sus líneas editoriales buscar puntos de acuerdo para llegar a conformar una comunidad de lectores, seguridores, activistas y escritores que puedan justificar su existencia? ¿Puede la red convertirse en esa clase de soporte que haga realidad la suposición de que Internet favorece el encuentro y el desarollo de ese tipo de comunidades, políticamente conscientes, que se constituyen en sujeto de la acción, a partir de un conjunto de objetivos  e intereses compartidos? Está por ver, pero, en todo caso, la iniciativa de Contrabandos, la unión de Montesinos, El Viejo Topo, Libros en acción, Txalaparta, Need, La Oveja Roja, Octaedro, Icaria, Gedisa, Laertes, Ediciones del Oriente y el Mediterraneo y Bellaterra, es una buena noticia, un ejemplo de cómo intentar superar la crisis sumando fuerzas, no seperándolas. Jacques Ranciere decía que la democracia era el poder de cualquiera. Para que eso pueda ser cierto, para que cualqueira pueda ejercer el poder que la democracia teóricamente le concede, debe procurarse, antes que nada, un juicio propio, un juicio crítico conformado en la lectura reposada de libros que le ayuden a formarse una opinión bien fundamentada. Quizás, como dice Santiado López Petit en el primer número de la revista Contrabandos, "lo que sí parece cierto es que si deseamos que las ideas vuelvan a ser peligrosas, tendrá que ocurrir en el interior de este combate del pensamiento, es decir, fuera de un espacio militante que muchas veces lee, en el fondo, para confirmar las opciones que ya ha tomado. En este sentido, y es terrible decirlo, el libro político a menudo es el que tiene la pólvora más mojada. Y, con todo, para luchar hay que creer, por lo menos en lo que nos hace vivir. El libro político puede ayudar a buen seguro, pero la ilusión que obligatoriamente debe contener, tiene que ser limitada. En otras palabras, el libro político que quiera ser un arma de combate tiene que ilusionar con el mínimo de autoengaño…"

"Cambiar de gafas para mirar el mundo" from Celia Hernandez on Vimeo.

"El trabajo editorial", escribe Miguel Riera en la misma revista, "y más aún en estos tiempos difíciles, no es sencillo. Y menos aún cuando se renuncia voluntariamente al best-seller comercial. Es un trabajo que se realiza entre las sombras, sacando a la luz textos que suelen ser ignorados por los mass media, desde la modestia de entidades débiles económicamente […] pero firmes en sus convicciones. Un trabajo opaco, riguroso, que exige permanentes esfuerzos. Pero imprescindible. O al menos, a mí así me lo parece". A mi también.


Libros electrónicos y contenidos digitales en la sociedad del conocimiento

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Conviene recalcar que, en este caso, como en otros tantos, son todos los que están aunque no estén todos los que son o tengan algo que decir en este momento de transición digital, en este momento del advenimiento de nuevos soportes y formatos. En todo caso, quienes han contribuido a esta obra colectiva, son voces autorizadas y experimentadas en el ámbito de la edición digital. Bajo la coordinación de José Antonio Cordón y Fernando Carbajo (dos de los más destacados especialistas, en sus respectivas áreas, en este asunto), han colaborado en su elaboración nombres como Javier Celaya, José Afonso Furtado, Luis González Martín, María Pinto, Javier Valbuena, Alberto Vicente y Silvano Gozzer, o yo mismo. Aun  cuando la posibilidad de que una obra como esta perdure esté sujeta a los imprevisibles cambios que la tecnología depare, Libros electrónicos y contenidos digitales en la sociedad del conocimiento pretende ofrecer una visión global de todas las dimensiones que lo atraviesan: desde la conjetura fundamentada sobre su posible evolución, pasando por las potencialidades de la autoedición, siguiendo por la disparidad de plataformas electrónicas que  los distribuyen y comercializan, mirando de reojo a la competencia de los grandes operadores multinacionales, acercándose a sus estrategias específicas de márketing y promoción,  llegando a su papel en la educación del siglo XXI, al uso que nativos y emigrantes digitales hacen de él, a su integración en las bibliotecas públicas y concluyendo con una reflexión sobre su naturaleza y estatuto jurídico. 560 páginas de aportaciones que lo convierten, seguramente, en el manual en español más completo de los que puedan consultarse ahora mismo. Buena lectura.


Educación, reforma y tecnología

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Los países que poseen sistemas educativos en los que se discrimina tempranamente a sus alumnos funcionan de maravilla. ¿Cómo podría ser de otra forma? Si a los once años, como ocurre en el sistema educativo alemán tradicional, se segrega a los niños en tres cursos diferentes, en tres tipos de escuelas, en función de cualidades y competencias aparentemente desiguales, "objetivamente" contrastadas mediante exámenes concebidos para medir esa desigualdas, ¿qué otra cosa podríamos esperar que la constatación y la verificación de la desigualdad? Pierre Bourdieu denominaba a esa manera política de segregar de acuerdo a diferencias figuradas, "la ideología del don", porque no hay nada mejor que achacar a discrepancias naturales lo que son puras divergencias sociales. El propia Instituto Max Planck de Educación, situado en Berlín, lleva años advirtiendo de que los resultados escolares están fuertemente influenciados por los orígenes sociales de los alumnos, por el capital cultural y económico que heredan, y que lo que son diferencias de orden aparentemente natural no son sino diferencias de origen social que deben atajarse dentro del propio sistema. En las últimas semanas, sin embargo, se han levantado en Alemania voces cualificadas contra un sistema escolar que incapacita objetivamente a los jóvenes: la primera cadena nacional emitió un programa con el título "¿Aprender hace tontos? El escándalo de la escuela", donde fue entrevistado uno de los especialistas más cualificados del páis, Gerald Hüther, que defiende una verdad evidente: todos los niños y niñas son, de una u otra forma, superdotados. Poseen inteligencias y competencias incomparables, y el papel de la escuela no es dilapidar ese capital tempranamente, en aras de un cursus escolar clasista y compartimentado, sino potenciar individualmente sus capacidades específicas hasta llevarlas a su máxima expresión (es cierto, por decir todo, que el reconocimiento social de los estudios profesionales y el respaldo incondicional de las empresas, hace que esa vía se viva como una alternativa legítima). La OCDE ha recomendado hace poco que los sistemas democráticos deben promover sistemas educativos inclusivos, donde no segregue a los jóvenes prematuramente. Al contrario: tal como se practica en el sistema educativo finlandés, de lo que se trata es que los profesores encuentren el tiempo y la forma (allí, recortando el horario lectivo tradicional en un 25%) de atender individualizadamente a los alumnos que presentente síntomas de desafección. Una intervención rápida e inmediata, en su entorno familia y en su entorno escolar, garantiza la recuperación y el progreso. No sabemos todavía si los entornos de aprendizaje del futuro prescindirán por completo de aquello que una vez conocimos por aulas, aunque los suecos parece que lo tienen ya bastante claro. Sabemos, en todo caso, varias cosas que deberían servir para remodelar nuestro envejecido y añejo sistema educativo, esa institución exhausta de la que habla con tanto conocimiento Marino Fernández Enguita:

  1. sabemos que la discriminación temprana es injusta y supone una dilapidación de recursos humanos, de conocimientos necesarios: "una selección tan temprana", escribe Fernández Enguita en otro sitio, "era injusta, pues sobraba evidencia de que condenaba a los alumnos de familias en desventaja; ineficaz, pues privaba a la sociedad de una reserva de talento, e ineficiente, pues seleccionaba mal, cerrando el paso a niños capaces pero pobres y viceversa";
  2. sabemos que el incremento de horas de clase y de la ratio profesor/alumno es contraproducente: el camino es el inverso, una descarga del número de horas de pura docencia en beneficio de la atención personalizada;
  3. sabemos que las tecnologías son necesarias no como un aditamento, sino como parte fundamental de las competencias del siglo XXI que los alumnos deben adquirir;
  4. sabemos que los libros de texto son necesarios pero no suficientes, marcos globales donde encontrar condensados conocimientos necesarios que deben complementarse con investigaciones, indagaciones y exploraciones que utilicen todos los recursos que la red ofrece. Sabemos, en consecuencia, que el futuro de las editoriales pasará, en gran medida, por ser capaces de adaptarse a ese cambio proporcionando contenidos y  materiales adecuados para ese nuevo tipo de entorno;
  5. sabemos, en suma, que el futuro de las instituciones en la era digital será distinto...
Necesitamos una educación más inclusiva; necesitamos la tecnología integrada plenamente en las aulas y, sobre todo, en los currícula; necesitamos unas editoriales que comprendan que buena parte de su trabajo y su  negocio provendrá no tanto de fabricar botellas, sino de ocuparse de los nuevos vinos (las nuevas pedagogías, los nuevos servicios educativos que se deriven de las nuevas configuraciones). Necesitamos una reforma, aunque quizás no era esta.


La librería irreemplazable

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Dice hoy Antonio Ramírez en Imaginar la librería futura, refiriéndose no sólo a la posibilidad de que su última iniciativa prospere, sino de que todo el ecosistema de la librería perviva: "Tal vez sólo sea posible si precisamente nos situamos en su dimensión irremplazable: la densidad cultural que encierra la materialidad del libro de papel; mejor dicho, pensando la librería como el espacio real para el encuentro efectivo de personas de carne y hueso con objetos materiales dotados de un aspecto singular, de un peso y una forma única, en un momento preciso". Es arriesgado hablar de densidades culturales cuando hablamos de desmaterialización y teorizamos sobre "El fin de la cultura de los objetos", pero aun cuando corriéramos el peligro de confundir deseo con realidad, yo creo en eso que Daniel Innerarity dejó escrito en La democracia del conocimiento: si hay alguna razón por la que podamos considerar de manera optimista el futuro del libro -y, en consecuencia, de su canal principal- es porque es el mejor y más económico condensador de sentido que conocemos. Quizás ahí coincidan los argumentos de los dos. No es extraño -conociendo alguno de sus antecedentes políticos-, que el gobierno francés actual abogue por la defensa a ultranza de las librerías independientes respecto a los grandes operadores digitales multinacionales. Su actual Ministra de Cultura y Educación (cuántos quisiéramos) ha dejado dicho: "Nous avons un réseau formidable de librairies indépendantes en France qu'Amazon risque de tuer. Il n'est pas normal qu'Amazon contourne par des prix bas la loi du prix unique en étant installé en Luxembourg et en ne payant pas de fiscalité juste en France". Lo que viene a ser, más o menos: no admitiremos que las empresas internacionales de comercio electrónico dañen nuestra red de librerías independientes porque su preocupación parece más enfocada a detraer impuestos (abonados en Luxemburgo), que ha añadir valor cultural al país donde operan. En el Plan Estratégico General de la Secretaría de Estado de Cultura 2012-2015 publicado hoy mismo, no he encontrado la palabra "librería" en ninguna de sus 124 páginas. "Libro" solamente se encontrará asociado a una cuestión meramente instrumental: la adecuación de las subvenciones concedidas a libros y revistas. Por ahora no hay planes ni se los espera. La postura francesa no es, simplemente, una reinvindicación fiscal y comercial -no dañar el tejido del pequeño comercio que proporciona trabajo y crea riqueza-, sino una batalla cultural -la de preservar una red irremplazable, la de las librerías-. Supongo que D. Mario Vargas Llosa, que asistió a la inauguración de La Central de Callao, será consciente de esta paradoja que durante tanto tiempo combatió (enfrentándose a Jacques Lang, ministro socialista de cultura): hay ocasiones en que solamente mediante la excepción cultural cabe preservar lo que más valor tiene. Incluso los norteamericanos, adalides de la competencia feroz, han comprendido que en la alianza y el respaldo mutuo puede estar parte de la solución: Indiebound, el colectivo de los libreros independientes, es una web donde se suman voluntariamente las librerías independientes de todo el país para que los lectores puedan ubicarlas y adquirir los libros allá donde consideren más adecuados, allá donde hayan tejido los lazos más densos con sus libreros, con ese espacio que les incite a acudir porque sabe que encontrará una comunidad más o menos homogénea de intereses afines. Indiebound incorpora dos cosas que, a mi juicio, convendría que adoptara toda red librera con aspiraciones globales: la posibilidad de comprar lo que se busca, en uno u otro formato, física o digitalmente; la posibilidad de elegir dónde hacerlo; la posibilidad de que los libreros se incorporen voluntariamente al proyecto, utilizando herramientas sencillas de geoposicionamiento y abriendo sus APIs para que sus bases de datos sean consultables. Además de las virtudes enumeradas por Antonio Ramírez, las librerías deben incorporar muchas de las tecnologías que las grandes plataformas han desarrollado y aplicado con éxito y sabiduría. Que estemos de acuerdo en el valor de la singuralidad física del libro, no nos exime de poner las tecnologías a nuestras órdenes utilizándolas en nuestro provecho. Las librerías -tal como en algún momento quise decir- son irremplazables, no solamente porque podrían hacer valer su peso comercial (a día de hoy, el 90% de lo que las editoriales facturan pasa por sus mesas y los beneficios que el futuro pueda procurar deberían ser mutuos) reclamando lo que es suyo, sino porque son el espacio donde "el entramado de vínculos sociales y simbólicos que aún hoy se concentran en torno al libro de papel" se hace realidad.


Aires de apertura

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La Eurocámara dio ayer luz, finalmente, a un texto que autoriza el libre uso y distribución de las obras huérfanas cuando, obviamente, no se hayan localizado a los autores o a los derechohabientes respectivos. Esa medida es especialmente importante para la vida de la web, porque desbloquea el uso de lo que Lawrence Lessig calculaba -en su trabajo Free Culture- el 85% de la producción cultural de un país. De esta manera cabrá poner a disposición de todo aquel que lo quiera o lo necesite, el patrimonio cultural escrito o grabado de un país sin incurrir en ilícitos jurídicos y sin estar sometidos a las amenazas de quienes, supuestamente, detentaban los derechos de representación.  Hace tan sólo dos o tres días, casi en paralelo, diez años después de que se promulgara su primer manifiesto, la Budapest Open Access Initiative (la iniciativa filantrópica para el fomento del libro acceso al conocimiento promovida por George Soros), actualizaba su compromiso y redactaba un conjunto de 10 recomendaciones. En el fondo las razones de este compromiso se dejan resumir con cierta sencillez: "“The reasons to remove restrictions as far as possible are to share knowledge and accelerate research. Knowledge has always been a public good in a theoretical sense. Open Access makes it a public good in practice". Favorecer la circulación irrestricta del conocimiento financiado con dinero público para mejorar el acceso, acelerar la innovación y convertir a este atribulado mundo en algo mejor. En plena campaña electoral norteamericana, la famosa revista (y plataforma de conocimiento abierto) PLOS, promueve una campaña que lleva por eslogan: Tell the White House to Expand Open Access to Federally Funded Research, dile a la Casa Blanca que expanda el acceso abierto a las investigaciones financiadas con fondos federales, y parece que los candidatos no están haciendo oídos sordos. En el Reino Unido, durante todo este verano pasado (ya, tan lejos), The Guardian se hizo eco, extensivamente, de las conclusiones del Finch Report -que recomienda encarecidamente la promoción del libre acceso al conocimiento producido en sus Universidades y centros de Investigación-, y llegó a la conclusión de que se trata de una oportunidad de oro inaplazable. No hace falta que insista demasiado, de nuevo, en la iniciativa del CNRS francés, la construcción del sitio Open Edition, que aglutina ya a 365 cabeceras científicas de libre acceso y 504 blogs científicos de alto nivel. Aires de apertura que, por ahora, no terminan de soplar por aquí.


La crisis del conocimiento y los contenidos editados

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Nunca como hoy hemos dispuesto de tantos contenidos eduativos y científicos de calidad; nunca, como hoy, hemos tenido la posibilidad de acceder a ellos de manera automática y gratuita; nunca, como hoy, hemos podido formarnos y educarnos valiéndonos de la ayuda y el conocimiento de los demás; nunca, como hoy, ha existido una posibilidad igual de cogenerar y cogestionar la creación de saber y conocimiento. Quizás esas sean algunas de las características y propiedades principales de la sociedad de la información y el conocimiento. En nuestra mano está el hacerlas más o menos ciertas y más o menos universales. Pero están ahí y negar su realidad, openerse a su pujanza u ofuscarse en negarlas, no puede conducir a ninguna parte. Existen plataformas -como Lehrer Online, en Alemania, o como Flexbook, en Estados Unidos- donde los profesores generan e intercambian gratuitamente los contenidos que ellos mismos crean y los conocimientos que ellos mismos desarrollan. Comunidades de enseñanza y aprendizaje autogestionadas que crean e intercambian conocimiento. Existen entornos web donde cualquiera puede acceder al conocimiento científico y experto más actual -como pueda ser, por nombrar unos pocos, Open Edition, en Francia, o ArxiV.org, en Estados Unidos-. Wikipedia es, por su parte, el ejemplo por antonomasia de cómo una comunidad de "amateurs" puede autoorganizarse y generar conocimiento de una calidad comparable, al menos, a la de las enciclopedias tradicionales.

La verdadera apuesta del siglo XXI no es que proliferen instituciones excelsas cerradas sobre sí mismas. De lo que se trata es de pensar la forma en que se tiendan puentes entre las instituciones universitarias tradicionales y los nuevos entornos de producción del conocimiento. Algunos lo llaman Ciencia 2.0, Modo 2 de la ciencia, otros Ciencia expandida. Admiro a Ivan Illich. Fui, incluso, su editor. Pero su crítica a los sistemas informales de educación frente a la universidad no se sostienen en un mundo donde la red ha puesto la escuela al alcance de todos, donde el movimiento Edupunk no es cosa ya de unos pocos tipos marginales y periféricos. Sí, el mundo es la escuela. El futuro de las instituciones de enseñanza en la era digitales diferente.

Internet permite crear formas enteramente nuevas de educación. La escuela o el centro ya no es el único lugar, ni siquiera el principal, donde las cosas deban o puedan transcurrir: las plataformas digitales de trabajo abierto y colaborativo, las bibliotecas de recursos compartidos, el teletrabajo digital o el encuentro síncrono o diferido gracias a aplicaciones informáticas gratuitas. La educación es expandida y móvil por dos razones: porque contamos con los mecanismos para hacerlo pero, sobre todo, porque esos mismos mecanismos nos ponen en contacto con multitud de fuentes de información diversas que podemos consultar y explotar y porque nos permiten construir una red sólida de trabajo colaborativo. Y no se trata, solamente, de experimientos más o menos radicales, como el de la WikiUniversity o el de la ITunes University, que ponen en solfa los procedimientos de acreditación tradicionales, sino de aprovechar el poder transformador y emancipador de las redes; El conocimiento erudito es un ornamento inservible, en todo caso un pasatiempo sugestivo para quien lo practica. Sólo cabe aprender haciendo: los proyectos no son distintos a los contenidos sino que solamente puede haber proyectos al servicio de los que se ponen conocimientos, herramientas, recursos y contactos. Quest to learn, en Estaods Unidos, o la Team Academy, en Finlandia , son dos ejemplos extraordinarios de un proceso de generación de ideas rápidamente prototipado y puesto al servicio de un problema social previamente identificado que se convierte en un negocio viable. No podemos seguir enseñando, simplemente, para que se completen adecuadamente los exámenes; no podemos seguir enunciando contenidos y esperando a que se reproduzcan con mayor o menor precisión; no podemos creer que formamos ciudadanos creativos y solventes, autosuficientes y críticos, mediante la mera repetición de lo explicado. No queremos, en fin, que nos sigan dando clase. El hecho de que la Asociación Nacional de Editores de Libros y material de Enseñanza (ANELE) haya convocado un XII encuentro anual bajo el título  “La crisis del conocimiento: el valor de los contenidos editados es, a mi juicio, el desesperado intento por preservar el orden de las cosas, pero las cosas no tienen intención alguna de perseverar en su antigua naturaleza. La cuestión esencial, a mi entender, no es tanto oponerse al cambio, negarlo, como imaginar de qué manera pueden contribuir los editores a construir ese nuevo entorno de aprendizaje ineludible, donde los libros de texto -como condensadores de conocimiento y sentido- pueden seguir jugando un papel principal. El conocimiento no está en crisis. Los editores sí. Imputar al primero los problemas de los segundos, no es, seguramente, la mejor opción.


El libro, un pasado magnífico, un oscuro futuro

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En la cadena de valor tradicional del libro, todo estaba más o menos claro, cada agente ocupaga su lugar, los márgenes se repartían según un acuerdo no escrito y el dinero necesario para financiar las nuevas tiradas que abastecían las librerías que vendían los libros, fluía con relativa abundancia y naturalidad. España nunca fue un país donde se leyera o comprara mucho, pero esa escases estructural de lectores se combatía con la compra de bibliotecas públicas, la venta en América y alguna acción editorial complementaria cuando el grupo poseía sellos de distinta naturaleza. Ese fue, quizás, el pasado magnífico que nunca volverá. A día de hoy, las cosas han cambiado, profundamente: la cadena de valor tradicional carece por completo de sentido en el ecosistema digital. No todos los agentes aportan el supuesto valor que agregaban antes al producto que elaborábamos y vendíamos. Distribuidores y libreros son, sin duda, los más afectados, aunque no lo estén menos los editores, que han perdido el añorado monopolio de la intermediación hacia el conocimiento y buscan cuáles son las causas de su supuesta crisis cuando, en realidad, deberían mirar mejor en casa. Los pocos e improbables lectores de antaño leen todavía menos, compran la mitad de lo que compraban; las bibliotecas carecen de presupuestos y recortan el dinero destinado a la adquisición de novedades; los libreros solamente admiten depósitos y cortan con ello el flujo de financiación que antes servía para sostener el sistema, cavando, de paso, su propia tumba; los editores se echan en brazos de las grandes plataformas de comercialización digital, aunque sea a cambio de perder márgenes, aunque sea al precio de perder el control sobre lo que editan y aunque sea a costa de perder la alianza tradicional con quienes siguen siendo su canal de comercialización principal, las librerías. Poco más arriba, poco más abajo, los datos que se barajan sobre la venta de libros electrónicos a través de los canales establecidos, dejan poco lugar a dudas sobre quién imperará en ese mercado: Amazon, la empresa dominante,  38%; Apple, 20%; FNAC, 11%; Casa del Libro, 10%;  El Corte Inglés, 6%. Es decir: el 85% del mercado digital está en manos de grandes operadores cuyo objetivo, obviamente, no será compartir esa cuota. Google, a todo esto, no ha hecho todavía acto de presencia, o si lo ha hecho, no ha arañado ni un punto del mercado. En este desolador y oscuro panorama, tan alejado de esplendores y magnificiencias, los gremios profesionales se encierran en burbujas herméticas, creyendo que allá estarán protegidos, u ocultan los temas de discusión principales bajo el manto de la trilogía del miedo: piratería, regulación normativa y propiedad intelectual. La arquitectura del gobierno de esas empresas de la nueva cadena de valor, siguie siendo románica, cuando la realidad exige formas de cooperación transversales basadas en la lógica del beneficio mutuo. Daniel Innerarity lo decía hace pocos días en un artículo titulado "La exposición universal": " hay que aprender toda una nueva gramática del poder para la que sirve de poco la obstinada defensa de lo propio o la despreocupación por lo ajeno. Todo lo que podía valer para el antiguo juego del poder, ahora ya no es más que pura gesticulación. El instrumento fundamental para sobrevivir en la superexposición es la cooperación, la atención a lo común. La intemperie, en el mundo actual, es la soledad, por muy soberana que se imagine". Esta afirmación es hoy perfectamente trasladable a nuestro ámbito profesional. Como augura Manuel Gil, en la estela de Inneratity, "el libro esta inmerso en una crisis estructural de grandes proporciones y con sus imperativos sistémicos haciendo agua. Quizá debamos avanzar hacia un decrecimiento controlado y una puesta en valor de un procomún del sector. No valen soluciones individuales, de esta salimos juntos o no salimos. Lo fundamental ahora mismo es diseñar escenarios, buscar consensos, abrirse a ideas nuevas y buscar liderazgos". El cambio en ese sentido es inevitable. Habrá, como en todo momento de cambio, quien se ría de ello; habrá quien, tras reírse, intente combatirlo; habrá quien, cuando resulte obvio que no cabe refutarlo, lo acepte como indiscutible.


Reentré digital

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Zygmunt Bauman sentado en una playa de Benicàssim. Nos dice lo que casi todos sabemos y casi nadie se atreve a explicitar: la proliferación y abundancia de la información no es sinónimo inmediato de sabiduría y el uso de las redes sociales tampoco lo son de organizaciones sólidas y bien alineadas en pos de un objetivo compartido. “Cuando yo era joven", dice, "anhelaba tener el acceso a la información que tengo ahora, pero ahora sé que su exceso es peor que la escasez”. "En esta confusión", prosigue, "tiene mucho que ver el fenómeno de las redes sociales. Si un chico pasa tres horas diarias en Facebook tejiendo formas de comunicación alternativa, es natural que crea la ilusión de que ha construido un espacio de democracia diferente. Cuando no hay ni una sola prueba de que esta sea efectiva”. En Alemania, hace un par de semanas, el principal de sus semanarios, Die Zeit, titulaba a toda página su edición del 2 de agosto: "De qué manera Facebook, Google & Co. censuran el mundo. Pretenden hacer a la humanidad más libre, pero entretanto deciden qué es lo que pueden oír, ver y decir. Y nadie se revela". Lo que nos ofrece inusitadas posibilidades de libertad  y cooperación, nos amenaza, al mismo tiempo, con una forma renovada de control pefecto, voluntaria y gustosamente asumido en la mayoría de los casos. (El video completo, imposible de insertar, en el enlace siguiente) A la misma hora, esta mañana, Antonio Rodríguez de las Heras explicaba en el curso de la UIMP "Creatividad y TIC's. Base de un nuevo espacio educativo" por qué todo lo anterior es cierto y por qué, aún siéndolo, nuestra principal tarea es, precisamente, la de elaborar y desarrollar las competencias digitales adecuadas en un nuevo espacio educativo que se adapte al nuevo entorno digital para formar ciudadanos capaces de hayar nuevos patrones de significado en un ecosistema de información truncada, capaces de colaborar y generar conocimiento colectivo y compartido, capaces de generar nuevas formas de entender las cosas. Precisamente porque todo lo que Bauman desvela es cierto y porque todo lo que  los semanarios se atreven a revelar es verdad, necesitamos con suma urgencia una veradadera educación digital que haga cierta  y posible la sociedad del conocimiento. Mi reentré digital del otoño tendrá que ver, precisamente, con eso: " Las competencias del siglo XXI y el lugar de los libros electrónicos" aparecerá en una obra colectiva llamada a convertirse en imprescindible: Libros electrónicos y contenidos digitales en la sociedad del conocimiento publicado por Pirámide y coordinado por José Antonio Cordón, será el primero de los textos que aparecerá. Y como plato fuerte, en compañía de Antonio Lafuente y Andoni Alonso, Todos sabios! Ciencia ciudadana y conocimiento expandido, un libro que se publicará también en el otoño y que aboga, precisamente, por las posibilidades de la red como un espacio de creación compartida y consensuada de conocimiento. Se reservan ejemplares. Buena reentré digital a todos.


Dieta digital

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En uno de los últimos números del semanario alemán Der Spiegel, podía leerse en su portada: "¡Estate de una vez callado! Instrucciones para una dieta digital", mientras un pobre IPhone sufría los primeros efectos de la privación, del régimen de apps. En el dossier que acompañaba y justificaba esta petición se hablaba de los efectos indeseables de la revolución digital, de la ansiedad que genera el exceso de información, de nuestra incapacidad general para arbitrar los filtros necesarios para gestionarla racionalmente, de la sútil manera en que la herramienta acaba dominándonos y diluyendo nuestra voluntad hasta fomentar una adicción incontrolable, de las alteraciones cognitivas que están en trance de sucedernos, de la necesidad, en fin, de que retomemos las riendas de un fenómeno que a veces nos supera. No hay posibilidad alguna de entender qué es internet si practicamos una suerte de tecnoutopismo acrítico o, al contrario, una forma renovada de tecnoludismo fustigador. Encarar ese fenómeno con la distancia crítica suficiente sabiendo que es nuestro ecosistema natural de comunicación, será la única forma de afrontarlo. Cuando abro el programa instalado en mi navegador, Collusion (un rastreador capaz de reconocer las cookies que van dejando las páginas que visitamos y la manera, en consecuencia, en que estamos permanentemente expuestos a una forma de vigilancia inadvertida  y, sin embargo, total), pienso en la necesidad de reclamar cierta forma de anonimato como prinicipio fundamental de la convivencia democrática, evitando la sobreexposición y los abusos inconscientes a los que estamos sometidos. Sea como fuere, después de un año intenso de bulimia digital, de innumerables entradas en este blog, de centenares de textos léidos, de decenas de conferencias y seminarios en los que he comparecido sobre los asuntos de los que aquí se trata, de sucesivos reveses profesionales y de algún que otro éxito sobrevenido, pienso ponerme a dieta digital estricta hasta el próximo mes de septiembre. El libro que menos páginas tiene (en papel) de los que van en mi mochila tiene 700 páginas... Hasta la vista.


¿Sueñan los libros electrónicos con jóvenes lectores?

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Estoy tentado de afirmar que se sueñan y desean mutuamente, que existe una atracción fatal e ineludible entre ambos, que están tan llamados a entenderse como quizás antaño lo estuvimos nosotros con los libros de papel. Pero, en todo caso, esta percepción debe ser empíricamente corroborada si es que queremos tomarnos en serio la cuestión planteada. No son muchos los estudios que se han emprendido a este respecto; menos aún los que lo hacen de manera extensiva y con una muestra apreciable. La Stiftung Lesen  alemana (Fundación para la lectura), puso en marcha en el años 2010 un estudio cuyos resultados se conocieron a finales del pasado año pasado: Das Potenzial von E-Readern in der Leseförderung, el potencial de los libros electrónicos en la promoción o animación a la lectura. Los resultados del estudio -me salto aquí todo lo relacionado con el diseño de los grupos donde se realizaron las pruebas, unos en relación sólo con libros en papel, otros solamente con libros electrónicos y un tercero con disponibilidad absoluta sobre ambos soportes- podrían resumirse con cierta sencillez: los adolescentes mostraron una fuerte y favorable predisposición inicial al uso de los dispositivos digitales (en este caso e-readers de la marca Sony); esa inclinación favorable, fruto de la novedad, contribuyó a mejorar la reputación de la lectura como actividad digna de ser tenida en cuenta; la posesión de un libro electrónico por alumno contribuyó, también, a que se construyeran y generaran bibliotecas personales, individuales, mediante la descarga de los títulos propuestos; la descarga de títulos en préstamo para el libro electrónico sobrepasó con creces a la de los préstamos tradicionales, tal como muestra el gráficos inferior (tendréis que creerme...). Los estudiantes advirtieron, sin embargo, de una serie de mejoras que a muchos ya les parecen obvias: hubiera sido mejor contar con un tablet interactivo y táctil que con un dispositivo dedicado y escasamente interactivo; hubieran querido contar con funcionalidades que les hubieran permitido comentar y valorar lo leído, intercambiar sus gustos y pareceres, es decir, echaron de menos herramientas básicas de lectura social, con las que no cuentan esa clase de dispositivos; querrían haber contado con conectividad 3G y, sobre todo, simplificar el proceso de descarga, copia en el ordenador personal y transferencia al dispositivo de lectura, esto es, hubieran querido que todo hubiera transcurrido en el mismo soporte. Lo más llamativo, sin embargo, fue que el supuesto romance entre la adolescencia y la digitalidad, era pasajero: de los 458 libros descargados al inicio, solamente 280 fueron trasladados a los libros electrónicos (-42%), 159 fueron leídos de manera parcial y fragmentaria y tan sólo 18 de ellos tuvieron la dicha de ser leídos de cabo a rabo. "Al principo sí...", declaraba uno de los alumnos en una de las entrevistas personalizadas que formaba parte del trabajo de campo, "los jóvenes dicen que sí, cuando reciben algo nuevo, entonces se muestran siempre curiosos. Durante un par de semanas siguen mostrando esa curiosidad, como por entonces me ocurrió a mi, pero después de dos o tres meses ya no tenía interés alguno". Hasta allí llego el romance electrónico: dos o tres meses. "Sí, leía al principio", dice otro, "pero después de un tiempo dejó de interesarme. Okay, al principio sí, porque era nuevo". Si bien en un inicio los libros electrónicos parecen allanar barreras y fomentar la curiosidad y el interés por la lectura, no son suficientes para fundamentar un interés sostenido por ella. Puede y debe construirse sobre ellos, pero no confiar ciegamente en que por sí mismos desaten un interés continuado y perseverante. Queda mucho camino por recorrer y muchos experimentos por realizar. Mientras tanto, ¿qué hacer para que los jóvenes sueñen con la lectura?


Cómo entrar en las librerías

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Manuel Gil se pregunta en "Encontrar la salida", después de haber cavilado sobre la conveniencia de reducir los precios, de recortar los márgenes, de ponderar adecuadamente las tiradas:

hay un problema previo, si la gente no entra en las librerías no se venderá ni el libro de 12 ni el de 20. Es por ello que veo necesario el avanzar la idea de un «pacto por el libro» que comprometa a instituciones, nacionales y autonómicas, medios impresos, televisiones, radios, bibliotecas, etcétera, con un compromiso serio de impulsar el libro en este país de una vez por todas. Que esto es una ilusión, muy probablemente...
Y, efectivamente, el problema no es tanto el precio de los libros como la percepción que se tenga de su adecuación al producto que se comercializa y, sobre todo, de lo que los sociólogos denominan "el horizonte de realización cultural", es decir, de que los libros forman parte de las cosas que a uno le interesan y de que, por tanto, vale la pena invertir parte de nuestro mermado salario en adquirirlos. La encuesta de "presupuestos familiares del INE" nos muestra que el gasto medio en ocio y cultura de las familias españolas (en el año 2005, última fecha que proporcionan), era de 526,76 €. Lo que se descubre cuando se tiene la paciencia de desgranar los datos, es que esa cantidad se distribuye de manera muy distinta de acuerdo al nivel de estudios de los encuestados: los que poseen estudios superiores invierten un 8.07% de su presupuesto en la adquisición de productos culturales; los que alcanzaron estudios de secundaria, invierten un 5.82%. No es tanto la disponibilidad neta como la predisposición a gastar en productos que se perciben como apropiados a no a los intereses de cada cual. Por eso todo empieza por otra parte: para entrar en las librerías hay que gustar de los libros y pensar que encierran algo que no puede encontrarse en otro lugar; para cultivar esa percepción cierta, es necesario reforzar el entorno familiar con estrategias de fomento de la lectura, sobre todo en entornos en riesgo de exclusion; para conseguir que los jóvenes se acerquen a las librerías al menos en la misma medida que a las tiendas de videojuegos (si es que eso fuera posible), es necesario que la escuela, desde la educación infantil hasta el último día de la universidad, proclame el provecho y beneficio incomparable de los libros y obre estratégicamente en consecuencia; para entrar en las librerías quizás haya que hacer como los ingleses que, ante la inminente necesidad de tomarse en serio la lectura, crearon el All Party Parliamentary Literacy Group, la unión de todos los partidos representados en el Parlamento para hacer de la lectura una estrategia de Estado; para conseguir que traspasemos el umbral de las librerías, quizás haya que hacer como los alemanes, cuyo presidente de la República, Joachim Gauck, patrocina personalmente las iniciativas de la Stiftung Lesen; quizás haya que levantar la vista y mirar más lejos, intentar comprender por qué Finlandia alcanza sistemáticamente el primer puesto en los estándares de lectura internacionales, fomentando un tipo de sistema educativo donde los alumnos aprenden a asumir la responsabilidad sobre el proceso de su aprendizaje, convirtiendo a los libros en la pieza central de ese proceso. Y quizás sea demasiado pedir que editores, libreros y autores, todos los que forman parte de esa cadena -deteriorada- del libro, intervengan activamente en ese debate. Quizás, como decía Manuel Gil, esto no sea más que una ilusión... pero no se me ocurre otra manera, duradera, de abatir las barreras de acceso a las librerías.


La tengo pequeña (la editorial)

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Cuando leo lo que Antón Castro ha escrito para la primera revista publicada por la FLIC (Feria del Libro independiente de Cantabria), no puedo sino reconocerme: "A mí me emocionan los libros. Me interesan los autores y sus vidas, y el rico anecdotario que hay detrás de una obra. Y me fascinan los  editores: esa  gente que ama su oficio, el poder de la palabra, el objeto tan polisémico y tan primordial que es el libro, quizá uno de  los productos más hermosos y sugerentes y totalizadores que ha  concebido la humanidad. Me fascina esa gente que arriesga su vida, su dinero, su hipoteca y hasta sus  amores para cumplir  sueños. El libro electrónico ya está aquí, e imagino que se impondrá, pero el  papel seguirá por ahí, cerca de nuestra mesilla, como otro arrebato sensual de una noche proclive al delirio y al placer". La edición independiente siempre se ha caracterizado por una paradoja insostenible: su fortaleza radica, precisamente, en su marginalidad, en la posibilidad de concitar el interés de un pequeño grupo de personas cuyas afinidades electivas justifiquen y sostengan (financieramente, sobre todo) su existencia. La edición independiente ha sido aquella cuya producción estaba volcada hacia el futuro, hacia el retorno diferido y hacia el long-seller; cuyo ciclo de producción y posible rédito estaba basado en ciclos de larga duración; cuya capacidad de resiliencia estaba basada en aceptar y comprender el riesgo inherente a las inversiones culturales; cuya defensa y promoción de la vanguardia artística, el experimentalismo y las nuevas tendencias era numantina, rasgo que las diferencia clara y naturalmente de los catálogos comerciales de las editoriales basadas en el ciclo corto, el dinero rápido y la satisfacción de los gustos ya realizados;  cuya vocación pedagógica y política las hacía propositivas más que subalternas de una moda o una tendencia; cuya esencia era, por decirlo en dos palabras,  la edición de vanguardia. Y, aunque todo eso siga siendo esencialmente cierto, y aunque ferias como la organizada estos días atrás en Santander (FLIC) quieran reclamar su presencia y su relevancia en una realidad cultural y editorial depauperada (ignorada, además, por las asociaciones gremiales), existen hoy más interrogantes si cabe que antaño:

  1. las editoriales independientes no son ya la única puerta hacia la cultura experimental y alternativa, hacia la vanguardia;
  2. la red genera manifestaciones independientes que carecen del soporte editorial tradicional;
  3. aunque la red prometía (todavía lo hace) la posibilidad de alcanzar a un grupo pequeño pero suficiente de posibles lectores asociándolos en una comunidad dispuesta a sostener un proyecto editorial independiente, eso dista mucho de haberse convertido en realidad. Lo cierto es que seguimos esperando a que la teoría de la larga cola se cumpla;
  4. al contrario, la proliferación de plataformas e iniciativas de comercialización digital independiente, parecen haber fracasado, incapaces de alcanzar una masa crítica suficiente de lectores, interesados y compradores;
  5. se va haciendo progresivamente cierta la necesidad de trabajar colectivamente en la construcción de plataformas globales capaces de atraer la atención de un público lector suficiente;
  6. los lectores  regulares (esos que leen en el metro en el trayecto de casa al trabajo y viceversa), hace ya tiempo que han decidido que el soporte primordial de lectura será el electrónico. La transición es acuciante;
  7. el problema, aunque me ponga terco con este asunto, no es tanto económico, de disponibilidad de recursos para la adquisición de libros: el problema crónico sigue siendo que no somos capaces de formar lectores, que nuestro país sigue siendo un país de no lectores contumaces, y que mientras no dispongamos de un verdadero plan nacional estratégico de promoción de la lectura (que incluya a la formación infantil, primaria, secundaria, bachillerato y universidad), no llegaremos a nada;
  8. que la fortaleza de los pequeños -como la de los grandes, por otra parte-, pasa en buena medida por coaligarse y asociarse para procurarse mejores y más baratos servicios, que pueden compartir y explotar conjuntamente;
  9. que sostener financieramente hoy una aventura editorial es prácticamente imposible y comporta sacrificios económicos insostenibles para la mayoría: las ventas decrecen, las devoluciones aumentan, los canales están colapsados, la comercialización en Internet no despega y la gente no lee (aturdida, además, ante una proliferación inconmensurable de la oferta);
  10. que tenerla pequeña (la editorial), hoy no es ya sinónimo inmediato de calidad o de distinción: muchos medianos y grandes sellos editoriales ofrecen catálogos extraordinarios, de una riqueza inimitable.
Ser editor independiente es hoy, si cabe, más difícil y arriesgado que nunca; quizás, también, más necesario e imprescindible.


Aulas sin muros y libros sin páginas

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Fue Marshall McLuhan el que definió en 1960 el mundo que advendría mediante el uso de los medios de comunicación como un aula sin muros. "Hoy empezamos a darnos cuenta", escribía McLuhan, hace más de cincuenta años, "de que los nuevos medios no sonsimplemente una gimnasia mecánica para crear mundos de ilusión, sinonuevos lenguajes con un nuevo y único poder de expresión". Y prosigue McLuhan, en una argumentación que nos interpela todavía hoy en día y que, aún refiriéndose a los medios de comunicación de masas, sería perfectamente trasladable a la mutación actual que propician los medios digitales: "cuando se analizan cuidadosamente estos avances, se hace patente quedeterminan una estrategia cultural básica para la enseñanza. Cuando apareció el libro impreso, amenazó los procedimientos orales de la enseñanza y creó la escuela tal como nosotros la conocemos. En lugar de preparar su propio texto, su propio diccionario, su propia gramática, el estudiante empezaba a trabajar con estos instrumentos. Podía estudiar no sólo uno sino varios lenguajes, Hoy estos nuevos medios de comunicación amenazan, en vez de reforzar, los procedimientos tradicionales de la escuela. Es habitual contestar a esta amenaza con denuncias sobre el desgraciado carácter y efecto de las películas y de la televisión, del mismo modo que se temió y se desdeñó el «comic»,expulsándolo de las aulas. Sus buenas y malas características de forma y contenido, conjuntados cuidadosamente con otros tipos de artes y de técnicas narrativas, podían haberse convertido en un importante instrumento para el maestro". En un extraordinario artículo de lectura más que recomendable, aparecido en el último y renovado número de la revista Claves, Mariano Fernández Enguita dice a propósito de "El incierto porvenir de una institución exhausta": "los nuevos medios sociales (Internet, la web 2.0 y lo que vendrá) ya son efectivamente de comunicación y, por tanto, la escuela ya no es ni el único ni necesariamente el mejor escenario de aprendizaje. En el futuro, que ya está aquí, vamos a tener que elegir: o aula sin muros o educación sin escuela -o una combinación de ambas-". Fernández Enguita, que ya había anticpado esta visión en "La infantería de Gutenberg ante la galaxia Internet", no deja lugar a dudas sobre la brecha que se abre en un modelo pedagógico y educativo basado en la unidireccionalidad del mensaje transmitido del (supuesto) experto al (supuesto) lego: "el acceso a la sociedad del conocimiento abre una perspectiva de oportunidades y desafíos multiplicados, pero estaremos cada vez más lejos de poder aprovecharlas y afrontarlos si no se procede a una profunda reforma, desde dentro y desde fuera, de la profesión. Pero si antes señalé la perfecta adecuación del profesorado a la tarea que le encomendó la modernidad, incorporar al género humano a la era de Gutenberg, hoy no queda sino señalar con alarma su grave inadecuación para haerlo a lo que requiere la posmodernidad, la incorporación a la era de Internet". No es casualidad, por eso, que Roger Schank hable de una escuela sin muros, de un aula sin paredes, de la completa abolición de la idea del conocimiento como una acumulación repetitiva de contenidos inservibles, y construya para esos plataformas digitales donde los alumnos, agrupados, resuelvan prácticamente problemas a los que deben enfrentarse en una metodología bien contrastada que no es otra que la del aprendizaje basado en proyectos, traslada ahora al medio digital y sus particularidades. Claro que en honor a la verdad y a la amistad, Alejandro Piscitelli lleva años hablando de esa nueva educación basada en una nueva ecología digital del entorno de aprendizaje. Y si eso es así y ese cambio es irreversible, es obvio que los libros de texto como referencia inamovible del sistema educativo darán paso a configuraciones digitales de recursos mucho más dinámicas, albergadas seguramente en plataformas colectivas. A partir de un conjunto de contenidos curriculares indispensables, deberán ser enriquecidos con las aportaciones de profesores y alumnos y, en lugar de itinerarios únicos, deberán abrirse a la posibilidad de trazar recorridos diferentes a través de las fuentes que puedan ser de interés para la resolución de los problemas planteados. Las aulas carecerán de muros y, los libros, de páginas.


El derecho a saber

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Un poco de combustible para la autoestima, que anda en horas bajas: en la entrega de los Premios de Comunicación Científica Madri+d, las personas que fueron galardonadas, Antonio Figueras. Vicepresidente de Investigación Científica y Técnica del CSIC, José Antonio López. Profesor de Microbiología de la UAM y director de Cultura Científica del CBMSO, UAM-CSIC, y yo mismo, encontramos un claro punto en común, una convicción compartida que impulsa nuestro trabajo y la orientación de nuestras intervenciones:  el derecho a saber. Si la ciencia tiene algún valor, si el conocimiento tiene algún sentido, es el de propiciar una mejor convivencia y una mayor calidad de vida, y si los científicos tienen alguna obligación, es la de ofrecer a la ciudadanía la posibilidad de saber, conocer y cogestionar el conocimiento que de una u otra manera le implicará y le afectará. Cuando Ulrich Beck, en su famoso La sociedad del riesgo, puso en evidencia hasta qué punto los ciudadanos en el siglo XX forman parte de un inmenso laboratorio cuyos experimentos afectan nintegralmente a sus vidas y cómo ese riesgo inherente a la gestión del conocimiento requiere de la intervención de los afectados, abrió una puerta por la que la ciencia debe avanzar en el siglo XXI. Antonio Figueras dice, en la entrevista que el Boletín especial de Madri+d ha preparado con ocasión de la entrega de los premios, que "Crear cultura científica en nuestra sociedad es imprescindible". José Antonio López agoba por que "La comunicación de la ciencia es un derecho de los ciudadanos y parte de la actividad científica de cada investigador". Y yo me atrevo a pedir, en la última de las preguntas que me plantean,"¿tiene alguna sugerencia o recomendación para mejorar la comunicacion y cercanía de la ciencia a los ciudadanos?", lo siguiente:

Promover si cabe, aún en mayor medida, los instrumentos, aplicaciones y herramientas que permitan una verdadera implicación de los ciudadanos en la cogestión de los objetivos de la ciencia. madri+d debería apostar por la promoción de una verdadera ciencia ciudadana, una ciencia 2.0., aquella que procura dotarse de una verdadera fundamentación social implicando activamente en todas las fases del proceso científico (desde la definición del objeto hasta la discusión sobre las aplicaciones de sus resultados) a la sociedad civil. Hoy estamos ya legitimados para ensayar nuevas fórmulas y modalidades de colaboración y de agregación de inteligencia. Entornos web como el de SciStarter [1] (inicialmente denominado Science for Citizens) hacen realidad, seguramente, lo que Sheila Jasanoff denomina tecnologías de la humildad (Jasanoff, 2007), que no tiene que ver con sumisión u obediencia sino, más bien, con anulación de la soberbia y la arrogancia: el hecho de que mediante el uso de las tecnologías digitales comunidades antes excluidas puedan jugar un papel determinante en la compilación y producción de la información, en su interpretación y en la posterior deliberación sobre la pertinencia de su aplicación y su uso. Eso, claro, obliga a los científicos a adoptar disposiciones y actitudes más dúctiles, más flexibles e integradoras. Cualquiera puede proponer un proyecto de ciencia colaborativa; cualquiera puede sumarse a un proyecto que requiere colaboración. Ese debería ser, a mi juicio, el horizonte del desarrollo futuro de nuestro entorno web.
Promover, en fin, el derecho a saber.


El fortalecimiento digital de las humanidades

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Hasta fecha muy reciente se ha pensado que el autismo era una enfermedad mental irreversible fruto de alguna clase de arreglo neurológico. Recientemente, sin embargo, se ha dado con una pista bacteriológica que indica que esa afección podría provenir del sistema digestivo, y que parte de la terapia curativa dependería del tipo de alimentación ingerida. Lo más reseñable de este fenómeno -que descubrí en un documental de ARTE, L'enigme de l'autisme: la piste bactérienne-, es que en gran medida ha sido propiciado por la comunidad de afectados, por los padres y madres que, en vista de los efectos que los cambios de régimen tenían sobre la evolución de sus hijos, decidieron elevar esta vía de terapia alternativa a la consideración de los científicos. Pero no es este el único caso de afectados por patologías aparentemente intratables, a menudo excluidas y segregadas, que encuentran en la indagación amateur, la veta de una solución al problema que la ciencia no alcanzaba. Algunos ejemplos sobresalientes: el más famoso de todos ellos quizás sea el de El aceite de Lorenzo, el de aquellos padres que, hartos de los protocolos médicos y de la pasividad farmacéutica, decidieron tratar la Adrenoleucodistrofia (ALD) de su hijo con un tratamiento desarrollado por ellos mismos. La vida no podía esperar a que los ensayos clínicos dieran sus resultados. De ahí, además de una película conocida, surgió una plataforma de acción conjunta extremadamente activa de enfermos aquejados de esa misma patología: la Asociación francesa contra las miopatías. Algo parecido ocurrió en los primeros años en los que el SIDA fuera considerado como una especie de peste rosa: esa forma de discriminación y apartamiento, además de las discrepancias en torno a los efectos de los medicamentos, fue lo que puso en pie ACT UP, asociación que coaguló su estrategia de intervención en torno a la web. Son tantas las enfermedades ignoradas, relegadas u olvidadas, y tanta la soledad y desesperación de quien las padece, que existen sitios como Patientslikeme que pretenden proporcionar una plataforma de encuentro e intercambio de apoyos y conocimientos que sirva para encontrar vías de investigación más allá de la ciencia. Todas esas experiencias tienen en común tres cosas: haber sufrido desatención y desprecio por parte de los científicos, médicos o farmacéuticos; haber ensayado vías alternativas que alumbraron soluciones inéditas; crear redes de apoyo mutuo, una nueva arquitectura de la cooperación y el conocimiento que rompe con las reglas tradicionales del laboratorio ensimismado. A eso se le denomina ciencia ciudadana, a la necesidad de incorporar a la gestión de la ciencia a los ciudadanos y comunidades afectados, capaces de aportar una nueva visión y manera de hacer las cosas, una nueva epistemología, al fin y al cabo. Científicas tan relevantes como Helga Nowotny, por ejemplo, presidenta del European Research Council, hablan de un Modo 2 de la ciencia, de una ciencia 2.0, cabría decir, aquella capaz de sumar el conocimiento científico acumulado con una nueva fundamentación social. De ahí la importancia de la web como plataforma sobre la que construir una arquitectura colaborativa, de cogestión del conocimiento, diferente, y de ahí la importancia de que esa mirada transversal del conocimiento se incorpore de inmediato a nuestras caducas universidades. Sobre este asunto del fortalecimiento digital de las humanidades discutiremos la próxima semana en la Universidad de La Coruña, dentro del seminario Humanidades digitales: edición y difusión.


¿Alguien se atreverá a hablar de Ecoedición?

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Según el informe GEO5 publicado por Naciones Unidas con ocasión de la cumbre de RIO+20,

El aumento de la urbanización ha contribuido a generar más desechos, por ejemplo, desechos electrónicos en general y desechos más peligrosos procedentes de actividades industriales y de otro tipo. Los países de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) produjeron unos 650 millones de toneladas de desechos municipales en 2007, que han ido creciendo en torno al 0,5-0,7 por ciento cada año, y de los cuales entre el 5 y el 15 por ciento eran desechos electrónicos.  Hay indicios de que el destino final de la mayoría de los desechos electrónicos es el mundo en  desarrollo y que, a escala mundial, los países en desarrollo podrían generar el doble de los desechos electrónicos que los países desarrollados para el año 2016.

  Los argumentos meramente propagandísticos sobre una industria editorial digital más verde que la basada en el papel no parecen, en consecuencia, muy consistentes. Poco antes del inicio de la cumbre, Naciones Unidas alertó, literalmente, de que se producirán cambios sin precedentes en la tierra si no se interviene de manera urgente, decidida y global, cambiando un modelo productivo basado en el cargono y en la depredación de los recursos naturales. Por lo que atañe a nuestra desentendida industria editorial, que sigue consumiendo fibras de papel procedentes de lugares sin trazabilidad conocida (o demasiado conocida, como llevan tiempo denunciando muchos colectivos), puede leerse:

"el ritmo al que se pierden los bosques, especialmente en los trópicos, sigue siendo alarmantemente elevado”, algo que atribuye a que “el crecimiento económico ha tenido lugar a expensas de los recursos naturales y los ecosistemas; debido a los incentivos perjudiciales, es probable que solo la deforestación y la degradación de los bosques supongan un costo para la economía mundial, incluso, superior a las pérdidas derivadas de la crisis financiera de 2008”.

  Nuestra industria a penas ha prestado dos minutos de atención a los implacables efectos adversos que su ejercicio comporta, al enorme impacto ambiental que se deriva de sus actividades (papel, fabricación y extracción; producción, combustibles, uso de tintas, energía; distribución, etc.). Entre nosotros, es más que meritorio, por eso, el trabajo y el esfuerzo de Greeningbooks (iniciativa que viene del Parlament de la EcoEdicio y de sus actividades señeras), un trabajo que ha arrojado estudios sobre buenas practicas ecoeditoriales, sobre el impacto medioambiental de los libros electrónicos y, recientemente, sobre la mejora de la actuación medioambiental de las publicaciones desde el diseño a la lectura. Hablar y debatir sobre este tema, en una situación de crísis irreversible -más duradera y profunda que cualquier crisis financiera-, me parece, por eso, un imperativo. ¿Alguien se atreverá a hablar de ecoedición, a darle el espacio y el lugar que su discusión merecen?


Intemperies editoriales

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En el último número de la (imprescindible) revista Texturas, una mansa lluvia digital empapa por completo nuestro ya anegado (por no decir ahogado) ecosistema editorial. Un paraguas intenta protegernos de esa aparente inclemencia, pero su consistencia analógica se desvanece en un sinfín de píxeles, integrándose irreversiblemente en el aguacero digital. Nada hay que pueda escapar ya a la transformación electrónica, nada hay que quede ya de la cadena de valor analógica. Manuel Gil lo lleva advirtiendo en varias de sus últimas entradas, pero seguimos sin darnos por aludidos, como si esconder la cabeza bajo tierra nos librara del chaparrón: durante la segunda mitad del siglo XX y el primer decenio del actual, los editores enviaban sus novedades a las librerías, percibían el abono que les permitía financiar sus gastos corrientes y la edición de sus novedades subsiguientes, recibían las devoluciones al tiempo que realizaban nuevas y simultáneas implantaciones, y así se realimentaba un ciclo pernicioso de financiación que ha llegado hasta hoy. Los libreros, sin embargo, hastiados de novedades, incapaces de gestionarlas e irritados por haberse convertido en financiadores de esa maquinaria editorial refleja, han decidido no abonar muchas de las implantaciones masivas que los sellos editoriales (sobre todo los medios y grandes), realizaban hasta ahora. Eso significa que el flujo de financiación se ha acabado (el de los bancos y el descuento de las letras había cesado hace ya mucho), que nadie podría seguir ya trabajando en la suposición de que una implantación excesiva sirva para sostener el catálogo, aunque tratándose de una crísis sistémica de la cadena de valor, los libreros serán, seguramente, los peor parados, porque sin editoriales y sin libros su papel apenas resulta ya justificado ni necesario. Si, además, como sostiene con gran acierto Arantxa Mellado, en el mencionado número de Texturas, en el artículo "La evolución de las especies (editoriales)", las tecnologías digitales están favoreciendo modos de desintermediación inusitados que generarán nuevos tipos de autores más allá del literato tutelado, que sepan valerse de los recursos y tecnologías que la web les da para crear, distribuir y llegar a sus públicos potenciales valiéndose o no de los servicios que les proporcionen los editores, nos encontramos ante lo que lo irreversible: "la cadena de valor del libro", dice Mellado, "se está transmutando en una red de valor; va a dejar de ser lineal para transformarse en reticular, con nuevos agentes, nuevos oficios, nuevos canales de distribución, nuevos canales de venta, nuevos lectores, nuevos consumidores y nuevos productos editoriales enlazados entre sí formando las ramificaciones que conforman la Red". Si a eso sumamos que el sistema de producción y de financiación editorial no podrá seguir basándose en las tiradas masivas e indiferenciadas en offset, porque ya no paga nadie por ello (ni lectores ni libreros), solamente queda asumir que la tecnología digital es -como se titula uno de los artículos de Texturas- un factor de liberación y emancipación antes que una amenaza. La lluvia de código de Matrix nos ha empapado, nadie está a resguardo, todos nos encontramos a la intemperie. No estaría de más que los Gremios dedicaran algo de tiempo a pensar, en profundidad, sobre esta irreversible transformación y las maneras más cabales y colectivas de abordarla.


Día de fiesta

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Hoy me tomo el día de fiesta. Me dan un premio. Si no recuerdo mal, debía tener seis años cuando me dieron el último. Estaba en el colegio. En algún momento de la clase, poco antes del final, la profesora me advirtió que me quedara al final. Lo tomé como barrunto de un castigo, acostumbrado como estaba que así fuera. Cuando llegó el final de clase, salí huyendo al patio despavorido. Algunos compañeros vinieron a buscarme advirtiéndome de que la profesora me andaba buscando. Con la cabeza gacha regresé al redil dando a entender que estaba preparado para el sacrificio. Cuál sería mi sorpresa cuando, muy al contrario, la profesora encomió mi buen comportamiento y me premió convirtiéndome en el protagonista de la ofrenda floral (no diré a qué ni a quién, para no empañar mi escaso prestigio) que debía celebrarse esa misma tarde. Desde entonces hasta hoy. Pero hoy no es lo mismo... La nota de prensa de la VIII Edición de los Premios Madri+d dice: Premios de Comunicación Científica: Blogs mi+d La Fundación madri+d creó en 2005 una sección de blogs especializados en ciencia y tecnología. Desde entonces, se han consolidado como espacios de reflexión de referencia en ciencia y tecnología en español. Bajo el título “Compromiso social por la ciencia”, estas bitácoras académicas gestionadas por especialistas, abordan temas tan diversos como microbiología, software libre, gestión de energías sostenibles, medio ambiente, bioinformática, seguridad alimentaria, matemáticas o política científica. Estos expertos, a través de sus “tribunas digitales”, ofrecen la posibilidad de debatir sobre actualidad científica y tecnológica y de establecer una fructífera comunicación con la sociedad, enriqueciendo así el debate científico. Este premio reconoce a los Blogs madri+d que durante 2010 han destacado como espacios de investigación y reflexión crítica, contribuyendo de forma abierta y compartida a la generación y difusión del conocimiento científico y tecnológico. Este galardón se enmarca de los tradicionales Premios madri+d. La valoración de los blogs se ha basado en los criterios de autoridad e influencia; actividad del autor y contenido; y participación de los usuarios y tráfico. Un comité científico externo ha aplicado estos indicadores y valorado los blogs teniendo en cuenta su capacidad para vertebrar una comunidad de lectores, su originalidad y sentido crítico y su impacto y popularidad. Los ganadores de esta categoría son: Joaquín Rodríguez por el blog Los futuros del libro. El Jurado ha valorado la profundidad con que se aborda la realización de los post, su variedad y el planteamiento personal sobre cada uno de los temas tratados. El blog constituye un referente en su temática, sus artículos están muy elaborados y logran una amplia repercusión en las redes sociales, lo que constituye una muestra del buen trabajo realizado durante mucho tiempo.   Se aceptan felicitaciones, Visa y Mastercard.


La expansión de la lectura

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A menudo nos perdemos en una discusión banal y fútil basada en una equivocación: leer no es sólo, hoy en día, conformarse con lo que la textualidad tradicional nos proporciona, con una arquitectura del conocimiento construída exclusivamente con libros. Esa afirmación no entraña negación alguna, menos aún devaluación: leer textos sucesivos, linealmente, siguiendo un argumento complejo y empeñándonos en reflexionar sobre el contenido que nos aporta, es, seguramente, una de las experiencias de aprendizaje más profundas que un ser humano pueda experimentar. Pero, siendo eso así, ¿quién puede negar que hoy en día aprender a leer debe entrañar, simultáneamente, la capacidad de reconstruir y regenerar el sentido, críticamente, a partir de muy distintas fuentes y formatos (webs, vídeos, podcast, contenidos multimedia e interactivos, bases de datos, gráficos, tablas, etc.).? Leer, en el siglo XXI, es una tarea poliédrica que atañe a todas las áreas de conocimiento y a todas las etapas de la educación: atañe por igual a la lectura profunda tradicional y a la lectura de la información contenida en distintos soportes y formatos a partir de la cual debe exigírsele al lector la capacidad de generar una síntesis crítica que pueda utilizar para su propósito y sus objetivos. Leer es una actividad multidimensional, multimedia y multipropósito, y plantear currícula que afronten esa realidad de manera urgente, es una tarea imperativa. En Estados Unidos Henry Jenkins había ya trazado una suerte de áreas prioritarias del currículum en el siglo XXI en el documento Confronting the challenges of participatory culture. Media education for the 21st Century, y la International Society for Technology Education fijó los estándares y objetivos que debían incluirse en la formación de alumnos, profesores y administradores. En Europa, poco a poco, la necesidad se percibe como una misión ineludible y urgente -aun cuando todavía peroran sin descanso contra toda forma de lectura expandida quienes vivieron tanto tiempo de las letras tradicionales-:  el Joint Research Centre de la Unión Europea ha puesto recientemente en marcha el programa Digital competence: identification and European-wide validation of its key components for all levels of learners (DIGCOMP), se está trabajando en el desarrollo del primer mapa conceptual comprehensivo de esas competencias digitales fundamento de la nueva alfabetización complementaria, y se ha creado la European e‐Skills Association (EeSA), para la promoción de una nueva forma de alfabetización y lectura extendida. Leer es formar ciudadanos alfabetizados en el uso y valoración crítica de las diversas fuentes de contenidos que nos aportan información en el siglo XXI; leer es darles las herramientas, filtros y capacidades para hilar los muy diversos mensajes que los diversos medios nos presentan; leer es reconstruir el sentido fragmentario y complejo de una realidad dispersa. De ahí la necesidad de expandir la definición tradicional de leer, expandiendo su ámbito y su complejidad. No es asumible ni serio, por eso, realizar declaraciones como las de Jordi Llovet, unidimensionales y harto conservadoras en su planteamiento: "el autor considera importante", dice refiriéndose a él mismo en tercera persona, "retroceder hasta formas pretecnológicas de la enseñanza, de la información y de la discusión intelectual, en las que haya quedado incólume la dignidad de la palabra y la posibilidad de generar razonamiento, conocimiento, conversacion y sabiduría comunal". Tentando estoy de asegurar que ya vivimos hace demasiado tiempo en entornos educativos pretecnológicos y cuasimediavales y que lo que nos hace falta, en todo caso, es una definición inclusiva de alfabetización digital. Dentro de unos pocos días, el 19-20 de junio, se celebrará el primer Seminario internacional en Alfabetización informacional y  multimedia en Fez, Marruecos, convocado por la UNESCO, porque se trata de una necesidad global, no de un empeño local.


Ray Bradbury

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"Quizás los libros", escribió Ray Bradbury, "puedan sacarnos a medias del agujero. Tal vez pudieran", conjeturaba, "impedirnos que cometiéramos los mismos funestos errores". Tenemos arte y literatura -declaraba en una entrevista televisada en los años 70-, para no morir de realidad. Ray Bradbury falleció esta mañana en Los Angeles a los 91 años. - ¿Cuántos son ustedes? -leo, en un diálogo al final de Farenheit 451. - Miles, que van por los caminos, las vías férreas abandonadas, vagabundos por el exterior, bibliotecas por el interior. Al fin y el cabo "sólo somos sobrecubiertas para libros, sin valor intrínseco". Bradbury ya se ha desprendido de la camisa...


Por qué los libros de texto serán digitales y se distribuirán desde una única plataforma

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Tengo dos respuestas a esa pregunta: una corta y una larga. La corta dice así: los más importantes sellos editoriales en lengua alemana, con una población escolar superior a la del territorio español, gratuidad implantada en todo el Estado y diferencias curriculares específicas de acuerdo al Land en que se imparta la asignatura, han decidido que el único sistema que puede garantizar la continuidad de la industria editorial del libro de texto al tiempo que el acceso sin restricciones ni limitaciones a los contenidos didácticos, es construir una única plataforma de distribución de contenidos digitales a través de la que los centros educativos puedan descargarlos. El sitio se llama Digitale Schulbuecher, libros de texto digitales, tan sencillo como eso, y comenzará a operar el curso 2012-2013. Existía un precedente parcial en los Estados Unidos, Course Smart, una plataforma conjunta de explotación de contenidos educativos digitales patrocinada por empresas competidoras: 5887 títulos disponibles en formato electrónico provinientes de los catálogos de Pearson, Willey, McGraw Hill y Cengage Learning. La respuesta larga dice: la industria del libro de texto editorial es, sin duda, la más compleja de las posibles tipologías del libro. Hubo en tiempo en que el tamaño de la población escolar, la indeferenciación curricular y la cifra de libros vendidos justificaba el funcionamiento de una maquinaria editorial y comercial que implicaba a centeneres de personas. Las enormes inversiones en el desarrollo de materiales pedagógicas, grandes tiradas industriales y movilización de una ingente red comercia, se veían amortizadas e incluso sobrepesadas en beneficios con creces porque la venta excedía las inversiones preliminares. Hoy en día las cosas son distintas:  la población escolar ha descendido; la disparidad en el aula se ha centuplicado y los libros encarnan una pedagogía unívoca trasnochada; la diversidad curricular de dieciocho autonomías exige los consiguientes desarrollos específicos, inversiones apenas amortizables por las exiguas ventas en algunas de ellas; la competencia entre los sellos ha aumentado y se ha enconando, recurriendo en algunos casos a prácticas poco lícitas, como se puso de manifiesto en el caso de algunos sellos españoles en Iberoamérica; los costes del mantenimiento de los equipos editoriales y las redes comerciales, apenas resultan ya financiables; la gratuidad de los libros de texto y la disparidad de las políticas en las distintas Comunidades Autónomas ha añadido más incertidumbre a una maquinaria empresarial muy delicada; la revolución digital, en fin, ha hecho evidente que la arquitectura de los libros de texto tradicionales es ya obsoleta y que el futuro pasa por la generación de contenidos interactivos, flexibles y adaptables. "El estudiante del siglo XXI", ha dejado escrito Ferrán Ruiz Tarragó (al que hay que leer y seguir), "está acostumbrado a un entorno infocomunicativo que constrasta vivamente con el aula [...] la estabilidad de los contenidos escolares se han visto muy afectada por la naturaleza digital de la información. La entidad y la prestancia de los libros de texto impresos que produce una industrial editorial consolidada se subvierte de manera decisiva  por la distribución electrónica de todo tipo de contenidos a través de la red". Pero aunque todo eso sea una evidencia para todos los directivos de los grandes sellos editoriales asociados en ANELE, lo cierto es que acometer ese cambio no es sencillo. A menudo, además, se piensa, estratégicamente, de manera aislada, como si la solución pudiera pasar porque cada sello construyera su propia plataforma, calculara la posible concurrencia que sus servidores deberían soportar y realizara las inversiones millonarias consiguientes. Pero las cuentas no salen y, tal como demuestra la experiencia de los editores alemanes, la solución en la economía digital pasa, una vez más, por la colaboración bien entendida, por el beneficio mutuo que se puede derivar de actuaciones consensuadas. Solicitar a las admnistraciones públicas ayudas para el sostenimiento de una industria necesaria -aun cuando proliferen y todavía lo hagan más en el futuro alternativas libres de generación colectiva de contenidos, como demuestra el caso de Flexbook- y el desarrollo de tecnologías que mejoren el acceso y la calidad constrastada de los contenidos, no debería ser un obstáculo. Por todo eso los libros de texto serán digitales y se distribuirán en una única plataforma.


Ideas para una Feria

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Soy de los que siempre ha pensado -quizás de forma errónea y excesivamente elitista-, que la Feria del Libro de Madrid era una feria para los que no leían habitualmente, una fiesta popular que tomaba los libros como excusa para transitar un parque en primavera, una celebración laíca y bulliciosa de las letras. Quienes estamos poseídos por el furor de la compra, apenas encontramos nada que no hayamos buscado ya a lo largo del año. Los reclamos y los engatusamientos comerciales son, más bien, para quienes deciden acercarse a los libros al menos una vez al año, quienes quieren poner cara a los autores de los premios literarios que han adquirido, seducidos por su aparente fama y resplandor. A la Feria del libro de Madrid, por tanto, no cabe pedirle mucho más de lo que da. Su misma estructura -donde prolifera la repetición de librerías generalistas y distribuidores de los mismos libros que venden las librerías- revela que no está proyectada para profesionales o para lectores asiduos y regulares, que pueden buscar la especialización o la novedad, y en su virtud lleva su pecado: su oferta cultural en torno al libro y la literatura no consigue atraer la atención del público visitante, precisamente, quizás, porque no es el público al que esa oferta pueda interesar; los libros más vendidos no son los del fondo de armario de las editoriales, sino las más rabiosas novedades respaldadas por la comparecencia del autor; las casetas más visitadas no son las de los editores independientes de títulos difíciles y periféricos, sino los sellos de divulgación y mercado masivo. Quizás, por eso, haya que hacer de necesidad virtud. Pensar en un nuevo tipo de Feria, como sostenía Wiston Manrique, quizás sea necesario. La progresiva deserción de patrocinadores; la dificultad de financiar el evento ante los recortes de las subvenciones públicas; las barreras de entrada a veces insalvables para los pequeños editores independientes; el miedo a dar cabida y visiblidad a lo inexcusable, los soportes electrónicos y la oferta digital; el desinterés popular respecto a la oferta cultural específica; la presencia de grandes librerías virtuales en red que se llevan, de momento, el negocio del libro digital, no el del físico; el decrecimiento progresivo de las ventas en tiempos de crisis, cifra que no crecería, en todo caso, de celebrarse la Feria en recintos restringidos; la incomodidad alternativa de calores saharianos y aguaceros amazónicos, son todos hechos incontrovertibles de los que habrá que sacar el mejor de los partidos. Siendo eso así, y sin voluntad de originalidad, quizás quepa pensar en medidas como las que siguen:

  1. Preservar el carácter popular de la Feria. El contacto con los libros es tonificante y necesario;
  2. Conservar el lugar en el que se celebra: buscar un acomodo cerrado más propicio, fuera del centro de Madrid, acabaría con su carácter multitudinario. Las incomodidades físicas y climatológicas son el precio que es necesario pagar por encontrarse con un público masivo e indiferenciado;
  3. Restringir el número de expositores dando preponderancia a las editoriales y librerías especializadas que pueden aportar algo diferencial a un público con el que no pueden encontrarse habitualmente. Abrirlo, sin embargo, a otras experiencias relacionadas con la creación y las letras: agencias, cursos de creación literaria, vendedores de soportes digitales, etc.
  4. Extender la Feria a todos los rincones de la ciudad: la Feria del Libro de Leipzig, una de las más veteranas del mundo, convierte a la ciudad, durante algunos días, en un espacio de lectura extendida, distribuida, popular, donde los eventos pueden encontrarse en todos sus rincones. Leipzig liest, Leipzig lee, podría convertirse, fácilmente, en Madrid lee.
  5. Colaborar a lo largo de todo el año con bibliotecas públicas y escolares, con colegios y con institutos, con universidades, para que todas las actividades de preparación converjan en los días de la Feria, para que se convierta en el lugar de encuentro por excelencia de los futuros lectores. Concebir la Feria, sobre todo, como un lugar de promoción de la lectura que no se circunscribe al evento comercial puntual, sino que extiende su alcance y sus actividades, a lo largo de todo el año, a los colegios, institutos y universidades de la Comunidad.
  6. Convocar un premio nacional de creación literaria para jóvenes que se fallaría y adjudicadría en la misma feria después de haberse trabajado a lo largo de todo el año. Promover, también, premios en otras modalidades de creación transmedia y digital. Hacer coincidir, adicionalmente, la entrega de un Premio literario de alcance nacional con la celebración de la Feria.
  7. Generar debate, no solamente en torno al libro y a la literatura, sino alrededor de los múltiples asuntos de los que los libros tratan: economía, política, sociedad, con la presencia de políticos y protagonistas de primera fila.
  8. Recabar el dinero público que tal acción de la promoción de la lectura necesita y merece, y convencer a los patrocinadores privados de que la inversión en cultura y educación es la única estríctamente rentable en tiempos de crisis (y de bonanza).
  9. Trabajar con los medios de comunicación, mano a mano, para que perciban la Feria como el gran acontecimiento cívico y cultural que pretende ser.
  10. Vale, no me olvido: acondicionar las casetas.... (y ya que nos ponemos a arreglar, hacer una web de la Feria del Libro en serio, no esa versión obsoleta de Web 1.0.).
Son, solamente, ideas para una feria....


Paradigmas digitales o el futuro del libro. Tricentenario BNE

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La edición es un ocupación de caballeros

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En noviembre del año 1921, después de varios descalabros editoriales y de unas ventas raquíticas, Kurt Wolff, editor de Frank Kafka, se dirige a él así en una misiva en la que trata de evitar la equiparación entre calidad literaria y éxito comercial:

Ninguno de los autores con los que tenemos relación nos acomete tan raramente con deseos y preguntas como usted, y con ningún otro tenemos la sensación de que el destino de sus libros publicados le resulte tan indiferente como a usted [...] Le puedo asegurar de corazón que tan sólo en el caso de dos o tres escritores a los que represento y publico, mantengo una relación tan intensa y sincera con sus logros como la que mantengo con usted. No debe usted valorar la calidad de su trabajo por el éxito externo de sus libros. Usted y nosotros sabemos, que las cosas mejores y más valiosas no son las que alcanzan un eco inmediato, sino las que lo encuentran posteriormente. Y nosotros mantenemos la convicción de que existirá un número creciente de lectores alemanes que tendrán la receptividad suficiente que sus libros merecen.
Cualquier autor hubiera querido para sí un editor semejante, que antepusiera la calidad del texto escrito, de la ambición de la obra literaria, al éxito comercial o al número de ejemplares vendidos. Claro que cualquier editor hubiera querido para sí, también, a un autor imperecedero como Kafka. En todo caso, publicar sin criterio mercantil, al menos sin que su preponderancia determinase el juicio crítico sobre el valor intrínseco de la obra, parece una reliquia intelectual propia de quienes podían permitirse valorar y sopesar las cosas con tiempo y distancia, algo que muchas veces proporciona el dinero (que no es otra cosa que el instrumento que sirve para poner coto a la necesidad). Nombres como los de Virginia y Leonardo Wolff en The Hoghart Press; Gaston Gallimard; Max Perkins, director literario de Scribner; Bennett Cerf, fundador de Random House; Allen Lane, fundador de Penguin; Siegfried Unseld, dueño y fundador de Suhrkamp; Carlo Ferltrinelli o, en España, Carlos Barral y José Martínez, son el ejemplo de una pléayade de editores del siglo XX que comprendieron el oficio como una ocupación de caballeros en la que el editor preservaba la carrera de su autor anteponiendo el valor literario al crédito mercantil; en la que los libros buscaban hacerse su público porque partían de convicciones y presupuestos intelectuales compartidos por un grupo de lectores cualificados; en la que los libros ocupan un lugar todavía preponderante en el ecosistema de la información y el conocimiento.

Todo esto y muchas otras cosas nos contó el miércoles pasado Sergio Vila-San Juan en una deliciosa conferencia en el ciclo del Trincentenario de la Biblioteca Nacional. Frederic Warburg, editor de George Orwell, lo dejó escrito en una suerte de memorias con inusual claridad: la edición es una ocupación de caballeros. Ahora sólo nos falta saber si todavía necesitaremos editores y caballeros en el siglo XXI, qué quedará de ellos en el ecosistema de la información del siglo XXI, qué papel les será reservado en un ambiente en el que ya no podrán ejercer en exclusividad esa intermediación ilustrada. ¿De qué manera y forma convivirán con la democratización de la creatividad, de su difusión y de su publicación? ¿De qué manera, en fin, cohabitarán con la democratización y mundanización de la edición?


Internet y ciudadanía digital

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Internet -feliz en tu día- es un fenómeno poliédrico e irreductible a una sola dimensión: ¿qué nos interesa más? ¿su dimensión filológica e hipertextual, donde los textos se expanden y fluyen reticularmente? ¿su dimensión de biblioteca universal consumada, convertida en sueño de Borges? ¿su dimensión potencialmente colaborativa, de inteligencia agregada y esfuerzos compartidos? ¿su naturaleza transmedia, soporte de nuevos géneros y nuevos lenguajes? ¿su carácter como plataforma de servicios múltiples, de los administrativos y financieros a los sanitarios y comerciales? ¿su capacidad para transformar la educación tal como la hemos entendido hasta hoy, al proporcionar a quien quiera saber los medios y los contenidos para hacerlo? Sin duda todos esos y tantos otros como a cualquiera pudieran ocurrírsele. A mí, en todo caso, cada vez me interesa más la dimensión cívica y colaborativa de la red, su capacidad de convertirse en instrumento de indagación, de pesquisa, de investigación, de interpretación y debate. Su capacidad para agregar colectivos que comparten intereses, a menudo ocultos o negados, de manera horizontal y acéfala, distribuida y reticular. Su facultad de generar nuevas formas de organización política y social, de la que tanto desconfían y recelan quienes no han conocido otra cosa que la disciplina jerárquica de los partidos tradicionales. La posibilidad cierta que ofrece para transformar la ciencia absorta y la práctica académica sorda a las necesidades sociales, al brindar la posibilidad de que determinados colectivos, afectados por una situación determinada o interesados por un problema concreto, arrojen luz allí donde la ciencia no lo hizo y abran con esa nuevas vías para comprender lo que sucede y para intervenir de manera consecuente. Para mi esas son, verdaderamente, las humanidades digitales, no la sinécdoque que a menudo encontramos en artículos, seminarios y congresos donde prima la dimensión meramente filológica o textual del fenómeno. La semana pasada se celebró en San Sebastián el Congreso Internacional de Ciudadanía digital donde se exploraron, como no podría ser de otra manera, asuntos relacionados con la capacidad de los ciudadanos para anudar sus relaciones e intervenir políticamente en conflictos o situaciones que lo requieran; con nuevas formas de participación política más directa y modalidades de administración más amables y transparentes; con la necesidad de convertir la tecnología en aliada de una educación expandida que fomente la responsabilidad y la participación; con la necesidad de que todo esto ocurra sobre una red neutral cuya seguridad e imparcialidad sea garantizada por las autoridades. Esas voces globales que se hacen oir gracias al uso de internet, de periodismo ciudadano, no hacen otra cosa que reclamar el protagonismo que merecen interviniendo de manera activa en los asuntos que a todos nos conciernen. Nuestras voces locales están aquí cerca (Toma la plaza, Democracia Ya, Movimiento 15M, etc.) No es casualidad, por eso, que los Premios 2012 ARS Electronica hayan recaído, en el apartado de comunidades digitales, en los movimientos ciudadanos en contra del tiránico régimen sirio, tal como lo atestigua Syrian people know their way. El activismo, el arte y la intervención se confunden en una sola cosa. Esa es, o esas son, las dimensiones de empoderamiento ciudadano que más me interesan, y esa es la modalidad de humanismo digital de la que me interesa hablar.


I read where I am o las promesas de la lectura social

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La promesa fundamental que encierra la textualidad digital es la de romper los (aparentemente) estrechos límites a los que la arquitectura del códice constriñe al texto para liberarlo y convertirlo en una especie de continuo ininterrumpido susceptible de ser perpetuamente modificado, editado, releído, comentado. La promesa fundamental que encierra la textualidad digital es la de inventar nuevas formas de lectura social, dialógica, más cercanas a la fluidez y presencialidad de la oralidad tradicional que a la de la lectura profunda y silenciosa. La promesa que encierra la textualidad digital es la de hacer evidente el nexo que forzosamente une a todos los textos, sus dependencias e influencias sincrónicas y diacrónicas, de manera que todos los textos estuvieran de alguna forma potencialmente conectados, íntimamente relacionados.   Proyectos como el de I read where I am, leo allí donde estoy, tratan de explorar estas promesas todavía incipientes y embrionarias: "leo allí donde estoy", dice el texto que explica la intención del proyecto, "contiene textos visionarios sobre el futuro de la lectura y el status de la palabra. Leemos en cualquier momento, en cualquier lugar. Leemos sobre pantallas, leemos en las calles, leemos en la oficina pero, cada vez menos, leemos un libro en nuestra casa sobre nuestro sofá. Somos, o nos estamos convirtiendo, en un nuevo tipo de lector. La cuestión es qué forma adoptará y cuál es la experiencia que uno desea obtener. Para responder a todo esto (y a otras cosas), hemos preguntado a personas con diferentes trayectorias, sujetas a los cambios mencionados". Las aportaciones de los especialistas a los que se realizaron las consultas pueden encontrarse -para cundir con el ejemplo- en forma de texto editable, sobre el que puede comentarse e intervenirse, sobre el que cabe añadir glosas, apostillas y acotaciones para generar una conversación potencialmente interminable.

Bob Stein llama a esto el libro social: si las promesas que se adivinan tras la hipertextualidad son las que imaginamos, quizás debamos comenzar, efectivamente, a pensar que buena parte de la producción escrita pase, de ahora en adelante, por soportes y arquitecturas que no serán las que hemos conocido. De hecho, esa aparente democratización del comentario y la cita, de la exégesis y la interpretación, puede constitur el fundamento de una verdadera sociedad informada, digna del nombre de sociedad del conocimiento.   Puede que sí. O puede que no. Las preguntas que tendremos que respondernos a nosotros mismos en los próximos años son, precisamente, esas: ¿deben sustituir las nuevas textualidades a las anteriores? ¿desmienten o devalúan las promesas de las textualidades incipientes las que ya cumplieron las textualidades tradicionales? ¿sustituirá obligatoriamente la glosa hipertextual y colectiva a la lectura profunda y solitaria? ¿no deberían llegar a ser, más bien, complementarias en lugar de supuestamente antagónicas? Quizás sea capaz de ofrecer un atisbo de ello el próximo día 27, en la Biblioteca Nacional, en El libro como universo.


Revistas culturales y jóvenes lectores

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El National Literacy Trust, esa organización benéfica privada dedicada en el Reino Unido a la promoción de la lectura que tanta envidia me genera, ha puesto en marcha hace unos pocos días un nuevo programa de alfabetización: MagAid, acrónimo que suma dos sustantivos, Magazine y Aid, revista y ayuda o, dicho de otra manera, de qué manera pueden las revistas contribuir a la mejora de la alfabetización de los jóvenes en peligro de exclusión. La ocasión la pintan calva, dice el refrán, y ahora, precisamente, que nuestras revistas (sobre todos los culturales, las que nutrían las hemerotecas de las bibliotecas públicas) pueden perder el poco contacto que les quedaba con sus escasos lectores (debido a los tijeretazos presupuestarios de los nuevos sastres de la cultura), quizás fuera el momento de redoblar el esfuerzo por acercarse a quienes deberían constituir el relevo generacional de sus potenciales lectores.

Necesitaríamos un young readers programm, un programa que valiéndose de las revistas culturales, presentes en los diversos ámbitos temáticos que pueden interesar a cualquier joven (cine, teatro, artes plásticas, literatura, etc.), acercara la riqueza de esas cabeceras a quienes necesitan (aunque no siempre lo sepan) formarse criterios sólidos sobre cuestiones que les atañen, más allá de las fuentes que puedan encontrar en la red. O ahora, mejor dicho, al mismo tiempo que las que puedan encontrar en la red, porque según nota de prensa recientemente publicada "la asamblea de socios de la Asociación de Revistas Culturales de España (ARCE) aprobó en su reunión anual, celebrada el 26 de abril en Madrid, la modificación de sus Estatutos que posibilitan, a partir de ahora, la incorporación plena a la entidad de todos los editores de revistas culturales, con independencia del soporte en el que publiquen", algo que se caía hace ya mucho tiempo por su propio peso. No hace falta insisitir a estas alturas en que si uno pretende ser editor en el siglo XXI no cabe hacer distingos sobre el soporte en el que se ofrecen los contenidos. Los jóvenes necesitan instrumentos que refuercen la formación de su juicio y de su criterio, en una lectura profunda de media distancia más allá de la navegación digital. Las revistas necesitan lectores, jóvenes lectores interesados por descubrir los pequeños tesoros que esas cabeceras pueden ofrecerles. ¿A qué estamos esperando para propiciar ese encuentro?


La Digital Public Library of America

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Robert Darnton explicó hace unos pocos días, en The 2012 Grafstein Lecture in Commnications, en una conferencia que llevaba por título "Books, libraries & the digital future", que un proyecto de esta envergadura, que tiene como propósito poner a disposición de todos los norteamericanos (y de todos aquellos que posean, obviamente, una conexión a la red) el patrimonio escrito digitalizado de su país, más allá de las propuestas  y acciones de Google o de cualesquiera otro agente que pretenda intervenir en esa carrera, se construye sobre los siguientes cimientos: sobre la idea fundamental de que existe un patrimonio cultural compartido del que nadie puede ni debe apropiarse, un digital commons que debe promoverse mediante la creación de una biblioteca pública; que no puede dejarse en manos de los editores, de los editores científicos en particular, la gestión del conocimiento, porque ese es un patrimonio colectivo del que no puede privarse a nadie. Los editores no solamente no añaden ningún valor a lo que los científicos han escrito, sino que lo gravan, además, con suscripciones prohibitivas y limitaciones de acceso  y circulación, algo que carece por completo de sentido cuando los creadores poseen los medios, además, de distribuir el fruto de su trabajo. "Google book search", dice Darnton, literalmente, "is dead". Y, finalmente, que esta iniciativa debe ser fruto de la colaboración público-privada, de un sistema distribuido de suma de colecciones,  y que su financiación es posible si las partes planifican, presupuestan y trabajan en pos de la construcción de un repositorio público y colectivo que asegure el acceso igualitario, algo particularmente interesante y reseñable en nuestra situación actual, donde los grandes proyectos de digitalización del patrimonio escrito corren a cargo de instituciones privadas sin ánimo de lucro. Este sueño, asegura Darnton, proviene de la convicción que expresara Thomas Jefferson cuando pretendía que el acceso al conocimiento y a las ideas se diseminara sin límites ni restricciones, como una vela que puede prender la mecha de otra sin perder por ello su propia luz. Ahora, casi dos siglos después, esa utopía verá la luz en abril de 2013, y el resto de las bibliotecas del mundo deberán tomar como referencia la inspiración, el ímpetu y la convicción que Robert Darnton transmite en esta conferencia. Esta library for everyone es el sueño de una verdadera Alejandría digital exenta de adherencias comerciales y basada en una idea del bien común que se extiende a la cultura y el conocimiento. Habrá que tomar buena nota, aunque el temperamento nacional no suela prestarse a iniciativas de índole colectiva...


El libro como universo

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Ayer día 25 de abirl comenzó el ciclo de conferencias celebrado por la Biblioteca Nacional de España con motivo de su tricentenario. El título del ciclo lleva como nombre el sugestivo El libro como universo. En esa asimilación entre el libro y el universo que trata de representar, que a veces trata de sustituir, otras de suplantar y otras tantas de mejorar, se resume el espíritu del encuentro y de la celebración. Ayer, Marc Fumaroli, el primer invitado, defendió la pervivencia de los libros por su carácter sagrado, por constituir una referencia cultura y espiritual que trasciende el tiempo y el espacio. En eso me recordó a tantos escritos de George Steiner, sobre todo a aquellos en los que evoca el acto venerable de la lectura, momento para el cual se reserva un lugar específico, se elige un atavío elegante, y se dedica el tiempo necesario para sumergirse en las honduras del texto. Todas las cavilaciones de Steiner conducen a encontrar alguna transcendencia más allá del texto, porque su heurística no es ajena a la interpretación judía de la Torá, de quien busca palabras y verdades reveladas tras las líneas de un libro. Fumaroli no pertenece a la misma tradición interpretativa, pero prefiere la consistencia de la tradición, la defensa del universo conocido y de sus valores concomitantes, que la exploración de los nuevos territorios -tan desconocidos- que nos abren las nuevas tecnologías de la participación y la hipertextualidad. El programa es diverso, bien construido por Sergio Vila-San Juan, que trata de ofrecer una visión poliédrica del mundo de los libros, atenta a su innegable tradición, abierta a los todavía experimentales escarceos de la narrativa transmedia y la hipertextualidad colaborativa. Porque aunque anímicamente uno tenga su corazón muchas veces puesto en el mismo lado que Fumaroli o Steiner, lo cierto es que para quienes sólo creemos en la inmanencia de las cosas (sin falsas o míticas trascendencias), los libros son una pieza histórica que convivirá lateralmente, en el futuro, con múltiples manifestaciones digitales que cambiarán -que ya están cambiando- forzosamente nuestra manera de crear, de leer, de pensar. Algo tan innegable e inevitable como cuando algún monje en el siglo XII decidió cortar las páginas de un papiro para encuadernarlas y fundamentar la arquitectura del códice o de los protolibros; como cuando, algún tiempo después, los textos continuos fueron separados en palabras y párrafos y eso diera lugar a una forma de razonamiento completamente distinta a la hasta entonces conocida. Ni siqueira sabemos todavía cuántas de las promesas que encierran las textualidades digitales estaremos en condiciones de cumplir, pero de lo que sí estamos seguros es de que sucederán. José Antonio Millán -pionero y adelantado de la reflexión digital en este país- y un servidor, tendrán el gusto de departir y discutir sobre todas estas cuestiones el jueves 24 de mayo a las 19.00 de la tarde, en la Biblioteca Nacional.

Marc Fumaroli

Marc Fumaroli
Miércoles 25 de abril de 2012, a las 19:00 h. Salón de actos. Entrada libre - Aforo limitado. Conferencia La república de las letras a cargo del profesor Marc Fumaroli. Sesión del ciclo El libro como universo, coordinado por el periodista Sergio Vila-Sanjuán con motivo del Tricentenario de la fundación de la BNE.
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Enrique Vila-Matas

Enrique Vila-Matas (Aire de Dylan) © Spiros D. Katopodis
Jueves 26 de abril de 2012, a las 19:00 h. Salón de actos, entrada libre - Aforo limitado. Conferencia La levedad, ida y vuelta a cargo del escritor Enrique Vila-Matas. Sesión del ciclo El libro como universo, coordinado por el periodista Sergio Vila-Sanjuán con motivo del Tricentenario de la fundación de la BNE.
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Mario Vargas Llosa

Mario Vargas LLosa
Miércoles 9 de mayo de 2012, a las 19:00 h. Salón de actos. Entrada libre - Aforo limitado. Conferencia Conversación sobre libros, librerías y bibliotecas a cargo del escritor Mario Vargas Llosa. Sesión del ciclo El libro como universo, coordinado por el periodista Sergio Vila-Sanjuán con motivo del Tricentenario de la fundación de la BNE.
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Blanca Berasategui

Blanca Berasetegui
Jueves 10 de mayo de 2012, a las 19:00 h. Salón de actos. Entrada libre - Aforo limitado. Conferencia Los libros como muralla a cargo de la periodista Blanca Berasategui. Sesión del ciclo El libro como universo, coordinado por el periodista Sergio Vila-Sanjuán con motivo del Tricentenario de la fundación de la BNE.
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Sergio Vila-Sanjuán

Sergio Vila-Sanjuán / Fotografía de Lisbeth Salas
Miércoles 16 de mayo de 2012, a las 19:00 h. Salón de actos. Entrada libre - Aforo limitado. Conferencia Un oficio de caballeros: los grandes editores del siglo XX a cargo del periodista Sergio Vila-Sanjuán, coordinador del ciclo El libro como universo, organizado con motivo del Tricentenario de la fundación de la BNE.
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Andrés Trapiello

Andres Trapiello, marzo de 2010 / Fotografía de Guillermot
Jueves 17 de mayo de 2012, a las 19:00h. Salón de actos. Entrada libre - Aforo limitado. Conferencia Literatura e imprenta en el siglo XX a cargo del escritor Andrés Trapiello. Sesión del ciclo El libro como universo, coordinado por el periodista Sergio Vila-Sanjuán con motivo del Tricentenario de la fundación de la BNE.
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Luis Alberto de Cuenca

Luis Alberto de Cuenca / Fotografía de José del Río Mons
Miércoles 23 de mayo de 2012, a las 19:00 h. Salón de actos. Entrada libre - Aforo limitado. Conferencia Ecos artúricos a cargo del poeta Luis Alberto de Cuenca. Sesión del ciclo El libro como universo, coordinado por el periodista Sergio Vila-Sanjuán con motivo del Tricentenario de la fundación de la BNE.
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Joaquín Rodríguez y José Antonio Millán

Joaquín Rodríguez
Jueves 24 de mayo de 2012, a las 19:00 h. Salón de actos . Entrada libre - Aforo limitado. Conferencia Paradigmas digitales o el futuro del libro. Encuentro entre el sociólogo Joaquín Rodríguez y el filólogo y novelista José Antonio Millán. Sesión del ciclo El libro como universo, coordinado por el periodista Sergio Vila-Sanjuán con motivo del Tricentenario de la fundación de la BNE.


Libros para el

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Quien tenga dos pantalones -decía George Christoph Lichtenberg en sus Aforismos, E78-, que venda uno y compre este libro. Me atreveré a adaptar aquel dardo a la festividad del día 23: quien ya tenga dos pantalones en su armario ropero, que venda uno de ellos y gaste el importe en comprar al menos uno de los libros que figuran a continuación. Son todos los que están pero no están, claro, todos los que son. Citaré sólo unos cuantos, imprescindibles, de los muchos que he tenido la suerte y oportunidad de leer en los últimos meses: Alone together. Why we expect more from technology and less from each other, un libro de Sherry Turkle que tiene, en contra de lo que muchos piensan y han comentado, el valor de reflexionar retrospectiva y críticamente sobre lo que Internet prometía y no termina de cumplicar. La información. Historia y realidad, un monumental repaso histórico a la historia de la conversió nde la información analógica en 0 y 1, al progresivo proceso de desmaterialización y digitalización y, sobre todo -al menos tal como yo lo he leído-, a la reiterada sensación de desbordamiento que los seres humanos han experimentado ante cualquier incremento histórico de la información a su disposición. Gleick, a mi juicio, se arruga al final y cuando debe hacer un pronóstico de lo que nos sucederá, resulta más titubeante y ambiguo en sus juicios que en los irreprochables argumentos que utiliza para analizar la historia de la infromación. La sociedad de la ignorancia, título que quizás induzca a equívoco porque encierra todo lo contrario a lo que parece aludir y resulta ser las antípodas teóricas del libro de Turkle: Internet nos ofrece recursos inusitados en forma de herramientas, tecnologías y conocimientos que alteran radicalmente la relación entre los supuestos expertos y los hipotéticos legos. Internet encierra una promesa que está en nuestra mano cumplir: la de construir colectivamente una verdadera sociedad del conocimiento. Antonio Lafuente y Andoni Alonso lo dicen con meridiana claridad en Ciencia expandida, naturaleza común y saber profano: “aunque sea muy pronto para descorchar el champán y organizar grandes celebraciones por su éxito, hay abundantes signos de que lo más abierto, lo cooperativo, lo creativo, lo igualitario,las formas responsables de mezclar conocimientos y práctica, harán contribuciones importantes a la vida del siglo XXI”. Así será, sin duda, y contar para eso con el equivalente a la imprenta del siglo XV al alcance de todos, fundamenta esa esperanza. Claro que los científicos profesionales, al menos algunos de ellos, perciben con espeluzno la posibilidad de que los legos, deslenguados y poliescritores, pretendan cuestionar los dictámenes científicos, al menos las consecuencias que su aplicación (o falta de ella) tiene sobre sus vidas, sobre su salud, sobre su bienestar. Construir el campo científico llevó unos cuantos siglos y, entre otras cosas, consistió en desarrollar los mecanismos para decidir qué era o no era ciencia, qué podía recibir o no el marchamo de verosimilitud científica que la comunidad le daba a un descubrimiento. Hoy, los legos, aupados a las herramientas digitales, cuestionan cosas como la continuidad de las centranes nucleares y los modelos energéticos basados en el carbón; la integridad de las instituciones financieras y la gestión de la crisis internacional; los peligros de las reiteradas crisis alimentarias globales o de la manipulación de los medicamentos, etc., etc., y todo eso molesta e incomoda al que alguna vez detentó el monopolio de la verdad. Michael Nielsen aporta ejemplos claros, en su Reinventing discovery. The new era of networked science, de la necesidad de reinventar la lógica del descubrimiento científico abriéndose a la colaboración y a la cogestión, es decir, a nuevas formas de participación ciudadana basadas en los mecanismos de la red. El paréntesis de Gutenberg. La religión digital en la era de las pantallas ubicuas. Hay que leer a Piscitelli, para estar en acuerdo o en desacuerdo con él, eso da lo mismo, pero para dejarse llevar por sus invectivas, sus reflexiones, sus cavilaciones sobre un nuevo mundo digital que deja atrás el paradigma del códice y del papel y se adentra, titubeante todavía, en las bifurcaciones del texto digital y en las conversaciones de las redes sociales. El Elogio del texto digital, de José Manuel Lucía es, por el contrario, un mesurado y equilibrado ejercicio de análisis de las modalidades históricas y contemporáneas del texto y sus avatares. Lo que nos traemos hoy entre manos, nos convence Lucía, no es tanto la variabilidad y obsolesencia de los soportes digitales como el surgimiento de una nueva textualidad, la digital, qe pone en evidencia, por una parte, la arbitrariedad de los límites de las textulidades tradicionales ligadas al libro en papel y, por otra, las infinitas posibilidades que se abren para correlacionar e interconectar los múltiples fragmentos de conocimiento que la humanidad ha ido generando a lo largo de la historia. Estamos en condiciones, entiendo en el texto de Lucía, de comenzar a pensar en plataformas de conocimiento que excedan los límites tradicionales de los volúmenes en papel promoviendo la interconexión transmedial de esa constelación de contenidos de la que disponemos. Ni la creación, ni la lectura, ni el estudio ni la crítica serán como fueron, pero eso no incomoda al autor, al contrario: le hace concebir un futuro próspero y esperanzados a imagen y semejanza del que anticipó Vannevar Bush. “El texto digital”, dice Lucía, “con sus capas de información, permitirá que avancemos en la construcción de nuevos modelos textuales. No cabe la menor duda. Pero el camino del futuro no es sólo tecnológico, sino que también incluye ser capaces de crear nuevos modelos de difusión y de relación de la información en los medios digitales, aprovechando sus ventajas antes que imitando los modelos analógicos”. La respuesta, o al menos parte de ella, puede quizás encontrarse en un libro singular: Darse a la lectura, de Angel Gabilondo, una fenomenología de la práctica lectora con todas las virtudes y defectos de ese método filosófico: defectos, por que en toda descripción fenomenológica tienden a esencializarse rasgos de la práctica lectora que no son universalizables sino que suelen corresponder a las propiedades y características de un grupo específico de lectores que proyecta sus caulidades y propiedades sobre esa práctica; grandes virtudes porque pone al descubierto alguna de las profundas invariantes de la naturaleza de la lectura: que “aprender a leer y ejercitar ese saber es una forma extraordinaria de liberación”, la forma más aquilatada que conocemos para articular y vertebrar nuestras palabras y, por tanto, nuestra personalidad; la manera más aguda y penetrante que conocemos para acceder a otra modalidad de existencia, para recrearnos, para separnos de nuestras evidencias más cercanas y mundanas y darnos la oportunidad de ser otros. Nadie que lea el imprescidible La cara oculta de la edición, de Martine Prosper (secretaria general del principal sindicato de la edición francesa, el CFDT Livre-Édition), que tenga algunos años de experiencia en el sector y que la costumbre, la inercia o el cinismo no le hayan adormecido por completo, podrá dejar de reconocerse en lo que enuncia y evidencia: la precariedad estructural del sector; la desprotección y la desconsideración progresivas de quienes trabajan en su creación, producción, venta y distribución; la inseguridad acrecentada de las condiciones salariales y laborales de buena parte de los profesionales que se ven obligados a aceptar una situación de puros menestrales; la inexistente conciencia y voluntad gremial, menos aún intergremial, en momentos donde es más necesaria que nunca; la contradicción que esa situación representa respecto a la supuesta naturaleza de un oficio que defiende los valores universales del humanismo. Lichtenberg tambió dejó escrito: "Cuando un libro choca con una cabeza y suena a hueco, ¿se debe sólo al libro?". El mejor remedio contra las oquedades cerebrales es, sin duda, vender un pantalón y comprar un libro el próximo día 23. Pd. Perdón, faltan dos joyas bibliográficas que no deben faltar en ninguna estantería: El paradigma digital y sostenible del libro y El Potlatch digital. Wikipedia y el triunfo del procomún y el conocimiento compartido.    


Artistas y empresarios culturales

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Parece que cuando Ludwig Van Beethoven compuso la Misa en re, la Misa Solemnis, se enfrentó a dos problemas: uno el de llevar los registros de las voces del coro hasta extremos entonces desconocidos, hasta el punto de que muchos críticos tomaron los tomaron como herejías o desatinos; otro, que Beethoven ensayó dos maneras de  hacer comercialmente viable la obra, una innovadora, mediante la venta de los derechos de reproducción de las partituras a los editores, y otra más tradicional y conocida en el momento, que es la que acabó utilizando, mediante la suscripción y el mecenazgo del grupo de aristócratas que lo respaldaron. Como muchos otros músicos del siglo XIX, Beethoven conocía los recursos mediante los cuales un músico podía ganarse la vida: convirtiéndose en maestro de capilla, siendo amparado por un aristócrata u, ocasionalmente, adiestrando a su distinguida prole en los misterios de la armonía musical. Esa realidad en declive, sin embargo, había comenzado a convivir con otra muy distinta: la de los adinerados burgueses que estaban interesados en revestirse del lustre cultural que les correspondía. No cabía pensar ya en que pudieran hacerse cargo personalmente de un músico, pero sí de fundar sociedades de conciertos y salas de audición donde, por medio de la venta de entradas, cualuqiera que pudiera pagarlas escuchara las composiciones de los grandes maestros. La misma idea del autor como genio irrepetible y autónomo tiene mucho que ver con ese nuevo contexto en el que el artista no depende ya, por completo, del mecenas que lo mantiene, sino que vende e interpreta libremente sus obras a quien quiera adquirirlas y escucharlas. Lo mismo que le pasaba a Beethoven le estaba ocurriendo a Flaubert. Leo todo esto -con fruición, porque se trata de un inédito rescatado, de una mínima joya encontrada en el arcón de las conferencias que Pierre Bourdieu pronunció a lo largo de su vida sin necesidad de que fueran transcritas o editadas- en Breve improntu sobre Beethoven, artista empresario, y  encuentro un parangón obvio con la época en que vivimos: "la particularidad de la fase de transición es que hace coexistir dos categorías de posibilidades que normalmente se excluyen", dice Bourdieu, "pero que es posible acumular a condición de querer y saber conciliarlas prácticamente". Beethoven fue, en eso, un artista que comprendió que la viabilidad de su música dependía del modelo de financiación que utilizara para desplegarla; más aún, que la evolución orquestal que su música requería demandaba salas de audición y despligue de instrumentos que un añejo músico de cámara no hubiera podido utilizar. De ahí que asumiera naturalmente esa doble condición de artista y empresario, porque no cabía concebir la evolución de su trabajo artístico al margen de su fundamentación empresarial. Hoy vivimos, exactamente, en una nueva fase de transición donde se suman e influyen mutuamente los cambios en el tipo de público, en la naturaleza de la demanda, en la clase de oferta que se les propone. Si antaño Beethoven vivió la transición entre la aristocracia y la burguesía, la música de cámara y la orquestal, la interpretación en recintos privados o en salas de audición, el mecenazgo y la compra de entradas, hoy nos debatimos entre los viejos hábitos de lectura y de compra, de creación y comunicación, y las nuevas modalidades de creación, lectura y difusión que nos abre el universo digital.  "Beethoven fue", dice Bourdieu, "un gran innovador músical porque fue un gran empresario innovando a la vez en el plano músical y en el económico". Es ahí donde, quizás, debamos concentrarnos: "hoy los editores no están ya en el negocio de superar la escasez sino de manufacturar la demanda. Y eso significa que casi todas las innovaciones en creación, consumo, distribución y uso de los textos llega desde el exterior de la industria editorial tradicional", dice Clay Sharky en una recomendable entrevista: How we will read. ¿Comó será ese público, y los productos que demanden, el tipo de contenidos y creaciones que deseen consultar, la forma en que querrán consumirlos? Habrá que esforzarse, en esta era de transición, en imitar la inteligencia artística y empresarial de Beethoven.  


Manifiesto por unas humanidades digitales

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El departamento de Digital Humanities & Media Studies de la Universidad de California (UCLA) ha lanzado a la red The Digital humanities Manifesto 2.0, un manifiesto por unas nuevas humanidades cuya forma de concebir, generar, distribuir y utilizar el conocimiento no sea ya, únicamente, la de la cultura impresa, sino la de una hibridación de medios donde lo impreso quede absorbido en una amalgama digital de modos de comunicación, de nuevas modalidades de discurso académico y de circulación del saber que exceden los estrechos canales que el papel imponía. El texto comienza de la siguiente manera: “Las humanidades no son un campo unificado sino un conjunto de prácticas convergentes que explorar un universo en el que: A) lo impreso no es ya el medio exclusivo o normativo en el que el conocimiento es producido y/o diseminado; al contrario, lo impreso es absorbido en nuevas configuraciones multimedia; y B) las herramientas, técnicas y medios digitales han alterado la producción y diseminación del conocimiento en las artes, las humanidades y las ciencias sociales. Las Humanidades Digitales tratan de jugar un papel inaugural en lo que respecta a un mundo en el que, no siendo ya los únicos productores, administradores y diseminadores del conocimiento o la cultura, las universidades están llamadas a desarrollar modelos de discurso académico nativamente digitales destinados a las esferas públicas emergentes de la presente era (la www, la blogosfera, las bibliotecas digitales, etc.), a modelar la excelencia y la innovacion en estos dominios, a facilitar la formación de redes de producción del conocimiento, de intercambio y diseminación que son, al mismo tiempo, globales y locales”. Si a esta indiscutible realidad se suma el hecho de que en el ámbito de la ciencia el prestigio y el reconocimiento de la propia comunidad es el tipo de capital más apreciado, que el renombre es la moneda que circula en ese restringido ámbito de prácticas muy especializado, hacer circular el conocimiento de manera abierta y sin restricciones es, qué duda cabe, la manera más pertinente en que los científicos pueden y deben usar la potestad que la Ley de Propiedad Intelectual les atribuye. El manifiesto dice, a este respecto: “Lo digital es el ámbito del open source, de los open resources“, y lo dejo en inglés porque el juego de palabras resulta intraducible, de los recursos y las fuentes abiertas si nos conformáramos con una traducción literal. “Cualquier cosa que pretenda cerrar este espacio debería ser reconocida como lo que es: el enemigo”, y esta reclamación de independencia radical de la web como espacio de creación y diseminación del conocimiento abierto, como procomún o plataforma pública de circulación del saber, está formulada por la Universidad que ocupa el puesto decimoctavo en el ranking mundial de universidades, tal como nos muestra el laboratorio de Webometrics. Sorprende, incluso, la radicalidad de su formulación, acostumbrado como uno está a las timoratas reacciones de los científicos españoles, a su desentendimiento digital y su bovina adoración del ISI y los índices de impacto: “afirmamos, por eso”, aducen los redactores del manifiesto, “el valor de lo abierto, de lo infinito, de lo expansivo, de la universidad/museo/archivo/biblioteca sin muros, de la democratización de la cultura y de la erudición”. Incluso su interpretación del copyright y de las prácticas insurgentes a las que conminan a los científicos, son casi insólitas (no en los círculos de acérrima defensa del copyleft, pero sí en los de la ciencia, no digamos ya en los de la creación): “Los humanistas digitales”, dice el manifiesto, “defienden el derecho de los elaboradores de contenidos, sean estos autores, músicos, codificadores, diseñadores o artistas, a ejercer control sobre sus creaciones y a evitar explotaciones desautorizadas; pero este control”, afirman, “no debe comprometer la libertad para reelaborarlos, criticarlos y utilizarlos para propósitos de investigación o educación. La propiedad intelectual debe abrir, no cerrar, el intelecto, el procomún”. Quizás sea excesivo equiparar las prácticas científicas y el uso de la propiedad intelectual que de ella se deriva con el resto de las prácticas vinculadas a la creación artística, pero el reto intelectual, el debate, son pertinentes. “Las humanidades digitales”, dicen los autores del manifiesto, “deconstruyen la materialidad misma, los métodos y los medios de la indagación y las prácticas humanísticas”. Y a lomos del tsunami digital, como jinetes de una ola imparable, invocan a una forma de insurrección que tiene como objeto “hackear el viejo sistema jerárquico universitario e inventar algunas nuevas mixturas por nuestra cuenta”. ¿Dispondremos alguna vez de una formulación similar que provenga del ámbito académico español, de una reconsideración de las prácticas académicas y científicas, de generación y diseminación del conocimiento, a la luz de las prácticas digitales?:  Antonio Lafuente, Alberto Corsín y Adolfo Estalella se proponen en el Hacking Academy Studio reflexionar, precisamente, reflexionar sobre estas prácticas activamente, proporcionando a quien entienda que debe obrar digitalmente, las herramientas que le permitan cambiar su manera de hacer y comunicar. El próximo 23 y 24 de abril discutiremos de todos estos extremos en el encuentro internacional Cologne Dialogue on Digital Humanities.


Periodismo ciudadano, control democrático y edición expandida

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El data driven journalism o el periodismo que se realiza a partir de la interpretación de datos, cobra plena conciencia del enorme potencial que tiene el uso de bases de datos públicas y su explotación para buscar patrones de información significativos utilizando para ello herramientas de visualización. El periodismo de datos, dicho de manera llana y simple, consistiría en la “obtención, la generación de informes, la gestión y la publicación de datos para el interés público”, según lo define Jonathan Stray]. Conocer, por ejemplo, cuál es el origen de los fondos que financian las campañas presenciales norteamericanas, en tiempo real, para ponderar el peso que los distintos lobbys puedan tener sobre las manifestaciones y decisiones de los candidatos, es un servicio que proporciona, ya, uno de los más prestigiosos diarios del mundo, The New York Times. Más todavía: el mismo diario se convierte conscientemente en plataforma al proporcionar a sus lectores la posibilidad de explotar sus bases de datos mediante el desarrollo de aplicaciones específicas. El diario tradicional y el oficio mismo de periodista cambian para convertirse más en una fuente solvente de datos, en una plataforma de interpretación colaborativa, que un emisor impar que guarda y esconde a buen recaudo los datos sobre los que basa sus manifestaciones. No es raro, por eso, que Don Tapscott dijera hace poco que “los periódicos son comunidades”, y  eso no se refiere, solamente, a la más corriente apertura de la prensa a la incorporación de blogs de distinto tipo, o al hecho de que algunos basen su originalidad, incluso, en la comunidad de comentaristas independientes que aglutinan a su alrededor; se trata, también, de que periódicos como The Guardian hayan asumido que el periodismo de datos abierto a la participación ciudadana, la conversión del periódico en plataforma, es uno de los factores principales de innovación. Las Apps construidas por los colaboradores para generar canales especializados de comunicación que se sirvan de los datos que el periódico atesora, pueden ser tan variados como Climate change Guardian environment, Wildlife Guardian Environment, Energy Guardian Environment, Food Guardain Environment, o centrarse en cualquier otro asunto que pudiera ser del interés de un colectivo. El Gobierno de los Estados Unidos -como iniciativa ejemplar de empoderamiento ciudadano y profundización en las herramientas democráticas de control de la autoridad-, pone al servicio de los ciudadanos varias iniciativas de vanguardia: Data.gov, un lugar cuyo subtítulo no deja lugar a dudas sobre el propósito que abriga: empowering people, es decir, empoderar a las personas mediante el acceso a los datos cuya interpretación puede darle las claves del significado de asuntos que afectan a sus vidas, paso esencial para poder intervenir sobre las condiciones que los provocan: más de 390.000 bases de datos, 1200 aplicaciones construidas para su interpretación (de las cuales 236 de ellas han sido directamente desarrolladas por grupos de ciudadanos concernidos que pueden hacerlo gracias a una plataforma prevista para promover su desarrollo), y hasta al menos ocho comunidades agrupadas en torno a grandes temas de amplia repercusión pública (educación, energía, leyes, salud, etc.), forman parte de una nueva arquitectura de la participación cuyo fin no puede ser otro que el de la consecución de nuevas formas de gobierno abierto.     Govtrack.us es, en este sentido,  más que una página web, es una herramienta que sirve a los ciudadanos para conocer el contenidos de los temas debatidos en el congreso, para comentarlos y editarlos en notas en los márgenes de sus páginas, para hacer cierto el sentido más pleno de la democracia, que es el de la participación ciudadana. La participación ciudadana, el uso de herramientas de edición y evaluación digitales, la profundización en los valores democráticos de nuestra convivencia, son asuntos que se dan la mano y nos obligan a repensar el rol que los periodistas y los editores debemos jugar en todo esto.


Plataformas

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Manuel Gil, que tiene entre sus virtudes la de poner el dedo en la llaga para reconocer el traumatismo en toda su dimensión, lo ha dejado escrito con campechana claridad: libreros, editores, bibliotecarios: tenemos un problema. Internet nos ofrece a todos, incluidos a agentes que antes no formaban parte de la cadena de valor del libro, generar formas alternativas de creación, distribución y comercialización que pueden hacer que se desmoronen nuestros modelos y certezas tradicionales. No carecen de legitimidad, porque nada prevalece entre los antiguos agentes de la cadena de valor a no ser que tomemos los acuerdos consuetudinarios y tácitos que el tiempo precipita como un contrato con fundamento jurídico. No parece que confundir la realidad con los deseos sea una buena estrategia, ni en la vida ni en los negocios, y ahora, que surgen por doquier propuestas de plataformas de comercialización y distribución de contenidos digitales (Amazon, Apple, Google, Libranda, Telefónica, Leer-e, Publidisa Todoebook, Edicat, 36L, 24Symbols, Comunidad de editores y todas las que queden por venir, incluidas plataformas automáticas de comparación de precios que llevarán a los compradores allí donde deseen adquirir lo visto en otra parte) que acabarán prescindiendo de buena parte de los eslabones tradicionales de la cadena de valor del libro, valiéndose para ellos de las propiedades de desintermediación de la red, se escuchan los lamentos de quienes deberían haber obrado con más premura. Ninguna de las grandes plataformas mencionadas se diseñaron para tener en cuenta a las librerías tradicionales, o cuesta creerlo, por mucho que todavía se escuchen argumentos sobre la preservación de la cadena tradicional, porque llegada la hora de la verdad, nadie prescindirá de los márgenes que la venta y la descarga directas puedan proporcionar. La gota que quizás haya hecho rebosar el vaso de la aparente quietud ha sido el negocio de provisión a las bibliotecas: independientemente del modelo que se utilice (pago, suscripción, etc.), el fondo de la cuestión atañe a quién proporciona el servicio, si los libreros tradicionales o las plataforma de distribución electrónica. Los libreros y los editores, que antes nunca creyeron que la suma de fuerzas diera ningún resultado, ahora se rasgan las vestiduras ante tal eventualidad. Y lo cierto es que nada hay en el mercado que impida que esto suceda, como bien demuestra el archiconocido caso de la Biblioteca Pública de Nueva York y la distribuidora Overdrive.   La cuestión, a mi entender, es qué clase de modelo queremos construir. De no prevalecer esa reflexión, no cabe el crujir de dientes ni la rasgadura de vestiduras. Libreka, en Alemania, una iniciativa conjunta de los gremios de libreros y editores, decidió, hace años, anteponer la unión de sus intereses a las arremetidas de los grandes grupos internacionales. Muchos no dieron un duro por ese envite, argumentando que no acababa de despegar. Hoy, según el último informe de resultados del año 2011, se han alcanzado los 2.1 millones de euros de facturación, multiplicando por treinta la cifra preliminar, y han conseguido sumar su red una cifra de 1,5 millones de libros disponibles, 275000 ebooks, 1600 editoriales y algo más de 600 librerías. La red tiene por principio favorecer la venta y la descarga a través de los puntos asociados, de manera que en el proceso de compra el usuario puede (debe) elegir el punto de venta más cercano a su domicilio y/o, en el caso de que haya accedido a la web de una librería sin página propia, será remitido, mediante un vínculo destacado, a la plataforma de comercialización de Libreka (quien sepa un poco de alemán, no me dejará mentir). Aún, quizás, estemos a tiempo. Todo lo que no sea aliarse y construir en beneficio de la comunidad, serán, después, lamentos y cenizas.


El estruendoso silencio de los libros

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En 1821, en Alemania, Heine, requerido a pronunciarse sobre un período de exaltación nacionalista en el que se quemaron libros, observaba: "Donde hoy se queman libros, mañana se quemará a seres humanos". George Steiner nos recuerda este pasaje histórico, de tan pertinente actualidad, en El silencio de los libros, una obra que todos los inciertos lectores de este blog deberían comprarse y leer esta tarde de viernes. Retomo el comentario que hice algunos días en el Facebook de mi amigo Javier Jiménez al hilo, claro, de lo que supe a través de Incendiar los libros, la entrada que Juan Cruz dedicó en su blog a la agresión que la librería Antonio Machado de Madrid sufrió el pasado fin de semana, rememorando o resucitando tiempos que creíamos, que deseábamos, pasados, quizás extinguidos. Y, aunque quizás sea innecesario, no se me ocurre mejor manera de estar cerca de quienes han padecido ese inexplicable atentado, que repensar la fortaleza del libro, su vigencia y perdurabilidad: a menudo se piensa su convivencia en términos antagónicos, pero no crea que discurrir sobre el ecosistema actual de la información en esos términos nos lleve a alguna parte: es obvio que los dispositivos electrónicos ganarán buena parte de las prácticas lectoras que antes cubría con holgura el libro en papel, pero también es cierto que proliferan, en las últimas semanas, las pruebas empíricas en contra de su adecuación a la lectura: el New York Times se hacía hace pocos días una pregunta que todos nos hemos hecho: ¿es posible leer mucho rato en una tableta, con tanta distracción?, con tanta incitación, con tanta tentación escondida tras cada una de las aplicaciones que convive con el texto. Time incidía, hace pocos días, igulmente, en un problema cognitivo no resuelto: Do e-books make it harder to remember what you just read?, porque sigue sin existir un estudio empírico claro y extensivo (salvo precedentes todavía parciales, como Territorio Ebook, en España) que demuestre a las claras en qué medida puede distorsionar la experiencia de la lectura electrónica a la retentiva a corto y medio plazo. Jakob Nielsen, el gurú de la usabilidad electrónica, dice en esa entrevista: "Human short-term memory is extremely volatile and weak. That’s why there’s a huge benefit from being able to glance [across a page or two] and see [everything] simultaneously. Even though the eye can only see one thing at a time, it moves so fast that for all practical purposes, it can see [the pages] and can interrelate the material and understand it more". Es posible, en el fondo, que la alfabetización digital no pueda ni deba sustituir a la alfabetización tradicional, como sostenía hace pocos días Annie Murphy Paul. En uno de los estudios más completos que a este respecto se ha desarrollado, "Efficient electronic navigation: a metaphorical question?", un equipo de psicólogos de la Universidad de Leicester determinó que los lectores de papel entienden más rápidamente los asuntos sobre los que leen, poseen una memoria a corto y medio plazo mejor y trabajan de manera más resuelta con los materiales. Ted Striphas, el autor de The late age of print, en entrevista con Henry Jenkins, sostiene que los libro en papel moldean hasta tal punto nuestros hábitos de lectura y están entreverados en los hábitos de nuestra vida cotidiana, que difícilmente desaparecerán, al menos en el corto plazo. Pero no me desviaré del asunto inicial: soy consciente de que he utilizado la vieja táctica de menoscabar las propiedades de algo para ensalzar las de otra cosa. De acuerdo, reconozco lo artero de la maniobra. Que Piscitelli me condene... Trato, solamente, de destacar el imprescindible papel de esa presencia estruendosamente silenciosa de los libros y, con ello, rendir mi pequeño y sincero homenaje a los libreros que lo hacen posible, como barricadas ante las barbaries cotidianas.


¿Qué hacemos con la lectura?

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En el último estudio sobre Hábitos de lectura y compra de libros en España 2011, se detecta, aparentemente, un crecimiento significativo de los lectores frecuentes: del 90.4% que dice que lee con una frecuencia al menos trimestral (si es que a eso pudiéramos llamar propiamente lectura) en cualquiera de los medios o soportes analizados (libros, revistas, periódicos y comics), el 61.4% dice leer libros. Es verdad, además, que según los datos proporcionados por la encuesta, la diferencia entre los que dicen leer semanalmente, con mayor asiduidad, y los que declaran hacerlo con más laxitud, los trimestrales, la diferencia solamente alcanza el 4.1%, de manera que deberíamos colegir que al menos un 86.3% de los lectores de libros practican esa forma silenciosa de meditación con meritoria frecuencia. Y es cosa, sin duda, de alegrarse por ello. Ese aparente incremento de lectores habituales no quiebra, en ningún caso, sin embargo, otra correlación inamovible: la que vincula lectura con nivel de estudios, tamaño del habitat y ocupación. A día de hoy, y mientras la sociología no demuestre lo contrario, lee más quien mayor nivel de estudios posee y vive en ciudades de más de un millón de habitantes, o dicho al revés, quien nace en el seno de una familia con estudios superiores tenderá a reproducir esa condición familiar, cursará estudios durante más tiempo accediendo a sus niveles universitarios superiores, detentando la condición de estudiante por más tiempo y accediendo con mayor sencillez y facilidad a los recursos culturales que las grandes ciudades le ofrecen... y leerá más, siempre, a lo largo de todo ese tiempo y aún después. El círculo virtuoso que ata la lectura al origen social del lector es casi inquebrantable a no ser que se intervenga de manera decidida y consciente. El Departamento de Educación del Gobierno escocés investigó durante siete años la influencia de un nuevo método de la enseñanza de la lectoescritura en el rendimiento y progresión de los niños que provenían de entornos socioeconómicos desfavorecidos. El estudio, denominado A seven year study of the effects of synthetic phonics teaching on reading and spelling attainment, demostró, por primera vez, que un método basado en la identificación entre sonidos y grafías, era capaz de romper con el círculo vicioso de la herencia cultural y educativa que lastraba para siempre el rendimiento escolar y el futuro escolar de esos niños desfavorecidos. Tras la evidencia empírica acumulada, el Gobierno británico ha decidido adquirir materiales específicos para la enseñanza de la lectoescritura bajo esos principios por valor de 3000 libras para todos los colegios británicos sin excepción. Hasta donde yo tengo leído, entre los recortes que se anticipan en el Ministerio que ahora liga educación y los libros, la promoción de la lectura será uno de los capítulos que se verá severamente recortado y tampoco se adivina en un futuro cercano que en nuestras escuelas vaya a utilizarse algún método que vaya a alterar el tipo de correlación antedicha. Seamos pues, serios y consecuentes: ¿qué hacemos con la lectura? ¿Conformarnos con las aparentes incrementos estacionales que las estadísticas dicen revelar o tomarnos en serio sus implicaciones y consecuencias?


Los secretos (a voces) de la edición

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Nadie que lea el imprescidible La cara oculta de la edición, de Martine Prosper (secretaria general del principal sindicato de la edición francesa, el CFDT Livre-Édition), que tenga algunos años de experiencia en el sector y que la costumbre, la inercia o el cinismo no le hayan adormecido por completo, podrá dejar de reconocerse en lo que enuncia y evidencia: la precariedad estructural del sector; la desprotección y la desconsideración progresivas de quienes trabajan en su creación, producción, venta y distribución; la inseguridad acrecentada de las condiciones salariales y laborales de buena parte de los profesionales que se ven obligados a aceptar una situación de puros menestrales; la inexistente conciencia y voluntad gremial, menos aún intergremial, en momentos donde es más necesaria que nunca; la contradicción que esa situación representa respecto a la supuesta naturaleza de un oficio que defiende los valores universales del humanismo. Y esto se manifiesta desde Francia, un país que no tiene parangón, en cuanto a condiciones laborales en el sector editorial, con el nuestro: existe un convenio colectivo propio del sector; un Sindicato Nacional de la Edición que se encarga, entre otras cosas, de definir escalas salariales, perfiles de puestos de trabajo y tramos de formación continua para todos los profesionales del sector; una entidad de gestión de los derechos de autor, la Société Française des Intérêts des Auteurs de l'écrit, que se encarga, entre otras cosas, de destinar la mitad del dinero recaudado a la dotación del plan de pensiones complementarios de los autores y, la otra mitad, directamente a los autores y editores representados; una modalidad de préstamo de pago instaurado en las Bibliotecas públicas que corre a cuenta del erario estatal y que revierte en beneficio de los autores. Aun con todo, y salvando esas enormes diferencias de conciencia y representatividad, el fenómeno de la concentración empresarial, de la fragilidad de las condiciones laborales, de la proletarización de buena parte de los oficios pertenecientes a la cadena de valor tradicional del libro, son una evidencia incontestable. Esas son las bambalinas oscuras de la edición, siempre revestida de un halo simbólico de sublimidad cultural que a duras penas se corresponde con la realidad laboral del sector. Entre nosotros, atomizados, disgregados, desunidos, apenas resulta plausible pensar en iniciativas colectivas de ninguna índole, menos aún de tinte sindical o reivindicativo. El carácter nanoindustrial de la mayor parte del tejido empresarial (micropymes en economía de guerra), el tamaño desproporcionado de los grandes grupos (dentro de los que apenas existe otra política empresarial que no sea la del paternalismo condescendiente que tan bien dibuja Martine Prosper), sumado a la situación de transición de los modelos empresariales en este mundo digital, hace poco factible cualquier iniciativa que agrupe a los distintos gremios. Y, sin embargo, como señala Prosper, esa imposibilidad es ahora más necesaria, históricamente, que nunca. Vale la pena citar con cierta extensión: "si los editores se decidieran a poenr en práctica sus grandes discursos humanistas, en el ámbito social podrían abrirse numerosas vías. Fijar tarifas mínimas para los teletrabajadores, correctores y demás [...]; incluir como anexo en la negociación colectiva un código de buenas prácticas para los becarios y otro para los autónomos [...]; negociar medidas concretas en favor de los salarios y el desarrollo profesional [...]; definir las prioridades de formación relativas a lo digital [...]; dar prueba de transparencia en las cuentas de las empresas [...]; dar amplia cabida al diálogo social". Pero sobre todo, y en esto quisiera hacer especial hincapié, "de cara a los desafíos de su propio futuro: la evolución del mercado del libro, electrónico y en papel, va a requerir nuevas competencias y cambiar los oficios de la edición". De ahí que "la formación vaya a ser sin duda alguna el gran desafío de los próximos años en el mundo editorial, y con ella el factor humano. Personal competente, motivado, respetado [...]". Esos son, al menos algunos de ellos, los secretos, a voces, de la edición.


Textualidades digitales y vigencia de la lectura

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Hay algunas evidencias incontrovertibles: que la nueva textulidad digital es un lenguaje que traerá consigo nuevas formas de expresión y dará a la luz sus frutos más o menos maduros en algunos años, como no se cansa de contarnos Laura Borrás; que surgirán nuevos artistas capaces de utilizar sus capacidades expresivas de manera enteramente novedosa; que el formato tradicional de la página es tan arbitrario como el de la tablilla de cera o el de la pared de una pirámide o un zigurat y que, siendo eso así, el límite de la página caracerá de sentido en un tipo de creación artística hipertextual y transmedia, que las denominaciones tradicionales, en consecuencia, serán inaplicables al nuevo contexto creativo, que la crítica filológica podrá y deberá ejercerse de manera completamente diferente gracias a las herramientas digitales que facilitan el comentario y la glosa y que el público no será exactamente ni lector ni espectador, sino una mezcla propiciada por el giro visual anunciado por Fernando Rodríguez de la Flor. Bien, todo eso parece indiscutible, pero el libro de Vicente Luis Mora, El lectoespectador, que a mi juicio podría resumirse en lo que antecede, es un amasijo de citas, autoreferencias y neologismos no demasiado afortunados que entorpecen la visión y comprensión de lo esencial. El ejercicio conceptual es legítimo y pertinente, qué duda cabe, pero su plasmación resulta en un exceso bibliográfico indigerible. Pienso en esto todo lo contrario que Carlos Scolari. El Elogio del texto digital, de José Manuel Lucía es, por el contrario, un mesurado y equilibrado ejercicio de análisis de las modalidades históricas y contemporáneas del texto y sus avatares. Lo que nos traemos hoy entre manos, nos convence Lucía, no es tanto la variabilidad y obsolesencia de los soportes digitales como el surgimiento de una nueva textualidad, la digital, qe pone en evidencia, por una parte, la arbitrariedad de los límites de las textulidades tradicionales ligadas al libro en papel y, por otra, las infinitas posibilidades que se abren para correlacionar e interconectar los múltiples fragmentos de conocimiento que la humanidad ha ido generando a lo largo de la historia. Estamos en condiciones, entiendo en el texto de Lucía, de comenzar a pensar en plataformas de conocimiento que excedan los límites tradicionales de los volúmenes en papel promoviendo la interconexión transmedial de esa constelación de contenidos de la que disponemos. Ni la creación, ni la lectura, ni el estudio ni la crítica serán como fueron, pero eso no incomoda al autor, al contrario: le hace concebir un futuro próspero y esperanzados a imagen y semejanza del que anticipó Vannevar Bush. "El texto digital", dice Lucía, "con sus capas de información, permitirá que avancemos en la construcción de nuevos modelos textuales. No cabe la menor duda. Pero el camino del futuro no es sólo tecnológico, sino que también incluye ser capaces de crear nuevos modelos de difusión y de relación de la información en los medios digitales, aprovechando sus ventajas antes que imitando los modelos analógicos". Solamente soy capaz de poner un reparo a una de sus conclusiones: ¿dejará ese camino a seguir hacia el futuro "obsoletos a los modelos textuales tradicionales" o pervivirá un espacio propio donde pueda seguir cultivándose el lenguaje tal como lo hemos venido haciendo hasta hoy, tal como lo hemos venido leyendo hasta hoy? La respuesta, o al menos parte de ella, puede quizás encontrarse en un libro singular: Darse a la lectura, de Angel Gabilondo, una fenomenología de la práctica lectora con todas las virtudes y defectos de ese método filosófico: defectos, por que en toda descripción fenomenológica tienden a esencializarse rasgos de la práctica lectora que no son universalizables sino que suelen corresponder a las propiedades y características de un grupo específico de lectores que proyecta sus caulidades y propiedades sobre esa práctica; grandes virtudes porque pone al descubierto alguna de las profundas invariantes de la naturaleza de la lectura: que "aprender a leer y ejercitar ese saber es una forma extraordinaria de liberación", la forma más aquilatada que conocemos para articular y vertebrar nuestras palabras y, por tanto, nuestra personalidad; la manera más aguda y penetrante que conocemos para acceder a otra modalidad de existencia, para recrearnos, para separnos de nuestras evidencias más cercanas y mundanas y darnos la oportunidad de ser otros. "Leer es en esta medida imprescindible para pensar más, para pensar mejor, de otro modo", y siendo esto así, quizás las textualidades tradicionales y los límites a los que se sujetan, no sean tran arbitrarias, ni tan caducas, ni tan obsolescentes. Démonos a la lectura, y experimentos con las nuevas textualidades digitales.