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Los astronautas de la ESA ayudan a cartografiar la contaminación lumínica de Europa desde el espacio

Según los científicos, la transición hacia la radiación de luz blanca y azul está afectando a los ciclos naturales nocturnos en todo el continente

La mayoría de los europeos viven bajo cielos con contaminación lumínica. El primer mapa en color de Europa de noche creado con imágenes procedentes de la Estación Espacial Internacional muestra un acusado aumento de la contaminación lumínica.

Cuando la astronauta de la ESA Samantha Cristoforetti contempló la Tierra desde el espacio durante su reciente misión Minerva, las ciudades brillaban más que las estrellas. Desde 2003, Samantha y otros astronautas europeos han tomado más de un millón de fotos de la Tierra de noche con cámaras digitales para demostrar el verdadero alcance de la contaminación lumínica.

Un equipo de investigadores europeos procesó las imágenes y las comparó a lo largo del tiempo, lo que les permitió observar un claro aumento de la contaminación lumínica en las zonas urbanas y un cambio hacia emisiones más blancas y azules. Esto se debe a la introducción de las lámparas con diodos emisores de luz, o de tecnología LED.

«Vista desde el espacio, la imagen resultante parece el resultado de un TAC para un cáncer, o una tela de araña fluorescente que no para de crecer», explica Alejandro Sánchez de Miguel, investigador de la Universidad Complutense de Madrid. Su reciente artículo pone de manifiesto lo invasivas que resultan las luces nocturnas y sus nocivos efectos para el medio ambiente.

Mientras Europa apaga las luces en su afán por ahorrar energía, los científicos advierten que no solo es importante reducir costes, dado que la mayor presencia lumínica que se da por las noches está alterando el ciclo nocturno de los seres humanos, los animales y las plantas.

Contribución de los astronautas

Las imágenes en color tomadas desde la Estación Espacial Internacional constituyen el mejor recurso para que los científicos puedan cartografiar la luz artificial durante la noche. Las imágenes captadas desde los satélites no son aptas para este cometido, ya que su sensibilidad cromática no muestra las emisiones de baja longitud de onda con suficiente calidad.

«Sin las imágenes tomadas por los astronautas, estaríamos actuando a ciegas en lo referente al impacto ambiental de la transición a los LED», señala Alejandro. «Las fotos de los astronautas siempre han sido y serán la referencia para las observaciones nocturnas de la Tierra», añade.

Los mapas de color nocturnos creados antes y después de la propagación de la tecnología de farolas LED muestran un acentuado blanqueamiento de la luz artificial.

Los cambios varían según el país y reflejan la existencia de diferentes sistemas y políticas a la hora de iluminar las calles. Mientras que en Italia y el Reino Unido se ha producido un notable aumento de la contaminación lumínica, países como Alemania y Austria muestran un cambio menos drástico en sus emisiones espectrales.

Milán fue la primera ciudad de Europa en llevar a cabo una conversión total a LED blancos en su alumbrado público, mientras que más de la mitad de todas las farolas públicas del Reino Unido adoptó esta tecnología a principios de 2019.

Alemania, cuya iluminación nocturna se está blanqueando, aún mantiene en uso muchas farolas fluorescentes y de vapor de mercurio.

«A finales de esta década, toda Europa podría emitir un tono blanco desde el espacio», dice Alejandro.

En el lado más cálido del espectro, Bélgica brilla con un naranja intenso gracias al uso generalizado de farolas de sodio de baja presión. Estas luces provocan que los Países Bajos emitan un brillo dorado.

No todas las luces son iguales

Según los científicos, la transición hacia la radiación de luz blanca y azul está afectando a los ciclos naturales nocturnos en todo el continente.Estos tonos de luz alteran el ritmo circadiano diurno y nocturno de los organismos vivos, incluidos los humanos, generando con ello efectos perjudiciales para la salud de las especies y los ecosistemas.

El estudio se centra en tres grandes impactos negativos: la supresión de la melatonina, la respuesta fototóxica de los insectos y los murciélagos, y la visibilidad de las estrellas en el cielo nocturno.

«Cuando encendemos las farolas, privamos a nuestro cuerpo de la hormona de la melatonina y alteramos nuestro patrón de sueño natural», explica Alejandro.

La mayoría de los insectos y animales nocturnos son extremadamente sensibles a la luz. No sólo las polillas, sino casi todas las especies de murciélagos que pueblan Europa viven en regiones donde la composición espectral de la iluminación nocturna se ha vuelto más blanca. Los científicos afirman que esto impacta de forma directa en su capacidad para moverse y reaccionar ante una fuente de luz, lo que también se denomina respuesta fototóxica.

Al igual que otros animales, los seres humanos han utilizado durante mucho tiempo las estrellas para la navegación. En tiempos modernos, el empeoramiento de la visibilidad de las estrellas trasciende los ámbitos de la geolocalización y la observación astronómica. A los científicos les preocupa que no ver el cielo nocturno pueda ejercer un impacto negativo en la percepción humana de la «naturaleza» y de su lugar en el universo.

La paradoja de la iluminación

Aunque la revolución de la iluminación LED prometía reducir el consumo energético y mejorar la visión humana por la noche —y con ella, la sensación de seguridad—, el estudio muestra que las emisiones globales han aumentado. Paradójicamente, cuanto más barata y mejor es la iluminación, más adicta a la luz se vuelve la sociedad.

En el artículo se especula con la existencia de un «efecto rebote» en el alumbrado exterior, según el cual la eficiencia energética, con la consiguiente reducción de costes asociada, aumentarían la demanda de alumbrado, reduciendo así cualquier incremento de eficiencia. 

No obstante, las noches se están volviendo un poco más oscuras en las ciudades europeas. Debido a la amenaza de crisis energética, derrochar luz se ha vuelto mucho más costoso. Así, varias ciudades europeas están apagando sus luces: de Madrid a París, pasando por Berlín, cientos de monumentos y edificios públicos han dejado de estar iluminados por la noche.

Todas estas iniciativas forman parte de los esfuerzos por reducir el consumo de energía en un 15 %, de acuerdo con los planes trazados por la Comisión Europea el mes pasado. El objetivo es doble: por una parte, impulsar una economía resiliente y más autónoma de cara al invierno y, por otra, reducir de forma responsable las emisiones de carbono.

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