EL DEBATE: ¿Para qué sirven las sociedades científicas?

Ana Delicado

Instituto de Ciências Sociais, Universidade de Lisboa

Las sociedades científicas en los albores de la ciencia moderna es un tema ampliamente estudiado y debatido. La historia de la ciencia ha sido pródiga en analizar los orígenes de la Royal Society y de las distintas academias nacionales de ciencias del siglo XVII, el desarrollo de las sociedades profesionales de científicos en el siglo XIX o la creación de asociaciones internacionales en el marco del proceso de internacionalización de la ciencia en el siglo XX. Sin embargo, el papel actual de estas organizaciones es muy poco conocido o discutido.

Aunque Gibbons et al. caracterizaron el Modo 2 de producción de conocimiento como base de la diversificación de las instituciones involucradas en el proceso de investigación científica, las sociedades científicas no les merecen más que una referencia de pasada. La bibliografía sobre las sociedades científicas actuales es escasa y ha consistido más en la reflexión de sus propios miembros y directivos que en la investigación en el ámbito de los estudios sociales de la ciencia. Éstos han prestado mayor atención a los colectivos no formalizados en la ciencia, como la «república de la ciencia» de Poliana, la «comunidad científica» de Hagstrom y Merton, los «colegios invisibles» de Crane, las «comunidades epistémicas» de Knorr-Cetina y el «campo científico» de Bourdieu. La literatura sociológica en sí, donde el tema de la participación asociativa es recurrente, poco ha abordado el caso particular de las asociaciones científicas.

Y, sin embargo, este es un tema cada vez más relevante y que plantea muchas preguntas. En un contexto en el que los sistemas científicos y universitarios están sujetos a múltiples presiones (financiamiento, evaluación, accountability, responsabilidad social), ¿tendrán las sociedades científicas algo que decir que trascienda las estrategias particulares de las instituciones? Ganando la política científica una creciente importancia tanto a nivel nacional y supranacional, ¿irán las sociedades científicas jugar un papel activo de asesoramiento y lobby? En un momento de transformación de las carreras académicas, tendientes a una mayor precariedad, ¿podrán las sociedades científicas ayudar a incrementar el interés y expresar las demandas de los científicos? De cara a la creciente demanda de los responsables de la evaluación científica del riesgo, ¿serán las sociedades científicas una puerta de entrada para identificar a los expertos más adecuados para esta tarea? Teniendo en cuenta la acumulación de controversias técnico-científicas que socavan la confianza del público, ¿estarán las sociedades científicas en una posición privilegiada para crear foros de debate abierto y tender puentes entre la ciencia y la sociedad? En una ciencia que oscila entre las tensiones opuestas de la hiperespecialización y la interdisciplinariedad, ¿todavía tiene sentido tener sociedades científicas disciplinarias? Teniendo en cuenta la creciente valorización de la internacionalización proporcionada por las asociaciones internacionales, con sus revistas y congresos, ¿podrán las sociedades científicas nacionales sobrevivir y mantener sus propios instrumentos de comunicación en sus lenguas autóctonas? En una actividad en la que la movilidad internacional es casi un requisito, ¿todavía vale la pena pertenecer a sociedades científicas nacionales?

Básicamente, lo que se puede debatir es si las sociedades científicas siguen teniendo razón de existir en un sistema cada vez más polarizado entre el científico individual, con sus estrategias y ambiciones de carrera, y las instituciones académicas, presionadas a competir entre sí por recursos escasos.

Participar

Compartir:

Un comentario

Deja un comentario