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20/01/2004  
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Grupo de Dirección y Gestión del Conocimiento, Capital Intelectual y Aprendizaje Organizativo (UAM)
El valor del conocimiento

La medición y la gestión del conocimiento que se encierra en las empresas, tanto en las personas que las forman como en sus instalaciones, es el objeto de investigación de un grupo de la Autónoma

Conocimiento y capital intelectual son dos de los valores que en los últimos tiempos han ido adquiriendo protagonismo. Su impacto se está dejando notar en las organizaciones, sobretodo en sus estructuras y en el valor intrínseco que estas toman en el mercado. La emergencia de lo intangible, el punto donde se está anclando la sociedad del conocimiento, es uno de los principales motores del cambio. Eduardo Bueno, director del grupo de Dirección y Gestión del Conocimiento, Capital Intelectual y Aprendizaje Organizativo en la Universidad Autónoma de Madrid, ha teorizado y desarrollo modelos y protocolos de medición y gestión sobre ambos conceptos.

Xavier Pujol Gebellí
Eduardo Bueno


Cualquier organización, por simple que sea, tiene establecidos al menos dos tipos de contrato con los individuos que la forman. El primero es de carácter material, y tiene que ver con lo pecuniario, con derechos y obligaciones. El segundo, en cambio, es virtual, psicológico y basado en la confianza y en los valores. Es el que incorpora el compromiso, la motivación o la valoración, el aprecio por el hacer o, todavía mejor, por el saber hacer. Todos estos factores, tan intangibles como a menudo emocionales, redundan en un valor que en los últimos años se ha revelado como emergente. Es el conocimiento, un capital que hoy es tan o más valorado como los propios activos de la organización, su estructura o sus bienes materiales.

Que las empresas sean capaces de medir y gestionar adecuadamente su conocimiento es esencial para pasar de la sociedad de la información a la sociedad del conocimiento.

Pero, ¿cuál es el valor real del conocimiento en el seno de una empresa? ¿Puede medirse? ¿Puede gestionarse de algún modo? Los expertos en la materia sostienen que sí. Es más: aseguran que es una tarea fundamental en el tránsito que lleva de la sociedad de la información a la sociedad del conocimiento. Muchos son los grupos que, en todo el mundo, están tratando de caracterizar sus componentes y desarrollar metodologías que puedan ser de utilidad para las organizaciones. En España, el grupo de Dirección y Gestión del Conocimiento, Capital Intelectual y Aprendizaje Organizativo de la Universidad Autónoma de Madrid, dirigido por Eduardo Bueno, investiga en esta misma línea.

Medición y gestión del conocimiento.
La línea principal del grupo de investigación dirigido por Bueno entra de lleno en la medición y dirección de conocimiento y capital intelectual. En este caso, señala, dirección tiene que ver con procesos de conocimiento. Es decir, "cómo se crea, se desarrolla, se comparte, se difunde, se mide y se gestiona el conocimiento que posee una organización". No se trata tanto de gestionar "lo que conoce" un individuo como de hacerlo en función de la organización de la que forma parte. "Hay un contrato para la prestación de servicios y otro psicológico que depende de que uno esté más o menos motivado; lo que se sabe, según contrato o disposición, se comparte y se administra en el seno de una organización". Por tanto, se trata de hallar caminos para dar y sacar valor a un tiempo del conocimiento que existe en el seno de una organización y traducirlo a resultados.

Este tipo de planteamiento es coherente con la definición que a menudo se da al término organización y que Bueno resume como "un grupo de personas que se relacionan para desarrollar un plan común". En la definición, sobre todo si se considera desde la perspectiva de la sociedad de la información, cabe de todo: desde empresas a instituciones pasando por colectivos más o menos formales. Y en ellas los recursos intangibles basados en conocimiento producen un valor.
Eduardo Bueno, en su despacho de la UAM.

A este valor, admite Bueno, no siempre se le ha dado "suficiente importancia". Desde principios del siglo pasado, razona, llevamos gestionando "más o menos bien" los recursos tangibles. Pero a las personas, como poseedoras del conocimiento, "no es tanto el tiempo que se lleva dirigiéndolas, administrándolas o motivándolas".

¿Tanto valor poseen esos intangibles? Veámoslo con un ejemplo. Los expertos entienden que esos recursos, que bien podrían definirse como "inteligencia", suponen entre el 80% -90% del precio de cualquier automóvil que hoy día se presente en el mercado. El resto corresponde a los derivados del acero, del plástico y otros materiales, es decir, de los tangibles. Ello no significa que deba hablarse de automóviles inteligentes, pero sí de un producto que, como concepto, incorpora mucho conocimiento.

Han creado modelos cuasi matemáticos de medición del capital intelectual a partir de las variables humana, estructural y relacional.

Si esto es así, se pregunta Bueno, ¿a quien debería sentarse en el consejo de administración de una empresa, al director de fábrica o al director de personas, de recursos humanos? Dicho de otro modo: ¿sólo el director de los tangibles, o también el de los intangibles?

Capital intelectual
La segunda línea de investigación del grupo de la UAM es la medición y gestión de capital intelectual. La línea parte de un principio predefinido, el que reconoce que los procesos de conocimiento, aunque sea de forma no consciente, producen activos, valores intelectuales o intangibles.

"Las empresas", teoriza Bueno, "tienen un valor reconocido por el mercado que suele ser varias veces superior al que aparece en sus balances o cuentas de explotación". Dicho de otro modo: lo que el mercado aprecia de una organización no son tanto sus equipamientos o instalaciones y almacenes, como lo que pueda hacerse en y con ellos. Y ello es equivalente a dar valor al equipo humano, a su capacidad de dirección, de elaborar estrategias, de innovar o investigar. Por tanto, su capacidad para "generar valor o producir incluso más conocimiento".
El concepto de capital intelectual, describe el investigador de la UAM, fue acuñado en los primeros años noventa como la diferencia entre el valor que reconoce el mercado a una organización y el valor que aparece en sus libros de contabilidad. En algunas organizaciones el ratio entre dicho valor de mercado y el contable es de más de 20 veces.

Desde que se iniciara esta nueva línea de investigación se han ido desarrollando distintos modelos para medir el capital intelectual. Uno de ellos, nacido en 1998 en España, es el modelo Intelect, dirigido por el propio Bueno y que en la actualidad es utilizado por un buen número de las grandes empresas españolas. Intelect fue ratificado en 2000 por las directrices europeas en esta materia.

El modelo correlaciona en una fórmula cuasi matemática tres acepciones de capital: humano, estructural y relacional. El primero, de carácter intangible como el resto, es el que da valor a las personas "que saben, saben hacer, están motivadas y satisfechas". "Las personas siempre saben cosas, a veces más de lo que ellos mismos creen". Si este conocimiento se administra adecuadamente, dice el experto, "el grupo humano va creciendo en conocimiento".

El capital estructural se define a partir de procedimientos, rutinas, sistemas, bases de datos, manuales, cultura organizativa, marcas, patentes... Es algo así como el "conocimiento organizativo". El capital relacional, finalmente, es el valor que se genera como consecuencia de relaciones con terceros ajenos a la organización. Es una inteligencia "compartida", dice Bueno, que se aprende "en el mercado, de clientes, proveedores, competidores, aliados...". De algún modo, podría definirse como el conjunto de relaciones que se van sistematizando y de las que se va aprendiendo e incorporando nuevo conocimiento.

De Intelect a Intellectus
El paso siguiente a Intelect es el modelo Intellectus, culminado en 2002. La nueva propuesta mantiene invariable la definición de capital humano pero divide al estructural en capital organizativo y capital tecnológico. El primero es más bien de carácter social y no siempre, sobre todo ahora que las organizaciones son flexibles o trabajan en red, tiene porqué estar presente. El tecnológico, en cambio, viene definido como un proceso técnico. De acuerdo con Intellectus, se pueden tener procesos técnicos con independencia de que se tenga o no organización.

La distinción entre ambos tipos de capital viene a cuento de los nuevos modelos que están instaurándose en las organizaciones. "La organización es ahora 'adhocrática'", matiza Bueno. "En las empresas emergentes, muchas de ellas de base tecnológica, las estructuras son difusas, de fronteras indefinidas, sin apenas estructura corporativa", añade. Se adaptan continuamente a las circunstancias del momento.

Es en este mismo contexto que se van creando las llamadas organizaciones hipertexto: debajo de las organizaciones formales se van formando estructuras subyacentes. Son las "estructuras cognitivas" cuyos activos se fundamentan en cómo piensan las personas, cómo son los procesos de conocimiento y cómo operan los procesos técnicos en los que ese conocimiento se desarrolla. Las estructuras cognitivas no siempre coinciden con las formales o jerárquicas. Por el contrario, la tendencia es a compatibilizar estructuras formales e informales.

La ganancia en complejidad e inteligencia lleva, en opinión del experto, a una cierta forma de caos, a una estructura que por sus características tiende a desordenarse y a perder el equilibrio, pero con factores (inductores o atractores) "que generan inmediatamente un nuevo equilibrio". Pero el nuevo equilibrio, advierte, es distinto del anterior, por lo que "se hace necesario buscar un proceso evolutivo, simple o complejo, que relacione posiciones de equilibrio".

Las organizaciones son, de hecho, el más complejo de los organismos vivos, y como tales viven siempre al borde del caos. "Cualquier pequeño movimiento puede llevar a una situación de desequilibrio". Es algo así como el conocido 'efecto mariposa' de la teoría del caos.
 

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