Tecnociencia

Por José Antonio Acevedo Díaz.

Las relaciones entre la ciencia y la tecnología pueden seguir diferentes modelos; de hecho, estos modelos se han dado a través de los tiempos (Acevedo, 2006). En uno de ellos, la intensificación de estas relaciones implica su entrelazamiento, fusión o indistinción como tecnociencia, lo que, en cierto modo, presupone una identidad ontológica (Niiniluoto, 1997). Se trata de un fenómeno que parece ser más frecuente en la contemporaneidad, pero no en el pasado.

Los sociólogos de la ciencia y la tecnología atribuyen la introducción del término tecnociencia a Bruno Latour, en la década de los años 1980, para su uso en la metodología de los estudios sociales sobre ciencia y tecnología (Latour, 1987/1992), Según Raynaud (2018): “El término [tecnociencia] ha sido retomado por muchos de sus colaboradores [de Latour] directos o indirectos.” (Raynaud, 2018, p. 294).

Sin embargo, los filósofos de la tecnología señalan que el término tecnociencia fue introducido unos años antes, en torno a la segunda mitad de los años 1970, por el filósofo belga Gilbert Hottois (1984, citado por Raynaud, 2018).

Asimismo, Raynaud (2018) ha hecho una exhaustiva revisión bibliográfica en la que muestra que el término tecnociencia ha sido empleado desde 1946, al menos, sobre todo en un contexto de política científica. Como señala este investigador: “[…] quienes utilizan el término tecnociencia son casi siempre autores que tienen una visión exterior de la ciencia y la tecnología.” (Raynaud, 2018, p. 303).

De manera general, puede decirse que la tecnociencia designa el conjunto de actividades de Investigación, Desarrollo e Innovación (I+D+I) en las que ciencia y tecnología están imbricadas profundamente y se refuerzan entre sí para conseguir un beneficio mutuo en sus procedimientos y resultados (Acevedo, 2006).

La tecnociencia, entendida de la manera anterior, se ha desarrollado sobre todo en torno al último cuarto del siglo XX por evolución de la big science y gracias al impulso de algunas grandes empresas de EE.UU., habiéndose expandido luego con rapidez por otros países desarrollados. Big science y tecnociencia tienen rasgos comunes, pero también diferencias de relieve (Acevedo, 2006). Así, mientras que la investigación básica representa un papel importante en la big science, en la tecnociencia destaca sobre todo la instrumentalización del conocimiento científico para cumplir el objetivo de lograr innovaciones tecnocientíficas comercialmente rentables. Otras características distintivas de la tecnociencia son: el predominio de la financiación privada sobre la pública en las actividades I+D+I; la importancia relativamente menor del tamaño del proyecto y de los equipos e instrumentos; su carácter multinacional; la conexión de los laboratorios en red, mediante el uso de tecnologías de la información y comunicación; la pluralidad y diversidad de los agentes tecnocientíficos que intervienen; entre otras (Echeverría, 2003).

La tecnociencia ha transformado la estructura de la práctica científica-tecnológica en todas sus dimensiones y ha incorporado nuevos valores a la actividad científica. La tecnociencia suele producir un conocimiento instrumental que es: (i) patentable vs. público; (ii) privado/local vs. universal; (iii) prosaico vs. imaginativo; (iv) pragmático vs. autocrítico; y (v) interesado/parcial vs. desinteresado (Acevedo, 2006).

En las últimas décadas, los intereses políticos y económicos han establecido un marco nuevo, caracterizado por la aparición de redes internacionales, con formas organizativas novedosas, que controlan una buena parte del conocimiento básico o esencial, así como la difusión de ideas y resultados en campos estratégicos de la investigación punta. Así, la mayoría de los científicos académicos que investigan hoy subvencionados por las empresas o las instituciones gubernamentales tienen que pedir autorización para publicar sus trabajos (Acevedo, 1997). Las nuevas relaciones surgidas entre la investigación básica realizada por la ciencia académica y la investigación tecnológica han dado lugar a un híbrido entre la ciencia académica y la ciencia industrial, una ciencia postacadémica que es un componente más de la tecnociencia contemporánea (Ziman, 2003).

En este marco, los científicos académicos cada vez tienen más como compañeros de viaje a políticos e industriales. A finales del XIX, algunos científicos abandonaron la ciencia académica y empezaron a trabajar para los laboratorios industriales. Durante los años 1960 y 1970 del siglo XX, en un mundo en el que los negocios y el dinero representaban un valor material y cultural, unos cuantos científicos se decidieron a traspasar las fronteras académicas del mundo universitario de manera mucho más radical, convirtiéndose ahora ellos mismos en empresarios. Un antecedente fue Shockley, uno de los descubridores del transistor en 1947 junto a Bardeen y Brattain en los laboratorios de la Bell Telephone, que fundó en 1955 su propia compañía, el Shockley Semiconductor Laboratory (Sánchez-Ron, 1992; Ziman, 1976/1980).

Animados por los políticos y los promotores industriales, algunos científicos han llegado a constituir sus propias empresas, en las que se realiza a la vez la investigación y comercialización de sus productos tecnológicos en áreas punteras de investigación (Mustar, 1988). De este modo, se han ido creando mercados en campos como la biotecnología, las telecomunicaciones, los nuevos materiales, la robótica, la inteligencia artificial, el hardware y el software científico, etc. Por ejemplo, la ingeniería genética comercial nació en 1979 cuando una empresa pequeña de investigación en genética, llamada Genetech, sacó con gran éxito sus acciones al mercado (Acevedo-Díaz, 1997). En la década de los años 1990, puede servir como ilustración el caso del bioquímico estadounidense Craig Venter, relacionado con la investigación del Proyecto Genoma, las patentes de genes y de secuencias de segmentos del genoma humano, las compañías de la industria biotecnológica, como Celera Genomics, y los aspectos éticos y demás valores implicados en estos asuntos (Sánchez-Ron, 2004).

Para esta nueva alianza entre la ciencia y la tecnología, algunas personas dicen: ¿qué puede ser mejor que una tecnociencia? (Sánchez-Ron, 2004). Sin embargo, aunque la tecnociencia ha ido aumentando desde los años 1980, y parece seguir creciendo durante el XXI, la ciencia que no sigue ese patrón aún se sigue practicando en gran medida, así como la tecnología que no es tecnociencia. Así pues no parece que la ciencia y la tecnología sean una misma entidad, ni tampoco que haya una relación causal directa y simple entre ambas, sino bastante más compleja (Acevedo, 2006).

Referencias

Acevedo-Díaz, J. A. (1997). ¿Publicar o patentar? Hacia una ciencia cada vez más ligada a la tecnología. Revista Española de Física, 11(2), 8-11.

Acevedo-Díaz, J. A. (2006). Modelos de relaciones entre ciencia y tecnología: un análisis social e histórico. Revista Eureka sobre Enseñanza y Divulgación de las Ciencias, 3(2), 198-219.

Echeverría, J. (2003). La revolución tecnocientífica. Madrid: FCE.

Hottois, G. (1984). Le signe et la technique. La philosophie à l’épreuve de la technique. Paris: Montaigne.

Latour, B. (1987). Science in Action. How to follow scientists and engineers through society. Cambridge, MA: Harvard University Press. Traducción al español de E. Aibar, R. Méndez y E. Penisio (1992), Ciencia en acción. Cómo seguir a los científicos e ingenieros a través de la sociedad. Barcelona: Labor.

Mustar, P. (1988). ¿Pueden los científicos convertirse en empresarios? Mundo Científico, 84, 980-983.

Niiniluoto, I. (1997). Ciencia frente a Tecnología: ¿Diferencia o identidad? Arbor, 620, 285-299.

Raynaud, D. (2018). ¿Qué es la tecnología? Pamplona: Laoteli.

Sánchez-Ron, J. M. (1992). El poder de la ciencia. Madrid: Alianza.

Sánchez-Ron, J. M. (2004). Imagen pública e intereses privados. En F. J. Rubia, I. Fuentes y S. Casado (coords.), Percepción social de la ciencia (pp. 97-113). Madrid: Academia Europea de Ciencias y Artes (AECYA)/UNED Ediciones.

Ziman, J. (1976). The force of knowledge. The scientific dimension of society. Cambridge: Cambridge University Press. Traducción al español de I. Cabrera (1980), La fuerza del conocimiento. La dimensión científica de la sociedad. Madrid: Alianza.

Ziman, J. (2003). Ciencia y sociedad civil. Revista Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y Sociedad, 1(1), 177-188. Publicado también el mismo año en Isegoría, 28, 5-17.

 

Imagen: TechAlDia

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