Por A. Moya

Hace unos meses estuve presente en una reunión del Colectivo Carta por la Ciencia con la Secretaria de Estado Dña. Carmen Vela. En dicha reunión se nos mostró una presentación preciosa, acompañada por su correspondiente dosier, donde se explicaban las líneas maestras de la futura Estrategia Estatal de I+D+i. Todo un logro de actual equipo de la Secretaría de Estado conseguido en tiempos de crisis, y más teniendo en cuenta que muchos científicos de a pie nos hemos dedicado a protestar mientras ellos se dedicaban a trabajar por nosotros (este concepto no es mío, es sacado de la hemeroteca y fue hábilmente expuesto por la propia Carmen Vela unas semanas antes de la reunión).

En aquella presentación me quedé absorto y medio hipnotizado, cual ardilla deslumbrada por los faros de un coche, con la segunda transparencia (o era la tercera, ahora no recuerdo). Era una transparencia muy simple en la que, además de los adornos que la hacían especialmente atractiva, lo que resaltaba era una enorme flecha, con una base pequeña y una punta espectacularmente grande que partía de la palabra “Investigación” y apuntaba a la palabra “Mercado”. Nos presentaban las líneas maestras de la Estrategia, y se titulaba “De la Investigación al Mercado”.

En aquel momento, aunque la idea me abdujo durante varios minutos, no fui consciente del impacto que tuvo en mí tal revelación. En principio me pareció una auténtica aberración. Pensé: ¿Cómo puede, el equipo que nos dirige, tener una visión tan equivocada de cómo funciona la ciencia? ¿Serán conscientes del impacto tan negativo que tendrán estas tesis cortoplacistas en el tejido científico español? El conseguir productos innovadores y llevarlos al mercado es una pieza imprescindible del sistema, pero ni de lejos la única. ¿Cómo pueden diseñar toda la Estrategia centrándose sólo en una parte del sistema? ¿No saben eso no puede funcionar? Y mil preguntas más asaltaron mi mente. Pero me relajé y lo dejé madurar.

Permitidme en este punto realizar un paréntesis. Si por algo me he caracterizado en mi vida es por intentar hacerle caso a mis mayores, sobre todo en el terreno laboral. Os pondré unos ejemplos:

1)     Cuando comencé mi etapa postdoctoral, mis mayores me aconsejaron que publicase mucho. Como yo me debí saltar durante la carrera la asignatura de “Cómo funciona la comunidad científica española. Diséñate tu propia carrera”, decidí que lo mejor que podía hacer es seguir los consejos que me daban las personas con más experiencia. Y publiqué mucho.

2)     Pero unos años después me dijeron: “¡Pero hombre, cuidado con el impacto de las revistas!”. ¡Ostras! Fui a wikipedia. Índice de impacto. El concepto me pareció algo desconcertante, pero bueno, si hay que publicar en las que tengan un valor de ese índice mayor que X, pues se hace. Y desde entonces sólo publiqué en revistas del percentil que pedía el CSIC… aunque ya había perdido unos años preciosos.

3)     Y a los dos años me dicen: “¡Pero hombre, si no tienes casi publicaciones de primer autor!”. He de reconocer que aquí si que me sentí perdido. Pero… ¿la ciencia no era una labor de equipo? Al menos así la concibo yo. ¿Qué sentido tiene premiar el individualismo? Porque premiar a los primeros autores implica que todos quieran serlo, y la labor de equipo se diluye. No lo entendía, pero me adapté y volví a hacerle caso a mis mayores. Multipliqué mis artículos de primer autor por 3 en 2 años. Todo sea por contentar a los que me evalúan. Todo sea por encajar.

4)     Y al poco tiempo me dicen: “¡Pero hombre, de artículos estás bien, pero tienes un H muy pequeño!”. ¿H? ¿Pero qué es eso? Wikipedia de nuevo. ¡Ostras! Si es parecido a lo del índice de impacto, pero para cada investigador individual. Pues nada, habrá que trabajarse el susodicho H. En dos años lo doblo.

5)     Y al año me dicen: “¡Pero hombre, si no has dirigido proyectos!”. ¿Pero cómo quieres que los dirija si no soy ni contratado del programa Ramón y Cajal? Desconcierto de nuevo, pero no desespero y sigo haciéndole caso a mis mayores. Desde entonces me centro en montar un proyecto. Uno de los buenos, que cuando me pongo a hacer caso, no me gana nadie. Dirijo un proyecto que compite por ser la primera misión pequeña de la Agencia Espacial Europea (ESA). 6 Países. 25 instituciones. 125 investigadores. Industria aeroespacial. Administraciones públicas. Consigo llevarlo (obviamente gracias al duro trabajo de mucha gente extraordinariamente competente, ni se me ocurre insinuar que fui yo sólo) a la final de la selección de la ESA. Se pueden contar con los dedos de una mano el número de astrónomos españoles que han conseguido esto. Pero tampoco sirvió.

Después de todo esto, no he conseguido ni siquiera el derecho a una extensión de mi contrato por 5 años más. Ahora que me doy cuenta, hasta hoy hacerle caso a mis mayores no me ha servido de mucho. Menudo problema. Sinceramente espero que esta vez sea la buena. Cierro paréntesis.

¿Por dónde iba?… ¡Ah! Sí. Hace poco decidí hacerle caso al equipo de la Secretaría de Estado y he recorrido esa flecha tan motivadora y sugerente. He dejado la investigación y he buscado trabajo en una empresa privada. “De la Investigación al Mercado”. ¿O no era eso lo que querían de mí y he vuelto a fallar haciéndoles caso a mis mayores?

 

 

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