Revoluciones, soportes y sesgos culturales: desde la transmisión oral hasta la era digital

David ByN 

La palabra revolución tiene múltiples significados. Hoy en día se suele usar en sentido devaluado, para indicar un cambio substancial (aunque no necesariamente radical) en nuestro comportamiento, ya sea en el campo social,  económico, tecnológico o cultural. Sin embargo, las verdaderas revoluciones si existen y tienen (o han tenido) una extraordinaria importancia en distintos ámbitos. Algunas, políticas y económicas, tienen un impacto directo, en ocasiones con un tremendo coste humano. Otras, culturales y tecnológicas, son mas sutiles, y sus efectos observan a mas largo plazo. Aquí me gustaría hacer unas reflexiones sobre los soportes que usamos para transmitir ese extraño fenómeno que llamamos cultura y los efectos que los cambios tecnológicos tienen.

En realidad, la cultura (la transmisión de información por aprendizaje) no es un fenómeno estrictamente humano. Chimpancés y bonobos, entre otros antropoides, llegan a tener culturas  bastante sofisticadas, que difieren de un grupo a otro.

Nuestros primos transmiten sus conocimientos por imitación, mostrando a los más jóvenes, por ejemplo, como usar una delgada rama para atrapar a las hormigas ocultas en su guarida. Pero es en los humanos en los que la cultura alcanza su plena madurez, ya que el conocimiento no solo se limita a técnicas de supervivencia, sino que van más allá, a la satisfacción de necesidades puramente intelectuales.
 

Las sociedades humanas más primitivas utilizan técnicas orales. Narran hechos, lecciones; describen procesos. Las palabras, y el ejemplo,  dominan. Por supuesto, no  es privativo de aquellas. Los cuentos que aun perduran en las sociedades mas desarrolladas cumplen  funciones semejantes. Además, desde el hombre de Cro-Magnon, utilizamos representaciones pictóricas.
 

El primer registro permanente que conozco, sin tener en cuenta las pinturas rupestres,  son las  tablillas sumerias. La mayor parte de ellas,  y las correspondientes a  sociedades posteriores, que contienen escritura cuneiforme, son registros económicos (transacciones comerciales,  pago de impuestos, censos, existencias en almacenes, etc). Afortunadamente, también contienen las primeras expresiones   literarias, como es el caso de las vicisitudes de Gilgamesh, probablemente la primera epopeya que ha llegado hasta nosotros. O los registros astronómicos de eventos tales como eclipses, de vital importancia para datar diferentes sucesos históricos.
 

La mayor parte del material escrito en Sumeria y las culturas herederas (Babilonia, Asiria), a pesar de la dureza de su soporte, no sobrevivió a las invasiones posteriores de persas y helenos, al cambio de civilización. Sin embargo, gran cantidad de almacenes de tabillas existen en las antiguas urbes de Mesopotamia, el país entre los dos ríos, en el actual Irak. Desafortunadamente, ésta es una región muy castigada por la historia. Y los conflictos actuales, junto a la devastadora capacidad destructiva del arsenal moderno, han podido causar un daño irreparable a los asentamientos o ‘tell’ (montículo artificial que indica la presencia de un antiguo núcleo urbano) aun no excavados.
 

En las orillas del mítico Nilo, Egipto desarrollo el papiro, y los rollos de este material, muy frágil, fueron utilizados profusamente durante la antigüedad, especialmente por las sociedades helénicas  y por el mundo romano. Las grandes bibliotecas de la antigüedad, desde Pérgamo hasta Alejandría, contenían miles de rollos que incluían gran parte de la sabiduría mediterránea, desde las tragedias griegas a las reflexiones filosóficas del emperador Marco Aurelio. Desgraciadamente, los accidentes, los desastres naturales,  los incendios deliberados, los saqueos o el mismo paso del tiempo, han sido la causa de que gran parte de nuestra herencia cultural haya desaparecido.
 

Aproximadamente en el siglo III hace su aparición el códice, un conjunto de pergaminos o pieles tratadas y cortadas de manera regular, cosidas por un lado y protegidas por una encuadernación. Tal vez la invención provenga de Irán. Sin embargo, su uso no se generalizara en el mundo greco-romano y en sus herederos (Bizancio en el Este, los reinos germánicos en el Oeste) hasta varios siglos después. En las condiciones adecuadas, un códice resiste moderadamente bien el paso del tiempo, y de hecho puede ser reutilizado varias veces, borrando, aparentemente, el contenido anterior. En realidad un pergamino así tratado conserva restos de la escritura primigenia y con las técnicas adecuadas se puede recuperar ese contenido. Es lo que se denomina palimpsesto. Existen códigos con más de mil años de antigüedad, algunos de ellos con dos, tres y aun cuatro textos superpuestos. Son pequeños mundos culturales e históricos, grandes joyas que nos quedan del pasado.
 

Los principales enemigos del códice son la humedad, que favorece el desarrollo de bacterias que se comen este material orgánico, el fuego y, como no, el propio hombre. Grandes bibliotecas de la Edad Media o incunables irrepetibles han sido destruidos a lo largo de este milenio. Por Cruzados (el saqueo de Constantinopla en 1204 es buen ejemplo de ello); por la acción de poderes ideológicos y sus brazos, como es el caso de la Inquisición (institución nacida en Francia en el siglo XII Y ‘perfeccionada’ en España e Italia); por las guerras religiosas entre reformistas y católicos de los siglos XVI y XVII; por la propia desidia del propietario o bibliotecario responsable (al perder actualidad el contenido del manuscrito); o, sobre todo, por el desastroso siglo XX, con sus revoluciones, éxodos, genocidios y expolios.
 

La aparición del papel y, posteriormente, la imprenta de tipos movibles han supuesto una nueva revolución, posibilitando la creación y supervivencia de un mayor numero de fenómenos culturales (ciencia, literatura, filosofía, historia, registros nacionales, económicos, etc).
 

Finalmente, durante los últimos decenios, hemos asistido a una verdadera explosión exponencial. Los nuevos formatos digitales, y la aparición de internet, prácticamente nos dan una capacidad ilimitada a cada ser humano (al menos a la población que tiene para acceder a las nuevas técnicas). Tanto para disponer de la información, como para almacenar, crear nuestro propio material  o distribuirlo.
 

En todos estos cambios de soporte cultural, algunos de ellos producto de verdaderas revoluciones o causantes de las mismas, hay material que se pierde. No todos los registros escritos en tablillas pasaron a papiro (y no hay razón para que fueran transcritos, al tener sentido solo en un momento especifico, en un contexto político y cultural determinado). No todos los volúmenes de papiros fueron volcados a códices (desde mi punto de vista, desafortunadamente), entre otras razones por sesgos culturales.
 

Existen unos importantes componentes ideológicos e históricos en el cambio de soporte, en lo que es seleccionado y lo que es desechado, siendo condenado a la desaparición. Un ejemplo lo proporciona, nuevamente, la aparición y  la utilización del códice. Para cuando la difusión se generaliza, la civilización alrededor había cambiado completamente, así como sus valores religiosos y sus referentes culturales. No eran ya olímpicos los dioses que imponían respeto, ni las disquisiciones de platónicos o epicúreos las que despertaban admiración. Jesús de Nazaret, tanto en la visión de la jerarquía romana como en su versión ortodoxa, dominaba. El escriba que copia textos de un pergamino que decae a un nuevo códice, tanto en el monasterio como en las dependencias palaciegas de Constantinopla, lo hace por motivos específicos: obras de Platón utilizadas por Agustín de Hippo o Hipona, actas de concilios ecuménicos, historias imperiales que proporcionen legitimidad al gobierno, al trazar una continuidad desde la Roma republicana hasta ese momento, etc.
 

Sí, existe una selección y de manera general se ha traducido en que las obras literarias e históricas de la antigüedad (aunque solo una pequeña parte) nos ha llegado vía Bizancio, mientras que la filosofía y la ciencia nos ha alcanzado por las traducciones árabes (una parte significativa por la escuela de los traductores de Toledo). Esto es debido a que ambas civilizaciones, cristianos y musulmanes, han hecho uso de esas realidades culturales del mundo clásico para sus propios fines.
 

Nuevamente nos encontramos ahora en una encrucijada, tal vez más importante por el ingente volumen de material cultural que se crea, y por la posibilidad real de ser sepultados en ‘ruido‘, un excesivo volumen de productos sin valor, sin originalidad, los análogos a las tablillas sumerias que detallan las existencias de almacenes.
 

Los astrónomos llevamos tiempo enfrentados a este problema, e iniciativas como la del Observatorio Virtual tratan de dar respuesta al problema de almacenamiento, acceso y análisis de grandísimas cantidades de datos. Pero el problema de la cultura es mucho más general.
 

¿Cómo almacenar nuestra cultura, como transferirla a nuevos formatos, garantizando que nada de interés se pierda? ¿Deberíamos crear bancos culturales, nuevas bibliotecas de Alejandría, como impulsa Naciones Unidas?  Y, sobre todo, ¿quién debe realizar la selección y con qué criterios? Yo no me siento capaz, no me atrevería, ante la posibilidad de, inadvertidamente, sacrificar una Iliada.

PD (2007-09-18):
Denuncian el saqueo de varias ciudades sumerias que fueron cuna de la civilización

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