Fecha
Autor
Manuel Posada de la Paz (Unidad de Investigación sobre el Síndrome del Aceite Tóxico. Instituto de Salud Carlos III de Madrid)

25 años desde la aparición del Síndrome del Aceite Tóxico

El Síndrome del Aceite Tóxico (SAT) es una de esas enfermedades que a la sociedad y a los profesionales en general les cuesta entender. Las razones fundamentales para esta dificultad no provienen sólo del ámbito científico o técnico, sino que tienen sus raíces en la forma en la que se produjo la epidemia, el tiempo transcurrido, <a href="?id=25552&amp;amp;sec=2&amp;amp;tipo=g" target="_blank">las causas</a> que lo originaron y la propia tendencia que tiene la sociedad para olvidar temas que producen un desgarro social. Como la propia sentencia de la Audiencia Nacional establecía, "el SAT fue y aún hoy sigue siendo una <a href="https://www.20minutos.es/noticia/114091/0/aniversario/aceite/colza/" target="_blank">tragedia nacional</a>", sobre la que muchos quieren echar tierra y olvidar, seguramente por desconocimiento, y otros se avergüenzan de ella, en lugar de obtener experiencia para que nunca más vuelva a ocurrir algo semejante.
El Síndrome del Aceite Tóxico aparece en España en la primavera de 1.981. Se presenta como un brote epidémico que en pocas semanas alcanza la escalofriante cifra de más de 10.000 casos ingresados, 80 fallecidos y centenares de enfermos en unidades de cuidados intensivos. El número final de personas afectadas por esta intoxicación fue de cerca de 20.000, habiéndose registrado alrededor de más de 400 fallecimientos por causas directas de la enfermedad, de un total de 3.400 fallecidos registrados hasta la fecha. Los casos aparecieron inicialmente en Madrid, pero rápidamente se extendieron por la zona de Castilla-León y Castilla-La Mancha. La epidemia se extendió fundamentalmente hacia el noreste de España, llegando a afectar a 14 provincias. El perfil de las personas afectadas era del ámbito rural, o bien urbano, pero de las áreas limítrofes a las grandes ciudades. El brote tenía su asiento en familias de nivel socio-económico medio bajo y afectaba más a mujeres entre la tercera y cuarta década de la vida. La enfermedad se desarrolló en tres fases clínicas, claramente diferentes en el tiempo. La fase aguda se caracterizó por una afectación pulmonar y eosinofilia. Aproximadamente un 59% de los inicialmente enfermos evolucionaron hacía la fase crónica pasando por un periodo intermedio de manifestaciones clínicas donde paulatinamente se observó cómo la presencia de afectación del tubo digestivo, piel, hígado, vasos pulmonares y sistema nervioso componía un cuadro extremadamente complejo y desconcertante. La fase crónica se instauró en miles de pacientes que desarrollaron algunas de estas manifestaciones: Esclerodermia, polineuropatía motora y sensitiva, hepatopatía crónica, hipertensión pulmonar primaria y deformidades articulares debidas a contracturas por alteración neurológica, con mialgias y calambres intensos. Muchos pacientes fallecieron en cada una de estas fases, siendo los cuadros clínicos más severos los causados por la insuficiencia respiratoria aguda debida al edema pulmonar no cardiogénico durante la fase aguda, la hipertensión pulmonar y las tromboembolias mesentéricas y pulmonares en la fase intermedia y la insuficiencia respiratoria, con complicaciones infecciosas pulmonares, por atrofia muscular masiva durante la fase crónica. La lesión anatomopatológica se definió como una lesión vascular generalizada sin necrosis fibrinoide ni presencia de granulomas, seguida de fibrosis en casi todos los órganos. Aunque se probaron todo tipo de tratamientos, sólo la rehabilitación y la fisioterapia se probaron como eficaces en el tratamiento de las complicaciones osteoarticulares y neuromusculares.

La enfermedad fue definida por la OMS en 1983 como una nueva entidad clínica y se asoció al consumo de un aceite de colza desnaturalizado con anilina al 2%, desviado al consumo humano y vendido de forma fraudulenta.

Aunque inicialmente se pudo constatar en los aceites implicados, la presencia de compuestos derivados de la anilina en forma de anilidas de ácidos grasos, tuvieron que pasar varios años para que la investigación identificara la presencia de otros derivados de la anilina que resultaban de la unión de este compuesto con los mono, di y triglicéridos (fenil.-amino-propanodioles). Tras exhaustivos análisis, utilizando tecnología del tipo del HPLC-MS/MS, no disponible en los años 80, se pudo constatar que estos derivados formaban un subconjunto de cerca de 100 compuestos químicos diferentes. Además, estudios epidemiológicos combinados con análisis químicos de los aceites procedentes de las familias con casos y familias sin enfermos, demostraron que estos compuestos eran muy buenos marcadores del riesgo de enfermar y que, además, aparecían en unas determinadas partidas de aceite procedentes de un único circuito fraudulento de aceites, de entre todos los que por aquel entonces, se encontraban operando en las distintas partes de la geografía española. Rastreando esas partidas de aceite, se pudo poner en relación a todas esas partidas con una sola de las refinerías, lo que facilitó que la investigación centrara sus esfuerzos en la identificación de los problemas y procedimientos utilizados durante el proceso de refino de dicho aceite. Los trabajos llevados a cabo por laboratorios tanto americanos como europeos, pero sobre todo por el Instituto de la Grasa de Sevilla y por el CDI-CSIC de Barcelona, demostraron que la combinación de altas temperaturas durante la fase de desodorización del aceite y la aplicación del vacío en una fase de este proceso, eran claves para formar una eclosión de derivados químicos que nunca antes se habían producido en otras refinerías. En otras palabras, de una única refinería salieron partidas de aceite completamente diferente al que se vendía por el resto de España. Una amplia red de vendedores ambulantes se encargaría de llevar dicho aceite hasta las casas de los que más tarde se convertirían en enfermos. Esta red comercial dibujaba de forma muy específica lo que luego resultaría la distribución geográfica y temporal de los casos afectados.

A finales de los años noventa, estos conocimientos se habían estado alternando con la búsqueda de un modelo animal que sirviera de estudio para el análisis de los mecanismos de la enfermedad. De esta forma, se construyó un modelo de laboratorio del proceso de refino y el aceite resultante de dicho proceso fue utilizado en diversos modelos animales, variando especies de ratones y ratas, cobayas, gallinas, mini-cerdos, gatos y monos. A lo largo de estos estudios, se ha podido observar una gran variabilidad de la respuesta de los animales a un mismo aceite, pero sobre todo se ha podido constatar la diferente susceptibilidad genética para el desarrollo de eosinofilia en cepas de ratón Balb/c y niveles altos de IgE en Balb/c y DBA/2, frente a otros tipos de ratones con distinto perfil metabólico. Finalmente, los gatos y los monos han resultado ser los más sensibles a estos compuestos y específicamente han sido los monos (Macaca fascicularis) los que han desarrollado las mismas lesiones vasculares que los seres humanos. En la actualidad este estudio, está pendiente de ser replicado para poder contar con un mayor número de muestras biológicas sobre las que analizar mecanismos de actuación de los tóxicos.

En paralelo a lo que se iba desarrollando en la investigación química y toxicológica, combinadas con la epidemiología, se estudiaron diversos factores de susceptibilidad en humanos, tales como perfiles genéticos de encimas metabólicas, destacando que las mutaciones en el gen de la N-acetiltransferasa-2 resultaba ser un marcador de riesgo para enfermar, así como diversos microsatélites del cromosoma 6, en lugares cercanos a la expresión de los HLA. La fuerte evidencia clínica de que al menos la fase crónica de la enfermedad podría tener un componente autoinmune, condujo al desarrollo de varios estudios en busca de factores inmunológicos, que dieron como resultado la presencia del HLA DR2 como un marcador de riesgo para los pacientes que fallecían, la influencia de linfocitos TH2, demostrada a través de la expresión de sus interlekinas en los tejidos de los fallecidos, así como diversas proteínas del eosinófilo detectadas en las lesiones pulmonares agudas, sin que hubiera presencia de eosinófilos en los tejidos. Más recientemente, se incorporaron a la investigación del SAT las técnicas de proteómica, demostrando como un perfil proteico relacionado con la haptoglobina estaba asociado a la patología del SAT. En su conjunto, la incorporación de la más moderna tecnología al estudio del SAT, ha podido demostrar aspectos desconocidos de esta enfermedad que explican la diferente susceptibilidad de los pacientes. Una gran parte de estos trabajos han sido posibles gracias al desarrollo de un biobanco, que se puso en marcha en el año 1997 siguiendo los criterios del biobanco del CDC. Algunos de estos estudios desarrollados en humanos, han sido reproducidos en animales de laboratorio, como ratones, habiéndose podido constatar cómo se relacionan las anilidas de ácidos grasos y los derivados del fenil-amino-propanodiol en el metabolismo de un ser vivo.

Por su parte, la investigación clínica y epidemiológica del SAT, desarrollada en su totalidad en el seno de la unidad del Instituto de Salud Carlos III, cuenta con varios programas que van desde el estudio de la mortalidad y sus causas, el seguimiento de la cohorte, el análisis de la evolución clínica de los fallecidos, el control de todas las manifestaciones clínicas de la enfermedad y el estudio de nuevos eventos clínicos, tales como el hipotiroidismo, el síndrome del túnel del carpo y el aumento de la prevalencia de los factores de riesgo cardiovascular. Una gran mayoría de los pacientes actuales continúan con síntomas neurológicos, derivados de las secuelas de la afectación inicial.

El paso de los años ha ido reconduciendo las vidas de los pacientes. La mayoría se han ido adaptando a la situación de enfermos crónicos y han enfocado sus esfuerzos en garantizar un sistema de subsistencia adecuado. Otros, con una afectación menos severa, han podido reconducir de algún modo sus vidas y encontrar un trabajo adecuado a su situación. En su conjunto, los aproximadamente 17.000 pacientes vivos que quedan en la cohorte, cuentan con una media de edad de 64 años, lo que añade dificultades a sus vidas, pero también a los estudios clínicos que se ponen en marcha. A las consecuencias de la enfermedad se le añaden cada día nuevas patologías, en muchas de las ocasiones con prevalencias por encima de lo que les correspondería para su género, edad y estilos de vida. Esto añade esfuerzos de evaluación no siempre fáciles de llevar a cabo para intentar identificar lo que corresponde a la historia natural de la enfermedad y lo que no. Sin duda, estas familias han tenido una historia de sufrimiento en sus vidas, que la sociedad no debería olvidar aunque sólo fuera para que nunca más se pudiera repetir un problema similar, y la manera de no olvidar es devolverles con respuestas sociales e interés profesional, lo que en su día perdieron.

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