Los prejuicios frenan la integración social de los pacientes de salud mental
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Los prejuicios frenan la integración social de los pacientes de salud mental

El diagnóstico por una enfermedad o trastorno trae consigo estigmas y temor hacia los afectados, lo que dificulta la normalización social.

Reconocer que tienes una enfermedad es el principio de todo. Sin miedo, sin prejuicios, sin estigmatizar... Así debería cambiar el pensamiento y la noción de la sociedad ante un diagnóstico de enfermedad mental. Rompiendo el temor que produce el desconocimiento e informándose, ya que nadie es inmune a este tipo de trastorno en alguna etapa de su vida. Lo afirman desde la Confederación de Salud Mental España, recordando que hoy, 10 de octubre, se celebra el día mundial de esta patología.

Durante el año 2017, un total de dos millones de jóvenes en nuestro país tuvieron síntomas de trastorno mental, de los cuales solo la mitad solicitó ayuda. Con edades comprendidas entre los 15 y 29 años, estos pacientes mostraban distintos aspectos que perjudicaban a su salud mental. Por ejemplo, el abuso de las nuevas tecnologías, la violencia y abusos sexuales, discriminación, adicciones o acoso escolar. "En los últimos años se han desarrollado nuevos formatos de antiguas enfermedades, como la adicción -que ya existía-, pero no hacia el teléfono o los videojuegos", afirman las especialistas Dolores Mosquera y Paula Baldomir, del centro INTRA-TP.

Han cambiado, por tanto, algunas patologías, pero el concepto de la enfermedad sigue siendo el mismo. Al igual que lo es, también, el rechazo de la sociedad hacia las personas que la padecen. "Se hace un mal uso de la terminología porque la salud mental no está relacionada con la agresividad; debería haber una mayor sensibilización social", apunta Ana Villar, directora de la Asociación AISS Salud Mental. A la falta de este conocimiento, se suma el momento complicado en cualquier familia: el informe de un diagnóstico nada favorable para un miembro del hogar.

"Es un momento muy doloroso para los padres, una especie de sobrepeso que llega de un día para otro, sin avisar, y sin saber qué tienen que hacer", continúa Villar. Se trata de un proceso de aceptación duro, motivado, sobre todo, por el temor y por la culpabilidad. "Se les viene el mundo encima porque le adjudican -a su familiar- una etiqueta que los adultos no saben cómo abordar", insiste la directora de AISS.

EL ROL DE LA FAMILIA

Las nuevas adicciones están fomentando que muchos jóvenes desarrollen síntomas de trastornos. "Cuando un adolescente tiene un problema asociado a la salud mental, suele resultar abrumador porque, por desgracia, siguen siendo enfermedades poco conocidas. Los tabúes que giran sobre ella causan reacciones dolorosas en los hogares, desde la culpa a la ocultación de la patología", comentan las expertas de INTRA-TP.

La ignorancia hace que los padres se vean desbordados, llegando a proteger en exceso a sus hijos, algo que no les ayuda especialmente. "El papel de la familia es fundamental para lograr la integración, pero deben tener presente que no son los responsables de la situación. Ni siquiera pueden hacer nada por los suyos, más que darles cariño y afecto. Es importante que entiendan que los profesionales son las personas capacitadas para encargarse de los pacientes", afirma Villar.

"La familia debe funcionar como un pilar sólido para apoyar al joven, pero necesita ayuda profesional para entender lo que está sucediendo", insisten Mosquera y Baldomir. Villar, por su parte, subraya que "deben tener claro que su rol, ante una enfermedad mental, es el de proporcionar entendimiento".

Si hay otro sentimiento que acompaña al de querer ayudar, es la culpa. "Suele ser una de las respuestas más habituales. Los progenitores se plantean muchas hipótesis sobre todo aquello que podrían haber hecho diferente para que su hijo no sufriese esa enfermedad. De no trabajarse esta sensación, los padres pueden llevar actitudes inadecuadas como sobreprotección, distanciamiento o enfado", comentan desde INTRA-TP.

Las causas o detonantes de que esta enfermedad aparezca se divide en genéticas y ambientales: las primeras son heredadas; las segundas están basadas en experiencias vitales que se adoptan desde el nacimiento. "Dentro de estas últimas, se ha demostrado que vivir pérdidas, abandonos, violencia, situaciones de maltrato, faltas de cuidados... en los primeros años de vida, son factores de riesgo determinantes parar el desarrollo de diversos trastornos en la adolescencia o edad adulta", aseguran Mosquera y Baldomir.

VIDA "NORMALIZADA"

Es vital que los pacientes tomen conciencia de la enfermedad que tienen, aunque no sea fácil asumirlo. "Cuando toman conciencia es cuando consiguen integrarse en la sociedad. A eso hay que sumarle que, si llevan las pautas adecuadas con su medicación, no tendrán descompensaciones ni recaídas, por lo que no será necesario el ingreso en ningún centro psiquiátrico", afirma la directora de AISS.

"Pueden tener una vida plena pese a la enfermedad", insiste Villar. Una vida marcada por medicamentos y pautas, pero "una vida normal sin agresividad". Así lo marca la teoría, pero en la práctica, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) no es todo igual. Esta institución prevé que la salud mental será la mayor discapacidad mundial en 2030.

La OMS habla también de pobreza al referirse a los trastornos mentales, ya que, según afirman, debido a la estigmatización y discriminación que sufren los pacientes, se les niegan derechos económicos, sociales y culturales y se les imponen restricciones al trabajo y a la educación. Incluso, continúan, se les niegan derechos civiles y políticos como el de contraer matrimonio y formar una familia.

Aún queda mucho por hacer. "Es importante que los padres y pacientes entiendan que no son "bichos raros". El resto de la sociedad tiene que mirar con otros ojos", insisten desde INTRA-TP. "No hace falta aislar a una persona con una enfermedad mental. Hay que ofrecerle la misma vida que tenemos nosotros", concluye Villar.

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