Sistemas planetarios, congresos científicos, vuelos intercontinentales, y la globalización

David Barrado y Navascués

Extraño título… De lejanos sistemas planetarios, situados a cientos de parsecs, hasta la política y la economía del nuestro, la Tierra.

Es domingo a mediodía. Me encuentro en Santiago de Chile, en una bonita habitación en uno de los sectores más elegantes de la ciudad. Es muy americana, con gigantescas camas y muy espaciosa. Puedo trabajar sin problemas, con conexión a Internet (si pago). Casi podría celebrar una fiesta. La decoración me recuerda a la de tantas otras habitaciones. Incluso diría que las sillas, metálicas y de color verde, ya las he visto en otro país, en otro continente. Es uno de los poderes de la globalización, empieza a ser todo lo mismo, comienza a ser difícil distinguir un sitio de otro. Cuando llegué a Santiago por primera vez hace 11 años, me asaltó una familiaridad inesperada: ciertas partes me recordaban a Madrid. Pero era por la obvia afinidad cultural. Ahora los lugares, las costumbres se parecen casi por imposición, por eliminación de opciones más complejas, más enriquecedoras.

Mi familia y muchos de mis amigos piensan que la vida del investigador está llena de “glamour” (barbarismo nefasto donde los haya, al igual que el concepto). Viajes, ciudades, gente interesante, descubrimientos científicos… Y, aunque es verdad que en muchísimas ocasiones disfruto tanto de mi trabajo en mi despacho como de los viajes, en otras muchas es agotador y poco me aportan desde el punto de vista personal. En ciertos momentos solo mi compromiso con mi proyecto me empuja a continuar. Pocas personas pueden imaginarse la desazón que produce en despertarse en una habitación de hotel y no recordad en qué ciudad se encuentra uno. O el estrés presente cuando se regresa a casa para, casi sin solución de continuidad, rehacer el equipaje y salir hacia otro destino. Y son experiencias que me han ocurrido en más de una ocasión. Sí, hacer ciencia se paga con un precio. Tal vez sea éste sutil; ciertamente para muchos de nosotros merece la pena. Pero hay muchas cosas que se dejan de hacer. Mismamente, simultáneamente a mi presentación, mi estudiante Amelia estará defendiendo su Diploma de Estudios Avanzados, antiguamente denominado tesina, y yo estaré a 10,000 kilómetros. Supimos la fecha de su defensa hace pocos días, que pone la universidad, cuando yo ya estaba comprometido con el congreso y los billetes de avión comprados. Y realmente lamento no estar con ella, en un momento de cierta relevancia en su vida académica.

En cualquier caso, heme aquí trabajando, ultimando la charla que daré mañana en un congresos sobre búsquedas de sistemas planetarios. En realidad llegué ayer, después de 13 horas de vuelo. Pero, en esta ocasión, fui afortunado. No sé el porqué, pero los hados me sonrieron y después de facturar, al hacer una consulta, me cambiaron el asiente y me pasaron a la clase “business”. Cortesía de Iberia, que agradezco profundamente. Desde luego, no tiene nada que ver con la clase “turista”. Especialmente para una persona tan alta como yo. Siempre es incomodo volar, pero en un vuelo tan largo es un suplicio. Suelo llegar agotado física e intelectualmente, incapaz de hacer ningún trabajo, de concentrarme, durante uno o dos días. Ayer, por el contrario, realmente pude dormir en el avión y ponerme a trabajar al llegar. Y por la tarde pude salir a cenar con unos amigos. Desgraciadamente, la inmensa mayoría de los científicos tenemos que viajar en clase “turista”, independientemente de nuestra altura y del riesgo que se pudiera correr por pasar tantas horas recluido en un pequeño cubículo, doblado en tres trozos.

El congreso promete ser muy interesante. Han venido algunos de los mejores especialistas del mundo. Serán cuatro días muy intensos durante los cuales se presentarán nuevos resultados, se discutirán otras más antiguos que siguen generando controversias y se planearán nuevas preguntas, nuevos retos. Nuevas colaboraciones empezarán aquí, algunas antiguas se podrán romper por desacuerdos… somos, también, humanos. Un planteamiento que ha permitido atraer a tanta gente ha sido que no se ha separado el Sistema Solar del resto de los sistemas planetarios: se trata al Sol y a su cohorte de planetas, cometas y asteroides como un caso más. Mejor estudiado, pero uno de los múltiples escenarios. Así, revisaremos los mecanismos teóricos y las observaciones sobre los inicios de los sistemas planetarios; debatiremos sobre las observaciones de la rica fauna de planetas, más de doscientos con características extraordinariamente diversas, realizadas hasta ahora. Finalmente, examinaremos las estrategias para alcanzar el santo grial: la detección de un planeta similar al nuestro más allá del Sistema Solar. Algo que ahora parece un sueño, pero que tal vez esté mucho más cerca temporalmente de lo que pensamos.

Imagen tomada por nuestro equipo con el telescopio espacial Spitzer y el instrumento MIPS, en el rango de las 24 micras (el ojo humano ve entre 0.4 y 0.8 micras aproximadamente). Se pueden apreciar varias estrellas muy brillantes, entre ellas el sistema múltiple de lambda Orionis en el centro y varias secciones de burbujas que han sido posiblemente originadas por el viento estelar de estas estrellas masivas. Además, señalamos la localización de los miembros del cúmulo que poseen emisión en este rango de longitudes de onda, resultado de la presencia de discos circunestelares.

Por mi parte, hablaré en representación de mi equipo sobre los primeros pasos de la formación de un sistema planetario en estrellas y enanas marrones que pertenecen al cúmulo abierto de Lambda Orionis, la Cabeza del gigante Orión. Durante los primeros millones de años hay una rápida evolución de los discos que circundan los objetos de baja masa. El mecanismo no se comprende, pero la escala temporal puede ser mucho más rápida que lo pensado hasta este momento, y este cúmulo, de unos cinco millones de años, que venimos estudiando desde hace ocho años y del que ya disponemos de una ingente cantidad de datos, nos puede proporcionar unas claves esenciales para comprender la formación y evolución de los sistemas planetarios, y el efecto que una estrella muy masiva presente en las proximidades, pueda tener sobre los mismos.

Notas: 1 parsec son 3.27 años o 10 billones de kilómetros (1013 km)

ENLACES:


Página principal del “Cuaderno de Bitácora Estelar”

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12 comentarios

  1. Me ha gustado esta historia, me recuerda tanto a lo que a veces pienso sobre ello, y eso que aún no he empezado a viajar mucho. Te ha faltado comentar el nuevo "coñazo" de cada vez que coges un vuelo: el control de seguridad y no poder llevar líquidos, algo que a mí, personalmente, me saca de quicio.

    Enhorabuena por tus resultados científicos (algunas cosas me suenan… no sé si sabes que compartí piso con Jose A. Caballero casi 3 años) y por tu dedicación al blog. Hace sólo un par de días varios compañeros del IAC nos preguntábamos cómo podéis sacar el tiempo para actualizar el blog casi a diario. ¡Felicidades!

    Un abrazo

    Ángel R. López-Sánchez

    http://angelrls.blogalia.com

  2. Graciás por tus palabras.

    Los de los controles es, desde mi punto de vista, inaceptable. Pero no puedo hacer otroa cosas que gruñir bajito cuando cruzo el control. No es culpa del guardia de seguridad.

    ¿Cómo lo hago? Ciencia, burocracia (lo que come más tiempo), la bitacora, mi vida privada…e s sencillo: no duermo 😉

    En realidad es cuestión de organización.

  3. Espero que nos comentes por aquí las conclusiones de ese Congreso, que tiene una pinta interesantísima.

    Una agradecida estudiante de Física 😉

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