Son los que son.
Apacibles, pacientes, divagando en pequeños rebaños por el recinto ajardinado, vedlos. O mejor, escuchadlos:
mugen difusa ciencia, comen hojas de Plinio y de lechuga, devoran hamburguesas, textos griegos, diminutos textículos en sánscrito, y luego fertilizan la tierra con clásicos detritus: alma mater.
Si eructan, un erudito dictum perfuma el campus de sabiduría.
Si, silentes, meditan, raudos, indescifrables silogismos, iluminando un universo puro, recorren sus neuronas fatigadas. Buscan -la mirada perdida en el futuro- respuesta a los enigmas eternos:
¿Qué salario tendré dentro de un año? ¿Es jueves hoy?
¿Cuánto tardará en derretirse tanta nieve? |
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