Hans Magnus Enzensberger
(Kaufebeuren, Alemania 1929)
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IGNAZ PHILIPP SEMMELWEIS 1818-1865
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En todas sus palabras y acciones había una bondad suprema. Viena. Casa de Maternidad, la mayor del mundo. ¡Qué ocasión tan estupenda poder diseccionar cada mañana los cuerpos aún frescos de mujer en el depósito de hospital! Con una constancia más que excepcional hacía sus extrañas indagaciones. Era bastante calvo, ingenuo como un niño, y rechoncho más bien.
La gran mortandad, que se situaba entre el dieciocho y el treinta y seis por ciento, dejó para siempre en su alma una huella imperecedera. Pero antes había bailado czardas en los saraos como un torbellino de puro placer, con una fiebre tal de aquellas noches, que tres veces cambiaba la camisa. Pero fue más tarde cuando le acosaron aquellas crisis de melancolía que hacen la vida poco apetecible.
Criterios de facultativos destacados sobre los orígenes de la fiebre (mortal) del parto. Entre otros muchos: crasis sanguínea, efluvios y malos influjos de los frutos muertos, miasmas y escasa ventilación, cercanías de letrinas y pudrideros, contención láctica, ciertas implicaciones de índole cósmica o telúrica. Cábalas, en suma, más o menos supersticiosas. De cierto nada estaba claro, nada era seguro, excepto el número de muertes.
Provinciano ensimismado, un auxiliar eventual, un poco tímido. Y repito a todas las facultades médicas del mundo: ¡Estáis difundiendo el error!
¡Es el aire apestado, es el necrótico veneno, la úlcera infecta, purulenta, el foco gangrenoso, los restos adheridos de carroña putrefacta, son los paños, las vendas y esponjas malolientes, son las cucharas, son los fórceps, las tijeras y las sucias jofainas;
es el dedo untado, los toques internos de la mano necrófila! ¡Sí, señores, es la mano del médico lo que mata! Una onza de cal de cloro, una solamente, vertida en un cubo de agua, ya basta para erradicar la ola de muertes criminales, y miraba a menudo sus propias manos, manos gordezuelas y mañosas, y de pronto, rompiendo en sollozos, incapaz de contenerse, debía interrumpir laclase.
Se convocan diversas comisiones y nada ven. Algunos ríen incluso. La tesis imperante impera. Se sigue muriendo en hospitales. Sépticas son las armas mafiosas: informe untuoso, rescripto reseco, falsa estadística, agrio silencio, anquilosante. ¡De la masacre que veis, señor ministro, vos sois el cómplice! Y escribe, furioso de indignación por la hostilidad de que fue objeto.
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