Es para mí todo un honor recibir hoy este galardón, cuyo nombre me trae recuerdos de mi más tierna infancia, pues repetidas veces oí mencionar a mi abuela la frase de "qué mal hablas, niña, si Julián Marías te oyera...".
Este premio es un reconocimiento a un esfuerzo y unos resultados que no hubieran sido posibles sin la guía y el apoyo de maestros que han marcado mi trayectoria académica, y quisiera resaltar aquí nombres como el de Fernando Gómez Redondo de la Universidad de Alcalá de Henares, o Luis Girón de Harvard. Pero entre todas estas personas, quiero agradecer especialmente su labor a mi padre, que orientó mi carrera desde el principio con su propio ejemplo.
La movilidad y la internacionalización han ido curtiendo mi perfil tras el paso por instituciones como la UCM, el CSIC, la UAH o la UNED en España hasta Harvard en USA, la UNAM en México, Bonn o King’s College en Londres. Además, he tenido el honor de poder formar parte de comités ejecutivos de asociaciones internacionales como la Alliance for Digital Humanities Organizations, el Scientific Advisory Board de a infraestructura Europea de investigación CLARIN.EU, o la Österreichische Akademie Wissenschaften en Viena.
Tecnología y humanidades tienen que ir hoy más que nunca de la mano. La propia historia de la ciencia nos ha demostrado que ambas disciplinas han tenido siempre puntos de encuentro
Mi trayectoria ha ido evolucionando, al igual que el momento actual en el que vivimos, hacia la disrupción tecnológica, pasando de las filologías más puras con el Primer Premio Nacional de Licenciatura en Filología Hispánica y Clásica y Premio Extraordinario de Doctorado en Filología Hispánica, hasta las humanidades digitales, con dos grandes hitos, la fundación del Primer Laboratorio de Innovación en Humanidades Digitales en el ámbito hispanohablante y la obtención del proyecto de investigación ERC Postdata dedicado a la aplicación de tecnología al análisis de la poesía y financiado por la Comisión Europea con 1.5M€.
Tecnología y humanidades tienen que ir hoy más que nunca de la mano.
La propia historia de la ciencia nos ha demostrado que ambas disciplinas han tenido siempre puntos de encuentro. No es paradójico el hecho de que el primer tratado sobre programación fuera escrito por Ada Lovelace, la hija del poeta Lord Byron.
Estamos en un momento en el que la inteligencia artificial está cambiando el mundo. Ya basta con sonreír al móvil para que nos reconozca como su dueño sin necesidad de meter una contraseña. Las máquinas hoy día son capaces de ver mejor que las personas y pueden distinguir a dos gemelos o detectar un tumor en una radiografía, pero paradójicamente uno de los retos más complejos es conseguir hacer hablar correctamente a los robots y que nos entiendan. Este es el nuevo horizonte para el investigador en filología hoy. Hemos pasado de la época en que las llamadas "nuevas tecnologías" eran una herramienta para trabajar en humanidades y nos encontramos ante un nuevo paradigma en el que se abren oportunidades y áreas aún inexploradas donde la tecnología es el propio objeto de la investigación. Este hecho no ha pasado desapercibido para las grandes empresas tecnológicas como Google, que en la actualidad es uno de los mayores empleadores de lingüistas y filólogos.
Hago estas reflexiones año y medio después de haber salido de la universidad pública española, donde hay mucho talento científico y muy poca motivación para cultivarlo, incentivarlo y retenerlo. En esta aventura posterior que no ha tanto tiempo que he emprendido, las cosas se desarrollan a otra velocidad: he llevado el área de inteligencia artificial en Indra y me he convertido en la Directora General de Europa de una startup tecnológica: CoverWallet, cuyo fundador procede también de la investigación. Desde esta nueva perspectiva hoy veo el valor que un perfil científico aporta en este mundo de acción en el que la impronta humanística y académica es hoy más que nunca necesaria en todos los ámbitos.
