Que sean mis primeras palabras para manifestar mi alegría y enorme satisfacción por este gran premio que avala una carrera, una trayectoria, desgraciadamente ya con mucho pasado. Cierto que hubiera preferido que me dieran el premio a los investigadores jóvenes, que tienen un brillante futuro por delante, pero esa oportunidad ya pasó, y sospecho que dada la brillantez de los actuales, jamás me lo habrían concedido.
Hubiera preferido que me dieran el premio a los investigadores jóvenes, que tienen un brillante futuro por delante, pero esa oportunidad ya pasó, y sospecho que dada la brillantez de los actuales, jamás me lo habrían concedido
Mi alegría también por el titular del premio, que entiendo es un homenaje, no tanto a nosotros, como a Julian Marías.
Conocí a Julian Marías hace muchos años, al comienzo de mi carrera académica, allá por 1969 o 1970. Estaba realizando entonces mi primera tesis doctoral sobre Julián Besteiro. Y supe que Julian Marías le había acompañado en los últimos días de la guerra civil, en un Madrid sitiado, antes de la entrega de la ciudad, cuando Besteiro malvivía en los sótanos del Ministerio de Hacienda desde donde le hablaba por radio a los madrileños para animarles a la reconciliación, unos madrileños a los que había representado siempre en el Congreso y a los que no quiso abandonar en horas duras. Conducta heroica y ejemplar, la de los dos, la de Marías y la de Besteiro, y muy valiente en aquel contexto. De modo que Marías me acompaña al comienzo y al final de mi carrera.
Le admiré entonces, y le he admirado después como un gran ensayista, también un gran sociólogo, por cierto. Recuerdo haber comentado con Robert K. Merton, el sociólogo más citado durante casi medio siglo, quien me indicó que sólo había comentado a tres españoles: Ortega, por supuesto, Juan José Linz, un gran politólogo, y Julian Marías.
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Y un largo capítulo de gracias a todos los que han hecho esto posible.
En primer lugar, mi agradecimiento a la Comunidad de Madrid y al jurado que me concedió del premio, jurado secreto (lo que es muy inteligente y astuto) al que doy las gracias desde aquí.
A la Real Academia de CC Morales y Políticas, que me propuso para el premio. Y singularmente a los colegas de la Academia que enviaron cartas de recomendación.
Y de moda marcado a las instituciones, madrileñas sobre todo, que me han dado cobijo durante estos años.
A la UCM, en la que llevo ya más de 50 años. Termine la licenciatura en Derecho en mayo de 1968, fecha mítica, hace pues ya medio siglo, y no la he abandonado (ni ella a mí) desde entonces.
A la Universidad de California, donde me formé como sociólogo con profesores extraordinarios como Jurgen Habermas o Aaron Cicourel, y donde obtuve mi segunda tesis doctoral.
El Instituto Universitario Ortega y Gasset, del que fui director, casi diez años, y donde tuve de nuevo la oportunidad de re-encontrar a Julián Marías.
Y finalmente al Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y a mis colaboradores en él, donde llevo ya casi quince años.
Pero sobre todo a la principal institución, que me ha dado mucho más que cobijo.
A mi familia, mis hijos, y sobre todo a mi esposa.
Gracias Paloma, y perdón por todas las horas robadas a la familia para trabajar.
Que tengo la seguridad que es mi único mérito.
El esfuerzo no es negociable, dice mi filósofo de cabecera, el cholo Simeone.
Muchas gracias.
