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Autor
Xavier Pujol Gebellí

España debe subirse al tren de la historia

El tren de la historia de la investigación acaba de detenerse en la estación 'g' de genómica. Es un pequeño parón, simplemente destinado a sumar nuevos viajeros. España tiene ahí una oportunidad, aunque sea en vagones de segunda o tercera o incluso en el furgón de cola. Pero debe tomar una decisión: hay tiempo para subirse a un tren que lleva al futuro pero alguien debe pagar el billete.
El Proyecto Genoma Humano avanza cada vez a mayor velocidad. De vez en cuando, sin embargo, se detiene para dar a conocer sus logros. En esta ocasión ha sido para anunciar el desciframiento completo del código genético, un hito que llega dos años antes de lo previsto y que confirma que el camino iniciado en 1990 está llevando a puerto. Francis Collins, el director del Instituto Nacional de Investigación del Genoma Humano en Estados Unidos, y uno de los puntales de la apuesta pública para dar un vuelco total a la historia de la medicina y parcialmente a la de la biología, lo dijo el pasado 15 de abril: "Es un día de significación histórica, acabamos de publicar la primera edición del libro de la vida".

No son, en absoluto, palabras vacías. Aunque los genes son todavía poco útiles para descifrar el impacto de muchísimas enfermedades y a pesar de que aún dan pocas pistas sobre cómo elaborar un fármaco específico, el concepto, que es lo que cuenta, está suficientemente solidificado como para que, en el fondo, todo quede reducido a una cuestión de tecnología y de tiempo. La primera, para extraer toda la información precisa y rescribir lo que la observación y la clínica ha ido catalogando a lo largo de la historia. Nadie duda, en este sentido, que habrá que reclasificar las enfermedades de acuerdo con el gen, la proteína o los complejos biológicos y con el entorno a las que están asociadas. El segundo, el tiempo, es imperativo por las imperfecciones tecnológicas y de conocimiento. La nueva aproximación debe impregnar no sólo la comprensión de la enfermedad, sino también de la salud, además de la ética, los negocios y el papel de los humanos en relación con nosotros mismos y con nuestro entorno y nuestra historia evolutiva.

EL PAPEL DE ESPAÑA

¿Qué papel puede jugar España en este contexto? ¿Qué intervención se le puede pedir cuando un solo centro, el que dirige Collins, cuenta con un presupuesto de 3.000 millones de euros? ¿Hay alguna posibilidad de hacer algo? Una respuesta realista nos aleja sin ningún atisbo de duda de las grandes locomotoras: Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Francia, Japón y China. Una respuesta en exceso resignada nos situaría en el pelotón de mirones, aquellos que ven pasar el tren a gran velocidad y que compran, a precio de oro, la paquetería que trae consigo. Sin embargo, y sin caer en la tentación del maximalismo, pudiera haber la posibilidad de caminos de en medio que nos permitieran subirnos aunque fuera con el tren en marcha y apretujados sin comodidad alguna.

El gobierno español, encabezado por José María Aznar, anunció esta intención poco después de que Science y Nature publicaran los primeros borradores del genoma humano, en junio de 2000. Quien sabe si por la presión mediática, la exigencia social o el planteamiento de la comunidad científica o las tres cosas a la vez, el caso es que se hizo pública la intención de invertir en esta área para no dejar pasar de largo, de nuevo, el tren de la historia. Puesto que no se había participado en la primera fase, vino a decirse entonces, había que tratar por todos los medios de estar en la segunda, en la que se definirían las posibles aplicaciones. Se dijo, y era cierto, que ésta es la "fase de verdad" y que había tiempo y posibilidades de participar de ello.

La realidad, como suele ocurrir en España cuando se habla de ciencia, incluso si es desde el más alto nivel, nos ha devuelto a las medias tintas. Cierto es que algo se ha hecho. Pero con tanta lentitud y tanta timidez que el esfuerzo, además de insuficiente, acabe llevando a ninguna parte.

AUTOCRÍTICA NECESARIA

En este punto conviene recordar lo prometido y contrastarlo con lo efectuado. Este ejercicio de autocrítica debiera servir para que el gestor y el político, pero también el científico y el empresario, y si apuramos, incluso el ciudadano, tome conciencia de dónde estamos y de dónde podríamos estar.

La comunidad científica empezó a apercibirse de que podría quedarse literalmente fuera del Proyecto Genoma Humano sobre 1997. Fue entonces cuando, con el apoyo posterior de la ya desparecida Oficina de Ciencia y Tecnología dirigida por Fernando Aldana, empezó a plantearse una Acción Estratégica de cuatro años de duración y un presupuesto global de unos 2.000 millones de pesetas, sirviera para que la ciencia española simplemente se posicionara en este sector. El dinero previsto, concretado en 1998, no daba para más.

La Acción, sin embargo, jamás se ejecutó. Estuvo cerca de tres años guardada en un cajón y, cuando se desempolvó, fue para redactar una nueva acción, en este caso denominada 'especial', ya con el Ministerio de Ciencia y Tecnología en marcha. Esta acción especial, anunciada a bombo y platillo, se complementó con el anuncio de instrumentos para la promoción de la genómica y una cuantiosa inversión de 26.000 millones de pesetas en tres años.

De nuevo, la realidad. Si la inversión, equivalente a unos pocos kilómetros de autopista o a los fichajes estrella del Madrid galáctico, hubiera consistido en dinero fresco, otro gallo hoy nos cantaría. En lugar de dinero fresco, lo que hubo fue una simple recomposición de bases de datos: cualquier proyecto que incorporara la investigación genética en sus múltiples variedades y que ya se venía pagando a través de las convocatorias competitivas convencionales, pasó a ser considerado como inversión en genómica.

Así se consiguió sumar cerca de 8.000 millones de pesetas por año dedicados a esta área. Y así se argumentó como inversión del país. Pero sólo mil de esos millones se podía considerar dinero adicional. Y se destinó a una acción especial para grupos integrados que solicitaron, en conjunto, una suma superior a los 12.000 millones. La resolución de la convocatoria tardó casi un año en llegar. Y su pago, dos años después, sólo se ha solventado al 50%. El resto está pendiente de la solución que se adopte para los fondos FEDER.

LO ÚNICO POSITIVO

Como única nota positiva en estos últimos tres años destaca la puesta en marcha de la Fundación Genoma España. Aunque apenas lleva seis meses andando y su presupuesto ronda los 8 millones de euros (cantidad a todas luces insuficiente), objetivamente se trata de la única propuesta claramente enfocada a tratar de vehicular las muchas carencias que existen en España.

Desde la Fundación, dirigida por José Luís Jorcano, se están emprendiendo acciones que, en parte, recogen las reclamaciones de la comunidad científica en esta materia. Ramón Marimón, el anterior Secretario de Estado de Política Científica y Tecnológica, reunió a los principales investigadores en genoma humano, de microorganismos y vegetales, para conocer sus necesidades y tratar de plantear un plan de acción.

En resumen, lo que los investigadores demandaron fueron infraestructuras científicas y plataformas tecnológicas, formación, sistemas de información y participación en proyectos internacionales. Entendían que la inversión debía dedicarse, en definitiva, a construir cimientos en lugar de subvencionar proyectos de investigación concretos, puesto que los recursos se adivinaban precarios.

Las respuestas a estas demandas no han venido de Ciencia y Tecnología, que parece haber delegado toda responsabilidad, sino de la Fundación Genoma, que está tratando de coger el toro por los cuernos. Sus propuestas son: acuerdo de colaboración con Genome Canadá, la institución que se está mostrando más activa en estos momentos en el concierto internacional en el desarrollo de aplicaciones genómicas; el desarrollo de un centro virtual de bioinformática y el anuncio de otro centro, probablemente nodal, dedicado a genotipación. En paralelo, está tratando de 'captar' empresas interesadas en el sector, definir mecanismos de transferencia de tecnología y participación en proyectos de calado internacional, como la segunda fase del HAP MAP, el gran proyecto de identificación de regiones del cromosoma asociadas a enfermedades.

La labor de la Fundación y las pocas acciones desarrolladas (se constituyó oficialmente en septiembre de 2002) dan idea de la voluntad. Si ésta se hubiera puesto en marcha hace tan sólo tres años y se hubiera dotado económicamente con fondos suficientes, ahora estaríamos hablando en otros términos mucho más favorables. Quizás todavía estemos a tiempo de encarrilar la situación y el sistema recupere la credibilidad ahora dañada. Pero para ello es imprescindible una acción decidida. Si no se toma, pasará como otras veces: que habremos comprado un billete poco apropiado para el tren que queremos tomar.

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