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La Razón

¿Por qué se está quedando el mundo sin nubes?

Si siguen aumentando los niveles de CO2 desaparecerán los estratocúmulos y la temperatura global podría aumentar 8ºC, con consecuencias catastróficas.

En el interior de la Antártida, enterrados a unos 150 metros de profundidad bajo el suelo helado, yacen secretos valiosísimos sobre cómo fue el pasado y quizás sobre cómo será el futuro.

Allí, equipos de científicos internacionales se afanan en extraer cuidadosamente catas de hielo profundo, cilindros cristalinos donde ha quedado registrada durante milenios la actividad atmosférica del planeta. Los restos de plancton, las burbujas de aire, las semillas y pólenes fosilizados bajo el permanente y eterno hielo son testigos de la evolución del clima. Y, la lectura forense de las pruebas arroja una dramática historia de la vida. En los estratos que recogen la información de hace unos 56 millones de años aparece la huella inequívoca de una catástrofe ambiental sin precedentes: de las más de 60 especies de microorganismos y plancton que se encuentran en etapas más recientes, se pasa, como de la noche a la mañana, a menos de 17.

Hace 56 millones de años, la vida estuvo a punto de extinguirse y la culpable parece ser una variación drástica en las condiciones gaseosas de la atmósfera: grandes cantidades de CO2 invadieron el aire, el océano se calentó y acidificó y las temperaturas globales crecieron repentinamente. La vida casi sucumbe a un cambio climático global. ¿Les suena de algo? Los paleontólogos conocen bien el proceso. Lo llaman Máximo Térmico Paleoceno-Oleoceno, un breve periodo de temperaturas extremas (de unos 200.000 años) que modificó la actividad de toda la vida terrestre: la temperatura media del planeta aumentó 6 grados, el mar se volvió inhabitable para la mayoría de las especies. En Tierra, los mamíferos más grandes migraron en busca de lares más fríos en el hemisferio Norte, las especies se hicieron más pequeñas para sobrevivir mejor, la vegetación perdió frondosidad y las grandes sequías redibujaron el paisaje planetario. Pero lo más sorprendente de todo, quizás el dato más escalofriante y aún no conocido por completo del último gran cambio climático global padecido en la Tierra es que el planeta se quedó sin nubes. Los científicos llevan décadas haciéndose dos preguntas perturbadoras sobre el clima de nuestro hogar planetario.

La primera es por qué cuando las condiciones atmosféricas cambian lo hacen tan drásticamente: cuál es el gatillo que, una vez activado, convierte al apacible y habitable clima planetario en un infierno de consecuencias irreversibles y evolución velocísima. La segunda es si ese gatillo lo estamos pulsando de nuevo ahora. La respuesta a esas dos preguntas puede estar en las nubes. Peor aún, en su ausencia. Contar nubes se ha puesto de moda (y no por lo que usted está pensando). Esta misma semana, un artículo científico publicado en la revista Nature Geoscience ha hecho saltar ciertas alarmas. Según sus autores, expertos del Jet Propulsion Laboratory y del Instituto Tecnológico de California, entre los posibles escenarios futuros derivados del cambio climático global podría encontrarse la pérdida de todos los estratocúmulos que cubren el cielo en la actualidad: la desaparición de las nubes. Para que eso ocurriera, deberían triplicarse los niveles actuales de C02 en la atmósfera, algo que parece poco probable, pero no imposible. Un mundo con menos nubes significará un mundo más caliente y, lo que es peor, un mundo que se calienta más rápidamente: como el de hace 56 millones de años.

A medida que el carbono se acumula en la atmósfera, rompe el equilibrio de las nubes conocidas como estratocúmulos que ayudan a enfriar el planeta. Este tipo de nubes cubren el 20% de los océanos de latitudes bajas y son especialmente frecuentes en los subtrópicos. Su sombra bloquea grandes porciones de la superficie terrestre de la luz solar, lo que contribuye a enfriar el planeta. Pero con esas nubes fuera de la ecuación, la Tierra podría experimentar un rápido aumento de la temperatura global de hasta 8ºC. Específicamente, los nuevos cálculos muestran que una vez que las concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera alcancen aproximadamente 1.200 partes por millón (PPM), hoy estamos en unas 410 PPM, las nubes desaparecerán y el mundo se calentará rápidamente, imitando el histórico evento de extinción masiva de hace 56 millones de años. Lo cierto es que ya empezamos a apreciar algunas variaciones sutiles en el patrón de formación de nubes terrestres.

Según algunos cálculos, existe una relación entre el calentamiento global y los cambios en las trayectorias de las nubes, cuya naturaleza durante mucho tiempo se le ha escapado a la ciencia. La cobertura nubosa ha mermado en la zona tropical al menos un 13% en los últimos 25 años, con relativo aumento de la absorción de radiación solar y reducción de las emisiones de infrarrojos al espacio.

Dicho de otra manera, las nubes son una suerte de manto que, en lugar de calentar, enfrían. Primero, porque tamizan la cantidad de radiación solar que llega a la Tierra; y segundo, porque regulan la pluviosidad. Desde hace más de 10 años se ha observado un cambio sutil en el reparto de las masas nubosas. Las nubes de tormenta parecen acumularse en zonas más cercanas a los polos mientras que las zonas subtropicales están cada vez más extendidas. Los trópicos se ensanchan. Algunas previsiones incluso advierten de que la zona tropical podría crecer hasta latitudes más al Norte que la Península Ibérica. Pero el estudio publicado esta semana ha despertado una agria polémica científica. Muchos expertos han acusado a los autores de extraer conclusiones globales con un estudio demasiado local. Se ha analizado la evolución de las nubes en un parche muy pequeño del cielo. No existe ninguna certeza de que los datos se puedan extrapolar al clima de toda la Tierra.

Los trabajos actuales se basan en el uso de herramientas de inteligencia artificial para tratar de desentrañar el complejo mecanismo de interrelaciones entre el aumento de la temperatura, la caída de densidad de las nubes y el consiguiente aumento aún mayor de las temperaturas. El círculo vicioso del clima sigue siendo un misterio. Incluso con los más potentes ordenadores del mundo, carecemos de potencia de cálculo suficiente para procesar toda la información necesaria para simular futuros escenarios de nubosidad. Es evidente que algo le pasa a nuestras nubes, pero no sabremos cuán grave hasta que no recopilemos más datos, muchos más datos, sobre ellas.

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