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Autor
Xavier Pujol Gebellí

¿Se atreverá con el salto?

Hace unos pocos días, y nunca mejor dicho, saltaba a los medios de comunicación la noticia de un paracaidista dispuesto a lanzarse en paracaídas desde 38.000 metros de altura. Aventura, negocio y ciencia se mezclan en lo que no pocos dudan en llamar disparate.
Para batir el récord del mundo de salto en paracaídas hacen falta como mínimo cuatro cosas. La primera, disponer de un artilugio capaz de elevarse hasta más allá de los 32.000 metros de altura, actual plusmarca mundial, algo que podría lograrse sin mayor problema adaptando un globo aerostático; la segunda, contar con un traje presurizado, muy similar al de un astronauta, que pueda soportar las condiciones extremas de temperatura y radiación a esa altura; la tercera, un saltador, alguien con el temple y la decisión suficientes para dejarse caer desde "ahí arriba" y tirar de la anilla del paracaídas en el momento oportuno. La cuarta y última es el dinero. En concreto, cerca de tres millones de euros.

Miguel Angel García, un economista nacido en Madrid hace 47 años, es "ese alguien". Actualmente, García ejerce de instructor de paracaidismo en una empresa de su propiedad y confiesa que de pequeño soñaba con ser astronauta. El sueño jamás se hizo realidad, pero desde hace cuatro años acaricia la idea de, cómo mínimo, subirse hasta la estratosfera, a 38 kilómetros de altura, y descender en caída libre ni más ni menos que 34 y los restantes con la única compañía de un paracaídas circular. Si lo consigue, será el mayor salto de la historia, superando en 6.000 metros el anterior récord mundial que ostenta el coronel de aviación norteamericano James Kittinger desde el ya lejano 1960. El día "d" está fijado para dentro de un año, tiempo necesario para asegurar la financiación y para ultimar detalles técnicos y de entrenamiento.

García cree que puede lograrlo. De hecho, está absolutamente convencido de ello. "No es una locura", repite a quien le pregunte. Razón tal vez no le falte. Los saltos de altura no son infrecuentes, sobre todo en prácticas militares, aunque no se dan, por supuesto, desde esas alturas. Los intentos desde la estratosfera pueden contarse prácticamente con los dedos de una mano y no todos se han saldado con éxito. El fracaso, como así ha ocurrido en alguna ocasión, puede acabar en muerte.

Para García, sin embargo, el problema es más económico que de riesgo. "Todo paracaidista profesional ha soñado alguna vez con saltar desde más de 30 kilómetros", argumenta. Si no se ha intentado con mayor frecuencia, añade, es por su elevadísimo coste, que puede superar los tres millones de euros.

En cuanto al riesgo, al que no desdeña, considera que el más relevante podría ser la velocidad que alcanzará durante el lapso de caída libre y que fácilmente superará los 800 kilómetros a la hora. "A esa velocidad cualquier defecto en la posición del cuerpo podría llevar a giros inesperados con un desenlace fatal". Un entrenamiento adecuado, sostiene, puede minimizar esa posibilidad.

En lo que refiere al coste, indica que podría ser asumido por casas comerciales o alguna televisión, con las que ya ha entrado en contacto. ¿Alguna empresa estaría dispuesta a pagar por semejante aventura? "El deporte de aventura y la televisión tienen dinero e interés", responde el paracaidista madrileño.

VALOR CIENTÍFICO

García no se considera un profesional del paracaidismo, aunque en alguna ocasión ha saltado por encima de los 5.000 metros. Esa experiencia "relativa" es la que, según dice, le convierte en un candidato ideal para evaluar la respuesta del organismo a condiciones de estrés límite como las que va a tener que soportar y proporcionar, de este modo, valor científico a su aventura. "El récord es interesante pero para mi es secundario", señala.

El valor científico "es real", asegura Enric Domingo, fisiólogo de la Universidad Autónoma de Barcelona y médico del servicio de cardiología en el Hospital Valle de Hebrón. Domingo ha coordinado, junto con científicos del Instituto Nacional de Técnicas Aerospaciales (INTA), el estudio de viabilidad para determinar si el salto era factible. Y los resultados, en su opinión, no dejan lugar a dudas: "Técnica, médica y humanamente es posible".

El estudio, iniciado cuando García entró en contacto con ambas instituciones hace cuatro años, ha considerado todas las variables posibles. Desde la experiencia contada por el propio Kittinger, hasta simulaciones en ordenador que reproducen la caída alterando múltiples factores, pasando por un completo análisis médico en el que además de la personalidad y la capacidad de reacción del interesado, se han medido constantes cardíacas, hormonales y de respuesta al estrés.

El estudio incluye la definición del artilugio sobre el que debería montarse para ascender hasta la estratosfera, cómo debería saltar o cómo reaccionar ante una situación de monotonía visual a la que deberá hacer frente o a la tan temida entrada en barrena.

El trabajo, del que se ha concluido ya la parte esencial en el marco del proyecto Icaro financiado por el Programa nacional de Investigación Espacial, concluye que el salto debería ser posible desde un globo aerostático como los que usa habitualmente el ejército para tomar medidas, pero habilitando una canastilla capaz de proteger a García de la radiación solar, mucho más intensa, y de las frías temperaturas de la estratosfera, cercanas a los 50 grados bajo cero. La construcción y adaptación del globo, que correría a cargo del INTA, ascendería a poco más de un millón de euros aunque, explica Joan Miquel Piera, del departamento de Telecomunicaciones de la UAB y responsable de las simulaciones informáticas, el aparato sería reutilizable. En cuanto al traje presurizado, dice Piera, el mejor modelo parece ser el empleado por astronautas rusos, que podría adaptarse sin excesivas complicaciones para dotarlo de la flexibilidad necesaria para permitir los movimientos del saltador. El traje de astronauta adaptado suma otro millón de euros.

Con ambas cosas previstas, el globo y el traje, ya sólo falta definir las condiciones del salto. La mejor posición, según las simulaciones, es la de sentado. Así debería permanecer hasta tirar de la anilla del paracaídas de frenada a unos cuatro kilómetros del suelo. Si entrara en barrena, o perdiera el conocimiento, debería activarse el de estabilización de inmediato. Y si fallaran ambos, habrá un tercero de emergencia. Mientras desciende, múltiples sensores darán cuenta de su ritmo cardíaco y respiratorio, así como de la respuesta del sistema hormonal. Con ello, y para un viaje de algo más de hora y media de ascensión y entre cinco y siete minutos de descenso, se espera poder comprobar si el organismo humano también resiste en esas condiciones. Las dos preguntas del millón son si finalmente se va a atrever (los tests psicológicos le otorgan una personalidad fuerte y con gran dominio de si mismo) y, sobre todo, si después del salto conseguirá contarlo. En cuanto consiga el dinero, la técnica tratará de ayudarle. Por si acaso, mejor verlo por televisión.

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