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Echinocardium cordatum y Spatangus purpureus: los arquitectos ocultos
Los erizos arquitectos.
Bajo las arenas y gravas de nuestras costas gallegas y mediterráneas viven dos criaturas extraordinarias que comparten una forma de vida subterránea y una apariencia cordiforme que les ha dado su nombre común: los erizos corazón. Sin embargo, aunque ambos pertenecen al mismo orden de equinodermos irregulares, los Spatangoida comparten estrategias similares de supervivencia y representan dos soluciones evolutivas distintas al desafío de vivir enterrados en el sedimento.
La patata de mar: Echinocardium cordatum
Echinocardium cordatum, el erizo corazón común o «patata de mar», es posiblemente el más discreto de los dos. Este pequeño arquitecto de 6 a 9 centímetros vive profundamente enterrado, entre 8 y 20 centímetros bajo la superficie, en arenas finas a medias, con granos de 200 a 300 micrómetros y bajo contenido de lodo. Su coloración pardo-amarillenta pasa completamente inadvertida cuando el caparazón blanqueado llega a nuestras playas, confundido con frecuencia con una piedra pulida.
Desde las profundidades de su madriguera, este erizo despliega una de las herramientas de alimentación más ingeniosas del reino animal: sus pies ambulacrales frontales, largos y flexibles, se extienden hacia arriba a través de un canal respiratorio hasta alcanzar la superficie.
En la arena, justo sobre su posición enterrada, se forma una pequeña depresión cónica donde se acumula el detritus orgánico. Los pies ambulacrales, cubiertos de cilios y recubiertos de moco, recogen estas partículas y las transportan hacia abajo en una cadena coordinada, como una cinta transportadora viviente que desciende por el túnel hasta la boca del animal enterrado.
El sistema es extraordinariamente eficiente. El erizo puede alimentarse de forma selectiva, aprovechando las fracciones del sedimento ricas en lípidos y proteínas, sin exponerse jamás a los depredadores que patrullan la superficie. Las espinas del caparazón, finas y acanaladas, están orientadas hacia atrás y atrapan pequeñas burbujas de aire, lo que ayuda a prevenir la asfixia cuando el animal está completamente cubierto.
Spatangus purpureus © Hans Hillewaert. Creative Commons
Spatangus purpureus
En contraste, Spatangus purpureus, el erizo corazón púrpura o violeta, es uno de los espectáculos más impresionantes que puede ofrecer el fondo marino, aunque pocos tengan la oportunidad de verlo vivo. Este equinodermo de hasta 12 centímetros exhibe una coloración violeta intensa que le ha valido su nombre común. A diferencia de su pariente más pequeño, prefiere sustratos más gruesos: arenas gruesas, gravas e incluso lechos de maerl, fondos calcáreos formados por algas rojas coralinas.
Su estrategia de vida difiere notablemente de la de Echinocardium. Mientras el erizo corazón común se entierra profundamente, Spatangus purpureus vive justo debajo de la superficie del sedimento, apenas cubierto por una fina capa de material.
Sus espinas son de dos tipos: numerosas púas cortas y sedosas de color púrpura de hasta 1 centímetro, y espinas quitinosas más largas, de color beige, que pueden alcanzar 3 a 4 centímetros. Algunas de estas espinas largas de la superficie superior son claramente blancas, creando un contraste visual con el resto del cuerpo violeta.
Su alimentación también revela una estrategia más versátil.
El análisis de ácidos grasos en las gónadas ha demostrado que Spatangus purpureus es omnívoro, alimentándose tanto de detritus procedente de lechos de algas rojas, especialmente de Peyssonnelia, Osmundaria volubilis y Phyllophora crispa, como de material orgánico del sedimento. La composición de su dieta varía según los recursos disponibles en cada localidad, lo que evidencia una notable plasticidad trófica.
– Own work. Creative commons
Dos mundos paralelos
La diferencia en sus hábitats refleja adaptaciones profundas. Echinocardium cordatum se encuentra desde la zona intermareal hasta los 230 metros de profundidad, siendo más abundante entre 10 y 50 metros. Es cosmopolita en los mares templados de todo el planeta, desde las aguas noruegas hasta el Mediterráneo, pasando por Australia, Nueva Zelanda y Japón. En nuestras costas gallegas, habita los fondos arenosos, donde puede representar hasta el 50% de la biomasa bentónica en zonas óptimas.
Spatangus purpureus, por su parte, ocupa un rango batimétrico mucho más amplio: desde los 15 metros hasta profundidades abisales de 900 metros. Su distribución se limita al Atlántico oriental, desde Islandia y Noruega hasta Senegal, y al Mediterráneo, donde es especialmente abundante en fondos con algas rojas a una profundidad de 30 a 100 metros, especialmente en las Islas Baleares. En estas zonas crea surcos claramente visibles en el fondo mientras se desplaza bajo la superficie.
– Ecomare
Ingenieros del ecosistema
Ambas especies desempeñan un papel fundamental. Sus actividades de excavación y alimentación airean el sedimento, mezclan estratos, introducen oxígeno donde no llegaría de forma natural y movilizan nutrientes en todas las direcciones. En áreas con poblaciones densas, que pueden alcanzar hasta 200 individuos por metro cuadrado en el caso de Echinocardium, el sedimento se convierte en un tejido dinámico que respira y se renueva constantemente.
Las madrigueras de ambos erizos no son simples refugios: son estructuras activas que sostienen comunidades enteras. Echinocardium mantiene comensales como el pequeño bivalvo Tellimya ferruginosa, del que pueden encontrarse hasta 14 individuos en una sola madriguera. Spatangus purpureus alberga al bivalvo Montacuta substriata adherido a sus espinas, así como al poliqueto Malmgreniella castanea, un pequeño gusano de 1-2 centímetros con escamas púrpuras que vive entre las espinas del erizo.
Vidas ocultas, amenazas visibles
Spatangus purpureus tiene depredadores específicos que han evolucionado para superar sus defensas. La estrella de mar, Astropecten aranciacus, es su principal depredador natural. Los sargos pueden aplastar su caparazón con sus poderosas mandíbulas para consumir el contenido y, en el Mediterráneo, el gasterópodo Galeodea echinophora lo perfora e introduce su probóscide para digerir los tejidos blandos del erizo.
Ambas especies están amenazadas por actividades humanas. El arrastre de fondo es particularmente destructivo: las cadenas de las redes penetran hasta 6 centímetros en el sustrato, justo la profundidad en la que se encuentran muchos individuos de ambas especies. Los dragados, la compactación del sedimento, la contaminación por metales pesados y los derrames de petróleo pueden destruir sus madrigueras o alterar las delicadas condiciones que sostienen su vida subterránea.
Complejidad evolutiva oculta
La historia evolutiva de Echinocardium cordatum añade otra capa de fascinación. Lo que llamamos por este nombre abarca, en realidad, varios linajes genéticos distintos, al menos cinco clados con distancias genéticas del 2.3 al 8.6% en sus secuencias de ADN mitocondrial, algunos de los cuales coexisten en la misma región geográfica. Sólo en Europa conviven tres linajes diferentes. A simple vista son idénticos, pero su genoma revela una diversidad oculta que transforma nuestra comprensión de esta especie aparentemente ubicua.
Dos estrategias, un legado compartido
Echinocardium cordatum y Spatangus purpureus representan dos respuestas evolutivas ante el desafío de aprovechar los recursos del fondo blando. El primero, pequeño, profundamente enterrado, especializado en arenas finas y con una distribución verdaderamente global. El segundo, más grande, conspicuamente coloreado, habitante de fondos más gruesos y con una distribución más restringida, pero con un rango batimétrico mucho más amplio.
Ambos pueden vivir durante más de una década, excavando y remodelando el sedimento constantemente. Generación tras generación, mantienen activa una red de canales, corrientes y estructuras que sostienen la vida de docenas de otras especies, desde pequeños bivalvos comensales hasta bacterias que colonizan las paredes de los túneles oxigenados.
Comprender a estos erizos, corazón, es aprender a mirar la playa y el fondo marino desde abajo. Bajo cada paso en la arena, bajo cada piedra en el lecho de maerl, existe un entramado complejo de túneles, corrientes invisibles y organismos que trabajan sin descanso para mantener la estructura viva del sedimento.
Entre todos ellos, Echinocardium cordatum y Spatangus purpureus destacan por su capacidad de transformar el medio, sostener procesos ecológicos esenciales y recordarnos que la verdadera actividad del litoral se desarrolla muchas veces completamente oculta a nuestros ojos.
Si alguna vez encuentras en la orilla el caparazón blanquecino de Echinocardium, la «patata de mar», o tienes la suerte de ver en una inmersión el espectacular violeta de Spatangus bajo una fina capa de sedimento, piensa que has conectado con una vida oculta que sostiene silenciosamente buena parte del funcionamiento del fondo marino. Allí, en nuestras costas gallegas y mediterráneas, siguen operando dos de los arquitectos más finos y especializados del océano, cada uno a su manera, cada uno en su mundo particular bajo la arena.


