Ciencia, investigación ¿para qué?

Conseguir que el que nos lee o nos escuche comprenda lo que estamos diciendo o hemos escrito es una hazaña. Muchas veces me gustaría, después de dar una conferencia o una charla, oír cómo lo explican los asistentes. Para los científicos puede ser todavía más difícil. Empleamos, de forma habitual, expresiones y palabras que para nosotros son familiares pero no para la sociedad. Muchas veces la claves está en entenderlo bien para explicarlo mejor.

En estos dos últimos años de crisis la ciencia ha sido uno de los temas que han saltado a los medios. Perdemos capital humano y estamos en una situación complicada. ¿Por qué hay que subvencionar la ciencia?

Muchos hablarán del cáncer, del Alzheimer, de la tecnología… ¿Se imaginan una muerte súbita y total del mejillón gallego? Hace unos años desparecieron más de un cuarto de los 2,4 millones de colonias de abejas (unos 10 billones de abejas). Como en todos los grandes misterios de la humanidad, se especula sobre las distintas causas que podrían explicar esta tremenda situación. La mayoría parecen tomadas de una novela de ciencia ficción. Entra las posibles causas se ha especulado sobre las plantas modificadas genéticamente, las torres de telefonía móvil, las torres de alta tensión. Incluso podría ser una trama urdida por Rusia de acuerdo con el finado de Osama bin Laden para cargarse la agricultura del poderoso país. También podría deberse a una acción divina para castigar a la humanidad norteamericana por sus excesivos pecados. Sin embargo, algunos científicos han identificado en los restos mortales de las finadas, virus, bacterias y hongos que podrían tener que ver con este cataclismo universal. Y para acabar de arreglarlo aparece la avispa asesina asiática: la Vespa velutina, nada que ver con la moto. Pues si le pasa a las abejas americanas le puede suceder a nuestros mejillones, almejas, pulpos o la sardina, por elucubrar un poco (sólo un poco). Y si puede suceder, más vale estar preparados. Se podrá argumentar que ya tenemos muchos investigadores, y es cierto, pero también que son menos que en el resto de Europa (y eso que estamos entre las potencias económicas del mundo a pesar de la crisis), por eso es necesario incrementar tanto el número de investigadores y técnicos en cada grupo de investigación y su coordinación. ¿Que pasará con el cambio climático?, ¿como afectará a las costas?, ¿nos quedaremos sin playas? Todas estas preguntas, y muchas más, tienen respuesta pero hay que buscarlas y para eso están los investigadores.

Necesitamos una apuesta decidida por la excelencia, que ponga fin al café para todos que tantas veces se impone en los centros de investigación y en las universidades. Toda actividad de ciencia está sometida a indicadores fáciles de calcular: trabajos publicados, tesis dirigidas, proyectos de investigación, contratos con empresas, patentes… La excelencia no es opinable, se puede cuantificar.

La Ley de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación, que hay que seguir poniendo en práctica, debería contribuir a mejorar la calidad de la ciencia del país, para lo cual necesitaremos contratar investigadores, pero siempre que sean los mejores. Necesitamos más investigación, más transferencia de conocimiento y más divulgación de resultados, pero siempre con la máxima exigencia de calidad, tanto en los gestores de los fondos de investigación como en los investigadores.

Desde la comunidad científica venimos reclamando hace años un pacto de Estado por la ciencia, defendiendo que los presupuestos y las plazas deben ser inmunes a los cambios políticos. El inusual consenso con el que se aprobó en la anterior legislatura la nueva ley de la ciencia es lo más parecido que hemos tenido hasta ahora a una alianza de ese tipo. Pero para que la ciencia española dé por fin el gran salto de calidad que merece, sin los acostumbrados titubeos y pasos atrás, es necesario que la sociedad, ante la que responde la clase política, sea cómplice de esa estrategia nacional.

¿Tienen la culpa los políticos? No nos engañemos, los políticos no son marcianos o producto de una selección genética especial en un invernadero peculiar. La actitud de los políticos es un reflejo de la sociedad.

No podemos olvidar que, como muchas otras, las acciones en investigación trasciende a los períodos de cuatro años de cada legislatura, por lo que se necesita un pacto de gobierno dedicado específicamente al desarrollo sostenido y sostenible de políticas de investigación, desarrollo e innovación.

La actitud del avestruz que esconde la cabeza para no asustarse ante el depredador ya no funciona. Hay que enfrentarse con el problema e intentar solucionarlo.

Tenemos que aprender de nuestros errores como decía el Marqués de Santillana: “Aquel pueblo que no aprende de su historia está condenado a repetirla”.

Publicado en GCiencia

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