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“Las comunicaciones entre el Apolo 11 y Madrid fueron imprescindibles para llegar a la Luna”

Entrevista a José Manuel Grandela, técnico en las misiones tripuladas de la NASA

Aquel verano de 1969 cambió la vida de José Manuel Grandela (Madrid, 1945). El entonces joven veinteañero acababa de dejar su puesto de radiotelegrafista en un barco mercante y se incorporaba a un proyecto de la NASA en el que participaba su héroe: Wernher von Braun, el ingeniero que había diseñado el cohete Saturno V que llevaría a la humanidad a la Luna. Y en esta aventura se embarcaba también él, como empleado del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) en la estación de seguimiento de vuelos tripulados de Fresnedillas de la Oliva (Madrid).

“Cuando entré al edificio de operaciones por primera vez, quedé impresionado por la mole de la antena (de 26 metros de diámetro) y su entramado de hierros”, rememora Grandela en su libro Fresnedillas y los hombres de la Luna. “Luego, de repente, se anunció algo en inglés por​ los altavoces y el coloso comenzó a moverse. Me sentí muy pequeño”.

No tardó en llegar aquella mítica noche del 20 al 21 de julio en la que el primer ser humano llegó a la Luna. De las tres antenas que tenía la red de la NASA para contactar con los astronautas (las otras dos estaban en California y Australia), fue precisamente la de Fresnedillas la que captó el momento histórico del alunizaje de Buzz Aldrin  y Neil Armstrong, que cuando se posó la nave exclamó: “Houston, aquí base de la Tranquilidad. El Águila ha alunizado”.

En el caso de Grandela, aquella noche estuvo vigilando los equipos de microondas que le habían asignado y controlando todas las señales que circulaban entre Fresnedillas (encargada de seguir al módulo lunar) y la vecina estación de Robledo (que conectaba con Mike Collins en el módulo de mando que quedó orbitando).

“Fueron momentos de gran tensión para todos nosotros –explica el técnico español–. Aunque no podíamos intervenir, escuchábamos las conversaciones entre Houston y los astronautas, incluyendo los segundos finales donde se estaban quedando sin combustible. Desde aquí se controlaba el ritmo cardíaco de los tripulantes, pero posiblemente si nos hubieran puesto a nosotros los sensores habríamos dado más pulsaciones que ellos. Teníamos una gran responsabilidad para que saliera todo bien”.

Comunicaciones vitales

Afortunadamente así fue y, como le gusta recordar a Grandela, fue el propio Neil Armstrong quien durante su visita a España tres meses después de la hazaña lunar, dijo en rueda de prensa junto a sus dos compañeros: “Sin las vitales comunicaciones mantenidas entre el Apolo 11 y la estación espacial Apolo Madrid (Fresnedillas) podemos afirmar que nuestro aterrizaje en la Luna no hubiera sido posible”.

Como ejemplo de la importancia que tenía que las estaciones de Fresnedillas y de Robledo funcionaran a pleno rendimiento, el técnico recuerda que en 1972 se aplazó el lanzamiento del Apolo 16 porque las comunicaciones entre las dos se vieron afectadas por una tormenta.

“Con vientos superiores a 160 km/h, en mitad de la borrasca, tuvimos que subir a un cerro y a una torreta hasta lograr que los dos haces de microondas apuntaran donde debían y se recuperara el enlace entre ambas estaciones. Si no, se hubiera abortado la misión. Así de importantes éramos”.

Respecto a la elección de Fresnedillas para que la NASA decidiera instalar aquí su gran antena, este ingeniero de operaciones apunta varios motivos: “La proximidad de un aeropuerto internacional, una zona sin interferencias radioeléctricas, la cercanía de la estación de Robledo para actuar en paralelo y dar el relevo ante cualquier problema y, aunque hoy sea políticamente incorrecto decirlo, otra razón fue que en la España de Franco no había huelgas ni alteraciones del orden público como las que la agencia espacial de EE. UU. había sufrido en otras partes”.

En general, Grandela guarda buen recuerdo de sus muchos años de servicio en las dos estaciones, aunque tampoco oculta los problemas que tuvieron al principio con algunos de sus colegas estadounidenses, que estaban divididos en dos ‘castas’: los pocos que realmente eran de la NASA y los técnicos de la empresa Bendix, muy reacios a que los españoles se certificaran en el uso de los equipos.

“Durante una procesión, los vecinos, al ver llegar nuestros coches, nos abrieron el paso gritando: ‘Dejadles pasar, son los de la base. ¡Son los hombres de la Luna!”

Desmitificar al amigo americano

El propio jefe americano de la sección de microondas en la que trabajaba Grandela le llegó a decir en una ocasión (aquí traducido): “José, ¿quieres conseguir la certificación?”. “Por supuesto”, respondió él. En ese momento su responsable se bajó los pantalones, se golpeó sonoramente las nalgas y se burló: "¡Entonces bésame el culo!”.

“De todas formas no hay que asustarse, porque entre aquel enjambre de guripas yanquis, también se podían encontrar personas educadas, correctas y sociables”, subraya Grandela en su libro, donde también cuenta multitud de vivencias y anécdotas, incluida la que inspiró su título: Fresnedillas y los hombres de la Luna.

“La frase es la que dijeron los vecinos de Valdemorillo durante una procesión –comenta–, en la que al ver llegar nuestra caravana de coches con los empleados de la estación nos abrieron el paso gritando: ‘Hay que dejarles pasar, son los de la base. ¡Son los hombres de la Luna!’. Recuerdo que nos dirigíamos a nuestro primer encuentro con la misión Apolo 14”.

El entorno rural en el que se asentaba la estación dejó su huella en Grandela: “En marzo de 1982, el día que aterrizó el transbordador Columbia tras una de sus misiones, volvíamos en el coche a casa, y justo cuando pasábamos por delante de la iglesia de Fresnedillas nos rodeó una manada de vacas lecheras. Una de ellas dio un brinco y se subió al capó, y ahí estuvo zapateando un rato, hasta que se cayó y rompió el parabrisas. Al final logró volver a la carretera, pero no sin antes darme una coz en la mano que tenía sobre el volante y llevándose parte de los nudillos”.

La lista de vivencias de Grandela a lo largo de sus cuatro décadas de trabajo en las estaciones de Fresnedillas y Robledo es interminable, muchas de ellas compartidas con los propios astronautas cuando venían a España, incluido el estadounidense de origen español Miguel López-Alegría. Pero si hay un personaje al que le emocionó especialmente saludar fue al héroe de su juventud: Von Braun, cuando visitó Madrid en la primavera de 1974.

Después de recibirle en la estación de Robledo, le llevaron a comer al conocido Mesón de Cándido en Segovia, y esa misma tarde ofreció una conferencia  en la sede de la antigua Comisión Nacional de Investigación del Espacio (CONIE), donde Grandela le abordó al final del evento, le estrechó la mano y consiguió su autógrafo.

Durante una breve charla le preguntó si creía que algún día podríamos ver hombres andando por la superficie de Marte, y él le contestó: “Usted podría verlo, pero yo desde luego no”. Tres años después de aquella conversación Von Braun falleció, y Grandela todavía confía en que ese ‘podría’ se convierta en realidad si en la década de 2030 se cumplen los planes anunciados por los presidentes Obama y Trump.  

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