La mujer en la universidad: del acceso restringido a ser mayoría en las aulas
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La mujer en la universidad: del acceso restringido a ser mayoría en las aulas

Solo a partir del 8 de marzo de 1910 la mujer fue libre para matricularse. Hoy en día son el 58% de los graduados.

Solo 108 años después de que se autorizase el acceso formal de las mujeres a la universidad, las estudiantes matriculadas representan más de la mitad (55%) y del total del alumnado que termina los estudios universitarios, un 58% son mujeres, según las estadísticas del Ministerio de Educación relativas al curso 2016-2017.

Lo que ahora está considerado como algo normal, hasta el 8 de marzo de 1910 no lo era. Hasta entonces, ser mujer y matricularse en una carrera universitaria era todo un hito: se necesitaba el permiso especial del Consejo de Ministros. "Son, pues, siete siglos de retraso que tenemos las mujeres respecto a los hombres desde la creación de la primera universidad española", afirma Esther Giménez-Salinas Colomer, ex rectora de la Universitat Ramon Llull, en el estudio Doctas, doctoras y catedráticas, cien años de acceso libre de la mujer a la universidad, elaborado por la Generalitat de Catalunya.

Antes de esa fecha, 36 mujeres habían superado las barreras para alcanzar un nivel de formación universitaria. María Elena Maseras Ribera fue la primera alumna que logró matricularse en una universidad española, concretamente en la Facultad de Medicina de la Universitat de Barcelona, en el año 1872.

En 1888, una Real Orden permitió que las mujeres optaran a estudios universitarios en centros privados. En aquella época, las mujeres tenían que ir acompañadas por sus profesores, no se podían sentar junto a sus compañeros y tenían prohibido el libre movimiento dentro la facultad. Coincidiendo con la derogación de esta Real Orden, también en 1910 se creó la Residencia de Estudiantes en Madrid, de la que surgió cinco años más tarde la Residencia de Señoritas, dirigida por María de Maetzu, considerado el primer centro oficial creado en España para fomentar la educación superior de las mujeres. Por allí pasaron Victoria Kent, María Zambrano o Maruja Mallo, "junto a un considerable número de jóvenes procedentes de todas las provincias españolas que acudían a Madrid a estudiar, en muchos casos en la universidad, y que contribuyeron a difundir un nuevo modelo de mujer profesional e independiente, que todavía resultaba exótico en la sociedad de su época", reza el dossier de la exposición Mujeres en vanguardia. La Residencia de Señoritas en su centenario (1915-1936) que el CSIC organizó para celebrar su centenario hace tres años.

Además de los servicios de alojamiento, contaban con un laboratorio en el que hacer sus prácticas, con una nutrida biblioteca en la que apoyarse para sus estudios y con un programa de clases, conferencias, conciertos o lecturas poéticas orientado a ampliar su formación. Todo ello en una atmósfera pensada para "ofrecer a las alumnas la garantía de un hogar espiritual rodeado de benéficos influjos, en el que poder disfrutar de las ventajas de la vida corporativa, de un sano ambiente moral y de toda clase de estímulos y facilidades para el trabajo", según un folleto de 1933.

ASÍ ERAN LAS UNIVERSITARIAS DE 1910

La presentación del catálogo de dicha exposición la firma Acción Cultural Española (AC/E). En esas páginas se describe a la Residencia de Señoritas como un proyecto "que vino a consolidar en España la igualdad de género en ese incansable anhelo de regeneración pedagógica de la sociedad de comienzos del siglo pasado". Por primera vez en mucho tiempo, esta iniciativa "buscaba cerrar la brecha de su distanciamiento con Europa (...), situar educativa y profesionalmente a la mujer en pie de absoluta igualdad con el hombre" brindádoles "posibilidades inéditas de desarrollo personal, libertad e igualdad de oportunidades, haciéndola protagonista de su devenir formativo".

Las chicas que estudiaban eran "de clase media adinerada, pero sin un capital familiar que les cubriera las espaldas si la vida se les torcía, y se tenían que preparar para ejercer profesiones propias de su clase social, como médicas, abogadas, funcionarias o farmacéuticas. De hecho, la mayoría de chicas que estudiaron entre 1910 y 1915 cursaron medicina o derecho", explica la catedrática de la Universidad de Sevilla, Consuelo Flecha.

Un siglo más tarde, las mujeres han pasado del 0,17% de 1910 a ser mayoría en las aulas universitarias. Según los datos recogidos por el Instituto de la Mujer, ya en el curso 1998-1999 había un 53,2% de alumnas. Este porcentaje se ha prácticamente mantenido desde entonces, llegando a un actual 55%. El Ministerio de Educación, en sus datos referentes al curso 2016-2017 (últimos disponibles), refleja sin embargo que esta mayoría femenina no se extiende a todas las carreras de forma homogénea: mientras que en las ramas de ciencias sociales y jurídicas o en titulaciones de la rama de salud las mujeres representan el 70%, en la rama de ingeniería y arquitectura ocurre lo contrario y el 70% del alumnado es masculino.

Respecto a esta segregación por sexos, Flecha apunta que "a pesar de que las chicas tienen notas medias más altas, no eligen las carreras cuyas notas de acceso son más altas, en parte por tradición y en parte por el futuro que cada una piensa para sí misma, en campos en los que la mayoría son hombres o que exijan mayor movilidad".

Sobre los actuales porcentajes según el sexo de los alumnos, la catedrática señala que "no es que los hombres sean unos vagos, sino que empiezan a trabajar antes y compaginan el empleo con los estudios". En opinión, muchas chicas deberían considerar "sacrificar una matrícula por unas prácticas", porque eso es lo que piden las empresas.

Romper el techo de cristal es algo que sin embargo no se ha logrado en la universidad española. Según los datos recogidos por el Instituto de la Mujer, de los 84 rectores y rectoras que se contabilizaban a principios de 2017, solo 11 eran mujeres (3 más que en 2016). "Las chicas tenemos techo de cristal y suelo pegajoso", añade la catedrática para referirse a las "situaciones de la vida que nos exigen andar más despacio", como por ejemplo el cuidado de la familia.

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