Fecha
Autor
Xavier Pujol Gebellí

Un sueño llamado ITER

España ha decidido jugar en serio todas sus bazas para conseguir la sede del proyecto ITER, el experimento de fusión nuclear considerado la mayor propuesta tecnológica del mundo por inversión y trascendencia después de la Estación Espacial Internacional. Solventados los aspectos técnicos de la candidatura, el resultado final va a verse finalmente influido por la coyuntura internacional.
La alta política, o lo que es lo mismo, la capacidad de influencia que pueda ejercer cada uno de los países candidatos a hacerse con la sede de ITER, va a ser casi con toda seguridad el factor decisivo que incline la balanza. Los plazos para que se tome la decisión definitiva, aunque acumulan retrasos de envergadura, un día u otro deberán vencer. Cuando ello ocurra, y es previsible que sea a lo largo de este año, las dificultades o las deficiencias técnicas de cada emplazamiento pueden verse relegadas por la relación de fuerzas existente entre los socios que forman el elitista grupo de negociadores del proyecto.

Los emplazamientos propuestos, y aprobados por el grupo de negociadores, son: Cadarache (Francia), Clarington (Canadá), Rokkasho (Japón) y Vandellòs (España). De todos ellos, la española fue la última candidatura en incorporarse a esta peculiar competición internacional sobre la que deben decidir finalmente la Unión Europea, Canadá, Japón, Rusia, Estados Unidos y China, país recientemente incorporado a este reducido colectivo.

Cada una de las candidaturas cuenta con puntos fuertes y débiles desde el punto de vista técnico. Sin embargo, hay una coincidencia determinante: todas y cada una de ellas cumplen sobradamente las exigencias planteadas en el exigente proceso de evaluación. Desde el estudio de estabilidad sísmica, hasta su accesibilidad, capacidad de suministro de energía eléctrica o conectividad o infraestructuras de transporte o de servicios. Por ello, todas han sido declaradas "técnicamente viables". En consecuencia, van a ser los matices los que acaben decantando el 'sí' en una u otra dirección.

UN "ITER" CON ATAJOS

Iter, en latín, significa camino. A eso es a lo que se han dedicado, en prácticamente 20 años de historia, los países que han ido definiendo las características de este macroproyecto, así como los principios científicos y tecnológicos de una reacción termonuclear que pretende convertirse en una alternativa real a las actuales fuentes de energía. Por ese 'camino', tantas veces andado como desandado, debían transitar inicialmente aquellos países con potencial tecnológico suficiente como para levantar una estructura que, en sus primeros cálculos, superaba los 10.000 millones de dólares de inversión sólo para su construcción. Estados Unidos y la todavía Unión Soviética fueron en sus inicios sus principales motores. Pronto se sumarían Canadá y la Unión Europea, además de Japón. China no ha entrado hasta ahora.

Las dificultades técnicas, así como su elevado presupuesto, han ido postergando a lo largo de los años muchas de las decisiones clave. Si a ello se añade el escaso interés real por encontrar una fuente de energía alternativa, resulta fácil de entender la dilación en su puesta en marcha o el abandono del proyecto, en 1999, de los mismísimos Estados Unidos, país que se ha reintegrado a ITER hace escasas fechas.

El caso de España es bien distinto. Con escasa tradición en investigación nuclear y todavía menos en el ámbito de la fusión; con un sistema científico-tecnológico poco adecuado para propiciar un proyecto de semejante envergadura; y con unas inversiones en I+D que apenas alcanzan la mitad de la media europea, plantearse librar batalla por su emplazamiento representaba hace tan sólo tres años poco menos que un sueño. O una broma de mal gusto, según la opinión de aquellos que consideran que antes de lanzarse a aventuras de este tipo España debe posicionarse en ciencia de acuerdo con su potencial económico.

Pero el caso es que fue hace poco más de tres años que la idea empezó a cuajar. Buena parte del mérito se le atribuye a Carlos Alejaldre, director del Laboratorio Nacional de Fusión en el Ciemat, desde donde dirige la investigación desarrollada en una de las pocas grandes instalaciones españolas, el TJ II, e impulsor de un llamado Proyecto ITER España que ha guardado una extraordinaria discreción hasta prácticamente ahora mismo.

Fue Alejaldre quien impulsó los primeros estudios técnicos, cuando España aún no había formalizado su candidatura ni se sabía siquiera si iba a hacerlo. Y fue Alejaldre quien, en un momento dado, planteó la iniciativa a Ramón Marimón, el secretario de Estado de Política Científica y Tecnológica durante el mandato de Anna Birulés al frente del Ministerio de Ciencia y Tecnología.

Se cuenta que Marimón efectuó una única pregunta clave: "¿Estamos a tiempo?". Se refería a la posibilidad de presentar oficialmente una candidatura española. La respuesta fue afirmativa. Fue así como España tomó el atajo de ITER. Un atajo bien fundamentado técnicamente, con un estudio de viabilidad suficientemente sólido y elaborado en tiempo casi de récord. Marimón, según se cuenta, proclamó: "Y ahora, vamos a por ITER". Según su modo de ver las cosas, el sincrotrón, la otra macroinstalación científica diseñada por el gobierno español, acababa de ser presentado en sociedad coincidiendo con la Cumbre Europea de Barcelona. Poco después de la proclama, el proyecto español para ITER se oficializó ante el grupo de negociadores.

POSIBILIDADES REALES

Desde que se hicieran públicas las intenciones españolas hasta la fecha, el trayecto se ha recorrido siguiendo las mismas pautas de discreción que antes. Incluso la selección de la ubicación española, en liza inicialmente entre Vandellòs y algún lugar no especificado de la costa levantina, se vehiculó sin aspavientos.

A pesar del silencio oficial, el caso es que, según los expertos consultados, tanto los cercanos al proyecto como aquellos que no lo están, la propuesta española para ITER no desmerece en absoluto a las de otros candidatos. No sólo eso: visto en perspectiva, alguna probabilidad hay, y no es remota, por lo que parece, de que finalmente se alcance lo que hasta hace poco era un sueño imposible.

Las posibilidades, según Antoni Gurgui, experto en fusión nuclear y responsable en Cataluña de la propuesta, hay que situarlas entre "un 10% y un 30%". Las posibilidades se incrementarían notablemente si, como pretende España, la UE decidiera presentar dos candidaturas a la fase final. "En una competición abierta España tendría mayores opciones", ha comentado una fuente consultada conocedora del proyecto.

¿Por qué? En esencia, porque Francia parte como clara favorita en el ámbito doméstico de la UE, pero no a nivel internacional dada la coyuntura de crisis por el conflicto bélico contra Irak. "En estas condiciones Europa saldría perdiendo". Algo de eso deben pensar también en Bruselas. El peso de Francia en Europa es ahora mismo indiscutible; también lo es su reputación en investigación nuclear y en infraestructuras científicas y tecnológicas de primer nivel. Nadie duda, por tanto, de su capacidad y potencial. Pero es precisamente esta situación de privilegio la que genera recelos en determinados sectores europeos, los cuales se resisten a otorgar al país vecino mayor protagonismo. Ello probablemente no decante la balanza a favor de ninguna de las dos candidaturas, pero es posible facilite que ambas puedan saltar al ruedo en defensa de la UE.

La segunda favorita es Japón. Su inconveniente más grave es la zona del planeta donde se ubica, considerada de riesgo sísmico. El riesgo se traduce en cuantiosas inversiones para un proyecto ya de por sí cuantioso: 4.600 millones de euros previstos sólo para su construcción (tiempo estimado en 10 años). El resto de inconvenientes son menores aunque importantes: el clima no es demasiado agradable y queda lejos de todas partes. Es un factor a tener en cuenta cuando de lo que se trata es de levantar una ciudad internacional con más de 30 años de vida previsible pero que queda compensado por el nivel tecnológico y económico nipón.

Para Canadá, el inconveniente, además del climatológico, es el modelo escogido para levantar ITER, un consorcio de empresas al que el gobierno canadiense aporta credibilidad. Como en el caso francés, aunque en este no son empresas, la percepción de fondo es que la titularidad internacional del reactor de fusión no estaría garantizada al 100%. En el caso de Francia, sería demasiado francés; en el de Canadá, menos público de lo conveniente.

Así las cosas, España podría beneficiarse, además del clima y las condiciones naturales del enclavamiento, sumamente valoradas incluso por representantes de candidaturas adversarias, de la situación política del momento. Aunque oficialmente se niega, es conocido que España ha solicitado apoyo en este punto a Estados Unidos, que ya ha manifestado su interés en detrimento de Francia.

El resultado final se verá probablemente en unos meses. Primero, en Bruselas los días 11 y 12 de mayo. Ahí debería decidirse si Europa presenta una o dos candidaturas. Diez días más tarde, en Viena, deberían apuntalarse las posiciones definitivas de todos y cada uno de los candidatos. Y antes del verano, según el actual Secretario de Estado de Política Científica, Pedro Morenés, es posible que se tenga ya una respuesta definitiva, aunque algunas fuentes hablan de diciembre. Veremos: habrá que cruzar los dedos y esperar la evolución política al más alto nivel. Quizás todo acabe bien y la ciencia española, acostumbrada a las lentejas, acabe comiendo paella.

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