La Intrépida Odisea del HMS Challenger y los Secretos de las Profundidades Oceánicas

Cómo una expedición de hace 150 años todavía influye en los descubrimientos científicos actuales.

Las profundidades han sido tratadas durante mucho tiempo como algo separado del mundo de la superficie, un lugar sombrío poblado por criaturas extrañas. Es una consecuencia de la dificultad para estudiarlo. Las profundidades del océano se relacionan con la pérdida y el olvido.

Para los marineros europeos que surcaban las aguas del mar Mediterráneo y los océanos Atlántico e Índico, lo único que realmente importaba era saber dónde se encontraban los obstáculos y riesgos potenciales, como arrecifes y bancos de arena, casi nadie prestaba atención a las profundidades del océano.

A principios del siglo XIX, la existencia de vida en las profundidades del mar era un asunto controvertido. El naturalista francés François Péron creía que el fondo marino estaba permanentemente cubierto de hielo.  Edward Forbes sugirió que la presión del agua por debajo de los 600 metros hacía la vida imposible.

Este interés por las profundidades del océano creció en la década de 1850, cuando empresarios británicos y estadounidenses comenzaron a tender los primeros cables telegráficos submarinos a través del Atlántico.

Los desafíos técnicos de estas empresas exigieron una comprensión más detallada del fondo del océano. No fue hasta que la expedición Challenger circunnavegó el mundo en su estudio pionero de los océanos del mundo en la década de 1870, hace 150 años, cuando comenzó a entreverse la verdadera dimensión de las profundidades del océano.

Capitán y oficiales del Challenger.

El viaje no fue una simple travesía entre dos puntos. Entre diciembre de 1872 y mayo de 1876, el barco surcó los océanos Atlántico Norte y Sur, zonas del Pacífico, incluso por debajo del Círculo Antártico.

Construido en Woolwich Dockyard de Inglaterra y botado por primera vez en febrero de 1858, el HMS Challenger fue originalmente construido como una corbeta o buque de guerra de la Royal Navy de madera, con maquina de vapor. Medía unos 61 m de longitud.

En 1870, un profesor y zoólogo marino de la Universidad de Edimburgo llamado Charles Wyville Thompson convenció a la Royal Society de Londres para que apoyara un largo viaje de exploración a través de los océanos del mundo. La idea era realmente novedosa.

Científicos marinos como Matthew Fontaine Maury ya habían realizado estudios oceánicos. Sin embargo, el viaje propuesto por Thompson quería ser más profundo. Charles Darwin, cuyo viaje pionero en el HMS Beagle había tenido lugar unos 40 años antes, escribió sobre los océanos como “un desperdicio aburrido, un desierto de agua”.

Se solicitó y posteriormente se obtuvo la aprobación del gobierno para el viaje. La Royal Navy prestó un barco fuerte y robusto que había pasado la primera década de su vida en servicio activo: el HMS Challenger. Se retiraron quince de los 17 cañones del barco para dejar espacio para laboratorios y salas de trabajo a bordo. Se crearon almacenes para las muestras marinas que se recolectarían en el viaje. La tripulación de más de 200 personas estaba capitaneada por el capitán George Nares. En 1869 había capitaneado el primer barco que atravesó el Canal de Suez. Embarcó un equipo de seis científicos, dirigidos por el propio Wyville Thompson.

Draga usada en la expedición del HMS. Challenger. UC San Diego.

El sábado 7 de diciembre de 1872, el Challenger zarpó de Sheerness, en el sureste de Inglaterra. Durante los siguientes 42 meses, el barco navegaría alrededor de 127.600 kilómetros (más facil de entender que las millas náuticas). El viaje tuvo 362 paradas. Estudiaron la vida marina, midieron las profundidades del océano y la temperatura del agua.

Los hallazgos fueron espectaculares. Los resultados se presentaron en un informe de 50 volúmenes y 29.500 páginas. La colección, con sus 4.772 especímenes, revela una extraordinaria variedad de vida marina. Caracoles marinos de las Azores; calamares de las aguas que rodean Japón; diminutos filtradores dragados a más de 300 brazas (550 m) por debajo de las islas hawaianas; dientes de tiburón, cangrejos, tiburones y anguilas serpiente. Se describió el 10% de todas las estrellas de mar conocidas. Se recogieron muchas especies nuevas, como el raro braquiópodo Abyssothyris wyvillei. Fue encontrado a más de 4.800 metros bajo la superficie, a mucho más profundidad de lo que los científicos esperaban.

Realizaron numerosos descubrimientos en el plancton. Por ejemplo los Radiolaria, de los que describirían más de 2.000 nuevas especies a lo largo del viaje. Algunas de las especies recibieron el nombre de la tripulación del barco, los géneros Challengeron y Protocystis (antes Challengeria).

Otro grupo abundante fue el de los foraminíferos, que utilizan carbonato de calcio para fabricar sus caparazones. 150 años después, estos mismos ejemplares se han utilizado para investigar el impacto del cambio climático en los océanos. No fue hasta la década de 1960 que se vincularon los foraminíferos con el clima. Desde entonces se han aprovechado para investigar el cambio climático más reciente.

Foraminíferos recogidos en la expedición del HMS Challenger. Foto: Natural History Museum. Londres.

En marzo de 1874, los científicos recibieron especímenes del tilacino, también conocido como tigre de Tasmania. El último individuo conocido murió en 1936. Los estudios anatómicos realizados de estos animales siguen siendo algunos de los más detallados de esta especie extinta.

Tras una escala en Japón para reparaciones en abril de 1875, el HMS Challenger cruzó el Océano Pacífico hacia Hawaii. Mientras dragaban el fondo del océano, comenzaron a recolectar trozos de metal del tamaño de patatas grandes conocidos como nódulos polimetálicos. Los primeros nódulos polimetálicos jamás descubiertos. En aquel momento se pensaba que su valor mineral era limitado, hoy en día son objetivos para la minería en los fondos marinos.

Nódulo polimetálico recogido en la expedición del HMS Challenger. Foto: Natural History Museum. Londres.

Al llegar a Hawaii, la expedición Challenger también notó otra preocupación moderna: las especies invasoras.

Desde entonces, las especies invasoras introducidas tanto por estadounidenses como por europeos han contribuido a extinciones de especies originales en Hawái. Al menos 271 especies se han extinguido en los últimos 200 años.

Actualmente, los ejemplares del Challenger se encuentran en museos de todo el Reino Unido, Irlanda y Estados Unidos (entre ellos el Museo de Historia Natural de Londres y el Royal Albert Memorial & Art Gallery de Exeter, Inglaterra).

Tan importantes como los especímenes biológicos, fueron las miles de lecturas científicas que el barco pudo obtener situando sus instrumentos de “última generación” y termómetros en profundidades inexploradas, utilizando largas de cuerdas de cáñamo. Estas mediciones de la expedición Challenger sentaron las bases para todas las ramas de la oceanografía.

El efecto del cambio climático en la temperatura del agua es sólo un área en la que los hallazgos del viaje han resultado de gran utilidad. Actualmente se está digitalizando todo el conjunto de mediciones de temperatura del Challenger.

Entre sus innumerables descubrimientos notables, la expedición también fue la primera en registrar la impresionante profundidad de la Fosa de las Marianas, el abismo del Pacífico más profundo que la altura del Monte Everest. El punto más profundo de la fosa (el abismo Challenger de 10.929 m) todavía lleva el nombre del barco.

El viaje fue casi increíblemente largo para cualquier época. Cuando el Challenger finalmente llegó de regreso al Reino Unido, un día de primavera de mayo de 1876, llevaba un cargamento de conocimiento científico que aún hoy continua ayudando a nuestra comprensión de los mares.

Pero fue más que un gran salto para el mundo académico. A largo plazo, también fue un viaje que “descubrió” los océanos y mostró las recompensas de un viaje marítimo paciente.

El Challenger todavía mira hacia delante.

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