La Pausa que Cambió (un poco), la Vida de las Ballenas

La caza industrial de ballenas en los siglos XIX y XX llevó a varias especies al borde de la extinción.

La introducción de los arpones explosivos (1860s) y los barcos factoría (1920s) permitió una matanza masiva. Se llegaron a capturar casi 30.000 ballenas azules al año en la década de 1930, reduciendo su población en un 90–99%. Otras especies, como los rorcuales comunes y las ballenas jorobadas, sufrieron pérdidas de hasta un 95%.

A pesar de los intentos de regular la caza, países como Japón, Noruega y la Unión Soviética continuaron explotando a las ballenas a gran escala. Solo la Unión Soviética cazó más de 180.000 ballenas entre los años 1940 y 1970. La Comisión Ballenera Internacional prohibió la caza comercial en 1982, pero algunas especies estaban al borde del colapso: las ballenas azules antárticas pasaron de 239.000 a menos de 1.000 individuos.

La pausa.
La Segunda Guerra Mundial fue una época de destrucción masiva, pero para las grandes ballenas del mundo, supuso un respiro inesperado. Las flotas balleneras se reconvirtieron para la guerra y la caza industrial de ballenas en el océano Antártico se detuvo durante varios años.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, Japón era una de las principales naciones que cazaba ballenas. El aceite de ballena era crítico para su desarrollo industrial. Sin embargo, la guerra en el Pacífico descarriló el sistema. Los bloqueos navales y los ataques de submarinos aliados hicieron que las expediciones balleneras fueran casi imposibles, y para 1944, la flota japonesa estaba prácticamente destruida o desviada para uso militar.

Australia y Nueva Zelanda, también involucradas en la caza de ballenas antes del conflicto, reconvirtieron sus flotas balleneras en barcos de defensa costera y misiones de suministro debido a la amenaza de los submarinos japoneses. Con la caza de ballenas detenida en gran parte del mundo, las poblaciones de ballenas tuvieron una rara oportunidad de recuperarse.

Con la Segunda Guerra Mundial en curso entre 1939 y 1945, muchas flotas balleneras fueron reutilizadas para la guerra. Los barcos balleneros se convirtieron en buques de transporte, patrullas y naves de suministros, mientras que las fábricas que procesaban el aceite de ballena—utilizado en margarina, jabones, lubricantes e incluso explosivos—fueron destinadas a la producción militar.

Si bien algunas naciones continuaron con operaciones balleneras limitadas, la reducción general de la caza permitió que las poblaciones de ballenas tuvieran una oportunidad sin precedentes para recuperarse.

¿Se beneficiaron realmente las ballenas de esta pausa?
Hasta hace poco, los científicos carecían de datos concretos para medir los efectos de este parón en la caza. Eso cambió cuando se redescubrió una colección de especímenes de ballenas olvidada durante décadas en la Smithsonian Institution.

Durante años, se especuló sobre el impacto real de la pausa en la caza de ballenas durante la guerra. Sin embargo, investigaciones recientes han proporcionado evidencia concreta de lo que ocurrió con las ballenas durante este período y después de que se reanudara la caza.

El estudio se centra en las placas de queratina que las ballenas utilizan para filtrar el krill del agua. Al igual que los anillos de los árboles, las barbas de las ballenas crecen en capas y conservan un registro bioquímico de la vida del animal. Analizando estas capas, los científicos pueden reconstruir aspectos clave de la historia de una ballena, como sus niveles de estrés, actividad reproductiva y patrones de migración.

De una colección de 3,200 placas de barbas almacenadas en la Institución Smithsonian, el equipo de investigación seleccionó 10 especímenes de ballenas cazadas durante la primera temporada ballenera después de la guerra. Los investigadores eligieron las placas más largas para examinar la cronología más extensa posible, asegurando una muestra diversa en cuanto a especies (ballenas azules y rorcuales comunes), sexo (machos y hembras) y estado reproductivo (preñadas y no preñadas). Primera lección, las colecciones de los museos guardan más información de la que creemos.

Para extraer la mayor cantidad de datos posible, los científicos perforaron canales pequeños en las barbas a intervalos de un centímetro y extrajeron cuatro hormonas clave: progesterona, testosterona, cortisol y corticosterona, proporcionando información sobre los niveles de estrés, el embarazo y la actividad reproductiva.

Además, midiendo isótopos de carbono y nitrógeno, pudieron determinar dónde y cuándo se alimentaban las ballenas, generando un calendario biológico de sus migraciones.

Un Pico Sorprendente en los Niveles de Estrés
Al reconstruir el historial de las ballenas, los investigadores hicieron un descubrimiento inesperado: en 1946, todas las ballenas estudiadas mostraron un aumento drástico en indicadores de estrés.

Al principio, dudaron en atribuirlo únicamente a la caza de ballenas. Consideraron otros factores, como cambios ambientales, tasas de embarazo o variaciones en la disponibilidad de alimentos. Sin embargo, descartaron todas las explicaciones alternativas.

Entonces, se dieron cuenta de lo que había ocurrido en ese año: la caza industrial de ballenas se había reanudado en la Antártida.

El regreso de la caza provocó un aumento tan drástico en los niveles de estrés que incluso las ballenas que no fueron capturadas mostraron signos de angustia. Para las ballenas que sobrevivieron a la primera oleada de caza en 1946, el impacto fue profundo. La constante presencia de barcos, los llamados de socorro de otras ballenas cazadas y el caos de la industria ballenera pudieron haber desencadenado una respuesta de estrés colectivo en toda la población.

¿Qué Habría Pasado si la Caza No se Hubiera Reanudado?
En ese momento, algunos expertos advirtieron que permitir que Japón reanudara la caza podría llevar a la rápida extinción de varias especies. Sin embargo, la escasez de alimentos y las presiones económicas en el Japón de la posguerra llevaron al General Douglas MacArthur, comandante supremo de las Fuerzas Aliadas, a aprobar la reanudación de la caza comercial de ballenas como fuente de proteína para la población japonesa.

Esta decisión impulsó la reapertura de la industria ballenera global, que se expandió rápidamente en las décadas de 1950 y 1960, empujando a muchas especies aún más cerca de la extinción.

Si MacArthur y otros líderes hubieran priorizado la conservación en lugar de la recuperación económica inmediata, las ballenas podrían haber tenido décadas de recuperación ininterrumpida. Japón no es un gran consumidor de carne de ballena.

Puntos Clave para proteger a las Ballenas.
Hoy en día, aunque la caza comercial está prohibida con pequeñas excepciones, las ballenas siguen amenazadas por el cambio climático, la contaminación acústica y el tráfico marítimo.
Las ballenas son sensibles a la actividad humana – El tráfico marítimo, la contaminación acústica y el cambio climático afectan su bienestar, incluso sin ser cazadas.
La conservación y la protección funcionan – Las pausas en la caza han permitido la recuperación de poblaciones; reducir la presión humana hoy podría tener efectos similares.
Los datos históricos son clave – Las muestras de barbas muestran patrones de estrés a largo plazo, demostrando el valor de las colecciones de museos para estudiar el impacto humano.

Al aprender del pasado, tenemos la oportunidad de construir un futuro en el que las ballenas puedan vivir en paz.

Para saber más: How Whales Found Peace in War por Giuliana Viglione

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Un comentario

  1. El sorprendente aumento de los niveles de estrés en 1946 plantea aún más preguntas: ¿se debió a la repentina reanudación de la caza de ballenas, a cambios ambientales o a algo más?

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