El mundo del libro y las patentes

En este día del libro, este blog se siente en la obligación de recordar a algunos literatos célebres y su relación con las patentes:

Pío Baroja (1872-1956)

Este escritor, uno de los grandes representantes de la generación del 98, dedicó una trilogía: “Aventuras, inventos y mistificaciones de Silvestre Paradox” (1901), “Camino de perfección (pasión mística) (1901) y Paradox Rey (1906) a su personaje Silvestre Paradox, un inventor y filósofo excéntrico que vive en la calle Tudescos de Madrid con escasos medios y trata de encontrar el invento que le saque de pobre. En un momento dado  presenta una solicitud de patente sobre su “ratonera-speculum” y se la deniegan:

“¡Denegar su patente! ¿Se había visto estupidez mayor? Y el hombre de la raída pellida sacó el Boletín del Ministerio de Fomento y leyó en alta voz: “Patente número 34.420. Ratonera-Speculum de don Silvestre Pradoz. Denegada por no revestir la Memoria suficiente claridad.” ¡Denegada! ¡A mí! – y los labios de don Silvestre se crisparon con una sonrisa sardónica.

-¿Pero qué van a hacer esos señores del Ministerio – y don Silvestre Paradox se dirigió a la avutarda, que mal envuelta en los periódicos no se atrevía más que a sacar la cabeza – si no saben ni los rudimentos de la Mecánica, ni los rudimentos de la Historia Natural, ni los rudimentos de nada?

Desde aquel momento don Silvestre iba a clasificar a los empleados del Ministerio en el género de los pingüinos. ¡Denegar la patente! ¡Desdichados! Ya no iba a pedir ninguna patente. Le obligaban a tomar esa determinación. Sus inventos los presentaría a la Academia de Ciencias de París, a la de Berlín, a la de Copenhague.

            ¡La ciencia no tiene patria; el infinito tampoco!”

 

Su hermano, Ricardo Baroja (1871 – 1953), también escritor y que regentó la panadería “Viena Capellanes” de Madrid en la que trabajo Pío, presentó una solicitud de patente (ES20.199) sobre un “pan reconstituyente”, aunque no le fue concedida.

Portada de la solicitud de patente ES20199 de Ricardo Baroja

Enrique Jardiel Poncela (1901-1952)

Gran autor teatral, con obras tan conocidas como “Eloísa está debajo de un almendro” o “Los ladrones somos gente honrada” presentó una solicitud de patente, la ES 182.262, sobre un nuevo sistema de maquinaria escénico-teatral que permitía la traslación y permutación de múltiples escenarios prefabricados, a fin de aumentar las posibilidades de ambientación y la velocidad en la transición de escenas, lo que redundaba en un mayor dinamismo de la acción dramática.

Mark Twain (1835 – 1910)

A Mark Twain, cuyo nombre real era Samuel Langhorne Clemens, se le recuerda especialmente por aquellas obras que recogían la atmósfera del sur estadounidense durante el siglo XIX y por personajes tan populares como Tom Sawyer o Huckleberry Finn. Sin embargo,  también dedicó parte de su vida a la actividad técnico-científica. Mantuvo una gran amistad con el inventor Nicola Tesla y visitaba a menudo su laboratorio, de hecho se afirma que comprobó de primera mano los contundentes efectos laxantes de  ciertas plataformas vibratorias y oscilatorias inventadas por Tesla sobre quienes se ubicaban encima de ellas. Mark Twain obtuvo tres patentes, de las cuales reproducimos dos:

Aquella de sus obras literarias en la que más se puso de manifiesto su interés por las invenciones y las patentes fue la titulada “Un yanqui en la Corte del Rey Arturo”, donde se narra un viaje en el tiempo a la época del Rey Arturo y se incluye su famosa cita:

“A country without a patent office and good patent laws was just a crab, and couldn’t travel any way but sideways or backwards.”

Que se puede traducir como que un país sin una Oficina de Patentes y una buena Ley de Patentes era como un cangrejo y no podía viajar hacia ningún lado salvo lateralmente o hacia atrás.

Sin embargo, fue también su interés por el mundo de la invención el que le llevó a la ruina económica, pues invirtió grandes cantidades en nuevas invenciones y tecnología sin los esperados retornos, especialmente en una máquina denominada “Paige typesetting machine” que de haber tenido éxito habría simplificado considerablemente la composición de textos en las imprentas, pero que fracasó debido a su complejidad mecánica.

Arturo Barea (1897 – 1957)

De origen muy humilde participó en la guerra de África donde vivió el “desastre de Annual” en 1921. A su regreso de la guerra encontró trabajo en “Casa Agustín Ungría” como tramitador de patentes. La empresa aún continúa en el mundo de la propiedad industrial bajo el nombre de “Ungría Patentes y Marcas”. Su fundador Agustín Ungría Castro había sido el primer agente de la propiedad industrial en anotarse en el Registro de la Propiedad Industrial.

Arturo Barea participó en la guerra civil con el bando republicano. A su término se exilió en Inglaterra donde redactó su obra más conocida: la trilogía “La forja de un rebelde” de carácter autobiográfico. En los volúmenes 2  (la ruta) y 3 (la llama) narra su experiencia en el mundo de las patentes en los capítulos “el golpe de estado” y “villa rosa” del volumen 2 y en la primera parte del volumen 3. En el capítulo “golpe de estado” afirma:  Las patentes en España no requieren más que ser solicitadas, pero pronto comenzamos a tratar con agentes extranjeros, que nos enviaban patentes y nos sometían consultas que envolvían un estudio minucioso del aspecto técnico y legal. Nadie en la oficina de Ungría estaba calificado para este trabajo. Por pura satisfacción personal, comencé a estudiar el lado técnico y teórico de cada patente que venía a nuestras manos y pronto me convertí en un especialista. Mi salario era muy reducido -130 pesetas al mes”. Posteriormente, en el capítulo “Villa Rosa” afirma: ”uno de los jefes de una de las agencias de patentes más importantes de España falleció inesperadamente. Yo sabía que iba a ser difícil encontrar quien le sustituyera, porque su trabajo necesitaba conocimientos especiales, y me fui a ver al director de la firma. Me conocía, como nos conocíamos todos dentro del círculo estrecho de la profesión, y llegamos a un acuerdo. Me haría cargo de la dirección técnica de la firma, con un salario de quinientas pesetas y una comisión”, “Al final me sumergí totalmente en mi trabajo, que tenía grandes atracciones para mí. No había logrado llegar a ser un ingeniero, ni aun un mal mecánico, pero ahora era consejero de inventores”. En el capítulo “la tela araña” del tercer volumen comenta su relación con los inventores: ¡Qué trabajo costaba convencer a estos hombres de que su invento no era invento y que el mundo lo conocía hacía ya muchos años! O que su mecanismo reñía con los principios de la mecánica y no podía funcionar”. También relata como una empresa trataba de anular una patente válida obtenida por un profesor de química de la Universidad Central de Madrid sobre un método de separación de azúcar. Aunque la patente mantuvo su validez, el profesor perdió todos sus ahorros en los pleitos iniciados por la competencia. Asimismo habla de su relación con la “oficina de patentes” entonces ubicada en los sótanos del Ministerio de trabajo, actual Ministerio de Agricultura: Cuando el enorme edificio se convirtió en Ministerio de Trabajo, la oficina de patentes se instaló en el sótano. Por quince años, casi diariamente, estuve yendo a aquellos claustros enlosados y oficinas de techo de cristal., El cargo de director general de la oficina de patentes era un puesto político que cambiaba con cada gobierno. El trabajo descansaba sobre tres jefes de sección cuyo puesto era fijo y con los cuales tenía que resolver todos los asuntos de nuestra oficina, en las breves horas en que recibían.

Palacio de Fomento frente a la estación de Atocha en Madrid (sede de la Oficina de Patentes en los años 30).

Como tantos otros profesionales del mundo de las patentes, ya fueran agentes de patentes o examinadores Arturo Barea también fue inventor él mismo y así obtuvo las siguientes patentes según el archivo histórico de la OEPM, correspondientes a: un dispositivo-envase, especialmente aplicable a las pastas dentífricas, perfeccionamientos introducidos en máquinas vaporizadoras y perfeccionamientos introducidos en la fabricación de objetos huecos en pasta celulósica y similares.

Charles Dickens (1812-1870)

Este conocido escritor inglés del siglo XIX también tuvo su relación con las patentes, en concreto, en 1850 escribió un relato llamado “A poor man’s tale of a patent”  donde se relatan las dificultades de un inventor, “Old John”, para obtener una patente. La consigue después de numerosas penalidades y considerables gastos.

Portada de “A poor man’s tale of a patent”

Se trata de un relato-denuncia de la burocracia inglesa de la época, donde el solicitante tiene que superar 35 pasos para obtener la patente. Se afirma que el gobierno británico se vio afectado por el relato aprobando una nueva Ley de patentes en 1852 y estableciendo una única oficina de patentes para todo el Reino Unido, pues hasta entonces si se deseaba conseguir una única patente para todo el Reino Unido había que presentar una solicitud en Inglaterra, en Escocia y otra en Irlanda. Desde luego su queja era realmente dramática:

“But I put this: Is it reasonable to make a man feel as if, in inventing an ingenious improvement meant to do good, he had done something wrong?  How else can a man feel, when he is met by such difficulties at every turn?  All inventors taking out a Patent MUST feel so.”

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15 comentarios

  1. […] EL DÍA DEL LIBRO 2019. LAS PATENTES Y LA LITERATURA: “LA FORJA DE UN REBELDE” DE ARTURO BAREA Publicado por patentesymarcas el 23 abril, 2019 Comentarios (0) TweetComo todos los años y coincidiendo con el día del libro, este blog dedica una entrada a una obra literaria relacionada de algún modo con las patentes. En esta ocasión se trata de “La Forja de un Rebelde” de Arturo Barea, y no es la primera vez que hablamos de él y de su obra autobiográfica. […]

  2. […] porque se ha divulgado en este blog,  la existencia de inventores en diversos campos del arte; la literatura, el cine, el teatro, la pintura y no podía ser menos el mundo de los toros. También ha habido […]

  3. ¡Vaya!, después de leer lo relativo a Dickens, parece que se ha avanzado algo por lo que se refiere a la complicación en el procedimiento para obtener una patente. Me imagino que ahora estamos lejos de esos 35 pasos del «a poor man’s tale of a patent»

  4. Ha habido inventores en todos los campos de la vida y como no, dentro del arte. Ha habido actores inventores (por ejemplo Marlon Brando o Hedy Lamarr), músicos (Michael Jackson o Ángel Fernández de los Ríos), escritores como hemos visto y por supuesto pintores: Dentro del catálogo «200 años de patentes» se puede comprobar (página 69) que el pintor español Mariano Fortuny Madrazo obtuvo una patente y también se puede citar a Samuel Morse que inventó y patentó el telegrafo Morse y era pintor. Asimismo el pintor John Goffe Rand inventó el primer tubo de pintura plegable. Otro pintor e inventor fue el norteamericano Robert Fullton.

  5. MUY INTERESANTE.

    Me encantaría saber si también se han dado casos de pintores que tuvieran alguna patente registrada.

    Un saludo.

  6. Indudablemente, Alberto Vázquez Figueroa es uno de nuestros grandes novelistas y como bien dice también inventor. No se trataba de realizar una lista exhaustiva de todos los inventores que tienen relación con las patentes, sino de algunos para poner de manifiesto la relación entre el mundo de la invención y el de la literatura. De cualquier modo, en la Oficina Española de Patentes y Marcas ya habíamos dedicado espacio a la relación entre Alberto Vázquez Figueroa y la invención, en concreto en el catálogo «200 años de patentes», que puede encontrar en la dirección: http://www.oepm.es/comun/documentos_relacionados/Publicaciones/monografias/200_Anios_de_Patentes.pdf
    En su página 72, donde verá que hacemos mención a su solicitud de patente P9500705 (http://worldwide.espacenet.com/publicationDetails/biblio?DB=EPODOC&II=0&ND=4&adjacent=true&locale=en_EP&FT=D&date=19970116&CC=ES&NR=2094697A1&KC=A1) relativa a una desalinizadora por ósmosis inversa.
    Muchas gracias por su acertado comentario

  7. Interesante la selección de escritores relacionados con las patentes, pero se les ha olvidado mencionar al gran novelista Alberto Vázquez Figueroa, inventor de un sistema de desalación que no ha prosperado por el boicot de las empresas eléctricas.

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