The Venetian Court: Una novela de ciencia ficción y …………. patentes

Dentro de la línea que, hace ya algún tiempo, se inició en este blog destinada a estudiar obras literarias o literatos relacionados con las patentes (Día del libro de 2015, Congreso en Estocolmo, El agua prometida , Les souffrances de l’inventeur y “patent pending”), en esta ocasión hemos encontrado una novela del escritor norteamericano Charles L. Harness titulada “The Venetian Court”.  El hecho de que las patentes tengan un papel protagonista en esta novela no debería extrañar, si se tiene en cuenta que Charles L. Harness trabajó como agente de patentes estadounidense, con titulación en derecho y en química, desde 1947 a 1981.

La novela “The Venetian Court” se publicó en 1982 y se localiza en un futuro que entonces parecía muy lejano, y que se correspondía aproximadamente con la actualidad, en la ciudad de “Port City” (Maryland). Charles L. Harness había contemplado un futuro en el que el sistema de patentes habría colapsado durante el período 1985-2000, donde la mayoría de las patentes concedidas por la USPTO habrían sido declaradas inválidas por los tribunales estadounidenses. Ello habría llevado a una abolición de la legislación en materia de patentes en el año 2000. Sin embargo, en 2002 se había aprobado una nueva Ley de Patentes, dentro de la cual, la infracción de patentes se consideraba una cuestión de derecho penal y era castigada con la pena de muerte.

En ese contexto, el agente de patentes Quentin Thomas actúa como defensor de una empresa “Wells Engineering Corporation”, acusada de infringir una patente de “Universal Patents Corporation”. Si la empresa fuera encontrada culpable de infracción de la patente, su presidenta Ellen Wells, sería ejecutada mediante envenenamiento con cianuro.

El título “The Venetian Court” procede de que, según el autor, en Venecia, la infracción del equivalente a las patentes en los siglos XV-XVI; unos monopolios de explotación similares a los privilegios de invención existentes en España en esos años, se castigaba mediante la muerte por envenenamiento, mientras que en Florencia se aplicaba el garrote, en Roma mediante la horca y en Génova mediante la decapitación. No se ha podido confirmar que esto sea cierto, aunque sí que parece que en Venecia se contemplaba la pena de muerte para aquellos que divulgaran los secretos de ciertos oficios, por ejemplo, la fabricación del famoso cristal de Murano.

La patente, a la que el autor atribuye el número US6005022 (en la realidad esta patente se corresponde con una composición de tinta  y fue publicada en1999, cuando en la novela se habría concedido alrededor de 2014) tenía por objeto una llamada fibra K, obtenida a partir de polímeros con maravillosas propiedades, entre ellas la de la conductividad eléctrica, lo que permitía su utilización en células fotovoltaicas.

La infracción de la patente parece estar clara, por lo que el abogado defensor se centra en tratar de probar la invalidez de la patente. Para ello intenta varias estrategias:

– A lo largo de la trama, se averigua que la llamada fibra K es exactamente igual a una fibra producida por una araña. En ese sentido, no se podría patentar un producto que existía ya anteriormente en la naturaleza, sólo un procedimiento de obtención del mismo de manera artificial, pero la patente sobre la fibra K no reivindicaba ningún procedimiento de fabricación.

– Aun cuando, en la patente figuraba como inventor una persona, de apellido Morrissey, en realidad, el autor de la invención era un ordenador conocido como “Faust” que, tras analizar todo el estado de la técnica, que le era suministrado continuamente, producía miles de invenciones. Según se afirma en la novela, el 95% por ciento de las solicitudes de patentes presentadas en el mundo anualmente en aquella época tenían como solicitante a la empresa propietaria de “Faust”, «Universal Patents”. Se pretendía argumentar que, el hecho de que no se hubiera asignado la patente al inventor correcto, hacía que la patente fuera inválida. Se supone que, en la legislación estadounidense de la época, aún persistía el “first to invent”, en lugar del “first to file”, es decir que el derecho a la patente correspondía al primer inventor y no al primer solicitante.

Una curiosidad digna de mencionar es que, a lo largo del juicio de infracción, uno de los testigos interrogados, a petición de la defensa, es el director de la Oficina de Patentes Estadounidense o USPTO. El testigo declaró que como es común en la mayoría de las Oficinas de Patentes, en la suya no se investigaba si la persona señalada como inventor en la solicitud era el verdadero inventor. Un aspecto reseñable y sorprendente es que en 1981-82, el escritor pensara que en 2015-2016, persistiría la búsqueda en “papel”, en los llamados cajetines. No fue capaz de prever que 35 años después, la búsqueda por medios electrónicos habría sustituido totalmente al papel. A pesar de ello, sí que preveía que existirían ordenadores o programas informáticos capaces de realizar búsquedas de patentes, algo que aún no ha llegado, pero sobre lo que se está trabajando a marchas forzadas. También había previsto que habría problemas presupuestarios en la USPTO para acceder a todo el estado de la técnica disponible, más concretamente para suscribirse a las revistas científicas. La USPTO sólo disponía de presupuesto para acceder a 1/3 de las revistas que el ordenador Faust podía consultar.

Como es habitual en el género, el autor hace apuestas respecto a cómo será el futuro:

La inteligencia artificial estaría mucho más avanzada de lo que está actualmente, pero es cierto que ya hoy se empieza a plantear qué ocurriría en el caso de invenciones creadas por la inteligencia artificial, como se puede observar en esta interesante entrada de blog.

Vislumbraba el autor que a estas alturas sería posible buscar rápidamente entre un alto volumen de datos, a lo que sí hemos llegado y como en tantos otros casos, consideraba que sería posible desplazarse mediante vehículos voladores individuales con gran facilidad, para lo que aún parece restar algunos años o incluso décadas, aunque la reciente aparición de los llamados “drones” permite adivinar que quizás ello no esté tan lejos.

Asimismo, anticipó que el mundo de las patentes atravesaría un período de crisis, en el que indudablemente estamos inmersos, con temas como el de los trolls de las patentes, la patentabilidad de las plantas, del ADN, del software, etc. También predijo el autor que en los años 2012-2015 se presentarían anualmente unas 20.000 solicitudes de patentes ante la USPTO. El número de solicitudes presentados ante esta Oficina de Patentes en 2015 fue de 298407 y no cesa de aumentar, particularmente por lo que se refiere a las solicitudes tipo PCT (Patent Cooperation Treaty). Desde luego, nunca previó, como hemos visto en relación con el número otorgado a la patente protagonista de la novela, que los números de solicitudes de patentes presentadas se habrían disparado como lo han hecho.

En suma, una novela recomendable para los aficionados al mundo de la ciencia ficción y que además son profesionales de las patentes, pues independientemente de su mayor o menor calidad literaria, resulta curioso contemplar cómo se imaginó hace 35 años qué sería el mundo de las patentes en la actualidad.

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