FRANCISCA JAQUINET, ESA GRAN DESCONOCIDA
Es una figura muy poco conocida y apenas citada. Su nombre se asocia al Real Privilegio nº8 y es mencionada como figura instrumental que recibe una concesión de patente de introducción en representación de su marido ya fallecido. Y ahí queda la cosa.
El periodista José Rodríguez Sojo, en un artículo publicado en El Confidencial, con fecha 11 de febrero de 2019, y titulado “Radiografía de la científica española: entre el techo de cristal y la falta de visibilidad”, escribía lo siguiente: “la máquina de chimenea portátil podría considerarse la primera patente registrada a nombre de una mujer en España. La beneficiaria fue Francisca Jaquinet, una francesa afincada en Madrid que atribuyó el invento a su difunto marido para obtener un privilegio en 1826 que permitía la comercialización en exclusiva durante cinco años de una rudimentaria estufa doméstica capaz de «colocarse en cualquier lugar». Ya fuera un homenaje póstumo o una forma de evadir el férreo control moral de la época, la historia de las científicas españolas ha evolucionado en paralelo a la emancipación de un tabú de cuya herencia se dibujan nuevos retos a día de hoy”.
Nosotros hemos querido profundizar en esta historia y hemos acudido a la fuente original (el Real Privilegio nº 8) y a las hemerotecas consultables telemáticamente. Lo que ha ido apareciendo ante nuestros ojos es una mujer empoderada, empresaria y emprendedora de éxito, capaz de hacerse un hueco y un nombre en la encorsetada Villa y Corte de Madrid…en 1826, nada más y nada menos.
Una mujer extranjera en Madrid, a la que le cuesta firmar con su nombre castellanizado, Francisca Jaquinet, en vez de su nombre original Françoise Jacquinet. Una mujer que gestiona la tienda y la fábrica donde se elaboran esas chimeneas económicas, que son un antecedente de nuestras estufas domésticas y que se pueden instalar sin obras en cualquier estancia de una casa…o de un palacio. Y sin humo, malos olores y según indica ella son muy seguras. No olvidemos que estamos en una época de edificios con estructura de madera y con mobiliario y ajuares realizados frecuentemente en materiales combustibles. Un incendio en una vivienda podría suponer la pérdida de una manzana de edificios.
Francisca no fue una figura instrumental. Efectivamente su condición de viuda le permitía interactuar con las autoridades y solicitar una patente de introducción. Algo impensable para la mayoría de las españolas de comienzos del siglo XIX. Su familia política era muy conocida en París, y las estufas que vendían llevaban el nombre de jacquinets. Probablemente esto ayudó a Francisca a obtener su real privilegio en muy poco tiempo. En la minuta (el borrador) de la Real Orden se observa claramente como se empieza a redactar a nombre de Francisca y posteriormente se tacha y se rehace el texto en el que figura como solicitante en representación de su difunto marido Jean-Nicolas Jacquinet.
Hemos revisado la patente francesa concedida a su marido en 1817, y sin ningún género de dudas nos atrevemos a afirmar que la patente de Francisca es distinta, y que, aunque jurídicamente nos encontremos ante una patente de introducción, de facto es una patente de invención. Lamentablemente, desde un punto de vista administrativo no se le pueda otorgar esta categoría.
Francisca fue una mujer empoderada, que denuncia en la prensa a los hojalateros que venden copias de su estufa patentada. Una mujer denunciando en prensa a unos hombres era algo muy infrecuente en el Madrid de la época.
La detallada descripción sobre la peligrosidad de la copia de sus estufas nos habla no sólo de una mujer que conoce su negocio, sino de alguien que tiene conocimientos de mecánica y de fundición, como mínimo. Por el expediente sabemos que tenía los suficientes conocimientos jurídicos (y recursos económicos para afrontar un juicio) como para denunciar a Luis Vallet en 1827 y venderle sus derechos sobre la patente en 1830. Francisca sabía negociar y tenía conocimientos financieros. Algo también muy infrecuente en una época en la que solo las mujeres más privilegiadas tenían acceso a la educación.
Otra cuestión que hay que tener en cuenta, pero que normalmente resulta imposible de calcular, ni siquiera de conocer, es el número de patentes registradas por hombres cuya autoría real recayese en una mujer. Curiosamente, y de manera excepcional, sabemos que Francisca vendió sus derechos sobre la patente a Vallet en 1830. Y en el Archivo Histórico de la OEPM figuran nueve privilegios a nombre de Luis Vallet entre 1830 y 1855, de los que cinco están relacionados con las chimeneas y sus accesorios. Como mínimo, es motivo de reflexión.
Nuestra protagonista, que venía de París y conocía perfectamente las posibilidades de vender sus productos en la Corte española, tuvo varias tiendas cercanas al Palacio Real de Madrid, y periódicamente insertaba anuncios en prensa. En lenguaje moderno diríamos que tenía conocimientos avanzados en marketing. En la década de 1830, en Madrid, la procedencia “francesa” (aunque idealizada) de su catálogo, era similar a la garantía que nos produce hoy en día un electrodoméstico alemán o un turismo coreano.
Francisca obtuvo una medalla de bronce, entregada por Fernando VII, con motivo de la exposición pública de los productos de la industria española, inaugurada el 30 de julio de 1827. Probablemente nos encontremos ante la referencia más antigua a un premio en materia de diseño industrial concedido a una mujer en España.
En muchos sentidos, Francisca fue una mujer muy adelantada a su tiempo, y hoy sigue siendo una gran desconocida. Confiemos en que más pronto que tarde, se creen más premios que reconozcan el mérito de mujeres emprendedoras como lo fue ella.
Si quieres conocer más detalles de lo que hemos averiguado sobre ella, puedes leer nuestro artículo en la revista Marchamos
Marchamos 78 (oepm.es) (pág. 53 y siguientes)
Esperemos que esto sea solo el inicio de un esfuerzo por rescatar y reconocer figuras tan significativas como esta mujer, mujeres que desempeñaron papeles cruciales en la historia de la propiedad industrial y de la ciencia en España.
Eduardo Rodríguez Álvarez
Jefe de Servicio de Archivo, OEPM