Así como nacemos con un cerebro diseñado genéticamente para el lenguaje, para la comunicación oral, esto no ocurre con la lectura, que requiere un proceso de aprendizaje, atención, memoria y entrenamiento que dura años
La publicación de Neuroeducación y lectura: de la emoción a la comprensión de las palabras, del neurocientífico y humanista Francisco Mora, constituye un hito significativo de la comunicación social de la ciencia en nuestro país, en un ámbito de la máxima importancia. Nos pone al día en el avance del conocimiento de los mecanismos neurobiológicos de la lectura y -muy especialmente- de la importancia de la emoción en este complejo proceso.
Francisco Mora es bien conocido tanto por el rigor de sus aportaciones científicas como por su vocación de auténtica divulgación de la ciencia (especialmente la neurociencia, especialidad en la que se doctoró por la Universidad de Oxford), desde el principio de “consiliencia” o unidad del conocimiento. Por ello, Mora es uno de los grandes sabios que promueven el diálogo de las ciencias y las humanidades, así como su aplicación al mundo de la vida, al servicio de la construcción de un mundo mejor basado, muy especialmente, en la cultura y en la educación, desde sólidos fundamentos éticos y estéticos, todos ellos radicados en nuestro cerebro.
Son bien conocidas sus obras anteriores Neurocultura. Una cultura basada en el cerebro (2007) y Neuroeducación. Solo se puede aprender aquello que se ama (comenzada en 2011 y con una nueva edición en 2017), una de las obras que más positivamente ha influido en la transformación educativa en España y América Latina en los últimos años. Pero también se ha interesado en ofrecer al lector no especializado una excelente explicación de ¿Cómo funciona el cerebro? (2017), nos ha advertido de ciertos excesos vulgarizadores de las neurociencias en Mitos y verdades del cerebro (2018) o ha ofrecido una fascinante perspectiva de lo que sucede Cuando el cerebro juega con las ideas (2016), aproximación desde la neurociencia cognitiva a valores y normas esenciales para la humanidad, y con ello a conceptos como educación, libertad, miedo, dignidad, igualdad, nobleza, justicia, verdad, belleza, felicidad.
Francisco Mora tiene todas las grandes virtudes para hacer llegar a los lectores no especializados los grandes hallazgos de la ciencia que más nos concierne: la relativa al funcionamiento del complejo sistema cuerpo-cerebro-entorno, la neurociencia cognitiva, que -aun encontrándose en una fase incipiente de desarrollo- ha ofrecido espectaculares avances en las últimas décadas. Es un científico del más alto nivel, pero posee la vocación de hacer accesibles los logros de las ciencias a la sociedad, a la que se deben los investigadores. Para ello tiene el excepcional don de la palabra creadora, capaz de motivar la lectura incluso de cuestiones muy complejas, de manera agradable y con un ritmo vivo y ágil. Por ello quiero recordar también su precioso librito El bosque de los pensamientos (2009), conjunto de reflexiones breves, a veces casi aforísticas, llenas de belleza, profundidad y sabiduría. La frase inicial del fragmento 8 anticipa una de las claves de la obra que ahora analizamos: “La emoción es el fuego interior que permite seguir vivo”, y en el 9 conecta razón y emoción con intensidad poética: “La emoción es el fuego que enciende la razón y con ello elabora los más excelsos pensamientos. No hay razón sin emoción”.
La emoción y la empatía se encuentran ya en el propio título, y se hacen presentes desde la dedicatoria. Si Mora dedicó Neuroeducación “A los maestros, a los que tanto admiro”, ahora, en Neuroeducación y lectura explicita los motivos de su admiración: “A los maestros, que nos enseñaron a leer y nos abrieron un mundo nuevo de emoción y conocimiento”. Y eso es, precisamente, lo que hace Francisco Mora, auténtico maestro de la ciencia y de la vida, con esta obra: enseñarnos a leer, comprender e interpretar cómo leemos. Y con ello nos proporciona no sólo posibilidades de un conocimiento operativo que puede transformar la realidad, sino una emoción profunda, que hace vibrar desde el prólogo, lleno de sinceridad y de elementos autobiográficos, en relación con la lectura.
En el mismo prólogo, con profundo respeto a los lectores y cortesía (“Déjenme que les cuente algo”, son sus primeras palabras), se nos anticipan las dos ideas básicas de la obra: 1) proporcionar “un conocimiento actualizado y, en la medida de lo posible, accesible sobre la lectura y el cerebro” y 2) “introducir los fundamentos neurobiológicos básicos del papel de la emoción en la lectura” (p. 17). Sin lugar a dudas cumple con ambos propósitos, consiguiendo además “un libro asequible y de interés para muchos lectores de amplia y diversa formación cultural”. Un útil glosario, en parte extraído del Diccionario de neurociencia (2004) de Francisco Mora y Ana María Sanguinetti, facilita la rápida consulta y retención de aquellos términos sin los cuales sería imposible hacer una divulgación rigurosa.
Quiero anticipar que -como el autor afirma- cada lector representa en su cerebro, de manera dinámica y viva (racional y emocionalmente) el contenido de lo que lee, desde su propia arquitectura neurológica, distinta para cada ser humano. Por ello, en mi caso, debo reconocer que esperaba esta obra con expectación muy positiva, dada la garantía que me ofrece su autor y la importancia de su contenido, al que he dedicado buena parte de mi vida académica. En mi caso, pues, tanto la curiosidad como la atención -imprescindibles para una dinámica adecuada de lectura- estaban de antemano garantizadas. Y han sido colmadas y excedidas, por las razones que ahora expondré, y que buscan suscitar en el lector (o lectora) de estas líneas un interés parejo.
Francisco Mora no solo demuestra su dominio del estado de la cuestión sobre neurociencia y lectura en el contenido, en los enunciados de cada capítulo y de la obra en su conjunto, sino en el propio acto de enunciación, en el proceso de escritura de este libro singular. Me explico: en primer lugar, creo que es un acierto la fragmentación de cuestiones tan arduas en capítulos que plantean aspectos fundamentales del tema con autonomía de lectura, pero a la vez con una fuerte interconexión (sintaxis) con los restantes capítulos. Mora conoce lo limitado de nuestros ciclos atencionales, y adapta su escritura a ellos.
En segundo lugar creo que son muy adecuados los resúmenes que encabezan cada sección y anticipan las cuestiones que se abordarán. Ello crea una predisposición por parte del lector, que mantiene y renueva su interés.
También son muy adecuadas las reiteraciones de ideas fundamentales, que adquieren significaciones matizadas en contextos distintos, profundizándose cada vez más, y que nunca son redundantes.
Todo ello -lo admito- ha conseguido que este sea el libro que he leído con más clara conciencia de que lo estaba leyendo, aplicándome en muchas ocasiones en mi propio proceso de lectura, las claves y principios que se formulan en el texto. También ha sido una fuente sólida de confirmaciones de principios formulados desde otros ámbitos disciplinares (lingüística, teoría de la literatura, análisis de textos y del discurso), ahora avalados por la más rigurosa neurociencia.
Desde las primeras páginas, en “Neuroeducación y lectura: La verdadera gran revolución humana”, se deja claro que este no es un tema más. Que, en mucho casos es la clave misma y condición para que podamos hablar de otros temas, ya que el conocimiento humano ha avanzado exponencialmente gracias a la lectura: “Leer es una necesidad nacida hace apenas 6.000 años. Una necesidad perseguida y cumplida que ha revolucionado el mundo en que vivimos (…) es con la lectura, con lo leído como el mundo ha tomado ventaja en la más grande y verdadera revolución humana” (p. 19). Se nos irá aclarando que, así como nacemos con un cerebro diseñado genéticamente para el lenguaje, para la comunicación oral, esto no ocurre con la lectura, que por ello requiere un proceso de aprendizaje, atención, memoria y entrenamiento que dura años.
Ello nos lleva a echar “Una rápida mirada al cerebro”, resultado de un largo proceso evolutivo que ha durado de 2 a 3 millones de años, orientado a la supervivencia del individuo y de la especie. Páginas fascinantes, que es preciso leer y digerir a ritmo más lento, pues ya aquí se relacionan aspectos filogenéticos (el diseño cerebral de nuestra especie, en interacción con su ambiente) con otros ontogenéticos (propios de cada ser humano), y se nos dan las claves de ese prodigio de 80.000 millones de neuronas, dividido en dos hemisferios con importantes diferencias funcionales y con 52 áreas establecidas por Brodmann, con algunas de las cuales nos vamos a familiarizar especialmente para entender el complejo flujo que sigue el procesamiento de las palabras: corteza temporal inferior y área visual de formación de palabras (VWFA), amígdala, donde recibe un significado emocional inconsciente, para pasar a los territorios de Wernicke y de Broca, a su vez profundamente interconectados. Se nos informará de la importancia de “períodos críticos” o “ventanas plásticas” para determinadas funciones cerebrales (por ejemplo, para el lenguaje, que se abre con el nacimiento y se cierra entre los 7 y 12 años), frente a la lectura, que no tiene esa ventana, aunque parece muy conveniente -como se explicará en otros momentos- no forzarla antes de los 6 o 7 años. Otra dimensión de importantes consecuencias pedagógicas es la atención: “Ningún proceso conducente a aprender, memorizar y alcanzar conocimiento consciente se puede realizar sin el paso previo de la activación de los procesos neuronales de la atención” (pp. 38-39).
Inmediatamente se nos ofrece, como pequeña historia, “El largo camino entre el lenguaje y la lectura”, ya que “el lenguaje (base genética) ha sido, andando el tiempo, el que ha permitido la aparición de la lectura (base cultural)” (p. 44). Interesantes experimentos con primates nos hacen ver las importantes diferencias con el lenguaje humano, aunque también la proximidad de casos como el del bonobo Kanzi, que ha demostrado capacidades antes desconocidas en animales no humanos. Nos parece especialmente importante el énfasis que Mora pone en la dimensión social del lenguaje: “el habla no es patrimonio de un hombre único aislado, sino un patrimonio social, un bien común de todos los seres humanos” (p. 49). La adquisición de ese bien ha sido larga y costosa hasta que encontramos ya en el Homo sapiens sapiens, hace aproximadamente 150.000 años, la plena capacidad simbólica del lenguaje, con la implicaciones de las diversas zonas cerebrales que se nos explican con detalle, a partir de los hallazgos, entre otros, de Broca y Wernicke.
Ya estamos preparados para ir “Desgranando la lectura en el cerebro”, uno de los capítulos fundamentales, en el que se nos explica el sustrato neuronal principal de la lectura: el sistema ventral (con la VWFA), el sistema dorsal (territorio de Wernicke) y el sistema anterior (territorio de Broca), especialmente localizadas en el hemisferio izquierdo.
Para todo ello, a fin de entender cómo se pueden utilizar zonas del cerebro no previstas inicialmente para la lectura, es imprescindible el capítulo sobre “Plasticidad cerebral. Caras luchando con palabras”. En él aprenderemos que “La posibilidad de leer y adquirir hábito de lectura se basa, en gran parte, en esas capacidades y propiedades plásticas del cerebro que permiten ocupar o aprovechar redes neuronales dedicadas (por preprogramación genética) a otras funciones como son la visión y el lenguaje” (p. 77), permitiendo así expandir la comunicación humana -desde hace apenas 6000 años- a límites inimaginables, cumpliendo una función adaptativa esencial para la supervivencia social.
Los capítulos siguientes, en el centro mismo de la obra, van desgranando “Los códigos neuronales de la lectura: puntos, líneas, curvas, letras, palabras”, para explicar la arquitectura cerebral que nos lleva “De leer una palabra a entender su significado” y, más allá, “De la palabra a la frase y de esta al texto y su comprensión”. Hemos de destacar la gran utilidad de esquemas y representaciones cerebrales incluidas muy oportunamente a lo largo de las 10 figuras que acompañan al texto, de las cuales la última permite hacerse una idea muy adecuada de este complejo proceso que termina implicando buena parte de nuestro cerebro, por más que algunas zonas sean esenciales.
Y aunque una de las claves de la obra, presente en el título, atraviesa trasversalmente todas sus páginas, Mora ha querido dedicar un capítulo especial a “La emoción de las palabras”, porque “La emoción es uno de los fundamentos biológicos mas profundos de todo ser vivo y, desde luego, de la existencia humana. Por eso la emoción está en el corazón mismo del funcionamiento del cerebro” (p. 110). Y, por supuesto, de la lectura. Aquí también se insistirá en la participación activa del lector en la decodificación (y re-creación) del texto, por lo que “un mismo libro es siempre diferente para cada persona, e incluso para esta misma cuando lo relee algún tiempo después. Y esa diferencia, real, la crea cada lector (p. 114). Nuestro autor viene, pues, a confirmar el “modelo sociosemiótico de la comunicación”, en el que la producción discursiva del emisor del discurso encontrará eco y se transformará a través de la recepción. Y el receptor, el lector, no es un ser pasivo, como ha acreditado desde hace décadas la Poética o Estética de la recepción. Es posible que quien codifica un texto verbal tenga un propósito e intención (intentio auctoris, como recuerda Umberto Eco en Los límites de la interpretación), pero resulta innegable que cada acto de lectura produce en el cerebro del lector efectos y resonancias matizadamente diferentes (intentio lectoris).
Fijadas, pues las claves, queda aún la importante tarea de analizar más a fondo el aprendizaje de la lectura (“Aprendiendo a leer”), que sigue -según Dehaene- tres fases principales: la de las imágenes, la fonológica y la ortográfica, que a su vez inciden y modifican la competencia del lenguaje oral. Mora nos recuerda que puede articularse a través de diversos métodos que vienen a demostrar la versatilidad en el aprendizaje de la lectura y la plasticidad del cerebro del niño en la interacción con su entorno familiar, social y cultural.
Pero desde estos rudimentos, la tarea de aprendizaje lector es larga y se va perfeccionando. Es lo que se nos expone con detalle en “Con un libro en las manos. Leyendo con fluidez”. Y quizás aquí podríamos recordar al gran especialista en Creatividad, Mihály Csíkszentmihályi, quien nos recuerda que Fluir (Flow) es la dinámica clave para la felicidad, también en una lectura que se hace cada vez más rápida y más comprensiva.
El potencial extraordinario -casi mágico- de la lectura, y el éxito de su aprendizaje y perfeccionamiento, no nos deben hacer olvidar las dificultades que plantea, por diversas razones, a algunos seres humanos. Dificultades que también pueden ser superadas, como evidencia Francisco Mora en los capítulos que preceden al final: “¿Cómo lee una persona que no ve? ‘Recableando’ el cerebro”, con interesantes aportaciones sobre la representación táctil del Braille en el cerebro y “¿Qué ocurre en el cerebro de los niños que no leen bien? A la búsqueda de intervenciones plásticas tempranas”, especialmente interesante en lo relativo al tratamiento de la dislexia, que no es una enfermedad, sino síndrome que se manifiesta en la dificultad de la lectura, un problema fonológico y no visual, especialmente relacionado con el territorio de Wernicke, que se puede aliviar, mejorar e incluso revertir.
Una obra tan excelente no podía menos que finalizar recapitulando y a la vez mirando al futuro, correlacionando algunas palabras-clave: “Cerebro, lecturas, internet, educación y belleza”. Se vuelve a lo ya indicado en el primer capítulo: la lectura “ha significado una verdadera revolución cultural en el mundo. Revolución que ha potenciado una comunicación humana universal (…) Y todo ello tiene su sede última en el cerebro (…) todo esto nos ha permitido tomar conciencia de que el ser humano es lo que la educación hace de él” (p. 169). Porque la lectura es el instrumento más poderoso de la comunicación humana, “el mejor medio de construir un puente definitivo entre humanidades y ciencia” (p. 170). Pero Mora, como Edgar Morin, piensa en una Ciencia con conciencia, y nos recuerda que “lectura y ética, son producto, precisamente, de las necesidades de la persona que vive en sociedad” (p. 171). De nuevo la dimensión social, la vida compartida, como constitutiva de lo humano. Y ahora reforzadas por nuestros conocimientos de “Neurocultura” (una cultura basada en el cerebro) y “Neuroeducación”, “donde se encuentran, en base a ese funcionamiento del cerebro, no solo las claves para mejorar los procesos de aprendizaje y memoria y la adquisición de conocimientos, sino el anclaje en ese cerebro (de los niños) de los valores, las normas y los hábitos éticos que deben sostener la conducta de los ciudadanos honestos” (p. 175). Muy interesantes las líneas dedicadas a la comunicación a través de Internet, las transformaciones cerebrales que puede promover y el peligro de provocar un déficit atencional que dificulta la lectura comprensiva.
Y Mora se despide con la humildad de los sabios: “todavía nos quedan muchas preguntas por responder (…) este libro es solo un bosquejo hecho a trazo grueso. El cuadro trazado con pincel fino es la historia todavía por hacer”. Pero este bosquejo, como los caligramas y dibujos orientales está lleno de sabiduría, lleno de la belleza del conocimiento y del conocimiento de la belleza. Y por ello animamos a su lectura.
Autor: Francisco Mora | Reseñador: Manuel Vázquez
Datos de la publicación:
Francisco Mora, Neuroeducación y lectura. De la emoción a la comprensión de las palabras. Madrid, Alianza, 2020. 216 páginas