La película de 2019, narra el caso de Robert Bilott contra la corporación de fabricación de productos químicos DuPont después de que la empresa contaminara el agua de una ciudad con productos químicos, causando muertes y enfermedades en personas y animales.

A pesar de representar sólo el 6% de la población mundial, Europa concentra casi el 23% de los nuevos casos de cáncer del mundo, en parte debido a la “exposición crónica a algunos productos farmacéuticos, contaminantes y otros carcinógenos ocupacionales y ambientales” (Agencia Europea de Medio Ambiente).

En 2020, la UE publicó una estrategia sobre sustancias químicas que pedía “prohibir las sustancias químicas más dañinas en los productos de consumo, permitiendo su uso solo cuando sea esencial”. También comprometió a la UE a “eliminar gradualmente el uso de sustancias perfluoroalquiladas (PFAS) en la UE, a menos que su uso sea esencial”.

Las PFAS, también conocidas como sustancias químicas permanentes, se acumulan en la naturaleza y en nuestros cuerpos, donde pueden dañar los sistemas endocrino, inmunológico y reproductivo. Las sustancias pueden tardar miles de años o más en degradarse, y sus costes sanitarios se estiman entre 52.000 y 84.000 millones de euros al año.

Esta prohibición retirará del mercado miles de los productos más peligrosos, pero ahora no está claro si la UE sigue adelante con estas propuestas.

¿Quién no tiene sartenes antiadherentes que evitan que un huevo frito se pegue a la superficie?

Lo que no sabemos es que el agente responsable, el ácido perfluorooctanoico, o PFOA, llega a la sangre y los órganos de cientos de millones de personas que utilizaban productos que lo contenían.

En 2015, después de décadas de uso, se descubrió que era tóxico y se eliminó de los bienes de consumo. Por eso en los envoltorios se alardea de que este u otro producto están “libre de PFOA”.

El PFOA es sólo una de las docenas de sustancias químicas modernas que se encuentran en los cuerpos de la mayoría de los ciudadanos del mundo, independientemente de dónde vivan.

Es extremadamente difícil determinar las causas de las tendencias preocupantes en materia de salud pública. Por ejemplo, ¿cuánto se debe al envejecimiento demográfico, los comportamientos personales, los cambios de diagnóstico o las exposiciones ambientales? En los últimos años, los científicos han acumulado suficientes datos para concluir con confianza que los seres humanos se enfrentan importantes riesgos para la salud por la exposición a sustancias químicas comerciales comunes, y que las regulaciones diseñadas para protegerlos están fallando.

Por poner un ejemplo, la mayoría de los 86.000 productos químicos de consumo registrados ante la agencia de USA nunca han sido sometidos a pruebas de toxicidad rigurosas.

Pero el PFOA es un ejemplo de cómo una sustancia química puede pasar desapercibida y causar daños incluso cuando finalmente se identifican sus peligros.

La eliminación gradual de esa sustancia química en los productos de consumo comenzó a principios de la década de 2000 y concluyó en 2015, pero hoy en día permanece en los cuerpos de más de nueve de cada 10 estadounidenses.

Según un artículo de 2020, los bebés prematuros en unidades de cuidados intensivos parecen tener mayores cantidades de sustancias químicas plásticas llamadas ftalatos en sus cuerpos, probablemente debido a la exposición a equipos respiratorios.

Durante los últimos 10 años, una nueva investigación en el campo de la epigenética, que estudia cómo el comportamiento y las exposiciones ambientales pueden afectar el funcionamiento de los genes, ha encontrado cada vez más evidencia de que el daño causado por la exposición a sustancias químicas puede heredarse. Las sustancias químicas cambian el funcionamiento del cuerpo y transmiten los cambios a través de dos o tres generaciones, y tal vez incluso más. Si bien el efecto está bien establecido en estudios con animales, los investigadores están ahora estudiando personas, intentando distinguir correlación y causalidad.

Hace sesenta y un años, la bióloga marina Rachel Carson escribió “Primavera silenciosa”, un libro aclamado como revolucionario por su convincente comunicación de los riesgos de los pesticidas y otras sustancias. Al libro se le atribuye haber ayudado a impulsar un movimiento popular que condujo a la creación de la Agencia de Protección Ambiental de EE. UU. (EPA), así como de las Leyes federales de Agua Limpia y Aire Limpio, que han reducido drásticamente la contaminación ambiental durante el último medio siglo.

Una de las variedades más alarmantes de productos químicos que llegan a nuestro medio ambiente son los “disruptores endocrinos”, nombre que se le da a cualquier sustancia que interfiere con la transmisión de hormonas del cuerpo (o incluso las imita). Esto provoca efectos en cascada en el cuerpo que pueden ser difíciles de predecir o comprender, y afectan el metabolismo, los niveles de energía, la reproducción, el desarrollo y el estado de ánimo. Los científicos creen que muchas “sustancias químicas eternas”, incluido el PFOA, funcionan de esta manera acumulándose en el cuerpo y modificando sus órganos y sistemas.

Los disruptores endocrinos pueden agravar los riesgos de exposición a otras sustancias tóxicas. Landrigan señala el bisfenol A, una sustancia química de los plásticos que los padres y madres quizás conocen mejor debido a que los envases de productos para bebés dicen “libre de BPA”.

Los estudios muestran que los ftalatos y los bifenilos policlorados (PCB), ambos disruptores endocrinos, pueden causar lesiones cerebrales en los niños, que se manifiestan como un coeficiente intelectual reducido más adelante en la vida.

La población necesita información sobre las sustancias químicas a las que está expuesta. ¿Cómo se puede tomar una decisión de consumo informada sin saber cómo equilibrar riesgos y beneficios?

¿Cuándo es el mejor momento para plantar un árbol de sombra? La respuesta es hace 20 años. Pero el siguiente mejor momento es ahora.

 

Compartir:

Deja un comentario