Para Alba, hermosa como la mañana

En tu nueva habitación del hospital Valle de Hebrón, luchas por seguir viviendo. Te llamas Alba y eres hermosa como la mañana, como la aurora, como la luz del amanecer, como todo aquello que esté relacionado con tu nombre. No he visto tu rostro, pero sé que eres bonita, bella en tu inocencia indefensa, como una flor cuyos pétalos despuntan al sol acariciados por el céfiro suave en los airosos parterres. Yo te quiero, y no te conozco, te necesito, y nunca te he visto.


Por Francisca Castillo Martín

He llorado por ti, y quizás contigo en tus malas noches, y no sé cómo serán tus ojos. La rabia me corroe cuando imagino tu piel infantil surcada de cardenales como huellas terribles de las manos enemigas que te pegan. Reviento de dolor al pensar en tus ojeras, en el color pálido de tu tez sin vida, en tus cabellos cortados a navaja, en tus múltiples heridas. Casi enloquezco con tu pesadilla constante, no ésa de los monstruos en el fondo de tu armario, sino las que tienen lugar de día, en la cocina, en el salón, a todas horas y por cualquier motivo, ésas en las que no hay duendes, ni fantasmas, ni alimañas, sino personas de carne y hueso, de vísceras y sangre, pero que parecen no tener corazón…Un rumor sordo y cruel en mis ojos, en mis oídos, en toda la extensión de mi ser te acompaña al hospital en medio de los gritos de perversa y fingida aflicción de tus asesinos y del ulular de la ambulancia que te conduce, rayito de luz de amanecer, al hospital, cuando tus ojos –que nunca he visto y cuyo sufrimiento me ha hecho derramar amargas lágrimas- deberían haber estado iluminando el rincón del patio escolar donde solías, niña solitaria, jugar a esconderte de los mayores…

Alba, hace unas semanas que has salido de la Unidad de Cuidados Intensivo. Tú que eres luz, tú que eres esperanza, pedazo del alma del universo infinito, has abierto de nuevo tus preciosos ojos. A la vida. A la amistad. Al amor. Porque de repente todo el mundo te mima y te quiere y te abraza y te besa. Todos, menos esa persona con apariencia humana que te dio tu última paliza. De la que te quedarán graves secuelas. De la que casi mueres. A la que vas dejando atrás encerrada en la vieja maleta de tus recuerdos tristes. Deseo con todas mis fuerzas que tu última paliza sea la última que se le da a alguien en el mundo, no importa su edad o su sexo; el maltrato es la peor de las formas de dominio del poderoso sobre el más débil, y la historia está llena de ejemplos. Tiranías, esclavitud, persecuciones xenófobas y matanzas raciales tienen su base en esa violencia injustificada e injustificable de la que tú, pequeña Alba, tomabas a diario a grandes dosis.

Alba, me duelen tus golpes, cuánto te habrán dolido a ti entonces. Me duelen tus silencios, cuánto habrás guardado para tus adentros. Me duelen tus lágrimas, cuántas habrás derramado…Me duelen tus sonrisas forzadas, cuántas, cuántas…Me duele tu dolor, me dueles, como me duele el dolor de cada ser que sufre. Quizás puedan servirte de alivio mis palabras, mi único tesoro, lo único que tengo. Tú, que eres luz, iluminas mi camino en sombras, mi futuro incierto. Sin tú saberlo, me has hecho más humana, pero también más vulnerable, porque me has hecho recordar mi propio sufrimiento, más sutil, de otra naturaleza, pero dolor al fin y al cabo.

Así que, mientras abres los ojos y haces una mueca que se parece a una sonrisa –quizás la primera sincera de tu vida- , me veo en la obligación de prometerte, de jurarte, que haré todo lo que esté en mis manos para que la tuya sea la última paliza.

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