I+D+i – UN SISTEMA INEFICIENTE EN UNA DESINFORMADA ECONOMÍA DEL CONOCIMIENTO.

Por  Maribel Rico y Javier Suárez

Es innegable que para una economía del conocimiento, y en particular para la bioeconomía, la inversión pública en investigación constituye una pieza imprescindible dentro de la estrategia de generación de riqueza: la necesaria apuesta del presente por crear motores de desarrollo, crecimiento y progreso futuro. Tenemos claro que cuando se incrementa el esfuerzo presupuestario en investigación, automáticamente más líneas de investigación se ponen en marcha en más centros de investigación con más profesionales produciendo ese valiosísimo intangible que hoy día es la base económica del mundo desarrollado: el conocimiento. A mayor inversión pública en investigación, mayor desarrollo económico, mayor crecimiento y más empleo. Pero ¿cómo generar crecimiento económico a partir de este conocimiento? La respuesta a esta pregunta no es simple, pues la generación de conocimiento hay que complementarla con un elemento esencial para que pueda generar crecimiento económico y desarrollo: la comercialización del conocimiento.  Queremos poner en relieve que la estrategia española  en I+D no se acompaña de una estrategia de comercialización eficaz que maximice la explotación del conocimiento y genere el consiguiente crecimiento económico. Manifestar que un incremento en el esfuerzo de inversión en investigación no necesariamente origina un desarrollo económico proporcional ni consigue que los resultados de la investigación lleguen al ciudadano de a pie a menos que se mejore la eficiencia en la gestión, aplicación y comercialización de los resultados.


Poca discusión admite hoy por hoy que cuanto más se invierta en investigación más cantidad de conocimiento podremos generar.  Tal convencimiento podría llevarnos  a pensar que el conocimiento por sí solo tiene algún valor económico, cuando es evidente que solo el conocimiento aplicado lo tiene. Si bien es cierto que el conocimiento en si mismo tiene un gran valor, esto es innegable, pero no es un valor económico.

Sabemos que España es un país de ciencia, en términos de impacto de nuestras publicaciones, de calidad y de su cantidad. Esto demuestra que se genera una gran cantidad de conocimiento, sin embargo este conocimiento ¿consigue transformarse en desarrollo socio-económico? ¿Alcanza al ciudadano de a pie?

El ciudadano financia la investigación científica mediante sus impuestos, que van a nutrir proyectos de investigación, pagar el salario de los investigadores, infraestructuras, etc. Recursos que facilitan y fomentan la actividad  investigadora. Ésta por su lado devuelve resultados en forma de publicaciones científicas peer-reviewed y en derechos de propiedad industrial, siendo las patentes el activo más relevante como indicador de innovación y crecimiento socio-económico.

Las patentes contienen conocimiento aplicable industrialmente y susceptible de ser comercializado. Son el vehículo natural entre la investigación y el mercado. Es al transferir una patente al mercado cuando los conocimientos generados a través de la investigación se convierten en productos y servicios que, al ser comercializados, contribuyen con el desarrollo económico, pues permite su comercialización, la cual genera regalías para las instituciones públicas así como recaudación de impuestos. La industria aumenta su peso específico, crece, paga impuestos, contrata trabajadores que pagan más impuestos y así se debería ir aumentando el ciclo investigación/desarrollo económico.

Sin embargo como veremos más adelante hay un porcentaje demasiado elevado del conocimiento industrialmente aplicable (patentes) que se genera en los organismos públicos de investigación (OPIs) y que no llega a transferirse, no llega a aplicarse perdiéndose en el camino del ciclo de desarrollo económico: Las patentes abandonadas.

Se dice que se abandonan las patentes cuando dejan de pagarse las tasas para su tramitación o se incumplen voluntariamente los plazos establecidos para actos concretos. Una patente abandonada no tiene efectos legales, es decir, no otorga derechos de exclusividad sobre la invención que describe. Por esta razón, no tiene sentido empresarial invertir en su desarrollo, pues difícilmente podrá rentabilizarse esta inversión llevando el invento al mercado ya que, en caso de éxito comercial, no podrá frenarse la actividad de competidores oportunistas que obtendrán grandes beneficios a costa del esfuerzo ajeno. Claramente, nadie utilizará un conocimiento que se ha empaquetado en una patente (que se publica en abierto) cuya tramitación se ha abandonado posteriormente.

Las solicitudes de patente abandonadas son una medida de la ineficiencia del sistema público de I+D. Curiosamente no constituyen un indicador que se pueda valorar a la hora de tomar decisiones estratégicas y políticas, como el diseño de planes nacionales de I+D+i. Lamentablemente, el porcentaje de solicitudes de patente abandonadas es demasiado elevado y muestra una preocupante tendencia creciente en los últimos 5 años. Tan solo en el campo de la biotecnología se abandonaron un 64,5% de las solicitudes internacionales de patente generadas en España en el año 2011 y sabemos que esto mismo ocurre en todos los campos de la técnica. Esta cifra es un reflejo a la baja de las solicitudes abandonadas, pues no incluye las solicitudes de patente nacionales que ni siquiera se internacionalizaron pues no entraron en  el procedimiento PCT. Es un sistema altamente ineficiente, un problema serio. Desde nuestro punto de vista, una tragedia mayor que haber retrocedido 10 años en la inversión en I+D pública. No nos engañemos, si no llega al mercado es tecnología inutilizable que no llega al ciudadano. Para el desarrollo económico y social, tan importante es transferir como investigar.

Figura 1. Porcentaje de solicitudes de patente internacionales (PCT) en el campo de la biotecnología, de origen español, abandonadas, según su año de prioridad. Fuente: Creación propia.

Figura 1. Porcentaje de solicitudes de patente internacionales en el campo de la biotecnología, de origen español, abandonadas, según su año de prioridad. Fuente: Creación propia.  

Muchos expertos objetarían que, en su experiencia, la principal debilidad que dificulta la transferencia del conocimiento industrializable es la calidad de las patentes (no cumplen los requisitos de patentabilidad o no protegen los productos comercializables que puedan surgir del desarrollo de la tecnología). Ciertamente las solicitudes de patente que surgen del ámbito académico (de los OPIs: Universidades, institutos y centros de investigación, CSIC, hospitales públicos etc.) presentan muchas debilidades.  Los OPIs patentan como resultado de la presión ejercida entre la necesidad institucional de cubrir indicadores y la necesidad y obligación científica de publicar. Sin duda, la mayoría de las solicitudes académicas se presentan demasiado temprano y describen tecnologías muy incipientes; embrionarias. Con el fin de permitir el desarrollo de la tecnología en el mayor número de direcciones posibles, se redactan las solicitudes con una amplitud tal que los problemas de novedad son inevitables, y generalmente también los de suficiencia en la descripción. La mayoría de las instituciones ni siquiera se puede permitir realizar un análisis del estado de la técnica previamente a la redacción (debido al escaso presupuesto) y las que pueden, presentan aparentes problemas de actividad inventiva. Pero la novedad y la actividad inventiva de una solicitud que reivindica un amplio alcance pueden generalmente salvarse con la intervención de un habilidoso experto en propiedad industrial. Al igual que ocurre en el ámbito empresarial, las solicitudes académicas necesitan complementarse con solicitudes adicionales que se vayan presentando según se va desarrollando la tecnología. Lo que tiene valor es la cartera de patentes, siendo una única patente generalmente poco para cubrir efectivamente una tecnología.

Parece, por tanto, que el principal obstáculo para la transferencia de resultados de I+D patentables reside en que la aplicación comercial de la patente académica es prácticamente irrelevante. Sin embargo, su valor es elevado en tanto que recoge y protege la esencia primigenia de la tecnología. Sin esta protección esencial, el resto de patentes que puedan surgir durante el desarrollo, resultan excesivamente limitadas como para permitir una protección eficaz, global, que de soporte a una inversión suficiente para un desarrollo completo de la tecnología a nivel internacional. Esto es especialmente cierto en el ámbito de la biomedicina. Esta realidad es la que nos lleva a considerar el abandono  de las solicitudes académicas como algo trágico, que conduce a la  generación de “chatarra tecnológica”, al crecimiento de un mercado de servicios alrededor de un producto fantasma: una burbuja tecnológica.

En resumidas cuentas, la mayor parte de los abandonos se producen ante la inexistencia de un tercero, una empresa innovadora interesada en llevar los conocimientos al mercado en forma de productos o servicios. ¿Por qué? Porque los resultados patentados son inmaduros, el riesgo de inversión elevado, la información incompleta.

Se patenta en cuanto se tienen ciertas evidencias de contar con un conocimiento nuevo y aplicable industrialmente. A mayor inmadurez mayor riesgo para el que tiene la opción de invertir y por tanto menor probabilidad de transferencia. ¿Por qué no esperan a que los resultados sean más sólidos y se reduzca el riesgo? Porque la investigación académica es una carrera hacia la publicación de resultados. Cuando hay tres grupos en el mundo investigando un tema, los tres grupos compiten por ser los primeros en aportar la solución y publicar los resultados. Pero claro, si se publican los resultados de la investigación, los nuevos conocimientos aplicables sin patentar, nunca serán desarrollados; tras haber invertido en su desarrollo, cualquiera podría emplearlos y comercializarlos. Por tanto para evitar este problema, antes de publicar hay que patentar, por eso nos encontramos con patentes que protegen resultados en estado embrionario.

Para ilustrar lo anterior relataremos un caso real modificado por razones de confidencialidad y que es representativo de la tendencia habitual, al menos en nuestra experiencia: Un grupo de investigación ha descubierto que una determinada molécula tiene un potencial terapéutico contra la arteriosclerosis y ha demostrado este principio inyectando dicha molécula en el cerebro de ratones. Se ha preparado una solicitud de patente que reivindica su uso como medicamento contra la arteriosclerosis. El grupo sigue investigando y avanzando, con resultados preliminares pero prometedores, en esta nueva aplicación terapéutica. Financiándose su trabajo, antes y después, mediante convocatorias públicas competitivas para proyectos de investigación (inversión pública en I+D).

Existe un mercado grande y en crecimiento para un producto con esta aplicación, y muchas farmacéuticas y biotech luchan por sacar al mercado productos contra la arteriosclerosis. Pero ¿Quién va a invertir, en el desarrollo de una terapia que pasa por abrir el cráneo del paciente? Nada sabemos sobre la toxicidad y seguridad de la molécula, si la aplicación permite su síntesis química o es necesario extraerlo de algún tejido animal. La patente ya está solicitada y el trabajo publicado. Tras 2,5 años de tramitación de la solicitud de patente, no se ha conseguido interesar a ninguna empresa por lo que la solicitud internacional se abandona antes de que su tramitación genere unos costes demasiado elevados (a pesar de los resultados preliminares, pues no hay presupuesto).

El abandono de esta solicitud, ya publicada, por mucho que luego se encuentre un buen método de transportar la molécula a través de la barrera hematoencefálica, impide que alguien invierta en la preclínica necesaria para desarrollarlo como medicamento pues esta terapia ya no será nueva ni inventiva; una composición que incluya el transportador y el principio activo no sería inventiva; quizás solo quede la posibilidad de proteger una nanopartícula que comprenda ambos y descargue una dosis concreta con probada eficacia terapéutica. Un ámbito muy restringido respecto del principio inventivo esencial; muy poca exclusividad de mercado para la inversión que requiere su desarrollo.

¿Podéis imaginar lo que siente un investigador académico después de cuatro años trabajando en un proyecto cuando se da cuenta de que sus resultados nunca llegarán a los ciudadanos? Supongo que sí, yo me sentiría mediocre, incapaz, infravalorado. De hecho consideramos que este problema está generando una fuerza de oposición a la economía basada en el conocimiento, contribuyendo a fomentar entre los investigadores una actitud meramente académica dónde el único objetivo de sus esfuerzos es publicar. Algo así como investigar por investigar. ¿Qué potencial tiene un investigador de este tipo frente a otro que al trabajar cuenta con la motivación de quien sabe que sus soluciones curarán personas, mejorarán la sociedad en la que vive, devolverán beneficios sociales y económicos  de los impuestos a los ciudadanos?

Si de verdad queremos una economía fuerte basada en el conocimiento, debemos encontrar la manera de mejorar la eficiencia del sistema de I+D+i a la hora de comercializar el conocimiento aplicable. Cierto es, por otro lado, que hoy por hoy y en todos los países desarrollados, lo raro es que la tecnología acabe alcanzando el mercado. Sabemos que este fenómeno no sólo se viene dando en España, pero eso no quiere decir que no haya alternativa. Encontrémoslas! -al fin y al cabo, en eso consiste innovar.

Esta entrada ha sido publicada simultaneamente en el blog de la asociación CAUDAL.

 

Compartir:

2 comentarios

Deja un comentario