La Regenta (Gonzalo Suárez, 1974)

Reseña de Laura Ortega:

Tras varios intentos fallidos y una constante insistencia por parte del productor Emiliano Piedra[1], La Regenta es llevada a la gran pantalla. Adaptación cinematográfica dirigida por el ovetense Gonzalo Suárez Morilla basada en personajes—tal como se apunta en los créditos iniciales del film—de la obra homónima de Leopoldo Alas “Clarín”. Si por algo destaca el trabajo de Porto, encargado del guión, es por sus adaptaciones como, por citar alguna para cine, El bosque del lobo (1970) o Beltenebros (1991). José Manuel González afirma que la novela es virtualmente cinematográfica, susceptible de  ser traducida—e imaginada—a través del lenguaje del cine[2]. Sin embargo, algunos críticos rechazaron la película eludiendo al trabajo de guión realizado, pues se había limitado a extraer del original las peripecias argumentales, dar especial relieve a los conflictos sentimentales y acumular el máximo de incidencias para que el espectador-antiguo lector no se sienta defraudado al echar de menos trozos que recuerde. Y son estos conflictos que inundan al personaje los que despiertan un especial interés en la visión cinematográfica y sobre todo actual de la misma.

La película recibió buenas críticas y el trabajo de su realizador fue elogiado por la difícil labor de llevar al cine esta compleja obra de Clarín y que tanto revuelo tuvo en su momento por las inquietudes que el escritor reflejaba en ella. Gonzalo Suárez confesó a Fernando Trueba y Carlos Boyero considerar La Regenta como el examen de ingreso a la industria [ya que] no pretendía hacer una obra personal[3]. Procedente de la Escuela de Barcelona donde se produjo un cine que hizo bandera de la modernidad[4], el director dejó a un lado en este proyecto los aspectos más vanguardistas de sus obras anteriores.

La vida religiosa de Vetusta se desenvuelve con no menos complejidad que las relaciones amorosas de sus habitantes, llegándose incluso a producir extrañas analogías entre elementos de ambos espacios temáticos[5]. En La Regenta y en la adaptación cinematográfica que aquí nos atañe se dibujan y resaltan aspectos de una sociedad hipócrita y se critica la forma de vida de los ciudadanos que la forman. Las secuencias iniciales a modo de estampas se encargan de presentarnos los diversos espacios de un lugar, sus gentes y las diferencias sociales que alberga. Pero no es posible discernir por jerarquías cuando se trata del chismorreo. En ese despliegue de habladurías, de metomentodo, de sentencias sin jueces ni partes, de perversión generalizada, se sitúa a Ana Ozores, la regenta, atrapada en ese lugar, en un matrimonio, en unas creencias, en sus anhelos, en ella misma. Todo ese mundo que le rodea le hace ponerse en manos del embaucador magistral, Fermín, quien guiará su camino hacia el bien en la vía de la fe y el misticismo, en busca de una salvación, pero no será más que parte de su imperecedera condena. La Regenta, vista hoy en día, nos acerca cuestiones que parecen irse perdiendo poco a poco, pues la forma en la que se viven las creencias—o el vivir sin ellas— ha cambiado notablemente de hace unos siglos hasta ahora, aunque quizá únicamente lo haya hecho en las formas. Probablemente el marco dibujado en la película no nos resulte tan lejano si pensamos en algunos pueblos españoles donde coinciden muchas de las características que nos remontan a aquella época, y es posible que no tengamos que viajar a ningún pueblo español sino que ese estigma está más fortalecido en la era del digital. De ahí que la lectura del film pueda ser traída hasta el presente, pues la tarea de borrar la memoria de un tiempo pasado no parece ser tarea fácil.

Los conflictos sentimentales, pasionales, personales y religiosos a los que Ana Ozores se enfrenta (y teniendo en cuenta lo anterior) terminan por estar relacionados todos con la figura masculina: Víctor Quintanar—ex-regente de Vetusta y con quien está casada—, Álvaro de Mesía y el magistral Fermín de Pas. Entorno a estos tres hombres la película muestra los devenires de una mujer sumisa a las voluntades y deseos ajenos. Su marido parece quedar totalmente fuera de juego, reflejado así a lo largo de la película, ya que en su condición de esposo ni siquiera duerme con ella. Luego la figura del magistral de dudosa integridad como sacerdote, enriquecido y con mala fama tanto en el sector clerical como en el pueblo. Y por último Álvaro Mesía, el don Juan de esta historia. Todos ellos, en lo que hacen o dejan de hacer, trastornan la personalidad de la protagonista. Ni siquiera entregarse a las manos de Dios—¿otro hombre?—le ayuda a liberarse de todas sus cargas.

Hay una importante dificultad en traducir a un lenguaje cinematográfico la gran carga reflexiva y discursiva de la novela, no es imposible, pero sí un reto que pone a prueba el arte de un buen director[6] y, por supuesto, del germen: el guión y su guionista. El conflicto del juego de seducciones que se desencadena en la película a través de los personajes va más allá al ser partícipes los dogmas de una religión, así deja huella lo moral y lo ético, el pecado y la culpa, el perdón y la salvación, la confesión, la entrega espiritual… Todo se vuelve más complejo si de quien emanan esos dogmas o quien los representa se halla inmerso en la perversión de sus funciones y obligaciones.

Ana Ozores vive en una encrucijada personal constante lo que le lleva a esa docilidad que la reprime en cada cosa que hace. En un momento de la película cuando Ana está a solas con don Álvaro, pronuncia unas palabras: tenemos derecho (…) a no ser nunca nosotros mismos; Solo hay un momento en el que ella no puede controlar sus instintos y deseos más hondos: en los sueños;  porque toda la fortaleza que Dios me da de día se desvanece en el sueño. Y no puedo evitarlo. Allí los deseos irrumpen, e incluso en ese momento no es capaz de librarse de la mirada ajena cuando la criada escucha como llama a Álvaro mientras duerme. Un deseo que la condenará a la expulsión del reino de Dios, porque así lo recoge la Biblia: Ni los fornicarios ni los adúlteros heredarán el Reino de Dios[7]; y a la más ardua soledad sin perdón alguno.

La regenta no solo se introduce en el camino del misticismo para lidiar con todo lo que en su entorno le ahoga, sino que pasa a ser una “víctima espiritual” de Fermín. El magistral, cual depredador tras su presa, la observa desde una torre de la iglesia. Al parecer él es el único capaz de entenderse con ella y sus “aprensiones morales”. Pero debajo de la sotana de ese siervo de Dios no hay más que un hombre con las mismas pasiones que los demás. Un hombre enloquecido y atrapado también en lo que no es. Más explícito si cabe se vuelve en una escena donde se refleja esa atracción carnal que Fermín siente hacia Ana. Tras el saludo entre el magistral y don Álvaro (a modo de “que gane el mejor”) que deja a Ana en medio de ambos y ya una vez en la mesa llega el momento de descorchar la botella. Se desata una especie de duelo de carácter sexual implícito en el montaje de los planos, de la botella descorchada por Fermín y el espumeante champán que se le sirve a la regenta. En esa inocente escena y de esa magnífica forma, yendo más allá de lo que se nos muestra, el director plasma uno de los conflictos que plantea el largometraje.

La religión no solo ofrece equilibrio, orden y una tranquilidad espiritual sino que además nos inculca el sentimiento de culpa, de pecado y castigo, aspectos que se reflejan muy bien en los trazos  que definen a nuestro personaje, pues esos sentimientos son los que le hacen ponerse en manos del clero para confesarse, para liberarse de la culpa, sentir el perdón para sentirse un poco mejor consigo misma; o llegar a autoimponerse el castigo por sus actos flagelándose por la culpa que padece. La devoción y la entrega rozando el fanatismo—como comentan Álvaro y Víctor—quedarían como anécdotas de un tiempo pasado, en muchos lugares. Sin embargo, cuando las creencias dejan de hacernos libres y lo que hacen es condenarnos, tal y como ocurre en la historia contada, parece que deja de tener sentido la fe. La película muestra esa doble cara que ha tenido—y tiene—la religión a lo largo de la Historia donde interés y poder han corrompido la esencia de su génesis. En el siglo XIX parecía imposible rehuir de las imposiciones sociales, pero a veces deberíamos preguntarnos si en realidad somos más libre que nuestra protagonista o las imposiciones siguen existiendo. Lo que la película refleja es una sociedad morbosa hacia aquello que contradice los dictámenes sociales. Siempre hay alguien en Vetusta que se asoma complaciente al placer de fisgonear y para ello da igual la clase social o jerarquías. Ana no puede librarse de las miradas y los prejuicios marcados, de la presión de todo lo que la rodea.

La fe no debería formar parte de la prisión que nos encierra y condena como le ocurre al término de la película a la protagonista ceñida en una sociedad condenatoria incapaz de otorgar el perdón, yace devastada ante la puerta de un edén envilecido y mundano.

La Regenta no deja de estar situada en una época y en un momento, pero como cualquier texto (ya sea audiovisual o escrito) está abierto a ser revisado y analizado desde diversos puntos de vista, siendo todo posibilidad.

 

Bibliografía

GARCÍA Emilio C. (Coord.): Historia del cine, Editorial Fragua, Madrid, 2011.

GONZÁLEZ José Manuel: “Lectura cinematográfica de La Regenta” en Clarín y La Regenta en su tiempo (actas del simposio internacional, Oviedo 1984) (varios autores), Universidad de Oviedo, 1987.

Santa Biblia, Cartas de San Pablo: 1 Corintios Capítulo 6 versículo 9.

 

Hemeroteca

GALÁN Diego: El País, 22 de abril de 2004, Un país de cine 2: “La Regenta, adaptada al cine por Gonzalo Suárez” http://elpais.com/diario/2004/04/22/espectaculos/1082584811_850215.html . (Última visita: 27-12-2013).

HIDALGO Mariló, Revista FUSIÓN: “¿En qué cree el hombre actual?” http://www.revistafusion.com/2002/octubre/temac109.htm (Última visita: 02-01-2014).

 

Webgrafía

FANO, Tomás: Vidas de cine

http://www.vidasdecine.es/directores/s/gonzalo-suarez.html (Última visita 26-12-2013).

GÓMEZ, Luis: “Dos notas sobre la religiosidad en La Regenta” Pág. 29 (Última visita 10-02-2014) http://institucional.us.es/revistas/philologia/2/art_3.pdf

 

Laura Ortega, 2014.



[1]               Emiliano Piedra había propuesto el proyecto a Luis Buñuel tiempo atrás, pero por motivos de la censura no pudo llevarse a cabo. Luego lo intentó con Orson Welles, pero este olvidó el guión tras una excesiva ingesta de alcohol. En 1974 se lo propone a Pedro Olea, pero el inesperado embarazo de la actriz Emma Penella retrasa el proyecto y Olea se embarca en otro trabajo. Y, finalmente, a cargo de Gonzalo Suárez, aunque con alguna que otra demora más, la película sale a flote.

[2]               GONZÁLEZ José Manuel: “Lectura cinematográfica de La Regenta” en Clarín y La Regenta en su tiempo (actas del simposio internacional, Oviedo 1984) (varios autores), Universidad de Oviedo, 1987. Pág. 468

[3]               GALÁN Diego: El País, 22 de abril de 2004, Un país de cine 2: “La Regenta, adaptada al cine por Gonzalo Suárez” http://elpais.com/diario/2004/04/22/espectaculos/1082584811_850215.html .

[4]            GARCÍA Emilio C. (Coord.): Historia del cine, Editorial Fragua, Madrid, 2011. Pág. 320.

[5]    GÓMEZ, Luis: “Dos notas sobre la religiosidad en La Regenta” Pág. 29 http://institucional.us.es/revistas/philologia/2/art_3.pdf

[6]               González, “Lectura cinematográfica de La Regenta”, Pág. 471.

[7]    Biblia: 1 Cor. 6:9-10

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