Gracias a este libro accederán a una revisión acertada de todos los investigadores que han estudiado la innovación y de los modelos que pergeñaron
Hay que felicitar a la editorial Catarata por la iniciativa de la colección ‘¿Qué sabemos de?’ que lanzó el año 2003 y que finalmente financió el CSIC, y hacerlo doblemente por dedicar dos de los 115 títulos a la innovación. Los dos los han escrito los investigadores del CSIC Elena Castro e Ignacio Fernández de Lucio, dos de sus profesionales que más han estudiado las relaciones entre la ciencia y la empresa poniendo su foco en la transferencia de tecnología y la política científica. Los títulos de la colección pretenden mostrar lo que se sabe acerca de temas de interés y actualidad de la práctica de la ciencia y van dirigidos al público en general. Estos dos libros, alrededor de la innovación, parecen más dirigidos a los propios investigadores. Y me parece un acierto, ya que, en gran medida, son ellos los que adolecen de ideas claras respecto a la innovación y reiteradamente se empeñan en mezclarla con su trabajo, hacer ciencia.
“La innovación y sus protagonistas” es, en realidad, la segunda edición actualizada de “El significado de innovar” que apareció en esta colección en 2013. Curiosamente en ella el lector no encontrará protagonistas de la innovación, si es que piensa que los protagonistas del tema son los que la hacen. En “La innovación y sus protagonistas”, por el contrario, accederán a una revisión acertada de todos los investigadores que la han estudiado y de los modelos que pergeñaron. Eso sí, todos ellos lo más cerca de la innovación que han estado ha sido cuando la estudiaban.
Me llama la atención el aumento de veces que sale en internet el término innovación desde que lo consultaron en su libro del 2003 y ahora, en el de 2020. En siete años ha pasado de 70.600.000 a 123.000.000. No deja de ser una constatación de la avalancha de informaciones, imágenes, estudios, libros e intervenciones alrededor de un concepto que, por muchos apellidos que se le ponga, refleja una realidad que resulta siempre más compleja que las teorías tan claramente expuestas en los libros porque las personas que, como bien señalan los autores, son los artífices de la innovación son más complicadas que los modelos teóricos al uso. Esto me da la esperanza de pensar que a pesar del abuso del término no acabaremos con ella, la innovación es algo ineludible en la evolución de nuestra sociedad.
Aunque no está demostrado que la ciencia genere el bienestar de los países, si sabemos que los países que van mejor, invierten en ciencia y que los que hacen ciencia en esos países tienen una relación fluida con la industria, algo que aquí no ocurre. La ciencia tiene sus criterios y la economía los suyos. En mi opinión, cada actividad debería interpretarse como una parte autónoma dentro de un proyecto más amplio.
Con el ser humano aparece en el universo, para bien o para mal, la actividad innovadora. Fue, en efecto, el economista J. A. Schumpeter el que estudiando los ciclos económicos dio carta de naturaleza a la innovación cuando describió hace 100 años la innovación disruptiva, en el libro que nos ocupa se llama radical, como la introducción de una nueva tecnología en el mercado que destruye el orden de las cosas preexistente y da lugar a un nuevo paradigma de uso. En este contexto es obsoleto pensar que la innovación se genera en el mercado, el mercado por sí mismo es difícil que apoye productos o servicios definitivamente innovadores, entre otras cosas, porque no los conoce.
La innovación es un proceso social cuyo resultado lleva inexorablemente a un cambio de conducta como ciudadanos, productores o consumidores
Muchas empresas saben que es en los laboratorios donde trabajan los investigadores el lugar en el que se gesta el conocimiento que mañana les dará de comer. Sin embargo aquí, las relaciones entre el mundo de la ciencia y las empresas dejan mucho que desear. Si estamos predicando por todas partes la importancia económica del capital intelectual de los países, tenemos que afirmarlo con todas sus consecuencias y, más allá de los modelos al uso, ir todos juntos hacia una explotación global del conocimiento que, en efecto, es un bien común. Un problema teórico se resuelve cuando se conoce la solución, en cambio un problema práctico no se resuelve cuando la solución se conoce, sino cuando se pone en práctica, que suele ser lo más difícil. Aquí, los prejuicios con los que los investigadores catalogan a las empresas y la legislación vigente envuelven a las relaciones ciencia y empresa, generalmente plagadas de resistencias e imprevisibilidades desconcertantes.
El recorrido que hacen los autores de los modelos de los procesos que generan la innovación, con mayor o menor fortuna, ha configurado la mayoría de los estudios que hay respecto al tema. Es de agradecer que lejos de acabar, y tal y como se refleja en el libro, estos estudios siguen cuestionándose y cada vez concitan más la atención de los investigadores. Todas las actividades humanas van sedimentándose en una cultura objetiva, que está ahí para todos, en cuya construcción participan todos los ciudadanos. No parece que el método habitual de análisis consistente en identificar las partes de que se compone, medirlas y volverlas a juntar esté dando muchos resultados, quizá sea más conveniente pensar que la innovación persigue cambios y transformaciones y esto es complejo. Para ello, lo mejor es hacer los caminos juntos, compartiendo sin tapujos lo que cada uno sabe para recorrerlos en beneficio de todos.
Ya habrán comprobado que no soy muy partidario de ponerle apellidos a la innovación, ni de las taxonomías diversas con las que se la clasifica, tampoco me resulta atractiva la idea de considerarla un arte, y me aterra la idea de que a los resultados de la innovación se les quiera llamar “novaciones”. La innovación es un proceso social cuyo resultado lleva inexorablemente a un cambio de conducta como ciudadanos, productores o consumidores y por mucho que sea el ingrediente que ahora se pretende poner en todas las salsas hace falta decisión, método y constancia para llevarla a cabo. Como bien se dice en el libro “a lo largo de todo este proceso hay interacciones entre diversas personas y retrocesos para saltar los escollos que se presenten; no es, en absoluto, un proceso secuencial ni previsible”.
Hay una maldición china que dice: “Ojalá vivas en una época interesante”. Pues bien, a nosotros nos ha tocado. No solo es que las TIC hayan convertido todo esto en una maraña de bytes, ceros y unos que forman a nuestro alrededor un entorno que lo ha cambiado todo, nuestra forma de analizar los problemas, de relacionarnos. También sabemos que el sacrosanto mercado es un método eficaz para elevar los niveles de productividad y renta de los países aunque favorezca las desigualdades y que cuando no está sometido a regulaciones tiende a ser suicida. Para colmo, nos rodean aerosoles infecciosos. En todos los casos, los trabajadores de la ciencia siempre han demostrado generosidad, entrega y compromiso con la sociedad, en la que nos beneficiamos del pensamiento crítico y del método científico como la mejor forma conocida para cambiar entornos y a nosotros mismos.
El que necesitemos la ciencia para garantizar un futuro próspero es ya un mensaje tan cierto como amortizado. La ciencia forma parte de un sistema en el que las empresas y los ciudadanos están ahí y también quieren mejorar el mundo con su conocimiento y experiencias.
Que sea una maldición o no, dependerá de nuestra actitud. El libro de Elena Castro e Ignacio Fernández de Lucio suma y ayuda a tener la actitud más adecuada.
Datos de la publicación
La innovación y sus protagonistas. Elena Castro e Ignacio Fernández de Lucio. Ed. CSIC-Los Libros de la Catarata, 144 páginas