Texto: Juan Miguel Sánchez Vigil

 

Lo mejor de las fotografías de Weegee es lo que no se ve. Escribía mi admirado Muñoz Molina hace unos días en El País que captó “la farsa del lujo y de la gloria, así como los policías turbios y los cuerpos encogidos en los callejones traseros”. ¡Qué bien contado!, porque la ciudad de Nueva York le puso en bandeja los escenarios y él supo estar en el lugar y en el momento.

Arthur Fellig (1899-1968) fue muy popular y rentabilizó sus posibilidades con inteligencia. Publicó una autobiografía y varios libros libros: Naked City, Weegee´s People y Creative Photography. Su vida fue la del emigrante capaz de sobrevivir a todo y a todos, guardaba los escrúpulos en los bolsillos y se movía en las comisarías como pez en el agua. La crisis del 29 le vino como anillo al dedo, porque el país de la abundancia se transformó en un teatro donde cada esquina era un escenario y cada suceso una mina para explotar el tema. Su popularidad entre la policía le permitió instalar en 1938 una radio en su Chevrolet para estar conectado en todo momento con la emisora central de la policía y llegar al punto del suceso con celeridad. Durante una década estuvo retratando a putas, mafiosos, asesinos y asesinados, y cuando estuvo en la cima se marchó a Hollywood para captar el ambiente sórdido del cine. De todas esas imágenes oscuras, con humos prefabricados y muertos colocados para causar impacto en el lector del periódico, brotaron creaciones como los efectos de espejo con los que retrató a Warhol y Dalí.

La colección de imágenes pertenece a la colección de Michèle & Michel Auer y el espacio elegido para exponer la obra es ideal, porque el visitante se ve rodeado de las imágenes por todas partes y se desplaza de un lado a otro sin poder evitarlo. Son muchas fotografías, tantas que los mirones vuelven una y otra vez sobre sus pasos para no dejarse alguna. No se sorprendan si les digo que las fotos no son buenas ni malas sino todo lo contrario; son en realidad el documento de una ciudad que rezumaba pasiones. Y es que después a leer a Muñoz Molina no me atrevo a escribir si no es para copiarle (con permiso y veneración): “El arte de Florencia en el siglo XV es la pintura al fresco; el de Nueva York en el siglo XX es la fotografía”.

Weegee no fue un buen fotógrafo (lo siento). Casi todas sus fotos de sucesos te llevan a preguntar por lo que no se ve (falta por tanto información). Fíjense en los encuadres: dispara para captar lo que sea, sobre todo lo morboso, y deja fuera, alrededor, algo que siempre queremos ver. Es verdad que el objetivo no capta todo, pero esa es la esencia de la fotografía: seleccionar aquello con lo vamos a informar o a crear sensaciones. Eso no quiere decir  que no fuera un gran mirón capaz de sacar partido a todo lo que se movía. O tal vez el exceso de fotografías difumine las de valor en el conjunto de la muestra (eso me dicen los que no opinan como yo, que también tienen sus razones). La intuición y la preparación de los escenarios tuvo mucho que ver en sus trabajos. El ejemplo está en la serie “Policía y Cía.” con esa foto en la que el revolver apunta al cadáver con la boca reventada.

¡Vayan a ver la exposición! Seguro que no opinan lo mismo que yo (o quizá sí): esa es la gracia.  

 

Weegee´s New York

Madrid. Fundación Telefónica (hasta mayo 2009)

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3 comentarios

  1. Mensaje para Gladys: Enviame tu correo y me pongo en contacto contigo

  2. Aprovecho esta vía para poder entrar en contacto con el Sr. Sánchez Vigil. En la obra publicada en 1991 por Espasa Calpe, "España en Blanco y Negro", en la página 63 hay unas fotografías de la guerra en Africa, firmadas por F. Monserrat, cuyos negativos en cristal poseo, junto con otros de variada temática, verosimilmente del mismo autor. Me gustaría comentarlos con él y ofrecerle las imágenes si le interesan.

    Atentamente

    Antonio Gómez Andrés.

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